El mito de Los Zetas

Mitificados en parte por las autoridades que los vinculan con la violencia más cruenta, los Zetas se han convertido en una empresa que permite el uso de su nombre a otros grupos delictivos locales a los cuales subcontrata.
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El pasado 8 de noviembre, Cuitláhuac Salinas, titular de la Subprocuraduría de Investigación Especializada en Delincuencia Organizada (SIEDO), afirmó durante un foro que Los Zetas se han convertido ya en la organización criminal con mayor presencia en el país, pues sus miembros se habrían establecido en 17 entidades, a diferencia del cártel de Sinaloa que opera en 16.

El mapa presentado por Salinas intentaba mostrar qué entidades se encuentran bajo el control de los Zetas y cuáles otras, supuestamente, se estarían disputando con carteles de la droga como La Familia Michoacana, los Beltrán Leyva y Sinaloa. La imagen no solo crea la ilusión de una disputa que en los hechos no existe en muchos de esos estados, sino que perpetúa una idea al parecer equivocada: que Los Zetas son un cártel de narcotráfico.

Originalmente integrados por unos 40 ex integrantes de las tropas de élite del Ejército Mexicano y reclutados a finales de los noventa por Osiel Cárdenas Guillén, Los Zetas fueron el brazo armado del cártel del Golfo hasta los últimos meses de 2009, aunque consiguieron cierta autonomía de acción, sobre todo a partir de la detención de Osiel, en 2003, cuando el mando de la organización se amplió y los actuales jefes zetas, Heriberto Lazcano y Miguel Treviño, adquirieron más poder.

Durante varios años Los Zetas establecieron una sociedad con el grupo de delincuentes que más tarde se convirtió en La Familia Michoacana y cuyos líderes les declararon la guerra,acusándolos desde su discurso pseudo religioso de ser los responsables del crecimiento de las extorsiones y los secuestros en la entidad.

De acuerdo con el periodista Juan Alberto Cedillo, Los Zetas no han entrado realmente a la disputa por las rutas de trasiego ni siquiera con sus viejos aliados del cártel del Golfo. Su estrategia fue hacerse del control de los giros negros y consecuentemente de la venta de droga al menudeo, lo cual les permitió adueñarse de negocios mucho más redituables como el secuestro y la extorsión; si la venta de cocaína podía darles 250 mil pesos en un fin de semana, el secuestro de un solo joven, hijo de una familia de San Pedro Garza, realizado en el Barrio Antiguo de Monterrey podía darles hasta un millón de pesos.

Dado que su negocio no es el transporte, Los Zetas se han enfocado en comprar a los integrantes de corporaciones policiacas municipales, no a los federales que custodian las carreteras. En esos policías mal pagados y peor atendidos por los gobiernos locales han encontrado la protección que necesitan para sus tienditas y a los socios perfectos para interceptar a sus víctimas y facilitar las operaciones de secuestro.

Si bien hoy quedan apenas dos o tres ex militares de los grupos de fuerzas especiales que integraron la fuerza Zeta original, sus miembros responden a una estructura regional que permite tener control de las actividades. Han reclutado a muchos nuevos integrantes entre las pandillas, las cuales les permiten prosperar en el narcomenudeo y la introducción a Estados Unidos de algunas pequeñas cantidades de droga, que se compran y distribuye entre otras bandas con las que existen nexos. No importa la autonomía con la cual parezcan operar, todos responden a liderazgos locales.

Mitificados en parte por las autoridades que los vinculan con la violencia más cruenta y que los ubican operando en todo el país, Los Zetas —explica Cedillo— se han convertido en una empresa que permite el uso de su nombre a otros grupos delictivos locales a los cuales subcontrata. Han sido capaces de generar un know-how.

Sus negocios no paran ahí. El grupo se fondea del tráfico de personas, del robo a gran escala de gasolina de Pemex (Cadereyta es uno de sus enclaves más importantes) y ha conseguido imponerle condiciones a la paraestatal en la famosa Cuenca de Burgos donde los secuestros de trabajadores sindicalizados y contratistas se ha vuelto moneda corriente. De igual forma, se han apoderado del mercado de la piratería, el cual —según se supo tras la captura de un importante jefe— arroja ganancias de alrededor de 23 millones de pesos mensuales en cinco estados.

Desde su rompimiento con el cártel del Golfo, a principios de 2010, se ha emprendido una limpia de Zetas y la tarea ha unido a grupos rivales entre sí. El narcotráfico no es su negocio y sí se han vuelto una carga para los cárteles y sus operaciones, pues sus actividades y el nivel de violencia que emplean (el Casino Royale es una muestra) han ocasionado que el Ejército y la Marina salgan a las calles a combatirlos.

En Tamaulipas, particularmente en la zona conocida como La Ribereña, Zetas y pistoleros del Golfo han protagonizado combates de más de ocho horas, como el de Camargo en el que participaron decenas de camionetas, o el de Ciudad Mier al que el Ejército solo llegó para atestiguar el éxodo de la población. Nadie se explica hasta ahora, a no ser que exista aquiescencia con esta cacería, cómo es que pueden darse  batallas tan prolongadas sin que las fuerzas armadas intervengan.

Las disputas más cruentas con Los Zetas se libran en ciudades de centro-norte del país y la zona del Golfo de México. Difícilmente se puede decir que “coexisten” con el cártel de Sinaloa en el Pacífico, donde operan algunos núcleos delictivos de ese grupo y donde en realidad intentan demostrarle a Zambada, Esparragoza y Guzmán Loera que ellos también pueden llevarles la guerra a su propia casa.

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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