La Federación Nacional de Cafeteros de Colombia creó en 1959 la marca Juan Valdez, nombre a un tiempo eufónico, fácil de repetir en el mundo anglosajón y con suficientes reverberaciones folclóricas para dejar asentado en el mercado estadounidense las cualidades inobjetables del café colombiano. Desde hace unos años, decidieron dar el salto al mercado de las cadenas de alimento y cafeterías para impedir que también Colombia se viera colonizada por los inefables Starbucks. La respuesta es una copia café –marrón– más o menos feliz de los establecimientos verdes estadounidenses. En Cartagena de Indias, sin embargo, lo primero que sorprende es la abundancia inexplicable de personal. Uniformados, y con todos los colores de la tierra en la piel, del negro azabache al canela claro, jóvenes de ambos sexos se disputan literalmente el espacio para atender a trompicones a los clientes. Todo a ritmo de champeta. Deben seguir los estrictos procedimientos que la cadena ha creado. Así, después de presentarse, “hola, soy Yamicel, en qué puedo atenderte”, “hola, soy Gladis, Yamilca, Nuridia”, y tomar tu pedido, como si fuera cada vez una sorpresa, se ven obligados a ofrecerte algo de su fina repostería. ¿Un brownie de chocolate a 34 grados centrígrados? Lo más simpático, sin embargo, es que si uno se queda más de un minuto, quizás distraído con la altiva figura de Jasmicela, descubre que el protocolo desaparece: Elvis le dice a Élmer, como un pregón, que hace un calor de mierda, lo que es una verdad objetiva, y Kelly le susurra al oído algo a Shirly, que la hace, primero, enrojecer y después reírse a mandíbula batiente. El gringo de turno, con un muffin entre ceja y oreja y un latte frappé de 15 onzas, parece no haberse enterado de nada.
– Ricardo Cayuela Gally
(ciudad de México, 1969) ensayista.