Una de las fórmulas más populares del cine de ciencia ficción, desde los albores del género, a partir de la obra maestra incompleta e insuperable Metrópolis(Lang, 1927), es la del futuro amenazante, ese devastador escenario distópico en el que el planeta se ha ido a pique debido a nuestra inevitable hibris, esa desmesura que nos lleva a traspasar todos los límites para destruir todo a nuestro alrededor, sea a nosotros mismos como especie (El planeta de los simios, Schaffner, 1969), sean los resortes básicos que nos unen como sociedad (La naranja mecánica, Kubrick, 1971), sean los ecosistemas que sostienen nuestra existencia (Cuando el destino nos alcance, Fleischer, 1973).
A diferencia de ese cine distópico social y global, reflejos de los turbulentos años sesenta y setenta de la Guerra fría, Vietnam y las rebeliones estudiantiles, el cine distópico del nuevo siglo ha preferido presentarnos pesadillas más íntimas, siguiendo el camino trazado por otra obra maestra adelantada a su tiempo y clave en el género, Blade Runner (Scott, 1982), en la que la crítica social se transformaba, más bien, en una reflexión existencialista sobre la conciencia, la identidad y lo que significa ser un ser humano en un mundo hipertecnologizado.
Este es el tema central de Black Mirror, la popular serie televisiva estrenada en el 2011, en la que su creador, Charlie Brooker, ha privilegiado escenarios distópicos concentrados en el individuo y su relación con la tecnología. De alguna manera, el éxito de esta teleserie –cuya dispareja séptima temporada se estrenó hace unos meses– marcó la tendencia del cine distópico del siglo XXI, protagonizado por seres alienados, solitarios, esclavizados por cada chunche que llevamos en la mano, por cada pantalla que observamos y nos observa. La obra maestra cinematográfica de este ciclo de filmes distópicos llegó, por cierto, acaso demasiado pronto: la torcida cinta romántica Ella (Jonze, 2013), con Joaquin Phoenix enamorado –¿quién no lo estaría?– de una asistente virtual con la voz de Scarlett Johansson.
A esta misma tendencia pertenecen dos cintas distópicas realizadas por un par de cineastas debutantes, las dos ya disponibles en sus respectivas plataformas. Me refiero a Compañera perfecta (Companion, E.U., 2025), ópera prima de Drew Hancock, disponible para su descarga digital en Apple TV, y La evaluación (The assessment, E.U.-Alemania-Reino Unido, 2024), también debut como directora de la videoclipera francesa Fleur Fortune, disponible en Amazon Prime Video. Las dos películas, en mayor o en menor medida, siguen la dirección ya señalada: el futuro es ominoso, sin necesidad de otear en el horizonte global. La distopía está en el hogar, en el interior de la familia, en la pareja con la que uno ha elegido vivir.
Este es la premisa de la que parte Compañía perfecta, cuyo guion derivativo pero habilidoso escribió el mismo Drew Hancock. Iris (la ascendente jovencita Sophie Thatcher) es una guapa veinteañera que está acompañando a su buenazo novio treintón Josh (Jack Quaid) a pasar un fin de semana en una extravagante mansión de la que es dueño un oleaginoso magnate ruso (Rupert Friend, irreconocible), a su vez novio de Kat (Megan Suri), una amiga de toda la vida de Josh.
Copiando de los mejores, en concreto del memorable íncipit fílmico de El ocaso de una vida (Wilder, 1950), la voz en off confesional de Iris nos anuncia en el primer minuto del filme que ese fin de semana del que vamos a ser testigos cambió por completo su existencia, pues fue cuando ella tuvo que matar a su adorado novio Josh, del que estaba profundamente enamorada. El hecho de que sepamos de antemano lo que va a suceder no echa a perder la historia, sino todo lo contrario: el espectador sabe qué esperar, pero no sabe de qué manera.
