De Pieter Brueghel el Viejo - Museo del Prado, Dominio público, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=74450965

“El gran macabro”, la actualidad en la Tierra

Aunque se realizó bajo el fantasma de la censura, el reciente montaje de El gran macabro, ópera de György Ligeti, resonó con una actualidad obsesionada con la llegada de eventos apocalípticos.
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En la ópera, el burgués trasciende al ser humano.

Theodor Adorno

 

“El coro de madrigalistas interpretará bajo protesta por la mala organización y procedimiento para la realización de este proyecto por parte de las autoridades correspondientes”: con este mensaje, y después de treinta minutos de retraso, inició en Bellas Artes el concierto de El gran macabro de György Ligeti el pasado domingo 13 de octubre, dejando a la audiencia inmersa en la duda de cuál sería el altercado que desató la protesta.

El misterio se resolvió unos minutos más adelante, cuando aparecieron en pantalla una serie de videos realizado por el videoartista Óscar Enríquez, cargados de cuerpos desnudos, escenas sexuales, voluptuosidades malsanas, liposucciones, autopsias y otros procedimientos quirúrgicos. El videoarte, que suple las partes escénicas de la producción, se mostró bajo una iluminación cenital que cubría al coro y a la orquesta. O se intentó mostrar, porque en esas condiciones las imágenes eran casi imperceptibles, como si las luces mismas fueran la protesta más febril de un equipo de producción empeñado en esquivar la polémica (atacar con luz puede ser una forma de censura). Según Enríquez, el material multimedia generó molestia tanto en la Orquesta Juvenil Universitaria Eduardo Mata de la UNAM, quienes musicalizaron la puesta en escena estrenada el viernes anterior en el Festival Vértice, como en el Coro de Madrigalistas de Bellas Artes, cuyo mensaje de protesta fue recibido por los aplausos del público.

El reciente montaje de El gran macabro, que formó parte del 41 Foro Internacional de Música Nueva Manuel Enríquez (FIMNME), fue el primero que se exhibe de forma íntegra para orquesta en México. Más allá de eso, su temática cobra una carga simbólica en la actualidad: un mundo en donde reina el apocalipsis, una suerte de Sodoma y Gomorra, la amenaza de eventos que destruirán la Tierra (entre ellos un cometa rojo), ¿no nos suena a todos conocido? ¿La espera perversa de un meteorito no se ha vuelto también un asunto de las noticias diarias para nosotros?

El gran macabro funciona entonces como una suerte de espejo lleno de humor en el cual reflejarnos mientras llega el apocalipsis. Es notoria la cantidad de obras recientes que tratan sobre estos mismos temas, por ejemplo la novela Esta noche, el Gran Terremoto, de Leonardo Teja, que mediante una serie de documentos nos lleva a un sitio donde la espera de la catástrofe pasa por lo burocrático y se termina diluyendo en preguntas como: ¿quién es realmente el Gran Terremoto? Un trámite especulativo de la desgracia.

O la obra de teatro Low Cost, de Laura Uribe, estrenada este mismo octubre, donde se ensaya sobre las voces constantes que participan en el debate sobre el cambio climático y la sexta extinción masiva. Ante una realidad demasiado negra, abundan las respuestas humorísticas. A fin de cuentas no somos más que una caricatura de nuestra propia condición: personajes telúricos, dictadores zonzos, enfados y maldiciones.

Cuando el gran macabro del título, con el genial nombre de Nekrotzar, anuncia el fin del mundo con la llegada de un cometa que impactará sobre la Tierra, despierta gran cantidad de reacciones, espantos y fragilidades. Al final sucede todo o no sucede nada, pues todas las respuestas terminan siendo equivocadas.

La ópera de Ligeti, estrenada en Estocolmo en 1978, está basada en la obra de teatro La ballade du Grand Macabre, de Michel de Ghelderode, que en un inicio se concibió como una ópera para ser representada por marionetas. Pero musicalmente El gran macabro es más desparpajada, con las ideas del compositor ya edificadas y dispuesto a alternar fanfarrias jocosas y sonoridades mundanas. Tanto por sus hallazgos musicales como por su vastedad de recursos, este lienzo Brugheliano constituye una orquesta fragmentada, repleta de citas burlonas a los grandes operistas, incluido un cancán.

¿Con qué talante manejamos lo inevitable? ¿Es posible ponerte tal guarapeta que termines olvidando que esperabas el fin del mundo?

El gran macabro se sitúa en una ciudad llamada Bruegheland, referencia a los lienzos de Pieter Brueghel, en específico al cuadro “El triunfo de la muerte” en el que el apocalipsis sucede entre banquetes a medio comer y amantes tocando la gaita para enfrentar un mundo grotesco entre esqueletos. ¿Dónde situar el fin del mundo? Especialmente controversial fue la producción de Peter Sellars en 1997, en Salzburgo, la cual Ligeti encontró perturbadora. La explícita escenificación del apocalipsis en Chernobil traicionaba su deseo de ambigüedad.

Durante el concierto, el retraso, el coro cantando bajo protesta, el fantasma de la posible censura, el tema apocalíptico y la mala proyección del video acentuaron el reflejo de lo que está sucediendo en las instituciones y en la sociedad. En una ópera en la que reinan las pulsiones humanas, suenan fuerte las alarmas sistemáticas del fin. O quizá el gran macabro simplemente se emborrachó y se hizo humano: imposible saber cuál de los dos destinos sería más trágico.

Sucede algo muy característico y claro con la audiencia tradicional de la ópera, que quiere oír lo mismo de siempre. La idea de que este audiencia es conservadora, reacia a que se presenten en el escenario cuestiones humanas de actualidad de forma cruda, se fortalece con las reacciones que hubo ante el videoarte de Óscar Enríquez. ¿Era realmente necesario el mensaje que advertía que el material visual de la obra podía herir sensibilidades? Dice Theodor Adorno: “Que este componente ideológico se haya vuelto insoportable, que la presentación de lo sin sentido como pleno de sentido se haya convertido en una burla en un mundo en el que la mera existencia, el contexto de obcecación, amenaza con engullir a los hombres, constituye la verdadera razón de esa idiosincrasia a la que se llama la crisis de la ópera.”

Estamos a la espera de una gran catástrofe, en plena crisis histérica y en donde todas las fantasías del fin del mundo reinan delante de nuestros ojos. Qué gran acierto montar justo ahora una ópera que haga una pequeña pausa para visualizar otras posibilidades, si bien no optimistas, que nos permitan fornicar desenfrenadamente, beber, maldecir y drogarnos, vivir felices incluso en nuestra ceguera, en medio de un caos de información en el que se puede aún respirar. Las amenazas del apocalipsis han estado presentes siempre. Pero no permitamos que la censura sea parte del fin del mundo que estamos fantaseando.

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(Ciudad de México, 1984). Compositor y artista sonoro, estudió en el conservatorio Tchaikovsky. Trabaja con archivos de música religiosa y en colaboración con artistas visuales. Forma parte del proyecto www.vanosonoro.com


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