Rain Dogs: una gozosa y vulgar bocanada de aire fresco

Con sus personajes marginados y su crítica a la sociedad británica post Brexit, la miniserie creada por Cash Carraway recuerda al cine de Ken Loach –si este fuera más ingenioso y provocador.
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En cierta escena clave del séptimo episodio de Rain Dogs (2023), miniserie británica de ocho capítulos disponible desde hace varias semanas en HBO Max, un personaje le dice a otro que creía que estaba “en una película de Ken Loach”. Se trata de una afirmación muy justa, por los personajes que aparecen a lo largo de la serie –todos ellos pobres, marginados y alienados– y, más aun, por la crítica directa y sin tapujos hacia la quebrada sociedad británica contemporánea, post-thatcherista, post Brexit. Sin embargo, en Rain Dogs no hay visos de militancia política abierta, su discurso argumental dista mucho de ser obvio y los personajes están pintados no en blanco y negro sino en una rica variedad de tonos grises. En otras palabras, la miniserie creada por la escritora, dramaturga y guionista Cash Carraway parece, a ratos, una película de Ken Loach, pero solo si el cine de Loach fuera más provocador, ingenioso, vulgar, escatológico y hasta más sexualmente promiscuo.

Todos estos adjetivos se le pueden colgar a la protagonista, una rotunda treintona que se hace llamar Costello Jones (la comediante Daisy May Cooper), que en el primer episodio de la serie es desalojada de su pequeño departamento londinense, así que tiene que salir a la calle con su hijita preadolescente Iris (la notable debutante Fleur Tashjian) y buscar la ayuda de su tóxico amigo Selby (Jack Farthing), un cínico junior gay que acaba de salir de pasar un año en la cárcel. Selby no es el padre de Iris, aunque eso parezca por el genuino interés que muestra por la niña, uno de los pocos rasgos nobles y desinteresados que tiene este otro treintón vividor sin oficio ni beneficio, que no puede acceder a la fortuna de su padre muerto porque su claridosa madre Allegra (Anna Chancellor, siempre bienvenida) no le suelta una sola libra.

He aquí, pues, el núcleo familiar de Rain Dogs: una ingobernable madre soltera y aprendiz de escritora que trabaja como estríper, un padre postizo depresivo presente o ausente a intervalos, y una madura niña de 10 años que lo único que desea es tener algo parecido a una vida normal. Este cuadro lo completan Gloria (la carsimática Ronke Adekoluejo), única amiga de Costello, que trabaja como maquillista de cadáveres en la funeraria de su papá, y Lenny (Adrian Edmonson), un anciano artista especializado en pintar vaginas, cual Gustave Courbet del siglo XXI, y al que Costello ayuda posando para él, limpiándole el cuchitril en el que vive y, de pasada, ¿por qué no?, masturbándolo, todo por el mismo precio.

Todo esto suena grotesco y a veces lo es. Pero también resulta genuinamente gracioso de principio a fin, por más que la Costello de Daisiy May Cooper esté muy lejos de ser la madre perfecta, que el Selby de Jack Farthing no sea una buena figura paterna, que la Gloria de Ronke Adekoluejo no sea la más madura de las tías disponibles y que el pervertido pintor de Adrian Edmonson no sea el abuelito con el que sueñe cualquier familia decente. Lo único que tienen son los unos a los otros, y a ellos mismos se aferran. De aquí proviene, sospecho, el título de la serie, “Rain Dogs”, que remite a una canción de Tom Waits (que nunca escuchamos, por cierto) que a su vez alude a los perros que salen de su casa y se pierden en el camino cuando llueve, porque son incapaces de oler sus propias huellas y regresar a su hogar. De alguna manera, Costello y Selby son unos “perros de lluvia” que desde el primer episodio están perdidos y buscan la posibilidad de, al menos, guarecerse del temporal.

Como guionista, Carraway alterna de manera magistral el humor y el drama, no solo en el mismo episodio sino hasta en la misma escena. El humor de Rain Dogs proviene, las más de las veces, del dolor que siente estos quebrados personajes al darse cuenta del laberinto en el que se encuentran extraviados. Sin victimismos dramáticos de ninguna especie, Costello y Selby merecen nuestra solidaridad, pero sin asomo de conmiseración melodramática. Es claro que muchas de las broncas que enfrentan se las buscaron ellos mismos, pero también que hay otros problemas que no son culpa de ellos. Vamos, es más fácil caer bajo la línea de la pobreza que salir de ella, por más que el depauperado Estado de bienestar británico todavía ofrezca algunas posibilidades de redención a sus ciudadanos.

Dirigida funcionalmente por los veteranos realizadores televisivos Richard Laxton y Jennifer Parrot, Rain Dogs aparece como una gozosa y vulgar bocanada de aire fresco: hacia el desenlace, sus personajes se han ganado nuestra simpatía precisamente porque nunca la solicitaron. Ni Costello ni Selby buscan lástima y son capaces de tomar las peores decisiones posibles, las más egoístas, las más crueles, las más autodestructivas, pero también las más humanas. “Es normal odiar a las personas que amas”, le dice lúcidamente Selby a Costello en algún momento. Y sí, en ese sentido, ellos dos son completamente normales. ~

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(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.


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