Desde el éxito de Seven, su segunda película después del fracaso de Alien 3, David Fincher se estableció como el rey del cine gélido. Sus mejores cintas –Fight Club, Zodiac, la propia Seven– son historias sobre derrotas incontrovertibles. Sus personajes son idealistas enfrentados a la sinrazón de la violencia; hombres que abrazan o son consumidos por la anarquía; gente de valores aparentemente sólidos que acaban claudicando frente al impulso de sus instintos violentos más básicos y primitivos. Como narrador, Fincher es prácticamente incapaz del optimismo, y cualquier intento por traicionar su tesitura artística culmina en cintas que se sienten plásticas, hipócritas. Ahí está el caso de The curious case of Benjamin Button, una historia de amor sin tapujos, escrita por Eric Roth con miel en vez de tinta. Que el resultado final no funcione es culpa de Fincher. Pocas veces en el cine moderno actual ha habido parejas más disparejas que la mancuerna que hizo con Roth (guionista de ese estandarte de la cursilería noventera que es Forrest Gump): la sensibilidad burda del guión –el amor imposible entre un hombre que crece en reversa y una bailarina indolente– se ve sofocada debajo de la parquedad del ojo Fincheriano. La película no conmueve porque su director no sabe cómo hacerlo.
No tiene nada de malo –ni es algo fuera de lo común– que un director sea incapaz de visitar ciertos géneros. Scorsese probablemente no podría dirigir una comedia a la Judd Apatow. El problema es la necesidad hollywoodense de exigir talentos multifacéticos, de negar el ojo del autor. A Fincher no le quedan las historias románticas, ni las comedias. Le quedan, eso sí, los estudios críticos de la civilización y sus males: el capitalismo rampante, los objetos y el dinero como disfraz, las pulsiones sanguinarias apenas contenidas dentro del caparazón del status quo. Es por eso que celebro que su próxima película, The social network, a estrenarse dentro de un mes en Estados Unidos, trate sobre la creación de Facebook, y los subsecuentes líos en los que Mark Zuckerberg, el geniecillo detrás del sitio, se vio envuelto para proteger a su incipiente megafortuna.
En papel la mezcla debe de sonar extraña. ¿Qué hace Fincher, el hombre que ha dedicado dos películas a asesinos seriales, un director obsesionado con la violencia, hablando sobre un sitio de internet? Para convencernos basta el trailer de la cinta. El primer teaser pecó de avaricia: en un intento por darnos poco acabó por no darnos nada. Sin embargo, el trailer es otra cosa: dos minutos que comprimen el tono y la trama de manera elocuente. Las imágenes están acompañadas por una versión en coro de “Creep”, ese himno que escribiera Thom Yorke para todos aquellos fracasados que lo único que quieren es pertenecer. En este caso sabemos a quién se refiere: Zuckerberg, el creador de Facebook, interpretado por Jesse Eisenberg, entra en escena como un tipo que en busca de atención y dinero crea un sitio para que la gente encuentre a sus amigos vía la web (es decir: que encuentren lo que él parece no tener). Sin caer en lo melodramático –como tantos otros trailers– el promocional de The social network delinea una trama que parece quedarle como anillo al dedo a su director: el despegue económico y social de un hombre contrapunteado con su inexorable declive moral. Es Michael Douglas en The Game sin ánimo redentor; es el Narrador de Fight Club sin la válvula de escape de la violencia: el hombre aferrado a lo superficial y lo inerte. En la historia de Zuckerberg escrita por Aaron Sorkin (el más cerebral de los guionistas norteamericanos), ¿habrá encontrado Fincher al matrimonio perfecto entre una historia y su propia, fría pero incisiva, sensibilidad? El trailer nos da razones de sobra para ser optimistas al respecto.
-Román Cabeza
Profesor adjunto de Cinema Studies en la Universidad de Edmonton. Autor de Kinesis o no Kinesis: ¡Cinema Verité!