Los santos tienen algo de anarquistas. Rompen con los usos y costumbres. Son renuentes, cuando no rebeldes, a la autoridad.
Ernest Hello escribió un libro sobre la singularidad de los santos que resulta un catálogo de excéntricos (Physionomies de saints, 1875). La variedad resulta de diversos caminos de perfección.
Para los primeros cristianos, buscar la perfección alejándose de la vida común, pasar de la liturgia colectiva a la oración personal, era excomulgarse por iniciativa propia. Pero, desde fines del siglo iii, hubo cristianos radicales que buscaron quedarse a solas con Dios.
El separarse del anacoreta (anachoretés, el que se retira), irse al desierto del eremita (eremós, desierto) y vivir solo del monje (monakhós, solitario) fueron criticados por la comunidad cristiana. Preferir el de- sierto parecía desertar. Los solitarios tuvieron que defenderse y explicar que su soledad era comunión. Finalmente, casi todos volvieron a vivir en sociedad, aunque no en la vida normal, sino en comunas de aspirantes a la perfección.
Las primeras fueron ácratas (ermitaños vecinos que vivían separados, pero celebraban juntos servicios dominicales). Luego monásticas, en lugares remotos y de manera autárquica, sujetas a la dirección de un abad, según la regla escrita de su fundador. Frente al Imperio romano que se hundía, surgió la contrafigura del convento: una especie de Ciudad de Dios.
Ni Cristo ni sus primeros seguidores vivieron así. Tampoco en el polo opuesto, que prevaleció después: la piramidación de iglesias locales en una sola Iglesia, organizada como un Estado monárquico.
En el Flandes medieval (región formada por partes de lo que hoy son Bélgica, Holanda, Francia y Alemania) surgieron beguinajes: comunas femeninas, dedicadas a la oración y las obras de caridad.
La institución (desaparecida) fue muy original. Las beguinas vivían juntas, con pobreza y castidad, usaban hábitos y cofia, pero no eran monjas; no hacían votos perpetuos. Podían dejar a sus compañeras y casarse. Eran mujeres piadosas y caritativas que convivían, oraban y servían a enfermos y necesitados.
Hadewijch [jádevi ij] fue una beguina flamenca, más conocida como Hadewijch de Amberes. Vivió aproximadamente de 1200 a 1260 en el Ducado de Brabante. Llamó la atención por sus cartas y testimonios místicos (el relato de sus visiones), que le dieron fama de santa. También por sus cantos innovadores, que transformaron el arte trovadoresco de la canción de amor para expresarse “a lo divino”.
Hay edición reciente en México:
Hadewijch de Amberes, Canciones / Liederen, Ciudad de México: El Tucán de Virginia, 2021. Edición bilingüe neerlandés-español, traducción de Stefan van den Bremt, con textos adicionales de Blanca Garí, Veerle Fraeters, Frank Willaert y Víctor Manuel Mendiola, el editor.
Que se publique un libro así es un lujo de la cultura mexicana, y no solo por el papel couché y las tapas duras, sino por dar a conocer en México a una poeta medieval poco famosa.
Se trata de 45 canciones en estancias. La stanza tiene nombre italiano, aunque algunos dicen que es de origen provenzal. En el siglo xiii, era una estrofa rimada de una canción en lengua vernácula (no latín), con un número variable de versos largos y cortos, medidos en sílabas. A su vez, la canción tiene un número variable de estancias. En estas 45, hay de cuatro a quince estancias, de tres a doce versos cada una.
La edición bilingüe permite observar las rimas neerlandesas. La primera canción consta de nueve estancias de doce versos; cada una con sus propias rimas, pero todas con la misma secuencia de rimas: ABAB CDCD LELE y el mismo estribillo en latín (l), cuyos versos dicen: “Felicidades, felicidades. Si lo dijera mil veces no sería suficiente.”
Ay, a pesar de este invierno frío
de breves días y de noches largas
viene un verano decidido
que muy pronto nos va a liberar
de este dominio. Ya se adivina
en este nuevo año.
El avellano trae flores finas.
Es un claro presagio.
–Ay, vale, vale millies
a ustedes que en la nueva estación
si dixero, non satis est
quieren regocijarse por amor.
Este tono festivo, más celebratorio del amor divino que doliente, es común en el cancionero. Que también incluye canciones donde hay un tono que anticipa la “noche oscura del alma” de san Juan de la Cruz. En la cinco, la búsqueda del Amor puede ser “espantosa”. Atraviesa por “horas indescriptibles”.
A veces leve, a veces grávido.
A veces turbio, a veces claro.
En abierto consuelo,
en angustioso apuro.
Dando y tomando,
las almas peregrinas
han de vivir errando
siempre en amor.
En la canción veintiocho, Hadewijch habla del deseo como furor. Aspira a la unión que “hace un solo ser” de “quienes antes eran dos”.
La fuente última de Hadewijch y otros poetas místicos es el Cantar de los cantares, el diálogo amoroso donde la mujer habla; como sujeto, no objeto del amor masculino. Es admirable que la tradición judía y la cristiana, seguramente contra opositores timoratos, incluyan el Cantar en su canon de libros sagrados.
En la poesía donde habla una mujer, hay que distinguir la escrita por hombres (como las cantigas de amigo galaico-portuguesas) de la escrita por mujeres. Casi toda la poesía trovadoresca fue escrita por hombres, y solo desde hace algunas décadas se sabe de las trobairitz: mujeres trovadoras. Curiosamente, en la lista de las identificadas (Wikipedia, “Trobairitz”) no figura Hadewijch, que tiene su propia página en la Wikipedia.
Hadewijch fue talentosa y culta. Tenía opiniones teológicas. Por ejemplo: hizo una lista de ciento siete cristianos perfectos, desde María, Juan Bautista y Juan Evangelista hasta algunos medievales. Dominaba el arte de la canción. Estaba familiarizada con la técnica poética y la retórica trovadoresca del amor cortés. Según parece, ella misma organizó la “edición” de su obra.
Que estuvo perdida durante siglos, quizá por la condenación del beguinaje. El Concilio de Vienne (Francia, 1311-1312) condenó opiniones atribuidas a las beguinas, en particular: La perfección y libertad cristianas pueden llegar al grado de no estar sujetas a la obediencia humana ni a precepto alguno de la Iglesia (Denzinger, El magisterio de la Iglesia # 473).
El texto que dio origen a la condena no fue de Hadewijch, sino de otra beguina mística y escritora, posterior: Margarita Porete (1250-1310), El espejo de las almas simples. La Inquisición quemó públicamente su libro, y unos años después la quemó a ella. ~
(Monterrey, 1934) es poeta y ensayista.