Hacia 1978 el profesor Edward Said hizo un descubrimiento que dejó estupefacta a la comunidad literaria. Demostró que en la literatura occidental del siglo XIX(y en la de principios del XX) se incurría en una casi sistemática alteración y denigración de Oriente, al que se le atribuían un grado de ignorancia, de barbarie, de mala sombra y retraso cultural insostenible si se contrastaba con la realidad histórica de una cantidad intimidante de países, cuyas diferencias, a veces muy notables, quedaban subsumidas en una única entidad definida como una versión inferior del conjunto occidental. La reiteración de estos estereotipos denigratorios, aunque a menudo indeliberados y maquinales, permitían hablar de saña. El profesor Said señalaba que esta clase de reduccionismos cultural y psicológico (pues a fin de cuentas las culturas están formadas por personas) no solo se percibía en la literatura de consumo, sino que había penetrado en algunas de las cumbres de la novela occidental: Flaubert y Conrad (además de un buen tropel de escritores para nada incompetentes).
La cuestión era grave porque por lejos que le lleve a un novelista la imaginación siempre está midiéndose con el mundo: la ficción replica, tensiona, inspecciona, ilumina… nuestro propio tiempo. Si algo no pueden permitirse las exploraciones imaginarias que propone la ficción es falsear la naturaleza humana y nuestra manera de vivir. El desafío del profesor Said es pertinente. ¿Toleraríamos que un novelista no dijese más que tonterías sobre los celos, sandeces sobre el amor, burricies sobre la constitución de la sociedad o gansadas sobre nuestras relaciones con la muerte? ¿Qué sería de Proust, de Stendhal, de Balzac y de Tolstói si sustituyésemos todas sus reflexiones (entreveradas de manera inseparable con los personajes y sus situaciones) por las necedades que flotan en el ambiente? El profesor Said repara que la exigencia de un lector occidental con la manera de representar las culturas orientales, los países donde prospera y sus habitantes es menos exigente que los celos o el amor, que se suelen pasar por alto, pero no por ello es menos cierto que se trata de debilidades de la imaginación, de abusos morales y de dejación intelectual.
¿Qué propone el profesor Said para obras como El corazón de las tinieblas o Salambó? Lo cierto es que Orientalismo no ofrece demasiadas respuestas prácticas, se resuelve en una exposición elegante y sentida del persistente dolor que a Said le provoca encontrar desprecio en algunos de sus escritores favoritos. Said señala pero no denuncia, le deja el trabajo a la propia conciencia crítica de cada uno de sus lectores.
Lo que sí sabemos es cómo reaccionó una parte de la comunidad académica a Orientalismo, que lo incorporó como un argumento decisivo en una corriente que pretendía convertir el análisis en juicio, sancionando esa novelas como impertinentes, y proponiendo libros alternativos (como lecturas obligatorias u objeto de estudio preferente) en los que las visiones de Oriente fuesen menos denigratorias –pues de lo que no deja dudas Orientalismo es de que las “opiniones” y las “ideas” que aparecen en las novelas importantes forman parte de su propia sustancia, y no pueden ser infravaloradas como meros adornos, ajenos al juicio estético–; una lista alternativa que subsanase los errores de “representación”, o propiciase, en los discursos más enconados, una revancha.
Concernido por esta reacción, Said decidió aclarar lo que había dejado en suspenso en Orientalismo. Pero antes conviene recordar que más allá de la agitación académica, la versión más revanchista no ha logrado arrancar ni a Conrad ni a Flaubert de su doble estatuto de prestigio y de popularidad, se suceden las ediciones, los artículos, y su presencia es constante en las librerías. Mientras que la vertiente menos enconada ha procurado una beneficiosa eflorescencia, ya prevista por el profesor Said, de textos complementarios, que ayudan a ampliar y a enriquecer nuestras prospecciones imaginativas.
Said considera la vertiente “revanchista” una reacción peligrosa en dos sentidos, ambos relacionados con la sinécdoque. El primer riesgo, relativo a la elección de textos, pasaría por escoger los libros y recomendar su lectura privilegiando un único motivo: que ofrecen una “representación adecuada o respetuosa” de Oriente, como si el único elemento a valorar en una novela fuese la imagen, más o menos compleja, de una minoría (entendiendo aquí Oriente como minoría en tanto que poder e influencia y no en cantidad de personas), y no otro entre muchos. Novelas que presenten a orientales libres de estereotipos pueden seguir siendo inferiores en estilo, expresividad, alcance, psicología, descripciones, estructuras e ideas a Salambó. Said también insinúa el riesgo de que se produzca un desplazamiento del tema al autor y valoremos el libro ya no solo por un aspecto de su contenido sino porque quien lo escribió se presenta como un ejemplar viviente de la “reparación”. Said es demasiado elegante para ponerse como ejemplo, pero Orientalismo está escrito con una sutileza y una precisión con la que aspira y logra estar a la altura de los modelos de prosa literaria con los que discute.
El segundo de los riesgos, relativo al descarte de libros, consistiría en juzgar novelas como Salambó o El corazón de las tinieblas por un solo rasgo: ¿debemos alejarnos de estos libros o devaluarlos por su defectiva representación de Oriente? Said nos pide que no hagamos la vista gorda, que de la misma manera que un juicio excelente a Crimen y castigo puede incluir reproches a su extrema sentimentalidad, se puede seguir admirando (aunque quizás un poco menos) El corazón de las tinieblas sin dejar de mencionar el descalabro de estereotipos con el que salda su representación del “Otro”.
El asunto quizás se ve más claro si nos detenemos en una minoría cuya “representación denigratoria” es constitutiva de delito. La lectura de Oliver Twist, El mercader de Venecia o Gobseck no deja dudas sobre la pereza con la que Dickens, Shakespeare y Balzac abordan la representación de “sus judíos”. ¿Justifica esta incompetencia de la imaginación relegar estas obras? La respuesta está en la gran tradición crítica judía: Harold Bloom, George Steiner, Cynthia Ozick… Todos abogan por reconocer el resto de valores de estas obras, sin dejar de incluir en su “lectura”, en su “interpretación” y en su “juicio”, la insuficiencia de esta vertiente de la representación. Said aboga por aprovechar la flexibilidad del juicio literario, que no es un interruptor de dos posiciones excluyentes (bueno/malo; tolerable/intolerable) sino un discurso que como las corrientes de los ríos puede arrastrar toda clase de materiales. Said aboga por que el “orientalismo” no ocupe el primer plano ni sea oscurecido como un asunto menor; opta por la articulación, opta, en definitiva, por la sensibilidad y la inteligencia. ~