Una de mis escenas favoritas en la historia del cine mexicano –de la cual escribí por acá– se encuentra en Enamorada (1946), el clásico romántico-revolucionario dirigido por Emilio Fernández. Se trata del alcoholizado monólogo de un viejo revolucionario (Eduardo Arozamena), quien le cuenta una anécdota de su juventud al general Pedro Armendáriz, desesperado en amores por la altiva María Félix. Hace muchos años, cuando el ahora “viejo y arrugado” militar era joven, estuvo enamorado de una mujer a la que quiso más que a nada en el mundo pero de la que, por un pleito cualquiera, terminó separándose. El anciano, con voz quebrada y aguardentosa, le dice al general Reyes interpretado por Armendáriz que la mujer era muy orgullosa y, por supuesto, él era muy macho, así que como ella nunca le pidió que se quedara, él mejor se fue. “Si yo hubiera visto una sola lágrima en los ojos de ella, me hubiera hincado para pedirle perdón, pero hay mujeres que no lloran”, dice tomándose otro trago. El inolvidable monólogo de Arozamena –por el que, de hecho, ganó el Ariel– termina con el anciano recomendándole al general Reyes que se trague su orgullo y vaya a ver a la mujer que ama, porque “se necesita ser muy macho para pedir perdón”.
Me acordé de esta desgarradora escena romántica hacia el final del sexto episodio de Normal people (Irlanda, 2020), miniserie de 12 episodios basada en la exitosa y multipremiada novela homónima Gente normal (2018), escrita por Sally Rooney. En la escena a la que me refiero, nuestros dos protagonistas, la altiva estudiante de ciencias políticas Marianne Sheridan (Daisy Edgar-Jones) y el introvertido estudiante de literatura Connell Waldron (Paul Mescal) tienen otro más de sus múltiples desencuentros. Los dos, que han sido novios/amigos/amantes en secreto o públicamente desde que estudiaban la preparatoria en Sligo, el pequeño pueblo donde nacieron, se encuentran ahora en Dublín, en el Trinity College. Ella, que proviene de una familia de dinero, tiene su propio departamento y no sufre de privaciones; él, hijo de madre soltera que, además, hacía la limpieza en la casa de Marianne, se mantiene precariamente trabajando por su cuenta. Ella es muy consciente de sus privilegios y de la clase a la que pertenece; él habla poco y no se atreve a pedirle ayuda de ninguna especie a ella. Así que cuando él pierde el empleo en verano, después de terminar el semestre, no tiene más remedio que abandonar su cuarto, dejar Dublín y volver a Sligo durante un tiempo, mientras los cursos inician de nuevo en otoño. Él podría pedirle a ella quedarse en su casa y ella habría accedido de inmediato, pero Connell es incapaz de abrirse de esa manera; por su lado, Marianne, de estar enterada de los problemas económicos de él, es probable que tampoco le pediría que se quedara por temor a humillarlo. Así que nuevamente, como ha sucedido desde el primer episodio, Marianne y Connell se separan por no abrir la boca y decir las palabras mágicas “quiero quedarme”.
Producida por Hulu –y disponible en nuestro país a través de StarzPlay desde hace unos días– Normal people es una emotiva crónica romántica centrada en dos milenials que parecen haber sido creados uno para el otro y que, acaso por lo mismo, no pueden evitar sabotear, de manera alternada –o incluso simultáneamente– su relación. A botepronto, esta repetitiva historia de dos jovencitos de diferentes clases sociales que se conocen, se hacen amigos, se enamoran, se encaman, rompen su relación, se reencuentran, se vuelven a encamar, vuelven a romper y así una y otra vez hasta que uno termina gritándole al televisor (“¡Ya, carajo, dénse un beso y hablen!”), parece una telenovela más, solo que con mejor producción. Nada de eso. Por una parte, la adaptación –escrita por Alice Birch en colaboración, en los primeros seis episodios, con la propia novelista Sally Rooney– nunca deja que los ires y venires amorosos y existenciales de su protagonistas se desboquen hacia el melodrama televisivo más obvio. Por el otro, las dos notables interpretaciones de Edgar-Jones y Mescal encarnan con toda justicia la riqueza interior de sus personajes.
Debo confesar que no he leído la novela original de Rooney y, por lo mismo, no puedo aventurar de qué forma la joven autora crea y desarrolla el mundo interno de sus protagonistas pero, interpretados en la pantalla casera por este par de espléndidos actores, uno entiende por qué Marianne y Connell se atraen mutuamente y, también, por qué están destinados a alejarse cuando parecen estar más cerca. No se trata solo de un asunto de clase –aunque, por supuesto, algo hay de ello– sino de una radical reticencia al compromiso –¿cobardía, de plano?– que evita que los dos se entreguen por completo uno al otro cuando más se necesitan. Aunque en primera instancia los dos parecen muy distintos –él es callado, tranquilo, brillante sin buscar demostrarlo; ella es desafiante y rebelde y no le importa llamar la atención–, en realidad los dos comparten una atormentada vida interna muy similar y sufren de profundas inseguridades que los llevan, a ella, a aceptar ser maltratada física y psicológicamente por todos quienes la rodean –incluso, inicialmente, por el propio Connell– y, a él, a protegerse detrás de una coraza de silencios, sobreentendidos y palabras mal articuladas.
Normal people funciona, por un lado, como una absorbente bildungsroman por partida doble y, por el otro, como una capciosa apropiación para la generación milenial de la obra de Woody Allen, de la cual Rooney se ha declarado admiradora. Desde el pequeño pueblo natal de ambos, Sligo, hasta el incierto futuro que les depara a ambos –¿juntos, separados?–, Marianne y Connell tendrán que aprender a hablar entre ellos, a abrirse frente al otro, a tenerse, finalmente, confianza. Si el woodyalleniano desenlace de Normal people resulta al mismo tiempo triste e inevitable, es porque hemos invertido el suficiente tiempo en conocerlos y hemos compartido las suficientes emociones para interesarnos en ellos. Queremos que les vaya bien, a pesar de todo, a pesar de ellos.
(Culiacán, Sinaloa, 1966) es crítico de cine desde hace más de 30 años. Es parte de la Escuela de Humanidades y Educación del Tec de Monterrey.