El ABC de Agatha Christie

La serie The ABC murders logra revitalizar el universo criminal de Agatha Christie, uno de los más conocidos y reverenciados por los aficionados a la novela policial.
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Los números son apabullantes: escribió 66 novelas, 14 libros de cuentos, 16 obras teatrales y, por lo menos al momento de escribir estas líneas, se han producido 49 películas y más de un centenar de telefilmes y/o series de televisión basadas en sus historias. A casi un siglo de publicada su primera novela, The Misterious Affair at Styles (1920), sus libros han vendido más de dos mil millones de ejemplares. Para acabar pronto, solo la Biblia y William Shakespeare han sido más publicados.

Por supuesto, me refiero a la escritora británica Agatha Christie (1890-1976), la autora de novelas policiales más popular de la historia, creadora de dos de los personajes más emblemáticos del género: la sagaz anciana mitotera Miss Marple y el egocéntrico detective de grandes bigotes, el belga Hércules Poirot, de quien escribió más novelas, aunque la propia Christie lo consideraba “pesado” e “insufrible”.

En la infancia y primera adolescencia debí haber leído la mayoría de las novelas de Christie, primero a través de las inolvidables ediciones de bolsillo de las Selecciones de Biblioteca Oro de la Editorial Molino y, después, a través de una espléndida colección de pasta roja de Editorial Aguilar, la que me hizo descubrir a otros autores de la novela policial (en especial a Georges Simenon) y la que me llevaría, más temprano que tarde, a encontrarme con las cochambrosas páginas hard-boiled de Hammett, Cain, Chandler o McCoy. En otras palabras, le debo a la señora Christie mi afición a la literatura criminal, pero debo confesar que desde la adolescencia no volví a abrir una de sus novelas. Así es uno de ingrato.

Para ser francos, abandoné a Christie porque, si uno lee un puñado de sus libros, especialmente los protagonizados por Hércules Poirot, los ha leído todos: el descubrir la identidad del asesino se vuelve un juego familiar y previsible. Lo mismo sucede con las historias de Miss Marple, es cierto, pero, por lo menos, la doñita solterona es mucho más simpática que Poirot.

La clave para identificar al culpable en casi cualquier libro de Christie –hay sus excepciones: la notable Diez negritos (1939), acaso su mejor novela y la favorita de la propia escritora– es muy sencilla: quien se beneficia directa o indirectamente de la muerte de alguien, suele ser el asesino. Poirot suele reflexionar sobre “la naturaleza humana” y dictamina que cada vez que hay un comportamiento extraño en un hombre, el culpable debe ser una mujer (“Cherchez la femme”, le dice continuamente a su amigo/asistente, el capitán Hastings), pero la realidad es que a los educados aristócratas que pueblan las novelas de Christie solo les interesa el cochino dinero y están dispuestos a cualquier cosa (envenenar, degollar, estrangular, balear, acuchillar…) por una herencia, una propiedad, una cuenta en el banco, un boyante negocio. ¿Cherchez la femme?: no, más bien follow the money.

Esta regla no es la excepción en El misterio de la guía de ferrocarriles, novela publicada en 1936 con el título original de The ABC murders y que fue adaptada al cine en 1965 en tono de comedia (The alphabet murders, de Frank Tashlin); luego a la televisión, en el primer episodio de la cuarta temporada de la teleserie Poirot, protagonizada por David Suchet; y, ahora, de nuevo a la pantalla casera en The ABC murders (Reino Unido, 2018), miniserie británica de tres episodios disponible en Amazon Prime Video y protagonizada por John Malkovich en el papel del emblemático Hércules Poirot.

La elección del imponente Malkovich, de 1.83 metros de estatura, en el papel del bajito y gordo Poirot, que tiene cabeza en forma de huevo y bigotillo tieso y engominado, como lo describe el capitán Hastings en una de las novelas, no es la más importante libertad que se han tomado los creadores de esta teleserie con el legado de la señora Christie. Malkovich encarna a un Poirot medio retirado, menos pedante pero más brusco, que claramente ha vivido mejores épocas: sigue viviendo en Londres, en un pequeño y pulcro departamento, en donde tiene una vida de asceta. Duerme en una cama en la que apena cabe, suele rezar antes de dormir, asiste a misa cada semana, pero se niega, extrañamente, a comulgar. Es un Poirot cansado y solitario, sin Hastings a la vista; el viejo inspector Japp de Scotland Yard se ha retirado y hay un nuevo jefe policial, el impertinente Crome (Rupert Grint, fugado de su Ron Weasley de la saga de Harry Potter), que claramente ve al belga como una ridícula reliquia del pasado al que debe humillar.

Este Poirot, muy diferente en físico y en temperamento al personaje de la novela, es el primer riesgo que tomó la guionista Sarah Phelps –ya especializada en adaptar a Agatha Christie a la televisión, pues ha escrito varios acercamientos a su obra, como la meritoria And Then There Were None (2015), sobre la mencionada Diez negritos– y, por fortuna, no ha sido el único. Aunque la premisa detectivesca es básicamente la misma –un asesino serial le manda varias cartas a Poirot anunciándole que cometerá varios asesinatos siguiendo un orden alfabético–, la adaptadora Phelps y el realizador brasileño avecindado en Londres Alex Gabassi han cambiado radicalmente el contexto de la historia y el tono de la misma. El resultado es más que notable: de todas las adaptaciones que he visto de la obra de Agatha Christie en los últimos años, esta es la más rica en su propuesta temática y en su ejecución formal.

El Londres de 1933 que vemos en The ABC murders está infectado de xenofobia, como la Gran Bretaña del Brexit: por todas partes abundan anuncios que llaman a frenar “la marea de extranjeros”, gente común sale a la calle con distintivos antiinmigrantes en su ropa, hay desconfianza por doquier, y Poirot, que tiene 19 años viviendo en Londres como una celebridad detectivesca, nota por vez primera que ya no es bienvenido. La sociedad británica retratada por la pluma de Phelps es rapaz y egoísta, desprovista de la gracia, la elegancia y la educada hipocresía de los personajes de Christie, mientras que la puesta en imágenes de Gabassi –el montaje de cada asesinato y de cada escena del crimen– es tan escatológica como brutal. No sé, por ejemplo, qué pensaría la autora de ver cómo asesinan a alguien mientras está orinando, de tal forma que el cuerpo cae en un sucio charco de sangre y orines, pero estoy seguro que una escena así no podría haber cabido en ninguna historia escrita por Dame Agatha Christie.

Los hacedores de The ABC murders han logrado algo que parecía imposible: revitalizar el universo criminal de esta popularísima escritora, uno de los más conocidos y reverenciados por los aficionados a la novela policial, al adaptar una de sus historias más conocidas a un Londres de 1933 que se parece demasiado al de nuestro presente y mostrarnos a un Hércules Poirot que no solo demuestra tener una compleja vida interior –que nunca asoma en los libros, de hecho- sino un insólito pasado escondido que nos hace ver de otra manera todo su comportamiento.

Ignoro qué opinen otros fieles lectores de Agatha Christie, pero este Poirot que tal vez no corresponda mucho con el creado por la novelista británica –¡herejía!– tiene mucho sentido. Y hasta resulta más agradable. Un poquito nada más.

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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