¿Puede la IA mejorar el acceso a la salud?

La superinteligencia médica promete diagnósticos certeros, detección temprana de enfermedades y vidas más prolongadas. ¿Será este avance el inicio de una medicina más justa o una forma sofisticada de profundizar la desigualdad?
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Microsoft acaba de hacer una afirmación extraordinaria: su nuevo modelo de inteligencia artificial no solo aprueba exámenes médicos –lo que ya hacen otras–, sino que diagnostica enfermedades complejas mejor que los propios médicos. No se trata de una “prueba aislada” ni un experimento de laboratorio, sino un hito que marca el inicio de una transformación radical en la forma en que entendemos el rol de los humanos en la medicina.

Este avance está irrumpiendo en un momento crítico: los sistemas de salud están desbordados incluso en países desarrollados, los costos de hospitales y médicos privados se han vuelto inaccesibles para millones de personas, y obtener un diagnóstico certero sigue siendo, en gran medida, un privilegio reservado para las clases medias y altas. Los sistemas públicos, concebidos bajo los parámetros y desafíos del siglo pasado, ya no responden a las exigencias de una población global más longeva, urbanizada y con enfermedades distintas, más vinculadas al estilo de vida contemporáneo.

Frente a ese desgaste estructural, la inteligencia artificial no irrumpe como una novedad futurista, sino como la respuesta predecible a ese sistema rebasado. Cada día, más de 50 millones de personas recurren a los asistentes de IA de Microsoft en busca de lo que los sistemas tradicionales no les ofrecen: certezas (muchas veces, incluso, gratuitas). Desde la inquietud ambigua de un dolor pasajero hasta la ansiedad de una búsqueda nocturna de respuestas, los sistemas digitales se han transformado, de manera casi imperceptible, en la nueva puerta de entrada al universo de la salud.

Para ejercer la medicina en Estados Unidos, los médicos deben aprobar el Examen de Licencia Médica de los Estados Unidos (USMLE), una evaluación estandarizada que mide el conocimiento clínico y la capacidad de tomar decisiones diagnósticas y terapéuticas. En los últimos años, las preguntas del USMLE se han convertido en uno de los primeros parámetros objetivos para medir el desempeño de los sistemas de inteligencia artificial aplicados a la medicina, ofreciendo un marco estructurado para comparar el rendimiento de los modelos, tanto entre sí como frente a médicos humanos.

¿Qué tan bien puede diagnosticar una inteligencia artificial? Hasta ahora, la respuesta se medía en un escenario relativamente predecible: el USMLE, una prueba rigurosa, sí, pero limitada, diseñada más para validar conocimientos teóricos que para reproducir la incertidumbre y la complejidad de la medicina real. El verdadero desafío ocurre lejos de los salones de un examen de opción múltiple, en los casos que ponen a prueba incluso a los médicos más experimentados. Por eso, Microsoft llevó su modelo de inteligencia artificial al terreno más exigente: los casos clínicos publicados en el New England Journal of Medicine (NEJM), un compendio de historias desconcertantes, diagnósticos improbables, laberintos clínicos que requieren semanas de colaboración entre especialistas. A partir de esos casos nació el Sequential Diagnosis Benchmark (SD Bench), un escenario donde tanto humanos como máquinas deben recorrer, paso a paso, el proceso clínico: hacer preguntas, ordenar pruebas, replantear hipótesis, hasta llegar a un diagnóstico final validado. Fue ahí donde debutó la apuesta de Microsoft por la superinteligencia médica: el MAI-DxO (Microsoft AI Diagnostic Orchestrator). Los resultados fueron tan sorprendentes como incómodos: el sistema diagnosticó correctamente el 85.5% de los casos más complejos; los médicos humanos, apenas el 20%.

