Foto: Tayfun Salci/ZUMA Wire

DesinformaciĆ³n y pandemia

El periodismo profesional debe brindar una alternativa a la desinformaciĆ³n y ayudar a desenmascarar las falsedades. Pero tambiĆ©n deberĆ­a proporcionar mecanismos reales de reparaciĆ³n y circulaciĆ³n de informaciĆ³n mĆ”s exacta y verdadera, en los casos en que contribuye a divulgar falsedades.
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El pasado 1 de mayo, a travĆ©s de Imagen TelevisiĆ³n, se transmitiĆ³ una entrevista a la cantante y actriz venezolana MarĆ­a Conchita Alonso, a quien el conductor de la emisiĆ³n le permitiĆ³, sin mayores cuestionamientos ni datos de contraste, afirmar que la covid-19 fue creada ā€œpor un grupito de Ć©liteā€ del cual forman parte Bill Gates y George Soros, cuyo plan es ā€œdesaparecernosā€ para, de esa manera, combatir la sobrepoblaciĆ³n mundial.

Aunque admitiĆ³ que desde marzo de 2020 se mantiene lejos de los espacios noticiosos que informan del tema, la entrevistada asegurĆ³ que hay un grupo de mĆ©dicos y cientĆ­ficos a nivel internacional que conocen ā€œla verdadā€, pero a los cuales se tiene silenciados, al tiempo que minimizĆ³ el impacto de la enfermedad (a la que calificĆ³ como un gran negocio) al referir que solo ha muerto menos del 1% de los enfermos.

El cuadro quedĆ³ completo cuando la actriz se declarĆ³ antivacunas, pues explicĆ³ que ha visto videos de personas que han tenido secuelas tras inocularse, asĆ­ como de familiares de individuos que murieron luego de ser inyectados. ExpresĆ³ sus dudas de que una vacuna pueda desarrollarse en menos de un aƱo, pero, en cambio, manifestĆ³ su completa seguridad de que la cura contra el cĆ”ncer y el sida existen, pero han sido ocultadas.

Los poco mĆ”s de seis minutos en los que la venezolana daba rienda suelta a su teorĆ­a conspiracionista han sido mutilados de la versiĆ³n que la televisora subiĆ³ a su canal de YouTube, pues la plataforma penaliza, como parte de sus polĆ­ticas, la difusiĆ³n de informaciĆ³n mĆ©dica errĆ³nea que contradiga el consenso cientĆ­fico y las recomendaciones de las autoridades sanitarias en todo el mundo, asĆ­ como las de la OrganizaciĆ³n Mundial de la Salud (OMS).

Estas medidas son similares a las implementadas por Facebook, que, para evitar la difusiĆ³n de informaciĆ³n errĆ³nea y contenido daƱino en su plataforma, ha recurrido a un equipo de verificadores de contenido que contribuye a limitar la distribuciĆ³n de informaciĆ³n falsa o aƱade etiquetas de advertencia y notificaciones para las personas que acceden a ese material o intentan compartirlo. Twitter, a su vez, coloca desde hace varios meses alertas debajo de tweets con informaciĆ³n cuestionada o engaƱosa y pide a los usuarios eliminar tweets con afirmaciones falsas, sin sustento o que impliquen la negaciĆ³n de datos cientĆ­ficos sobre la covid-19.

La OMS ha advertido de una ā€œsobreabundancia de informaciĆ³nā€ que hace difĆ­cil que la gente encuentre fuentes e informaciĆ³n confiables, lo cual implica el constante contacto con historias falsas sobre la enfermedad, supuestos tratamientos que no estĆ”n cientĆ­ficamente probados, asĆ­ como datos errĆ³neos sobre el desarrollo, la efectividad y los aspectos adversos de las vacunas.

