Cada mes, con la llegada de la luna llena, se lleva a cabo la Full Moon party: un evento icónico celebrado en la isla de Koh Phangan, Tailandia, que reúne a miles de turistas con el fin de divertirse, celebrar la vida y, por qué no, encontrar una epifanía que les permita escapar de la angustia de sus rutinarias vidas.
Si bien no hay una historia oficial al respecto, los orígenes de la Fiesta de la Luna Llena se remontan a mediados de la década de los ochenta, cuando un grupo de mochileros organizó en la playa de Haad Rin una celebración improvisada. La belleza natural, narran los recuentos publicados por las agencias que promocionan diversos paquetes turísticos para asistir a la celebración (1,500 a 3,600 dólares en condiciones de lujo moderado, avión incluido), ofrece un escenario ideal para disfrutar una noche de “magia, baile y conexión cósmica”. Al estilo de otras celebraciones paganas como Burning Man –que comenzaron espontáneamente como reuniones de tambores y fogatas–, la Fiesta de la Luna llena es hoy una lucrativa fiesta orgiástica con DJs, pintura fluorescente, drogas y barras improvisadas. La mercadotecnia alrededor del evento promete una experiencia espiritual, pero en el fondo, se sabe, el punto es ponerse hasta la madre y dejar atrás la realidad.
La Fiesta de la Luna Llena es uno de los escenarios centrales de la tercera temporada de The White Lotus, el programa creado y dirigido por Mike White, centrado en narrar las vicisitudes de diversos turistas privilegiados en una cadena ficticia de hoteles de lujo. Creada en 2021, sigue el formato de una serie antológica: salvo algunas excepciones, cada temporada presenta a un nuevo grupo de personajes en una locación paradisiaca distinta. La premisa, no obstante, se mantiene igual: sin mostrar las identidades de la víctima y el victimario, cada temporada inicia con la revelación de un asesinato, para luego retroceder en el tiempo y exponer cómo se desdoblaron las cosas. El capítulo final exhibe los pormenores del crimen y ata los cabos sueltos.
Como si fuera un reality show (White participó en la temporada 37 de Survivor, titulada Survivor: David vs. Goliath), parte del encanto radica en especular quién logrará salir vivo y en qué condiciones. Sin embargo, el verdadero placer adictivo de la serie gira en torno a la mala leche con la que White satiriza a sus personajes, divididos entre amos (los huéspedes) y sirvientes (los empleados del hotel). Los protagonistas de The White Lotus son caricaturas diseñadas para capturar las tensiones económicas y culturales de estos años polarizadores: la pareja insatisfecha, el adolescente en busca de sentido, el galán materialista, la quejica woke, el amigo envidioso, la privilegiada arrogante, el gerente servicial, la familia disfuncional, el baby boomer cínico, la sexoservidora ambiciosa, el gigolo estafador, el empleado con hambre de salir adelante. Las máscaras cambian de rostro, pero la constelación de arquetipos se mantiene constante. Lo mismo sucede con los temas: aunque el enfoque central cambia de temporada a temporada (colonialismo en la primera, deseo y sexo en la segunda, espiritualidad en la tercera), las obsesiones son recurrentes. La fotografía de Ben Kutchins (predominio de luz natural, colores cálidos e intensos, composiciones dinámicas) y la música pirada de Cristobal Tapia De Veer le inyectan ominosidad e hipnosis al bucle narrativo. La seducción se entremezcla con la pulsión de muerte. Sabemos de antemano que la fiesta terminará en tragedia, pero no podemos dejar de bailar.
El fin del mundo ya pasó
Tras nueve días de haber navegado a través de terribles tormentas, cuenta Homero en La Odisea, Ulises y sus hombres desembarcaron en una costa apacible y libre de complicaciones. Ahí se encontraron con los lotófagos –o comedores de frutos de loto–, quienes los colmaron de atenciones y alimentos. Una vez que probaron el loto, los soldados sucumbieron a un trance que los hizo olvidar todo deseo de regresar a casa. Embriagadas por el placer, las tropas solo querían consumir más loto. Perturbado. Ulises se vio forzado a amarrarlos a las naves para volver a casa.
