Marca personal a Mad Men: The Collaborators y To Have and to Hold

En lugar de apuntar a referentes cinematográficos estadounidenses, los escenarios y texturas de esta temporada de Mad Men recuerdan el clima de bancarrota moral disfrazada de glamour de La Dolce Vita.
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Continúa el seguimiento de sombra a Mad Men…

Episodio 03 "The Collaborators"

Episodio 04 "To Have and to Hold"

1 Casi al final de "The Doorway", el doctor Arnold Rosen, el engañoso centro de gravedad de esta temporada, le comenta a Don que la gente es capaz de “hacer cualquier cosa para aliviar su ansiedad”. Acto seguido, como acto confirmatorio de la tesis, Draper sube a cogerse a Sylvia, la esposa del doctor. El alivio de la ansiedad por las vías del exceso es el tema de la sexta temporada de Mad Men. Las alusiones directas al miedo producido por la guerra en Vietnam aún no pasan de conversaciones breves o gestos adustos que contemplan las noticias en el televisor, pero la turbulencia rodea por completo la burbuja en la que habitan los personajes. “A nadie aquí parece importarle lo que está pasando”, le dice Draper a Rosen en un restaurante de lujo de Nueva York. Quizá no les importe, pero sí les genera inquietud. Mucha. ¿Su manera de lidiar con ello? La incontinencia: más alcohol, más comida, más sexo, más droga, más todo. En lugar de apuntar a referentes cinematográficos estadounidenses, los escenarios y texturas de esta temporada de Mad Men recuerdan el clima de bancarrota moral disfrazada de glamour de La Dolce Vita (Fellini, 1960). De nuevo, La divina comedia: los personajes se abandonan al pecado que los terminará por llevar a los últimos círculos del infierno. Saben, al igual que Marcello en la cinta de Fellini, que la fiesta se ha extendido demasiado y que el escape es una opción cada vez más remota.

2 En La Dolce Vita, Marcello Mastroiani interpretaba a un paparazzo especializado en capitalizar las emociones baratas de los demás; actividad análoga a la del publicista promedio y cercanísima a la del voyeur traumatizado que, ahora sabemos, Draper era antes de que encontrara “sus propios pecados” (es decir, antes de ser Draper). Mastroiani se abandona a la frivolidad y la explotación tras enterarse de que su amigo Steiner, a quien admira por su nobleza y seriedad, se ha suicidado tras asesinar a sus hijos. ¿Sucederá algo similar entre Don y Arnold? La honestidad de Rosen (Brian Markinson) remite inevitablemente a Steiner. ¿Acaso, pese a la seriedad de Draper, no hay algo de Marcello en él? ¿Quién le regaló El infierno a Don? La simbología infernal no se agota en Italia. Al sepultar a sus muertos, los griegos antiguos les colocaban una moneda debajo de la lengua y otras dos distribuidas en cada ojo. El porqué obedecía a la creencia de que en el Hades (el equivalente del Infierno para los cristianos) había un río en el que Caronte, el “barquero”, cruzaba a las almas a cambio de unas monedas que las ánimas encontraban en su lengua y ojos al recobrar el sentido luego de morir. Para entrar al departamento de Linda –al cual accede mediante un elevador que parece conectarlo con todos los círculos del infierno–, Draper tiene que cerciorarse de que su amante haya dejado un centavo debajo del tapete a manera de señal de que se encuentra sola en casa. Sólo así puede asegurar su regreso del infierno y ascender de nuevo al “hogar”. El aspecto metafórico, ya de por sí evidente, se torna guiñolesco con la religiosidad de Linda. ¿Era necesario ver la cruz en su cuello? No.

3 "To Have and to Hold" es un capítulo flojo con un pasaje emocionante: la guerra del Ketchup. Un Don revitalizado en términos creativos entrega un pitch excelente aunque demasiado abstracto; la agencia de Peggy presenta una idea obvia pero efectiva. Ninguno se queda con la marca. El “peor pecado”, la traición, sea de forma real o inventada, los seduce a todos: Don se siente traicionado por su otrora discípula, quien sacrifica la confianza de Stan y persigue la cuenta; Draper y Pete pasan por encima de su cliente original, el director de la división de “baked beans”, quien les advierte que no vayan tras Ketchup; finalmente, los gerentes de marca de Heinz traicionan a todos y permiten que JWT participe en el concurso y cierre el contrato. En fin, toda una lección de negocios.

5 Draper resiente la traición ajena, pero no interioriza la propia. Es más, como le dice a Linda en la cama, ni siquiera la ve como acto, sino como algo que sólo existe en su cerebro; como una alucinación, como un diorama morboso al que entra a través del ojo mental de una cerradura.

Pete Campbell, en contraste, es el colmo de la torpeza. Sin el estilo e inteligencia de Draper, pero con una desesperación casi patológica por usurparlo, Pete parece estar destinado a la tragedia grotesca. El arribismo de Pete se siente exagerado. Su romance quebrado con Beth Dawes –la ama de casa destruida por la depresión y los electroshocks– configuraba un personaje más complejo y matizado en la quinta temporada. Matthew Weiner tiende a caer en el vicio de desarrollar personajes para después abandonarlos sin mayor reparo. Joan, Trudy, Betty, Kenneth y hasta el mismo Sterling han sido víctimas, e uno u otro momento, de esta dinámica. Es un error. Ojalá no haga lo mismo con Pete.

6 "The Collaborators" y “To have and to Hold” tienen un par de secuencias espejo. El pasaje amoroso de la telenovela de Megan en el segundo es el reflejo del flashback voyerista del anterior. Ambos escenarios, en la lógica de Draper, son prostíbulos. Ya lo intuíamos, pero ahora entendemos plenamente el motivo por el que a Don le encanta dar dinero a sus mujeres (a Betty, a Megan, a Linda tras el acostón mañanero): para él, todas son unas putas. La excepción: Peggy, quien renuncia después de que su jefe le avienta dinero a la cara en "The Other Woman" (T05E11). No es gratuito, aunque sí equivocado, que Don la considere una traidora. Fenómeno mediático: nunca un personaje televisivo tan misógino había sido adorado por tantas mujeres en la audiencia. Una ironía en la que ya ahondaremos en próximas entregas.

7 El ascenso de las mujeres de Mad Men está plagado de obstáculos: Dawn, la secretaria de Don, se enfrenta a las dudas de su condición racial; Joan, si bien ya es socia, no puede romper del todo el “techo de cristal” que hace que aún la traten como secretaria; Trudy sufre las indiscreciones infantiles de su esposo. La más atribulada es Megan, que luce cada vez más como la hija llorica de Don. No en vano se llevaba tan bien con Sally.

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Mauricio González Lara (Ciudad de México, 1974). Escribe de negocios en el diario 24 Horas. Autor de Responsabilidad Social Empresarial (Norma, 2008). Su Twitter: @mauroforever.


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