Albert Einstein, viajero del cosmos

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A lo largo de este año se ha celebrado en muchas partes del mundo la publicación de los tres artículos que, con el paso del tiempo, llegarían a revolucionar la física y la filosofía. Ludwig Wittgenstein reconocía que antes de que apareciesen las ideas de Einstein había algunas preguntas metafísicas que responder; después de él, sólo quedaron preguntas físicas. Desde las implicaciones religiosas más profundas hasta la producción de aparatos electrónicos, pasando por el espionaje al que fue sometido por el fbi debido a su afiliación al comunismo entre 1937 y 1954, la fundación del estado de Israel y la creación de un fenómeno mediático, su propia leyenda, la obra del profesor alemán nacionalizado suizo lo tocó todo con su encanto.
     En la novela El Quijote, otro icono de nuestra civilización que recordamos este mismo año, Cervantes también utiliza el encanto como recurso para perpetuarse. El autor es sólo un medio para contar la historia de otro (de un tal Cide Hamete Benengeli) y los personajes utilizan el encanto para diferir la realidad. Por su parte, sus panegiristas desean convencernos de que somos “quijotescos” y de que hay algo “quijotesco” en el ambiente. Para algunos esta obra literaria es una bandera, para otros es un sitio de encuentro. Asimismo, la obra científica de Einstein está sufriendo un proceso de actualización, lo cual implica que la sociedad deberá pasar también por una especie de “einsteinización”.
     Al menos eso es lo que han tratado de hacer los cientos de autores y comentaristas, especializados y no, que se volcaron los últimos meses a revisar la obra de Cervantes y de Einstein, quienes, dicho sea de paso, comparten un sesgo macabro. Cervantes perdió un brazo en la batalla de Lepanto, mientras que el cerebro de Einstein ha sido diseccionado para su estudio. Ambos fueron maquillados por los periodistas hacendosos, venerados por la turba alegre, burlados por los fanáticos de los blogs (diarios colectivos por internet), ubicados por los críticos más astutos. Incluso fueron comparados entre sí por algún estudioso despistado. La idolatría es una piel que los medios, la alta cultura y la cultura popular no podemos ocultar. Pero las pieles se mezclan y
     cambian de tonalidad en respuesta al entorno en el que vivimos.
     Se dice que cuando Einstein y Charles Chaplin se encontraron en 1931, durante el estreno en Hollywood de la película Luces de la ciudad, el actor le dijo al ya famoso sabio, “¿no le parece curioso que a mí me aplaudan porque me entienden, mientras que a usted le aplauden porque no le entienden?”. Algo similar sucede con las obras de Cervantes y de Einstein: todo el mundo habla de ellas pero pocos las han leído. Son obras que por su antigüedad y complejidad sólo las pueden comprender los iniciados, de manera que otros tienen que traducirlas para el lego. Y hay de todo: versiones para niños, versiones para adultos, obras de teatro, parodias callejeras, comedias musicales, guías rápidas, manuales de uso y comprensión, estampas y camisetas, tarjetas postales y dvds.
     Entre estos casos, singulares de por sí, hay más coincidencias. Tanto la novela de Cervantes como la obra de Einstein abordan el problema de la realidad y de sus fronteras con la ilusión; ambos muestran, uno a través de diálogos y personajes en su diario acontecer, y el otro mediante hipótesis y fórmulas, cuál es nuestro papel como observadores de una realidad que a menudo parece desafiar nuestra percepción; cómo intervenimos en el entorno real, cuyos confines son vastos, su mecánica es compleja y en el que sólo existe un límite de velocidad, el de la luz.
