1910, 2010: semejanzas y diferencias

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En “La crisis de México”, ensayo publicado por Daniel Cosío Villegas en 1946, se lee: “La Revolución acabó violentamente con la jerarquía del porfiriato que concentró la riqueza en unas cien familias y con la mayoría de la población en la pobreza”. El amigo al que me referí en mi anterior artículo me formuló una serie de preguntas sobre el tema. Parece convencido de la justificación e inminencia de una insurrección popular. Por eso ha leído el ensayo de don Daniel como una doble clave adivinatoria: lo que llevó al pueblo a las armas en 1910 corresponde a lo que ocurre ante nuestros ojos en 2010: la pobreza, la desigualdad, la servidumbre ante Estados Unidos. Mis opiniones son distintas. Creo que entre 1910 y 2010 hay menos semejanzas que diferencias. Transcribo enseguida el diálogo.

¿Un siglo después existen condiciones semejantes a las que dieron origen a ese movimiento que, según don Daniel, “fue en realidad el alzamiento de una clase pobre y numerosa contra una clase rica y reducida”?

Las condiciones actuales no son similares ni comparables. La desigualdad y la pobreza siguen siendo una realidad inadmisible, pero el México de 2010 es muy distinto al México de 1910. Somos un país urbano, hay una clase media, hay instituciones públicas y programas sociales que operan, somos una economía media en el mundo, hay una democracia en proceso de consolidación, hay pluralidad política. Poco de esto existía en 1910. En cuanto a la frase de don Daniel, bueno, hasta los grandes maestros pueden exagerar. Él mismo modificó con los años su noción del Porfiriato y admitió que tuvo aspectos positivos en el ámbito del desarrollo material y las relaciones internacionales. Por otro lado, su afirmación sobre los revolucionarios es sencillamente errónea: en el momento álgido de la Revolución, digamos en 1915, había a lo más 100,000 hombres en armas, en un país de 15 millones. ¿Qué actitud tenían los restantes 14,900,000? Unos simpatizaban, otros no, pero la mayoría sufrió la violencia, la enfermedad y el hambre. Por eso Luis González, el gran amigo y discípulo de don Daniel, predicaba la necesidad de estudiar no sólo a los revolucionarios sino a “los revolucionados”, que eran la vasta mayoría.

“La aspiración única de México -escribió Cosío Villegas- es la renovación tajante, la verdadera purificación, aspiración que sólo quedará satisfecha con el fuego que arrase hasta la tierra misma en que creció tanto mal”. ¿Qué pensar de esta cita aplicada a la circunstancia de hoy?

La cita corresponde al durísimo pasaje donde don Daniel habla de la corrupción: “es la deshonestidad, más que ninguna otra causa, la que ha rajado el tronco mismo de la revolución mexicana”. ¡Y pensar que escribía esto en 1946! Cabe señalar que cuando alude fogosamente a la palabra “purificación” o habla de “depurar” no lo hacía como un Savonarola; pensaba sencillamente que México necesitaba en los cargos públicos hombres patrióticos, visionarios, desinteresados, capaces, pero sobre todo honrados. En 1946 el ciudadano no tenía muchas opciones para elegir a esos hombres. Ahora las tiene un poco más. Como el liberal que siempre fue, Cosío Villegas no hubiera desestimado nuestras conquistas democráticas. Aunque nos pueden parecer exiguas, son fundamentales.

Cosío Villegas alertó que si México no se orientaba pronto y firmemente, podría no tener otro camino que el de “confiar sus problemas mayores a la inspiración, imitación y la sumisión a Estados Unidos”. ¿Qué tanta razón tuvo en ese punto?

El TLC y la migración nos han acercado a Estados Unidos. La dependencia económica es, por supuesto, excesiva. Pero no creo que quepa hablar propiamente de sumisión, al menos no en términos culturales, que son a los que aludía Cosío Villegas. México sigue siendo México. (Hace años, Samuel Huntington, ya fallecido y con quien hice públicas mis diferencias, alertaba por el contrario que Estados Unidos estaba a punto de mexicanizarse). Don Daniel receló siempre, justificadamente, de la política exterior de los Estados Unidos en América Latina. En 1947 profetizó el advenimiento de un régimen comunista en la zona, como reacción a la soberbia yanqui. Recordemos que él mismo padeció el acoso del macartismo, que le quitó la visa. Fue, en suma, un crítico permanente de Estados Unidos y de la americanización de nuestra cultura. Dicho lo cual, aseguraba no compartir “hasta por razones físicas, orgánicas, la fe, la teoría y los métodos del comunismo”. Por eso, durante la Guerra Fría se inclinó por los valores liberales y democráticos de Occidente.

Mi amigo meneó la cabeza: no quedó convencido. Pero hay un tema que lo atraía mucho más: ¿qué tan vigente es hoy la acerba crítica que hizo Cosío Villegas a la derecha en 1946? Ahí sí veo más semejanzas que diferencias, pero me las reservo, querido lector, para una próxima entrega.

– Enrique Krauze

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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