Evidentemente, ningún médico, por brillante que sea, puede abarcar toda la complejidad que encierran los casos más desafiantes publicados en la prensa científica. La propia estructura de la medicina obliga a elegir entre generalidad o especialización. Los médicos generales dominan un amplio espectro de enfermedades y pacientes; los especialistas profundizan en un órgano, un sistema o una patología concreta. La inteligencia artificial, en cambio, no enfrenta esa limitación. No elige entre conocer “mucho de todo” o conocerlo todo de “una sola cosa”: combina ambas dimensiones. Eso ha permitido el desarrollo de un modelo que, por primera vez, exhibe una capacidad de razonamiento clínico que, en múltiples niveles, analiza una cantidad de variables que ningún ser humano podría procesar al mismo tiempo. Esa ventaja, más que cualquier destreza técnica aislada, empieza a ubicarla un paso por delante del conocimiento médico individual.

La técnica avanza con la velocidad de lo inevitable. La medicina dejará de ser un acto episódico –ir al médico cuando algo duele o te sientas mal– y se convertirá en un sistema de vigilancia continua, silenciosa, incrustada en la vida cotidiana. Gracias al aprendizaje automático, los sistemas inteligentes ya no solo procesarán datos: los aprenderán. Con acceso en tiempo real a nuestros síntomas, historial clínico, secuencias genéticas, hábitos y variables ambientales, la inteligencia artificial no solo diagnosticará enfermedades, las anticipará.

Pulseras inteligentes, sensores cutáneos, dispositivos implantables: la infraestructura que está por desplegarse será monumental. Los cuerpos estarán conectados de forma permanente a redes de monitoreo que emitirán alertas ante la más mínima desviación. Un sistema inteligente detectará una arritmia antes de que el corazón falle, advertirá de un tumor antes de que sea visible, sugerirá cambios en la dieta o la rutina cuando los biomarcadores se alejen del umbral de lo óptimo. La medicina dejará de esperar a los síntomas; los síntomas dejarán de ser la primera señal.

Con ello, la “medicina de precisión”, ese ideal largamente prometido y hasta ahora inalcanzable, se convertirá en el nuevo estándar. Los tratamientos dejarán de ser generales; cada diagnóstico será una solución personalizada, diseñada para el cuerpo, la genética y la biología de un individuo específico. La calidad de vida de los pacientes mejorará, y con ello, la expectativa de vida de millones de personas crecerá como nunca antes en la historia.

Esta transformación asombrosa nos obliga a cuestionar hasta dónde podremos –y también, hasta dónde deberemos– extender los límites de la vida. Si la inteligencia artificial, los datos biométricos y la medicina de precisión logran, como prometen, aumentar de forma sostenida la expectativa de vida, la siguiente pregunta es inevitable: ¿hasta dónde se puede estirar esa liga antes de que se rompa? ¿Y cuántos realmente podrán permitirse hacerlo?

La revolución tecnológica que hoy promete alargar la vida y anticipar las enfermedades no escapa a esa vieja lógica: la innovación llega primero, la equidad –si llega– lo hace después. ¿Será este salto el primer paso hacia un acceso más universal a la salud, donde el diagnóstico temprano y la prevención de alta precisión dejen de ser un privilegio y se conviertan en un derecho? ¿O solo profundizará la brecha entre quienes podrán pagar por monitoreo constante, sistemas personalizados y tratamientos de vanguardia, y quienes seguirán condenados a un sistema saturado, reactivo e insuficiente?

La humanidad lleva siglos soñando con prolongar la vida. Hoy ese sueño está en manos de la inteligencia artificial, los datos biomédicos y la biotecnología. La cuestión central ya no es solo cuánto más podremos vivir, sino en qué condiciones, a qué precio y para quiénes. ¿Será esta medicina del futuro un instrumento de acceso universal a la salud y la longevidad, o se convertirá en un lujo exclusivo, que solo amplíe la brecha entre quienes pueden costear tratamientos avanzados y quienes seguirán excluidos? ¿Estamos construyendo una herramienta que cerrará la brecha entre quienes pueden acceder a los avances médicos y quienes quedan fuera, o una tecnología que la hará aún más profunda? Como advirtió Martin Luther King Jr., “de todas las formas de desigualdad, la injusticia en el acceso a la salud es la más impactante y la más inhumana”. La superinteligencia médica promete salvar vidas. ¿Las de quiénes? ~

El autor es fundador de News Sensei, un brief diario con todo lo que necesitas para empezar tu día. Engloba inteligencia geopolítica, trends bursátiles y futurología. ¡Suscríbete gratis aquí!


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