La razรณn principal de la simpatรญa que nos inspira James Bond es que nunca es viejo, รบnica de sus proezas al alcance de aquellos espectadores de vida sana y salud recia incapaces sin embargo de volar por los aires, ser inmunes a la ametralladora y lograr infaliblemente cualquier presa amorosa. Esa condiciรณn, mantenerse eternamente en una madurez lozana y calistรฉnica, ha requerido como es natural reparaciones fotogrรกficas (en el caso del duradero y talludo Sean Connery), y recambios, no todos del mismo calibre. El รบltimo, el excelente actor Daniel Craig, lleva ya cuatro “jamesbonds”, y si bien en las dos primeras, Casino Royale y Quantum of Solace, lo encontrรฉ demasiado austero y un tanto shakespeariano para el papel de playboy, ahora soy un convencido de su idoneidad; se ha amoldado al carรกcter del agente, y el hecho de que le cueste tanto sonreรญr conviene al perfil de un hombre que lleva mรกs de cincuenta aรฑos viviendo –en distintos cuerpos– una vida interior hecha de soledad, tragos largos, coitos cortos y trepidaciรณn abundante.
No voy a decir que he visto las veintisรฉis entregas de la serie, aunque lo cierto es que he visto casi todas, incluso las que interpretaba un actor tan insufrible como Roger Moore, que a punto estuvo de acabar con el aura carismรกtica del 007. En mi memoria, que es un lugar propenso a los romances nostรกlgicos y enaltecedores, siguen radiantes las tres primeras: Agente 007 contra el doctor No, con la venusina salida del mar de Ursula Andress en plan de ninfa acuรกtica, Desde Rusia con amor, con la mayor perversa imaginable, la gran Lotte Lenya, y Goldfinger, asociada por siempre a la canciรณn memorable de John Barry cantada por Shirley Bassey. Las ha habido tambiรฉn francamente malas, no dirรฉ nombres, pero las dos รบltimas, dirigidas por Sam Mendes, han elevado el nivel, siendo sin duda, como relatos fรญlmicos, las mejores.
Hemos hablado de las personificaciones de Bond. Tan importantes como ellas son las de sus rivales, es decir, los villanos, siempre con mรกs peso especรญfico (esto es acorde con la misoginia rampante que marca las novelas originales de Ian Fleming, y por รฉl a su personaje) que las “chicas Bond”, por lo general intercambiables y casi prescindibles en las tramas, dejando aparte, claro, a la avispada Moneypenny que creรณ y mantuvo estupendamente durante aรฑos Lois Maxwell. En la galerรญa de asesinos indeseables hay figuras de gran relieve, en una demostraciรณn brillante del principio, propiciado por Eurรญpides y sustanciado genialmente por Marlowe (el isabelino Christopher, no Philip el sabueso), de que la maldad exquisita y elocuente es un requisito de las mejores historias de odio. El primero en aparecer en la pantalla como dirigente de la siniestra organizaciรณn criminal Spectre fue Joseph Wiseman, el doctor Julius No de Agente 007 contra el doctor No, con sus ojos rasgados y sus camisas de cuello Mao. Donald Pleasance le confiriรณ en Solo se vive dos veces a su Ernst Stavro Blofeld, personaje tan prominente en Spectre, los mofletes rotundos, la calva total, anterior a la moda de los rapados, y la cicatriz que le cruzaba la cara, haciendo mรกs temibles sus ojos de acero. La muerte aparatosa en una montaรฑa del maligno prรญncipe afgano interpretado por Louis Jourdan se hacรญa, por el contrario, de esperar desde que este melifluo exgalรกn se dejaba ver.
Pero Mendes creรณ, con la colaboraciรณn inspiradรญsima de Javier Bardem, el mรกs formidable contratipo de James Bond, el ciberterrorista Raoul Silva de Skyfall, sibilino, procaz, untuoso, y aterrador como nadie en la gran escena dialogada con Bond, en la que el gรฉnero del espionaje se transmuta en aporรญa transgรฉnero. Christoph Waltz es un grandรญsimo actor, no siendo culpa suya por tanto que su Franz Oberhausser de Spectre, con poco papel, quede descolorido. Brillan, por el contrario, las otras dos incorporaciones aportadas por Mendes en Skyfall, el delicado y algo neurรณtico asistente q de Ben Whishaw, y Ralph Fiennes, que hereda el cargo de jefe del servicio de espionaje, antes inolvidablemente encarnado por Judi Dench. Fiennes no la hace olvidar, pero si sigue interpretรกndolo se harรก inolvidable รฉl mismo.
Es difรญcil seรฑalar los momentos cumbres de Spectre, que estรก casi constantemente, desde el portentoso arranque mexicano, en lo alto del relato (aunque hay que lamentar el fallo de algo que la serie ha cuidado siempre, los tรญtulos pregenรฉricos; acompaรฑados por una canciรณn que no es nada del otro mundo, “The Writing Is on the Wall”, la danza del fuego y las coreografรญas y medio veladas resultan de un vulgaridad rayana en lo hortera). Despuรฉs de Mรฉxico, vienen Londres, Parรญs, los Alpes austriacos, y una Roma fulgurante de oscuras callejuelas y la basรญlica de San Pedro como mole amenazante, en la que me atrevo a decir que es la mejor persecuciรณn automovilรญstica de las innumerables habidas en la trayectoria de 007. No falta el orientalismo, que se ha hecho, y no solo por el acuciante espรญritu del tiempo, un leitmotiv de la saga bondiana. Aquรญ Marruecos queda muy vistoso, en Tรกnger, en los desiertos del sur, y en esa recreaciรณn (bellรญsimo decorado) de la sede futurista de Spectre donde Bond y la joven Madeleine son encerrados, entre el meteorito fundacional y la oficina siniestra que podrรญa ser la de un banco mundial del mal tecnificado.
Los finales de Bond siempre han de quedar abiertos por necesidades de continuidad, pero Mendes y sus guionistas cierran Spectre con una exuberancia espectacular. La central londinense del mi6, que efectivamente fue demolida, sufre aquรญ una aparatosa destrucciรณn, mientras que la noria gigante junto al Tรกmesis rivaliza con los helicรณpteros, aparato que nunca ha faltado en la serie, como icono o tรณtem. La danza macabra del helicรณptero entre el puente y la torre del Big Ben llega a adquirir una resonancia autoparรณdica que casa bien con el espรญritu de esta gloriosa epopeya fรญlmica, uno de los ejemplos en la historia del cine (no es el รบnico) en que las pelรญculas mejoran la base literaria que les dio origen. ~
Vicente Molina Foix es escritor. Su libro
mรกs reciente es 'El tercer siglo. 20 aรฑos de
cine contemporรกneo' (Cรกtedra, 2021).