De inicio hay un desconcierto. En el recuadro negro de la pantalla de cine no hay nada y sin embargo la imagen se dilata en ese vacío, insiste en él como si representara la ausencia. Algo falta o ha desaparecido. Luego, la imagen visual, todavía en negro, se intercambia con la imagen sonora de receptores de radio en los que hablan voces que aluden a una operación policial. Disparos, pero solo auditivos, y entonces la pantalla cambia, pasa del negro a un blanco violento. Finalmente algo figurativo, un hipopótamo animado.
Parte de la competencia internacional del FICUNAM, Pepe (2024), del dominicano Nelson Carlo de los Santos Arias –ganador del Oso de Plata, el premio de mejor dirección en la Berlinale–, aborda la vida de uno de los hipopótamos que el narcotraficante Pablo Escobar importó a Colombia desde África. Importar es, en este caso, un eufemismo. El negocio de sacar animales de su hábitat, específicamente animales salvajes, es una operación internacional que implica transporte, fronteras y personas encargadas de hacer maniobras ilícitas y riesgosas. En el cine reciente se ha visto, por ejemplo, el negocio de la cacería en África como divertimento. Como buen austriaco que desgarra sin piedad a los suyos, Ulrich Seidl hizo en Safari (2016) un documental perturbador sobre la esclavitud y el colonialismo con look de jet set que se disfraza de turismo. La fascinación europea por la excursión en África es vieja. Flaubert escribió en 1850 una carta desde Egipto en la que decía: “en cuanto a los cocodrilos, son más comunes en el Nilo que los sábalos en el Sena. A veces les disparamos, pero siempre desde demasiado lejos. Para matarlos hay que darles en la cabeza, y hay que acercarse mucho para poder exterminar alguno de esos odiosos monstruos (tienen buen oído y se alejan lentamente). ¡Qué hermosa idea la del monstruo! ¡El animal cruel solo por el placer de ser cruel!”.
Decía Sergio Pitol que del mundo animal –en realidad, canino– visto por la literatura destacaba Flush (1933). Las descripciones de Virginia Woolf sobre el cocker spaniel –raza originaria de Inglaterra que, entre otras cosas, levantaban las aves a los cazadores– de la señorita Elizabeth Barrett, su ama, aluden a la capacidad sensorial del perro, sobre todo a su sentido del tacto y el olfato. Las almohadillas de sus patas y la nariz son imprescindibles en su recorrido por Florencia. ¿Realmente podemos acercarnos a sentir el mundo como los animales?
Como un fantasma, esa pregunta ronda el filme de De Los Santos. Su apuesta no es un reportaje al estilo de National Geographic. Se trata de una mixtura muy elaborada con fuentes documentales, ficción, técnicas y urdimbres propias del cine experimental e incluso la recuperación de Pepe Pótamo, la caricatura de Hanna Barbera con un hipopótamo de color color púrpura que tiene características humanas.
El director conoció la historia del mamífero que mataron en 2009 en el río Magdalena por el artista visual colombiano Camilo Restrepo, que aparece a la cabeza de los agradecimientos en los créditos del filme. Restrepo tiene una serie de imágenes creadas con inteligencia artificial, The Hippo incident, en la que un hipopótamo es impactado por una explosión en un río. Ahora, varios artistas contemporáneos trabajan con el tema de la crítica del colonialismo ideológico que bordea la película del dominicano. Hasta hace unos días se pudo ver en el Museo Universitario del Chopo, en el marco de la muestra El fin de lo maravilloso, la instalación “La fatiga del buen vecino” (2023). A través de figuras de fieltro, peluches y dibujos, la pieza de Wendy Cabrera Rubio explora la relación de países latinoamericanos con Disney y recuerda las películas encargadas por Nelson Rockefeller para mostrar la amistad de ciertos países con Estados Unidos durante la Segunda Guerra Mundial. La artista mexicana retoma, entre otros, a los animales de Los tres caballeros (1944) para hablar de la despolitización de los imaginarios. Con José Carioca, el loro que representa a Brasil, y Pancho Pistolas, el gallo mexicano con sombrero de charro y revolver al estilo del cine mexicano de los años treinta y cuarenta, la película analiza la creación de personajes y narrativas que toman como punto de partida la conversión antropomorfa de los animales.
El Pepe de la película de De Los Santos habla en alemán. Su voz siempre está en off. Al principio parece una decisión arbitraria, incluso cómica. Resulta que la operación militar que busca al hipopótamo la lidera un alemán. Este dice, por supuesto, lo que ya apuntaba Flaubert: hay que darle en la cabeza y no en otro lado para matarlo. Así que Pepe lo interpela directamente en su propia lengua. También se expresa en español. El director filma las rugosidades en la piel de los de su especie, sus colmillos fantásticos, los sonidos graves y retumbantes que emiten para comunicarse. Desde arriba parecen troncos gigantes en el agua, de cerca dan ganas de acariciarlos e incluso de ser uno de esos traviesos pájaros que se posan en sus mastodónticos cuerpos.
A la mitad de la película, que siempre insiste en la imagen en negro, se tiene la sensación de que retratar la historia del desgraciado hipopótamo es una empresa fallida. Pareciera que el mismo realizador lo sabe y también que, como sus pares literarios y fílmicos, se ve en la necesidad de recurrir a otros para que a través de ellos el espectador logre acercarse a Pepe. Así que la película cuenta la historia de Cocorico, uno de los muchachos encargados de transportar al mamífero por el campo en una camioneta destartalada. Cocorico y su amigo ignoran lo que llevan en el infame contenedor, solo saben que es un animal que se los puede comer, como les han dicho. También aparece la historia cómica de un matrimonio de la provincia colombiana que cruza el río Magdalena –donde incluso tiene lugar un concurso de belleza para elegir a la chica más guapa de la región– que pelea por las mentiras del marido. La última de ellas es que se encontró en el río con un animal de dimensiones indescriptibles mientras pescaba. La mujer no le cree. Le dice que es otra de sus historias absurdas y justificación de sus ausencias. Ocurren muchas cosas desde la llegada de Pepe hasta que se convierte en el mito de un animal peligroso que atemoriza a la población.
Hay una revelación en la película que propone al cine como una forma propia de pensamiento: “Mi historia solo pudo contarse cuando la contaron ellos”. La estructura del filme y la insistencia de la pantalla en negro, que simboliza la consciencia de Pepe o quizá su fantasma, sugiere que algo está vedado a los ojos humanos. Se imagina la sensibilidad animal, pero no somos capaces de entenderla del todo, su misterio se impone. Sobre todo, el enigma se quiere desentrañar cuando, como dice Pepe, la historia animal tiene que ver con nosotros y en nuestros propios términos. No es deshumanización, sino falta de interés y de respeto a otras formas de vida. Si ahora se habla de la inteligencia del agua y se cree –como enuncia la creadora Magali Lara en su obra– que la intuición es una forma de inteligencia, también hay que considerar lo que plantea Nelson Carlo de Los Santos Arias sobre la incapacidad de acercarnos a la animalidad y que tristemente solo se ensaya cuando es conveniente.~
es periodista cultural, crítico de cine y traductor literario.