La siguiente vuelta de tuerca no lo es tanto si uno ha puesto atención al flashback inicial en el que vemos cómo Iris y Josh se conocieron, y menos aun si se ve el afiche con el que está anunciada la película: es evidente que una mujer tan linda en todo el sentido del ñoñísimo término, tan obsesivamente preocupada por no molestar a su novio, tan estresada por causar la mejor impresión posible a los amigos de él, no puede ser normal. O, mejor dicho, no puede ser natural. Y, en efecto, la “compañera perfecta” es un androide que, además, en la mejor tradición cinematográfica y literaria, no sabe que lo es.
No diré lo que sucede cuando ella lo descubre. Baste señalar que esta cinta, que se mueve entre la comedia de enredos, el horror gore y la ciencia ficción distópica –una suerte de versión sanguinolenta de la ya mencionada Ella– sí llega a sorprender, pero no tanto por su historia, sino por el calculado desparpajo de su ejecución. Hacia el desenlace, como ya sucedía en el inolvidable final de Blade Runner, cuando el replicante a punto de morir tiene la oportunidad de decir no solo la última palabra, sino uno de los mejores monólogos de la historia del cine, la Iris de la señorita Thatcher ha descubierto no solamente todas las posibilidades de la libertad –en el contexto del filme, el “autocontrol”– sino que está preparada para todo lo que siga. Si los seres humanos somos capaces de crear muñecos para que nos amen, hemos creado seres que, inevitablemente, tienen la posibilidad de amarse a sí mismos. Es decir, de tener dignidad.
En contraste, en La evaluación, la directora Fleur Fortune –con una amplia experiencia en la publicidad y en los videos musicales– nos presenta una sociedad ubicada en un futuro en el que se ha abolido cualquier posibilidad de rebelión. U nuevo bravo mundo en el que los privilegiados viven aislados en unos domos que los protegen de la contaminación que ha asolado al resto del planeta. Se supone que es un mundo feliz, sin enfermedades ni envejecimiento, pero también sin reproducción, pues en esta sociedad ideal los recursos son muy escasos y el nacimiento de cada nuevo ser tiene que ser aprobado por las orwellianas autoridades.
Mia y Aaryan (Elizabeth Olsen e Himesh Patel) están seguros de que pasarán la evaluación del título y que el Estado les permitirá tener un hijo, pues los dos son ciudadanos importantes: ella es una investigadora botánica de primer nivel y él trabaja en la creación de mascotas artificiales, pues a estas alturas del juego distópico ya no hay peces, pericos, gatos ni perritos naturales que nos ladren de verdad. De esta manera, los nerviosos futuros padres reciben a Virginia (Alicia Vikander, sensacional), la formal y seria burócrata que pasará una semana entera con ellos para decidir si están listos para criar a una nueva personita.
Dividida en siete capítulos –uno por cada día de la semana, más un epílogo– La evaluación se mueve entre la solemnidad dramática de su propuesta argumental –el mundo impecable pero estéril creado por la directora Fortune, bien apoyada por su diseñador de producción Jan Houllevigue– y la desconcertante comedia surreal en la que se transforma la película, inesperadamente pero para bien. A partir del segundo día de la susodicha “evaluación”, la rígida y estricta Virginia se transforma en una niña ingobernable y berrinchuda que demanda todo tipo de atención de sus presuntos padres, para luego, al siguiente día de la semana, cambiar otra vez de piel y convertirse en un provocador objeto del deseo casi pasoliniano tanto para Mia como para Aaryan. Nunca ha sido tan difícil educarse para ser padre, para ser madre.
Estos dos meritorios debuts cinematográficos comparten las mismas fortalezas y debilidades. Tanto Hancock como Fortune se presentan como cineastas que tienen muy claro lo que quieren decir a través de sus respectivas puestas en imágenes, impecables en la forma, dinámicas en su progresión narrativa, aunque en los dos casos se parta de premisas bastante derivativas y hasta previsible. Sí, puede ser que en algunos momentos parezca que estamos viendo un par de episodios extendidos de Black Mirror. Si así fuera, serían dos magníficos episodios. ~