Y si bien gran parte de la responsabilidad de desmentir informaciĆ³n errĆ³nea relativa a la pandemia recae en las autoridades, a fin de equipar a los ciudadanos con la informaciĆ³n que necesitan para proteger su salud y la de sus comunidades, la Alta Comisionada de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, Michelle Bachelet tambiĆ©n ha advertido que las medidas en ese sentido deben ser compatibles con el respeto a la libertad de expresiĆ³n, ya que ā€œes importante contrarrestar la desinformaciĆ³n, pero cuando se impide el libre intercambio de ideas e informaciones, no solo se violan derechos, sino que tambiĆ©n se socava la confianza pĆŗblicaā€.

Representantes de diversos organismos internacionales comparten la preocupaciĆ³n de que la informaciĆ³n falsa sobre la pandemia pueda ocasionar daƱos en materia de salud pĆŗblica, pero creen que los gobiernos y las empresas de comunicaciĆ³n deben responder a ello ofreciendo informaciĆ³n contrastada, en forma de mensajes pĆŗblicos muy claros, transmitiendo anuncios de servicio pĆŗblico a travĆ©s de anuncios de salud del gobierno.

La OMS ha enfatizado que el mensaje correcto, en el momento correcto, de parte del mensajero correcto y a travĆ©s del medio correcto puede salvar vidas. Por consiguiente, la desinformaciĆ³n o los mensajes entreverados pueden costar vidas. De ahĆ­ la gravedad de que un medio transmita sin los debidos contrapesos afirmaciones no sustentadas de una figura pĆŗblica en medio de una crisis sanitaria.

Como advierte la UNESCO (1 y 2), los agentes estatales no deberĆ­an realizar, promover ni difundir declaraciones que razonablemente deberĆ­an saber que son falsas, o que demuestran una indiferencia temeraria por la informaciĆ³n verificable. Las empresas privadas de comunicaciĆ³n tampoco, pero sus modelos econĆ³micos, diseƱados para capturar y mantener la atenciĆ³n de los espectadores, los han hecho susceptibles a la desinformaciĆ³n, incluso en sus anuncios publicitarios, desdeƱando un principio fundamental que postula que poner cerco a la desinformaciĆ³n depende de la posibilidad de reforzar el pensamiento crĆ­tico de los ciudadanos y de aumentar la disponibilidad de informaciĆ³n comprobada (y no disminuirla).

El periodismo profesional, del que se espera la publicaciĆ³n de datos comprobados y de opiniones informadas, debe brindar a las personas una alternativa a la desinformaciĆ³n y ayudar a desenmascarar las falsedades. Pero tambiĆ©n deberĆ­a proporcionarle a las audiencias mecanismos reales de reparaciĆ³n y recirculaciĆ³n de la informaciĆ³n mĆ”s exacta y verdadera.

Para casos como el expuesto al inicio, es claro que en MĆ©xico falta por desarrollar defensorĆ­as de las audiencias sĆ³lidas que, mediante la valoraciĆ³n de las afectaciones a los derechos del pĆŗblico por la informaciĆ³n o las opiniones publicadas o difundidas, contribuyan a mejorar la calidad y rigurosidad de la informaciĆ³n que se emite.

Como explica Alan Sunderland, director editorial de la Australian Broadcasting Corporation, es necesario tener un conjunto transparente y claro de estĆ”ndares editoriales y demostrar que realmente nos preocupamos por esos estĆ”ndares y nos hacemos responsables. No se trata de limitar derechos como la libertad de expresiĆ³n con el fin de proteger la salud pĆŗblica, pero sĆ­ de asumir decisiones editoriales en la ediciĆ³n de un programa, ponderar si el interĆ©s pĆŗblico por una declaraciĆ³n frĆ­vola supera el riesgo de daƱo, y no simplemente mostrar una silenciosa adhesiĆ³n a informaciĆ³n verificablemente falsa o engaƱosa.

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Periodista. Autor de Los voceros del fin del mundo (Libros de la Araucaria).


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