Christian Peña
Me llamo Hokusai
México, FCE/INBA/Conaculta/ICA, 2014, 76 pp.
Luego de seis títulos, Christian Peña (ciudad de México, 1985) ha ganado el Premio Aguascalientes con Me llamo Hokusai, un poemario de talante contemporáneo que, sin ser radical, incorpora elementos narrativos y dialoga con otras voces líricas y con la obra pictórica de Katsushika Hokusai.
El libro está dividido en cinco poemas extensos. Los títulos de cada uno son al mismo tiempo una descripción y una acotación de su contenido. Por ejemplo: “La gran ola de Kanagawa pudo ser la ola que arrastró el cadáver de un marinero a las costas de Hawái en 1982 o la misma que sacudió un buque carguero zarpado de Hong Kong dejando a la deriva un contenedor de patitos de plástico para jugar en la bañera o la misma que temía pudiera ahogarme en mis clases de natación”, el primer poema, es un diálogo con la figura del padre, fumador como el mismo protagonista. El tema del ahogo se presenta en varias formas: un niño que no logra aprender a nadar, un ahogado, un buque náufrago víctima de un mar destructivo que amenaza constantemente al individuo en tierra. Peña elige un tono conversacional útil para la dramatización: “Aclarar: demasiado cloro en el agua irrita los ojos. / Aclarar: demasiada anécdota en el poema no es necesariamente para irritar los ojos […] / Todo mar, visto de cerca, es mar de fondo.”
En el segundo texto atendemos a la agonía del hijo fumador. El yo poético muestra su “enfermedad enredada, entumecida”. El poeta explora el recurso de la conversación introspectiva, sustento del libro en general. Esta base es tan sólida como dúctil y permite la inclusión de contrapuntos estilísticos (en este caso, el diagnóstico médico del fumador, diálogos de El monte Fuji en rojo, de Kurosawa, y un poema en prosa) que, por su variedad, dotan de riqueza y dimensión a la voz principal. Por ejemplo, destacan el uso del fraseo corto y la anáfora, recursos usados con fortuna para el propósito narrativo: “Ese día, el primero de todos, me sonreíste. Me acerqué a tu mesa. Tenías los dientes perfectamente alineados. Así sonríe la vida, pensé. Así quiero sonreír cuando me entierren. Así de perlados tiene la muerte los dientes ahora mismo.”
En la tercera sección el asunto es el deseo erótico, sobre todo a través de su representación en El sueño de la esposa del pescador, el célebre grabado de Hokusai. El texto, que intercala poemas breves en versos de arte menor, exhibe la anagnórisis de la voz poética: el amante que observa dormir a su amada y medita sobre la imposibilidad de un amor sin un tercero es el pintor mismo, que pagaba por ver y retratar a las mujeres semidesnudas de los pescadores: “Los pulpos tienen tres corazones. / Cada uno guarda su versión de la historia. / Toda historia de amor es un triángulo. / Entre nosotros hay alguien que no duerme: el tercero que somos, la criatura que emerge cuando avanzamos en la noche.” Aquí se aprecia un don para la revelación aforística, en esta instancia, referida a la naturaleza del amante y su propensión a despersonalizar los celos y convertirse en el tercero de una relación de pareja.
Si el primer poema se concentra en el cadáver, el cuarto explora el tema del fantasma. Entre la actividad onírica y la muerte hay un fantasma, y este tiene múltiples representaciones: es el fantasma del suegro, el de Kohada Koheiji, los de los cadáveres en las carreteras mexicanas y los miembros fantasmas de los amputados. Desde aquí el autor comienza a cerrar el curso narrativo del libro. Lo hace con una recurrente apropiación intertextual, que va de autores clásicos tanto mexicanos como extranjeros a materiales procedentes del periodismo, lo que le permite incorporar un matiz de reflexión histórica y política sobre la violencia actual en México. Estos entrecruzamientos confluyen en la perspectiva de la voz y alcanzan una fina plasticidad emotiva: “Perder un padre es quedarse sin ojos para su paisaje.”
Peña formula una interpretación del duelo en la que el hijo se apropia de la historia del padre a través de los síntomas de su agonía. En el viaje interior, él se transforma en un fantasma. Así, la poética que rige el libro no es una vía de tratamiento desapasionado de los temas sino su “encarnación”: el ritmo conversacional, obtenido con el expediente de la confesión, se desenvuelve en un ámbito sepulcral por su cercanía con el monólogo interior.
En los cuatro primeros poemas, el elemento dominante es el agua (que devasta la tierra firme): un océano hábil en disolver la conciencia y la identidad; de aquí que la despersonalización psicológica de su personaje resulte muy poco violenta. El otro elemento es el fuego (un cigarro encendido o el monte Fuji) que se revela líquido: la saña del cáncer (que imaginamos roja) debe tener un cuerpo de agua para envenenarlo todo. En un libro agudamente simbólico, el último poema es un misterio y una llave al mismo tiempo. Se trata de una sección en la cual predominan las mariposas, un emblema de la fugacidad, y que permite una referencia a la teoría del “efecto mariposa” de Edward Lorenz (lo caótico no es catastrófico). En este último texto son la bocanada fresca que la voz tanto busca en las profundidades, y que sirve de cierre para una obra notable por su expresividad y su belleza: “Yo me levanto a escribir la mañana mientras me rasuro y el aleteo de una mariposa me reconcilia con mi padre a través del caos.” ~
(Ciudad de México, 1982) se define como "onirista". Por su segundo libro de poesía, Tránsito (Fonde Editorial Tierra Adentro, 2011), obtuvo el Premio Nacional de Poesía Carlos Pellicer.