Black Mirror, farragosa y enamorada

La séptima temporada de la serie de Charlie Brooker tiene sus mejores momentos cuando explora las ansiedades que nos provoca la tecnología, aunque en otros repita ideas gastadas.
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Si algo me queda claro después de haber visto las 7 temporadas con sus 33 episodios, repartidos a lo largo de 14 años, es que las mejores piezas de la teleserie británica Black Mirror, creada por el prolífico guionista Charlie Brooker, son aquellas que están más íntimamente ligadas al sentido primigenio de su propuesta argumental: la exploración de las ansiedades contemporáneas que nos provocan todos los chunches que usamos –y que nos usan– en este bravo nuevo mundo hipertecnologizado en el que vivimos. Por supuesto, este es el sentido mismo de la ciencia ficción distópica: advertirnos no de los peligros de un hipotético futuro, sino del futuro que ya podemos avizorar en el presente.

Por dar un solo ejemplo: en “Be right back” (2013), primer episodio de la segunda temporada, vemos a una mujer “recupera” al novio que perdió en un accidente automovilístico, primero, a través de un servicio que le brinda la oportunidad de conversar con un chatbot de inteligencia artificial que simula ser su antiguo prometido, para después, recibir el servicio completo, la presencia y compañía, de cuerpo entero, de un androide idéntico a su novio.

Este episodio, estrenado hace ya más de una década, se ha convertido en una realidad, como lo ha mostrado el documental Eternal you (Block y Riesewieck, 2024), pues ya en este momento, en Estados Unidos, hay compañías que ofrecen el servicio de chatear con tus seres queridos fallecidos, sea a través de un chatbot idéntico al que aparece en “Be right back”, sea para hablar “directamente” con ellos a partir de una aplicación de inteligencia artificial que imita a la perfección la voz de la persona que ha muerto. Por supuesto, todavía no existe la posibilidad de convivir con un androide, como en el citado capítulo, pero Eternal you nos muestra que una compañía de Corea del Sur ya ofrece la oportunidad de interactuar con tu familiar fallecido a través de cierta tecnología de punta que simula la presencia de esa persona, como sucede en este documental aún inédito en México, en el que una madre que vio morir a su niñita, se gasta todo el dinero que tiene para poder jugar con ella, aunque sea en un ficticio mundo virtual.

Uno de los mejores episodios de la nueva temporada de Black Mirror, “Common People”, tiene un sentido muy similar al presentado en “Be right back”, solo que en un tono mucho más oscuro. Mike (Chris O’Dowd) y Amanda (Rashida Jones) son la gente común del título, una pareja de clase media sin hijos y que vive al día –ella es maestra de escuela, él obrero en alguna fábrica. Es un matrimonio feliz y bien avenido que empieza a venirse abajo cuando Amanda sufre una crisis debida a un tumor cerebral no diagnosticado. El único camino para salvarla aparece cuando la representante de una compañía tecnológica le ofrece a Mike la oportunidad de probar su servicio: la extirpación del tumor y la regeneración del cerebro, que terminará conectado a una central computacional. Los costos son altos y para mantener viva a su esposa Mike tiene que trabajar el doble; luego el triple, cuando Amanda se ve obligada a dejar su trabajo, una vez que la maléfica compañía de marras la empieza a usar como vulgar vehículo publicitario: sin que ella se dé cuenta, Amanda recita anuncios comerciales cuando está dando clases, cuando está sentada en la cocina y hasta en pleno coito con su marido. Por supuesto, la única forma de tener una “membresía sin comerciales” en la que, además, Amanda pueda viajar fuera del perímetro restringido al que está condenada, es pagar grandes cantidades de dinero que Mike no puede ganar con su modesto trabajo.