     No es que Cervantes intuyera las implicaciones del continuo espacio-tiempo que descubrió Einstein, aunque sí están en la misma línea histórica de pensamiento: el escritor del siglo XVII y el físico del siglo XX eran partidarios de tendencias estéticas que promueven la conexión de asuntos aparentemente ajenos; al enfrentarse a la escritura y a la verbalización de sus pensamientos e intuiciones, ambos estaban obsesionados por la generalización de ideas, cuyo fin principal es conseguir una frase, una ecuación bella. La necesaria y contundente demostración de una realidad profundamente humana, contradictoria, ríspida, escéptica, burlona, heroica, inevitable, que está contenida en la novela de Cervantes y en la obra de Einstein no tienen paralelo, pues ambas son fundacionales.
     En lugar de apegarse al lema de “la vida es sueño”, Cervantes nos hace comprender que en la realidad todos oscilamos, algunos más pronunciadamente que otros, entre la ilusión y la experiencia vivida; entre lo que deseamos encontrar en nuestro futuro y lo que nos depara el destino marcado por todo lo que hicimos y dejamos de hacer, como un espejismo perverso. Algunas implicaciones de las ideas que Einstein publicó en 1905 también nos indican que el cosmos, como el realismo de el Quijote, no es sutil sino malicioso.
     Por ello, desde hace tiempo la Agencia Europea del Espacio vigila objetos masivos, como los asteroides, que pudieran acercarse en forma peligrosa a la Tierra. Ahora ha bautizado un proyecto científico suyo con el nombre de Don Quijote, cuya misión es la de enfrentar estos gigantes del espacio. La misión enviaría dos naves, una llamada Sancho y otra Hidalgo, a un asteroide previamente localizado. Sancho iría por una ruta más corta e indagaría durante unos siete meses las características de dicha masa sideral, la cual quizá también aporte otros datos sobre la naturaleza del cosmos. Una vez hecho esto, Sancho observaría desde lejos la nave Hidalgo encaminarse a enorme velocidad, como le hubiese gustado al caballero manchego, para impactar el asteroide y romperlo en pedazos, desfaciendo cualquier entuerto que un monstruo de esa magnitud sin duda provocaría al chocar con nuestro planeta.
     La leyenda del profesor distraído e irreverente también ha llegado a los confines del universo. Como muchas otras señales enviadas al espacio, la fotografía de Einstein sacando la lengua viaja en busca de nuevos espectadores. Además, hace poco se lanzó el proyecto Einstein@home, similar a las bases de datos del ya afamado Seti@home, cuyo objeto es rastrear señales de seres inteligentes fuera de la Tierra, las cuales aún no han llegado a nosotros. El nuevo proyecto consiste en reclutar voluntarios que abran sus ordenadores personales para usar su capacidad de cálculo. ¿Con qué fin?
     Entre las muchas consecuencias derivadas de la cosmología fundada por Einstein entre 1905 y 1925 se encuentra la idea de que elementos inimaginablemente masivos del cosmos, como los agujeros negros, o bien cataclismos como las explosiones de supernovas, producen pliegues en el espacio-tiempo que pueden desplazarse en forma de ondas. Así como el impacto de una piedra provoca ondas concéntricas en el agua, sin olvidar que la naturaleza de dichas ondas depende del tamaño de la piedra, los científicos creen que las ondas gravitacionales predichas por Einstein contienen información de los fenómenos que las causan.
     Para probarlo se ha puesto en marcha este proyecto Einstein@home. Así que mientras sus dueños no los utilizan, los aparatos pueden permanecer encendidos, conectados mediante un salvapantallas gratuito a una red informática. En dicha red se acumula la memoria de los miles de máquinas conectadas para procesar datos recibidos desde dos satélites, LIGO y GEO, y con ellos observar la evolución de algunos púlsares (astros supermasivos, en rotación y estables que, según Einstein, deben emitir ondas gravitacionales). No existe ordenador en el mundo capaz de registrar, procesar y calcular las enormes cantidades de datos que estos satélites envían, pero la unión de todos los ordenadores conectados por sus dueños en una especie de supraorganismo cibernético puede suplir esta carencia.
