Lo de Laxe

Lo de Laxe en ‘Sirât’ es cine con todas las virtudes (originalidad, renovación) y también con todos los trucos.
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“…aunque ama y estima a su patria por juzgarla dignísima de todo cariño y aprecio, tiene por cosa muy accidental el haber nacido en esta parte del globo, o en sus antípodas, o en otra cualquiera.”

José Cadalso

Salimos a epifanía cinematográfica española por año en los últimos tiempos. Lo de Laxe se suma a lo de Serra y enarbola, queriendo o sin querer, a nuestros afrancesados. Quizá sea Francia quien iza la bandera de los artistas a los que estima y se nos escatima así su españolidad. No sé bien. Importa poco. Hace tiempo que no significa nada lo nacional, por más que las fuerzas forzudas se empeñen. Quizá ese esfuerzo explique que se les escapa de las manos. El supuesto cine español dejó de serlo y me temo que lo mismo le ocurre al francés y a los demás. Con más razón cuando nuestro país es Europa, esa utopía en marcha de la que somos actores, por más que haya quienes se vean menos que actores de reparto, directamente extras. El casting para la película europea que estamos rodando hace décadas lo hemos pasado todos los que nacimos (por casualidad) aquí (nunca nos elegirán tan fácilmente para un papel) y otros tantos que decidieron nacerse en las distintas formas que la Administración acepta. Europa es una patria. 

A lo mejor es cosa mía, pero para alguien nacido en los años setenta del siglo XX, Francia era el lugar desde el que recibíamos las más de las lecciones, sobre todo culturales, aunque también otras que viajaban desde lo culinario a lo sexual. Eso cambió. Ahora hay directores de cine como Laxe o Serra que nos dan lecciones como españoles afrancesados, una forma como otra cualquiera de ser europeos. El cine es una patria.

Lo de Laxe en Sirât es cine con todas las virtudes (originalidad, renovación) y también con todos los trucos. Nadie puede negar que la suya es también una película efectista, que nace con un enviable macguffin, tan bueno que uno duda incluso ahora, después de repensarlo, al escribirlo. ¿Es o no un macguffin el “motivo argumental que” en Sirât “hace avanzar la trama”? ¿Cuánto importa lo que buscan los protagonistas para encontrar después lo que encuentran? Responda usted. En cuanto al efectismo, respondo yo. A mi juicio, es el mismo que amolda una cinta de Marvel. En estas el efectismo funciona por acumulación, mientras que en Sirât funciona por el modo en que este se administra, funciona por sorpresa, pero no deja por ello de ser efectista: por algo es cine. Asimismo es efectista el reparto, del niño a los adultos, y la suerte que corre cada uno de ellos: por algo es cine.

La película es también la historia de un viaje, otro clásico fílmico, que es además el modo en que denominamos a la jornada o las jornadas en las que nos medicamos con drogas. Sirât es la historia del subidón y, sobre todo, la historia del bajón de la sustancias estupefacientes más tóxicas. La clave en toda farmacia es la relación entre la dosis y la sobredosis. Cuanto más tóxica sea la botica, más posibilidades hay de morir en el intento y más fuerte y severo es el bajón. De ahí la magia espectacular, cuasi divina, de los psicotrópicos, en particular de la LSD, de la que se dice que se metaboliza incluso antes de que te ponga: “sustancia medicamentosa” la llamó su padre adoptivo, Alfred Hoffman.

El lugar al que nos lleva Sirât, el sitio en el que nos pone, la emparenta con Tardes de soledad; lo de Laxe se parece, no obstante, a lo de Serra tanto como se distingue, en cualquiera de los sentidos. Si “envejecer, morir” era “el único argumento de la obra”, en el clásico de Gil de Biedma, nuestros cineastas lo han depurado y nos enseñan que el argumento es único: se trata simplemente de morir. Para ayudarnos a morir también sirve el cine, que es un modo que tienen las artes de ayudarnos a vivir. De lo que muere en lo de Serra a lo que muere en lo de Laxe, habría mucho que hablar. En lo de Laxe los animales también son importantes, aunque no ocupen el centro de la película. Tanto en una como en otra los animales humanos son lo fundamental.

La sobredosis informativa (vuelvo a la drogas) de los medios de comunicación con Laxe y Sirât la comprende uno cuando descubre en los créditos a algunos de los productores (de los camellos) de la peli, especialistas en sobredosis informativa de lo propio. El representante por excelencia de eso que antes podíamos llamar cine español, está detrás de esto que antes podríamos llamar cine a la francesa o, quizá, para franceses, o sea, para paladares exquisitos (distintos al carpetovetónico español), que es lo que siempre parecía esconderse tras las lecciones de arte, cocina y hasta sexo, que nos llegaban allende los Pirineos. Suena un pelín acomplejado, lo sé (quizá porque acomplejados estuvimos), en un tiempo en el que las artes cada vez dicen menos de lo propio porque poco o nada es lo propio comparado con lo compartido. La de Laxe es una obra espectacular, sobresaliente, singularísima y, por tanto, propia, que lleva dentro de sí todo lo que comparte con el cine en conjunto y todo lo que convierte a la peli de este español (accidental) en cine europeo, es decir, en cine africano, el continente del que somos originarios todos, la vieja patria de aquel proyecto de homo unida a la jovencísima en comparación patria del cine. 


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