El argumento original, escrito por el propio creador Charlie Brooker en colaboración con Bisha K. Ali, no solo satiriza la típica voracidad capitalista, con esa compañía que va subiendo los precios caprichosamente, ofreciendo “beneficios” que poco antes eran parte del servicio normal –imposible no pensar en Netflix con sus arbitrarios cambios de niveles en el que ofrecen el streaming con mejor calidad, sin comerciales, en más de un hogar, etcétera. Pero más allá de la pertinente crítica al constante abuso del consumidor, el perturbador elemento distópico que propone este episodio ya está, como en el caso de “Be right back”, presente entre nosotros.

En You need this (Lough, 2025), estrenado en el festival de cine documental CPH: DOX 2025, se muestra cómo ya se empezó a usar el estudio de los sueños para implantar deseos consumistas mientras dormimos. Por supuesto, todavía no nos disociamos a tal grado que  interrumpimos una conversación para recomendar las mejores marcas de condón o algún servicio de consejería cristiana, pero el hecho es que,  como lo señalan dos de los científicos del sueño entrevistados en ese filme, Bob Stickgold y Adam Haar-Horowitz, varias compañías (ellos mencionan a la cerveza Coors) ya empezaron a hacer pruebas para ver de qué manera se pueden colocar, en los sueños, el deseo de consumo. Puede ser que falte mucho para que nuestro cerebro pueda conectarse con una computadora que nos haga recitar algún anuncio publicitario, pero es evidente que el escenario distópico presentado en “Common people” está cada vez más cerca. De alguna manera, acaso ya estamos inmersos en él.

En cuanto a los demás episodios de esta nueva temporada, con otra notable excepción, hay poco qué decir: “Bête Noire” y “Plaything” no son más que un par de episodios menores –el primero, francamente mediocre– que podrían haber salido de La dimensión desconocida (1959-1964), mientras que “Hotel Reverie” es, cuando mucho, una simple curiosidad: una blanda reelaboración de la obra maestra alleniana La rosa púrpura del Cairo (1985), donde una actriz hollywoodense entra al mundo cinematográfico de un clásico romántico tipo Casablanca (Curtiz, 1942). Woody Allen no solamente lo hizo primero sino, además, muchísimo mejor. En cuanto al último episodio, “USS Callister: into infinity”, estamos ante una farragosa secuela del primer episodio de la cuarta temporada, “USS Callister” (2017), que ya de por sí era una irritante parodia del universo de la teleserie Viaje a las estrellas.

Otra excepción en esta nueva temporada merece, al igual que “Common people”, ser colocada entre lo mejor que ha escrito y producido Charlie Brooker en Black Mirror. Me refiero al quinto episodio, “Eulogy”, donde Paul Giamatti interpreta a Philip, un tipo solitario que un día recibe la llamada de una compañía fúnebre que le avisa que una conocida, una tal Carol, acaba de morir. Como él fue cercano a ella hace años, está invitado a participar en su elogio fúnebre. Philip alega que realmente no se acuerda de Carol, pero esto no es ningún problema: la misma compañía le ofrece el servicio de conectarse a una aplicación en la que, con solo ver unas cuantas fotos, es posible recuperar todos esos recuerdos dizque borrados.

“Eulogy” tiene poco qué ver con la reflexión distópica de las nuevas tecnologías. De hecho, tiene poco que ver con la tecnología en sí: Brooker y su coguionista Ella Road usan el pretexto de ese futurista servicio de “memoria inmersiva” para entregarnos un retrato genuinamente conmovedor de un pobre diablo que empieza a explorar su vida pasada, descubriendo, poco a poco, que la historia que se ha contado a sí mismo es, por decir lo menos, inexacta.

Giamatti encarna con tal convicción el patetismo romántico de su personaje que, a ratos, me hizo recordar el legendario monólogo lloroso de Eduardo Arozamena en Enamorada (Fernández, 1946) y, la verdad, no se me ocurre un mejor elogio –una mejor apología, vaya– que esta comparación. Solo por ver a Giamatti desprenderse, poco a poco, de varias décadas de rencores y resentimientos existenciales, ha valido la pena el regreso de Black Mirror. ~


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