Para los estadounidenses blancos y adinerados que se hospedan en los hoteles The White Lotus, el mundo ya se acabó. Su cultura ha perdido tracción, su riqueza carece de propósito y sus relaciones están contaminadas por la sospecha, el aburrimiento o la transacción. El regreso a casa es un sinsentido. ¿Cuáles son las alternativas para no pensar en el hogar? En esta tercera temporada, algunas opciones son:
La interminable calma inducida por el lorazepam, ese loto moderno, representada por el estado zombi de Timothy Ratliff (Jason Isaacs), el patriarca en problemas.
El budismo epidérmico de Piper (Sarah Catherine Hook), la virginal hija de los Ratliff que abandona su espiritualidad al percatarse de que los vegetales servidos en el monasterio budista son blandos e “inorgánicos”.
El acostón con un empleado del hotel, sea este un vividor o un nativo noble y amoroso.
O quizá la peor: el hedonismo machista representado por Saxon (Patrick Schwarzenegger), el primogénito de la familia Ratliff, quien sucumbe, no sin remordimientos posteriores, a un épico threesome con todo y chaqueta incestuosa incluida.
Sexo y transmutación
“Cualquiera que se muda a Tailandia busca o se esconde de algo”, dice Timothy en “Recentering”, el cuarto episodio de la serie. En efecto: Frank y Greg (Jon Gries), los dos personajes que se han mudado permanentemente a Tailandia, no solo huyen de su pasado, sino que desean convertirse en algo más.
Frank (Sam Rockwell, lúdico e hilarante) deja entrever que abandonó Estados Unidos porque escapaba de algo grave, posiblemente relacionado con Rick (Walton Goggins). Sin embargo, su elección de Tailandia no fue azarosa, ya que siempre le atrajeron las mujeres asiáticas. Al llegar al país, confiesa, se sintió como “un niño en una tienda de caramelos”. Con dinero y sin ataduras, relata que se embarcó en una vida desenfrenada de alcohol, drogas y encuentros sexuales. Tras “mil y una noches” de perversiones, donde descubre su deseo de transformarse en una asiática joven y hermosa, Frank alcanza un punto de saturación existencial que lo lleva a refugiarse en la sobriedad y el budismo.
La ironía: tras ayudar a Rick a encontrarse con el potentado que supuestamente mató a su padre (y quien, en un giro francamente telenovelero, termina siendo su verdadero progenitor), la euforia de la misión cumplida provoca que Frank caiga otra vez en el exceso. La última vez que lo vemos es en un templo budista, buscando de nueva cuenta la redención y la paz interior.
Nunca se aclara, por cierto, el oficio que juntó a Rick y Frank, pero es fácil imaginarlos como mercenarios en una vida pasada. Sin mayor esfuerzo, terminan siendo la dupla con más química de la tercera temporada.
Greg también busca asilo y redención en Tailandia. Greg (o Gary, como se hace llamar en esta temporada) se encuentra en el país para mantenerse fuera del radar de las autoridades internacionales, quienes lo identifican como persona de interés en la muerte de su esposa Tanya (Jennifer Coolidge), fallecida de forma accidental en la temporada dos tras librarse de “los gays” que intentaban asesinarla en complicidad con su marido. El arco narrativo de Greg, el único personaje que ha aparecido en las tres temporadas, es el más oscuro de la serie: de hombre aparentemente romántico en la primera, a conspirador codicioso en la segunda, y ahora como calculador perverso en la tercera. La transmutación de Greg está aparejada con la perversión voyeurista. Como revela su nueva novia Chloe, la otrora dama de compañía aburrida de sufrir vejetes en yates, a Greg le gusta observarla mientras coge con otros hombres. El guiño de aprobación tras observar cómo su esposa recluta a un mancebo para enfrascarse en un nuevo affaire voyeurístico lo dice todo: Greg se ha transformado en uno de los depredadores más felices del planeta.
Altas y bajas
A diferencia de las temporadas pasadas, donde todas las veredas de la historia se entrecruzaban con una fluidez admirable, la tercera temporada adolece de una sobrecarga narrativa que le resta sorpresa a la resolución final. El desenlace de Chelsea (Aimee Lou Wood) y Rick está ejecutado de manera predecible y poco emotiva, como si White estuviera más preocupado en honrar el ideario de la tragedia clásica (“la venganza te llevará a destruir lo que más quieres”) que en respetar la lógica de la situación (¿Rick, probable exmercenario, nunca sopesó si era seguro regresar al hotel del potentado ofendido (Scott Glenn), uno de los hombres más peligrosos de Tailandia?). Ojalá Chelsea haya aceptado su destino como la expresión última del amor fati. Las tragedias, tenía razón, suelen darse en ternas.
