Edouard Manet | Brioche con peras, 1876 | Óleo sobre tela | Museo de Arte de Dallas, donación de The Wendy and Emery Reves Foundation, 2024.R.2

El cliché del impresionismo

A sus 150 años, el impresionismo todavía entusiasma y llena salas de museos. Su subversión ha dado paso al cliché, pero eso no es necesariamente malo.
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Hay temas que son infalibles por ser taquilleros. El mejor ejemplo es Frida Kahlo. No importa dónde ni cómo se cuelguen sus cuadros –“porque pasan los año’ y sigo dando palo / vendiendo disco’ como cuadro’ Frida Kahlo”, canta Bad Bunny en su último disco–, Frida es garantía. Por motivos propios, el impresionismo es otra de esas categorías donde no hay falla: el público hace cola bajo el sol, espera, se amontona para ver los cuadros que dieron origen a las vanguardias, les toma fotos.

Han pasado poco más de ciento cincuenta años, pero el impresionismo aún entusiasma. ¿Una prueba? La exitosa muestra del Museo del Palacio de Bellas Artes, La revolución impresionista: de Monet a Matisse del Museo de Arte de Dallas, que ha sido vista por más de 40 mil personas. La historia es conocida: el 15 de abril de 1874 se inauguró en París la primera exposición impresionista en el antiguo salón del fotógrafo Nadar. En ella participaron 31 artistas, entre ellos Monet, Renoir, Degas y Cézanne.   

Motor de las vanguardias, el impresionismo fue la primera ruptura con la representación realista. Mal recibido en su día, se le consideró como arte inacabado, hecho con manchones sobre lienzos sucios. En el periódico Le Charivari, Louis Leroy escribe el célebre artículo sobre la muestra inaugural donde ironiza que al menos hay una impresión en los cuadros –de ahí el nombre del movimiento– y sugiere que están mal hechos. Asegura que la bailarina de Renoir, por ejemplo, tiene las piernas algodonadas igual que la gasa de su falda.

Aunque regañón en su hipotético recorrido con un amigo por la muestra, Leroy halla –y por lo menos prueba que la crítica es un ejercicio creativo y trascendente– que el trabajo de los impresionistas es suelto y libre por su ejecución fácil, poco detallado, a diferencia del arte de Corot, minucioso en la forma, en la pincelada fina, escrupulosa. 

Leroy tenía razón al identificar a los impresionistas con la cualidad de fácil. En algún sentido, el tiempo le dio la razón. Me refiero a la sencillez, la ligereza, la transparencia de las obras, la claridad con la que se interpretan. Cuesta trabajo creer que pinturas como El servicio de té (1872) de Monet o La plaza del Teatro Francés: Efecto de niebla (1897) de Pissarro, que ahora están en Bellas Artes, alguna vez causaran escándalo o fueran consideradas subversivas. Hoy el impresionismo es más bien un cliché y también el ideal de una nostalgia imaginada.   

Como el pop en su cualidad de liviano y tenue, para nada opaco o sombrío, el impresionismo se convirtió en un lugar común. No me refiero al pop de Warhol, al cinismo del consumo intelectualizado, sino a la facilidad con que los lienzos encantan, al colorido de sensaciones grumosas como las rosas y peonias de Renoir, apetitosas como el brioche de Manet y las naranjas de Cézanne que florecen perennemente desde hace siglo y medio y que ahora el público puede apreciar en México.

El pop como impresión gustosa, unánime, de consenso, que no envejece, al revés, se queda. Es difícil precisar la razón por la cual el impresionismo se volvió un cliché. Es un lugar común quizá porque influyó en todo el arte posterior, en Van Gogh y Gauguin, en el fauvismo y el cubismo, como recuerda la muestra. También porque siempre se vuelve a él para dar una idea del pasado y la memoria de bienestar, de tranquilidad y simplicidad, como lugar seguro, ruta conocida, un refugio.  

El que se haya convertido en un cliché no es algo necesariamente malo. Los impresionistas llenan salas de museos, complacen al público, probablemente confirman ideas, reales o imaginarias, sobre los lugares que representan, plazas, puentes, ríos, estanques, todos europeos. A veces un cliché es la mejor forma de describir algo, por ejemplo el amor o un estado de ánimo; es algo que todos pueden entender y sentir, sin rebuscamientos ni complicaciones. 

Hay algo inmediato en los cuadros del impresionismo, poesía diáfana que no espera, que brota de los nenúfares de Monet y sus espejos de agua. En las embarcaciones modestas y serenas sobre el Sena de Paul Signac. Como hoy los filtros de cámaras digitales y redes sociales, los impresionistas ya habían inventado los suyos con pinceladas fragmentarias, grumos pastosos y manchones para crear imágenes difusas y agregar estratos de sentido a lo representado. Un filtro, un cliché, que se repite, que funciona, que ajusta a todos. ~


La revolución impresionista: de Monet a Matisse del Museo de Arte de Dallas puede visitarse en el Museo del Palacio de Bellas Artes hasta el 27 de julio de 2025.


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