     Los homenajes y esta exégesis híbrida, un tanto iconoclasta, no son nuevos. Ya en 1940, el sabio mexicano Alfonso Reyes ensayaba felices digresiones sobre Einstein y las matemáticas implícitas en el sistema poético de Góngora. Impresionado por el carisma de aquél, había escrito en 1923 “Einstein en Madrid”. De manera que desde siempre Reyes se interesó y se apasionó por las ideas del científico. En nuestros días, esta misma clase de digresiones han producido una bella novela, Sueños de Einstein, de Alan Lightman.
     ¿Cuál es la causa de esta fascinación? Las ideas que nos encantan, y que lo seguirán haciendo por mucho tiempo más, vieron la luz entre marzo y diciembre de 1905, cuando Einstein publicó en revistas especializadas tres artículos alrededor de algunas paradojas y contradicciones entre la teoría y lo que indicaban los experimentos en determinados fenómenos físicos.
     Desde principios del siglo xix, John Dalton había establecido la existencia del átomo, intuido por Demócrito dos mil años antes, pero a fines de ese siglo nadie sabía realmente cómo era ni qué había en su interior. Muchos científicos dudaban no sólo de su existencia sino incluso de las moléculas. Einstein elaboró entonces un procedimiento matemático para expresar el movimiento total de un sistema en función de las leyes del azar, como sucede precisamente entre las moléculas. Los experimentos comprobaron que estaba en lo cierto.
     Asimismo, la cosmología, un asunto humano tan antiguo como la literatura misma, no había sido abordada mediante un verdadero programa científico hasta que la obra de Einstein se comprobó en la realidad. En 1917, el estudio del universo, sus orígenes y su destino, estaba en pañales, pues incluso entre los astrónomos la creencia generalizada era que con la Vía Láctea se acababa el cosmos; fuera de ella todo era “espacio vacío”. Se pensaba, pues, en un sistema en reposo absoluto.
     Si bien había quienes diferían, no fue sino hasta que, en 1929, las observaciones de Edwin Hubble convencieron al público de que había otras “islas universales” más allá de nuestra galaxia y de que el universo se hallaba en expansión. Aquel año de 1917 Albert Einstein publicó sus “Consideraciones cosmológicas sobre la teoría de la relatividad general”, retomando el trabajo especial que había publicado en 1905. Dos años más tarde, en 1919, se hizo famoso al confirmarse sus predicciones sobre la geometría del espacio-tiempo (algunas de ellas a su pesar) y el comportamiento de la luz. Vivimos en un mundo de superficies tridimensionales tejidas por una cuarta dimensión, el tiempo.
     Entre los efectos relativistas se encuentra la contracción del tiempo, la cual no fue detectada hasta que se contó con instrumentos más precisos para medirlo. Así, el sistema de localización global, que determina la posición de un vehículo sobre la superficie terrestre midiendo el tiempo que tarda una señal de radio en viajar de un satélite a un emisor, requiere de una precisión de unos cuantos nano-segundos para establecer esa distancia, por lo que los constructores tienen que tomar en cuenta dichos efectos.
     Otro fenómeno que hizo famoso a Einstein, y al que hoy en día se le siguen encontrando aplicaciones, es el efecto fotoeléctrico. Los rayos láser, las nuevas pantallas planas de diodos electroluminosos o led, y las cámaras de fotografía digitales, son algunas de tales aplicaciones. Se sabía que al incidir cierto tipo de luz en una superficie metálica, algunos de los electrones confinados en ese metal le eran literalmente arrancados, pero no se sabía por qué. Einstein propuso, en lugar de ondas electromagnéticas, diminutos paquetes de energía, a los que luego se les llamó cuantos de luz. No sólo explicó con precisión cómo se lleva a cabo este fenómeno, sino que dio pie al resurgimiento de las ideas de Max Planck y a la fundación de otra importante herramienta de la física del siglo xx, la mecánica cuántica. Por este descubrimiento recibió en 1921 el Premio Nobel. –

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escritor y divulgador científico. Su libro más reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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