Por otro lado, la emancipación violenta de Gaitok (Tayme Thapthimthong), el pusilánime guardia de seguridad que recobra su hombría al dispararle por la espalda a Rick, estaba telegrafiada desde los primeros episodios. Toda la subtrama de Gaitok, de hecho, resulta aburrida y exasperante. De lejos, el personaje más simplón en la historia de The White Lotus. Algo similar sucede con el autofrustrado asesinato colectivo de los Ratliff. Vimos a Timothy imaginar tantas veces el homicidio que, una vez llegado el momento, la posibilidad perdió toda potencia dramática. La falsa muerte de Lochlan, el “complaciente entre narcisistas”, resultó aún más inverosímil. La selección de la piña colada como brebaje mortal no fue la más afortunada, aunque el asunto generó tal cantidad de memes que resulta fácil visualizar un redimensionamiento de la bebida como el coctel más popular del próximo verano. ¡Enhorabuena!
Más allá de estos desatinos, el último episodio consiguió conectar dos notas memorables. La primera es la secuencia del desayuno donde Piper se acepta frente a sus padres como la niña rica y consentida que en realidad es. The White Lotus ha sido generosa en producir personajes desparpajados que terminan siendo parte del folklore global. La primera temporada introdujo a Armond (Murray Bartlett), el resentido administrador de The White Lotus Hawai que fallece literalmente a causa de una cagada, y a Tanya (Jenniffer Coolidge), la multimillonaria cuyo comportamiento errático y teatral termina llevándola a su muerte. La segunda temporada nos dio a Valentina (Sabrina Impacciatore), la estricta gerente de The White Lotus Sicilia en simpática lucha con sus reprimidos deseos lésbicos, y a Lucia (Simona Tabasco), la carismática trabajadora sexual que estafa con éxito a Albie (Adam DiMarco) haciéndole creer que necesita dinero para escapar de un supuesto proxeneta.
Ahora, la tercera temporada nos presenta a Victoria (Parker Posey), la matriarca de los Ratliff. Sureña y prejuiciosa, adicta a las pastillas y el alcohol, engañosamente desconectada del caos que se avecina, Victoria es uno de los estereotipos más divertidos que la televisión ha creado para burlarse de la burguesía blanca que supuestamente controla Estados Unidos; el famoso uno por ciento que, como ella misma confiesa, preferiría morir antes que vivir sin abundancia. Posey se da vuelo con el personaje. Si bien la vis cómica con la que enfatiza el acento sureño cuando alarga palabras como “buddhism” y “tsunami” la han convertido en un fenómeno viral, la complejidad de la interpretación habita en los matices graves que emanan de su toxicidad. Las palabras que le dice a su hija para ayudarla a renunciar al sueño budista son francamente aterradoras:
Nadie en la historia del mundo ha vivido mejor que nosotros, ni siquiera los antiguos reyes y reinas. Lo mínimo que podemos hacer es disfrutarlo. Si no lo hacemos… es una ofensa para los miles de millones de personas que solo pueden soñar con vivir como nosotros.
A Piper no le queda otra opción más que abrazar su privilegio.
La otra nota alta es la reconciliación del trío de amigas conformado por Laurie (Carrie Coon), Jaclyn (Michelle Monaghan) y Kate (Leslie Bibb). Tras todas las tensiones, cotilleos y resentimientos que se desenredan a lo largo de la temporada, la expectativa era que la olla exprés explotara por todo lo alto. White decide sorprender y entrega, a través de Laurie, un monólogo donde reivindica las amistades que, pese a todo, logran perduran a través de los años. La actuación de Coon es conmovedora. Realmente está feliz de estar en esa mesa. Nosotros también.
Tras haber logrado que Greg depositara cinco millones de dólares para asegurar su silencio, Belinda (Natasha Rothwell) cambia de perspectiva y abandona a Pornchai (Dom Hetrakul) y los sueños de montar juntos un spa. La traición hace referencia a la decepción sufrida por Belinda a causa de Tanya en la primera temporada. El dinero, ciertamente, lo cambia todo. La imagen de Belinda, como lo exhibe su mirada en el yate, es agridulce. Zion, en cambio, explota de alegría: ¡acaba de salir de la escuela y ya es millonario! No cuesta trabajo imaginarlo en la cuarta temporada de The White Lotus, gastándose el dinero de la madre en su nueva faceta de privilegiado tardío.
See no evil, hear no evil, speak no evil. ~