Encuentros cercanos de algĂșn tipo con Stephen Hawking

Un encuentro con un provocador de intelectuales y un ilusionista de masas, alguien que hace aparecer al mĂĄs imaginativo de los teĂłricos un aburrido y convencional pensador.
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Cada vez que el célebre cosmólogo abre la boca, la comunidad científica tiembla. Y a mí me hace recordar los días de 1993 en que me empeñé en hablar con él. Me instalaba en la esquina de Silver y Trumptington, en el centro de Cambridge, dado que por ahí pasaba Hawking todos los días rumbo al Instituto de Matemåticas, y esperaba en vano. A veces hacía rondines en bicicleta y lo mismo, solo podía verlo pasar. Bajo una rutina exasperante, dos mujeres lo transportaban en su silla de ruedas como si fueran cancerberos e impedían que cualquier mortal se acercara al profesor.

Entonces un dĂ­a sucediĂł algo mĂĄs. En el instante en que Ă©l y sus mujeres aparecĂ­an por la calle que va hacia King´s College y yo me lanzaba decidido a interceptarlos, un automĂłvil conducido por un energĂșmeno surgiĂł de la nada y estuvo a punto de hacer chuza con todos, las guardianas, el cosmĂłlogo y yo. Por fortuna nadie saliĂł raspado y cada quien siguiĂł su camino. Al dĂ­a siguiente fui al laboratorio de cĂłmputo de la universidad temprano por la mañana, desde donde le mandĂ© una nota por el hilo cibernĂ©tico recordĂĄndole el incidente y pidiĂ©ndole una entrevista. No sĂ© si porque comprendiĂł que, mortales o no, Ă­bamos a ser compañeros del viaje sin retorno o porque estaba de buen humor, el hecho es que atendiĂł mi correo. “No me disgustarĂ­a charlar con usted”, decĂ­a en su respuesta, “pero podrĂ­a tomarnos varias semanas”, remataba con ironĂ­a. En efecto, en aquellos años el software que le permitĂ­a comunicarse con el mundo exterior era mĂĄs complicado y lento. Aun asĂ­, se tomĂł la molestia de responder a una media docena de preguntas sobre cosmologĂ­a, fĂ­sica de las partĂ­culas elementales y su relaciĂłn con las partĂ­culas cĂłsmicas, asĂ­ como sobre el tema por el que se hizo famoso: los hoyos negros.

TambiĂ©n quise saber sobre su propia condiciĂłn cibernĂ©tica, quĂ© sentĂ­a un ser humano cuya doble suerte, la de conservarse en una isla de lucidez rodeada de parĂĄlisis, dolor y silencio, y la de haber vivido en una Ă©poca en la que existe la tecnologĂ­a para robotizar su cuerpo inerte, le habĂ­a permitido realizar su sueño. “No es algo que yo haya elegido”, me contestĂł, “ademĂĄs, no necesito mucho de las palabras, yo hablo con ecuaciones”. Por eso no me extraña que, a propĂłsito de la renovaciĂłn del software de su lado cibernĂ©tico, Stephen Hawking haya afirmado en una entrevista reciente de la BBC que la IA (Inteligencia Artificial) va a acabar con todos nosotros al cabo del tiempo.

Pero Ă©l es asĂ­, un provocador de intelectuales y un ilusionista de masas, alguien que hace aparecer al mĂĄs imaginativo de los teĂłricos un aburrido y convencional pensador, como sucediĂł durante su famosa disputa con el matemĂĄtico Roger Penrose. Mientras que las ideas de este Ășltimo han languidecido, luego de su extravagante y errĂłnea teorĂ­a sobre el surgimiento de la conciencia humana en una especie de epifanĂ­a cuĂĄntica en nuestros cerebros, las de Hawking perduran. De acuerdo al astrofĂ­sico Julien Lesgourgues, quien escribiĂł CLASS, un cĂłdigo computarizado que utilizan los cosmĂłlogos para simular la evoluciĂłn del universo, y quien colabora en el telescopio Max Planck de la Agencia Espacial Europea, gracias a las recientes observaciones a travĂ©s de este y otros dispositivos espaciales, como el Chandra, de la NASA, estĂĄ por comprobarse que en el centro de cada galaxia, al menos de la nuestra, hay un hoyo negro, sĂșper masivo, cuya actividad es crucial para la evoluciĂłn de las estructuras galĂĄcticas.

Regresando a la polĂ©mica por la IA, vale la pena decir que se trata de un cĂ­rculo entre animales, mĂĄquinas y humanos, y su dilema radica en que se vuelve virtuoso o se convierte en uno monstruoso. Pero la relaciĂłn es muy antigua e inevitable. En las casas de los jerarcas chinos, los ruiseñores mecĂĄnicos rivalizaban con los naturales, habĂ­a sirvientes “casi” humanos que servĂ­an vino y dragones “automĂĄticos” formaban parte del espectĂĄculo principal en dĂ­as de fiesta.

Asimismo, en la Grecia antigua las voces secretas de los orĂĄculos de Delfos surgĂ­an mediante un mecanismo eĂłlico. En Siracusa, ArquĂ­medes inventĂł la polea doble, el tornillo sin fin para elevar agua de nivel, la catapulta y un sistema de espejos que reflejaban y aumentaban la potencia de los rayos solares a fin de quemar las naves enemigas.

Los tratados de Herón de Alejandría muestran descripciones de autómatas siguiendo el principio de imitación de la naturaleza o biomímesis. Es decir, si los seres humanos estamos a sometidos a leyes físicas que impone la naturaleza, sus émulos mecånicos deben seguir los mismos principios físicos. En dichos tratados se habla de diversos mecanismos animados por vapor de agua, el flujo de un líquido o simple gravedad, como la muchacha autómata que acerca su hidra a una jícara. Homero no olvida mencionar en su Ilíada una clase de ingenios autónomos creados por Hefesto, el dios griego del fuego y señor de los herreros. Estos autómatas mantenían vivo el fuego para que el dios forjara a su antojo. Hoy en día se ha visto por lo menos a una persona caminando por las calles de Londres con un tubo sensor conectado directamente a la altura de su cerebelo, de manera que puede experimentar los colores de un edificio como sabores, o bien las tonalidades de una planta florida como distintos aromas.

Stephen Hawking es incendiario y sagaz. Hace algunos años apostĂł cien dĂłlares con un colega por que jamĂĄs se descubrirĂ­a el bosĂłn de Higgs. Y cuando el 14 de julio de 2012 se anunciĂł su apariciĂłn en los detectores del Gran Colisionador de Hadrones (LHC), lo lamentĂł pues eso querĂ­a decir que la fĂ­sica de altas energĂ­as habrĂ­a de entrar en un periodo de absoluto aburrimiento. Su mente enfebrecida comenzĂł a elucubrar escenarios en los que una partĂ­cula intermediaria como dicho bosĂłn provoca fluctuaciones cuĂĄnticas capaces de crear una especie de burbuja “vacĂ­a”, la cual se expande a travĂ©s del espacio y se chupa el universo. Lo peor de todo es que la probabilidad existe, si bien remota, pues varios miles de millones de oportunidades nos separan de semejante escenario. Pero es factible.

 

 

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escritor y divulgador cientĂ­fico. Su libro mĂĄs reciente es Nuevas ventanas al cosmos (loqueleo, 2020).


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