Los motivos de La delgada línea roja (II)

Segunda parte del análisis de la celebrada obra de Terrence Malick.
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“El hombre es un arroyo cuya fuente yace oculta”, escribió Emerson en 1841 (“The Over Soul”; en español: “El Alma Suprema”). El Alma, para Emerson, es el árbitro que media entre nosotros y nuestra voluntad, pues todos nosotros poseemos una naturaleza común: “estas almas, estos seres separados, me atraen más que nada en el mundo”. Malick, antes panteísta que cineasta, le rinde homenaje esta idea una y otra vez, y a distintos niveles.

Entre los personajes, por ejemplo, la familia sirve como metáfora de la unidad (perdida, recuperada o deseable). El capitán Staros (Elias Koteas), antes de volver a casa, le dice a su gente: “ustedes son mis hijos, mis queridos hijos. Ahora viven dentro de mí. Los llevaré conmigo, vaya a donde vaya”. El coronel Gordon Tall (Nick Nolte) al capitán John Gaff (John Cusack): “eres como un hijo para mí, John”. La alusión a un Alma Suprema aparece literalmente: “quizá todos los hombres poseen un alma gigante de la que todos forman parte”, dice la voz en off de Witt, y remata: “todos luchando por salvarse, como trozos de carbón tomados del mismo fuego”. “El Hermano” y “El Amigo” son figuras insistentes en los diálogos de La delgada línea roja.

El motivo del Alma Suprema no se expresa únicamente en palabras. Malick también nos recuerda sus condiciones a través de imágenes sencillas, como un cocotero (cuyos cocos terminarán por desprenderse) o una gallina guiando a sus crías. Pero, sobre todo, lo hace a través del recurrente motivo de la luz. Más específicamente: la luz que se filtra. Más específicamente todavía: la luz que se filtra con marcados radios. Debe haber, por lo menos, una docena de ejemplos. Cito cuatro:

 

 

 

 

 

El motivo de la luz que se filtra termina por imponerse: por su belleza, en primer lugar; luego, por pertinaz; y, finalmente, por hacer eco: de sí mismo y de algo más – un eco escondido, renuente a ser descubierto. Para establecer la relación con la Over Soul emersoniana, basta recordar los fundamentos de la luz: energía que se desprende de un centro; partículas que se alejan u ondas que se desperdigan. La luz tiene –o es– su propia energía y se aleja de sí misma. La luz es un calor que se descompone en muchos y distintos fríos. Imaginar que se reunirá nuevamente –que vencerá sobre la entropía– es el acto de fe más grande: no es imposible, pero sí altamente improbable. De ahí el comentario de Welsh a Witt: “You’re still believing in the beautiful light, aren’t ya?”, acaso porque Witt cree que la luz puede reconcentrarse.

Hay un tercer nivel a través del cual Malick expresa su interés en el Alma Suprema. Se trata de un nivel que ya no pertenece a la narración, sino a la forma de narrar: la coralidad. Como la convención del cine bélico lo marca, La delgada línea roja posee varios personajes, pero hay un esfuerzo en hacer notar –aunque sea brevemente– a por lo menos una decena de voces: en reiteradas ocasiones, a Tall, Witt, Welsh, Staros y Bell; y, en menor medida, a Doll, Gaff, Keck, Quintard y Bosche (George Clooney, que aparece tres minutos poco antes del final).

El gesto se agradece. Narrativamente, la opción coral ayuda a no depender de un solo personaje, a descentralizar el drama: a identificarnos o gozar u odiar una especie y no a un individuo. Simbólicamente, hay más de una repercusión: por un lado, refuerza el planteamiento de un universo que se nutre de distintas almas; por el otro, nos recuerda que en la guerra el individuo ya no importa, que cualquiera puede morir y la manada seguirá su curso. “¿Has visto un montón de gente muerta? Son lo mismo que perros muertos”: la guerra, artificialmente, acelera y multiplica ese proceso mediante el cual la gente se vuelve llanamente carne; la guerra despoja al individuo de su significado.

De las inquietudes panteístas se desprenden otras, tampoco nuevas: la angustia de que tanto el bien como el mal –o el amor y el odio; o la luz y la oscuridad– posean un origen en común. Como en “Tyger”, de William Blake; como en el Bhagavad Gita 9:16–que, a diferencia de los dos ejemplos anteriores, lo expresa sin ninguna duda: “yo soy el ritual del fuego, soy el sacrificio, soy la oblación, soy la hierba que cura”.**

Como en el caso de la mirada, también en el motivo panteísta hay sencillas variantes amorosas. Ésta, de índole acuático, es mi favorita: “flow together like water till I can’t tell you from me… I drink you now”.

4

Todos los hombres son El Alma y todos los rayos La Luz. Y toda vegetación es El Verdor. Conquista cromática: el verdor es el motivo más cargado de La delgada línea roja. Verdor vegetal, pero también militar, marino y animal:

 

 

En su nivel más orgánico, el verdor de La delgada línea roja es textura, casi aroma de hierba fresca. Un escalón arriba de la organicidad, el pasto es, por supuesto, aquello en lo que nos convertiremos. “Esto es lo que somos”:

 

 

El pasto también es escondite. No en pocas ocasiones la cámara permanece agazapada, acaso temerosa. Pero el verde, por supuesto, es un cómplice imparcial: oculta también al enemigo. Una obstinación cromática tiene que redondear en una verdad intangible: el verde, como si fuera una colorida Alma Suprema, es al mismo tiempo dador de libertad, venganza, muerte, renacimiento, belleza y horror. Pasa tanto tiempo el soldado entre sus hebras y lianas que terminan por fundirse.

5

La guerra, dijimos al principio, es la exageración, la ultranza. Ni la muerte, ni la depredación, ni el dolor son propios de ella: existen de forma natural. La marca de la guerra es lo exacerbado, lo monstruoso, la crueldad, y La delgada línea roja se encarga de comprobarlo con paralelos a todos los motivos que hemos planteado en este texto, con las esquirlas que deja regadas la entropía. La mirada, por ejemplo, se enajena o de plano se desorbita:

 

 

 

La luz que se filtra pasa a segundo plano: es contrapunto doloroso:

 

 

Y la cámara subjetiva –esa cuyos ojos han visto a una mujer en un columpio– nos traiciona y traiciona al ser humano: se vuelve la depredadora: nosotros somos los depredadores:

 

                                             

 

Y la familia ya no es un lazo sino un pequeño yugo retórico. Así lo dice el capitán Bosche (George Clooney):

We are a family. I'm the father. Guess that makes Sergeant Welsh here the mother. That makes you all the children in this family. Now, a family can have only one head, and that is the father. Father's the head, mother runs it. That's the way it's gonna work here.

Son el tipo de conclusiones a las que se llegan cuando en la misma historia se mezclan el ideal perdido y la fuerza que devasta.

++

Notas al pie

* Ahora que todos sabemos que las series de televisión son también películas, sería justo reajustar las categorías de duración. Una película de menos de 30 minutos podría llamarse minimetraje, una de entre 30 y 60 minutos sería un cortometraje; entre 60 y 180 quedarían los mediometrajes y los largometrajes todo aquello que rebase las tres horas. La delgada línea roja, que dura dos horas con cincuenta, sería un generoso mediometraje.

** Cabría, en esta pequeña antología, “Custodia, “ de Octavio Paz. Por lo demás, no son pocas las convergencias entre Malick y Paz. Véase “El pasado en claro de Terrence Malick”, de Alonso Ruvalcaba.

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