Hemos pasado de una política de la ideología a una política de la identidad. Y, al mismo tiempo, se ha impuesto una idea más cerrada de las sociedades, que ve la diversidad como un problema o como algo de lo que, en todo caso, es mejor no hablar. Para algunos, el ascenso de la política de la identidad es peligroso, porque erosiona la idea de un espacio común, y la batalla identitaria pueden ganarla quienes tengan una idea más excluyente. Para otros, la defensa de la identidad es dar la palabra a voces marginadas. En este número reflexionamos sobre la relación entre diversidad y democracia, sobre la necesidad del debate, el acuerdo y el reconocimiento de la diferencia.
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Batallas de la identidad
La identidad ha cobrado protagonismo en la política. Y, al mismo tiempo, se ha impuesto una idea más cerrada de las sociedades, que ve la diversidad como un problema o como algo de lo que, en todo caso, es mejor no hablar. Para algunos, el ascenso de la política de la identidad es peligroso, porque erosiona la idea de un espacio común, y la batalla identitaria pueden ganarla quienes tengan una idea más excluyente. Para otros, la defensa de la identidad es darle la palabra a voces a menudo marginadas. En este número reflexionamos sobre la relación entre diversidad y democracia, sobre la necesidad del debate, el acuerdo y el reconocimiento de la diferencia.