Douglas Adams, autor de The Hitchhiker’s Guide to the Galaxy, creó en 1998 un videojuego para PC llamado Starship Titanic. El juego fue ignorado por la crítica y el público en general. A pesar de esto, creció un modesto culto entre algunos seguidores. En el sitio web del juego, un programador dejó un foro oculto de tal manera que sólo los fanáticos lo descubrieran, y cuando regresó seis meses después, se encontró con que había una comunidad de usuarios que estaban haciendo juego de rol, interacción e historias ficticias acerca de trabajar en la nave y formar parte de la corporación. El programador responsable del foro lo definió así: ‘Como si ignoraras los cajones de vegetales de tu refrigerador por un año y de pronto los revisas y descubres que hay un montón de tomates inteligentes muy concentrados, trabajando en su tercera ópera. La modesta base de fans convirtió el ignorado mundo de Starship Titanic en parte imprescindible de su existencia, sin que casi nadie se enterara.
Algo similar sucedió con el culto a Tron, cinta que se estrenó en 1982, con Jeff Bridges en el papel principal. Sus aportes a la ciencia ficción fueron importantes: involuntariamente inauguró el cyberpunk, además de establecer toda una estética para la realidad virtual. Sin ir más lejos, The Matrix de los Wachowski, Avalon de Oshii, eXistenZ de Cronenberg y hasta Neuromancer de Gibson resultarían difíciles de concebir sin Tron. La cinta, sin embargo, fue un fracaso, y permaneció enlatada por casi veinte años hasta que alguien en Disney se dio cuenta que había una serie de fanáticos, esparcidos por todo el mundo, que se disfrazaban de los personajes principales y jugaban a ser ellos, mientras “vivían” en el mundo de la cinta. El primer paso tras este descubrimiento, por supuesto, fue lanzar un DVD conmemorativo anunciando al mundo que sí se acordaban de la cinta. El segundo, aún más obvio, fue programar una secuela.
Tron: Legacy llegó a las pantallas hace apenas un mes, precedida por su omnipresencia en las grandes convenciones de ciencia ficción, cómics y fantasía, y una gran campaña de promoción. Había FX, había 3D, había Jeff Bridges, y había una historia de un huérfano que va a buscar a su padre a un mundo fantástico. Todo lo necesario, en el lenguaje Disney, para hacer una gran cinta. Y aunque los resultados en taquilla le favorecen (que, a fin de cuentas, es lo que realmente le importa al estudio), los resultados cinematográficos son, en una palabra, mediocres. La secuela peca de solemne: donde antes había carcajadas –Jeff Bridges encarnaba a un hacker oscuro pero travieso, con un implacable sentido del humor; en la nueva versión es un viejo con tendencias a la filosofía zen, un Obi Wan Kenobi después de un par de valiums– ahora hay una innecesaria seriedad. Los actores no terminan nunca de adaptarse o de divertirse con el material del guión, con excepción del británico Michael Sheen, quien encarna a una especie de David Bowie en su etapa Ziggy Stardust mezclado con el Guasón más delirante. De allí en fuera, todo se vuelve pan con lo mismo: un 3D que demuestra, una vez más, su relativa ineficacia para darle realce a una historia nimia; escenas de acción con efectos especiales relativamente buenos y largas secuencias de diálogos que pecan de un existencialismo burdo. Incluso la estética está fuera de lugar, con todas esas montañas, agua y tormentas eléctricas en un entorno supuestamente virtual. Como ya señaló Rodrigo Xoconostle en su post sobre la cinta, ‘¿por qué diablos una forma de vida sintética (un programa) que reniega de ideas religiosas (usuarios) quiere simular texturas orgánicas que, además, ni siquiera conoce?’.
Lo principal es que la secuela de Tron es estéril porque no hay en ella la intención primordial de cualquier obra cinematográfica: narrar una historia. Tron: Legacy no quiere contarnos un cuento, no tiene como meta decirnos que pasó con el hacker Flynn o con su hijo Sam (encarnado con solvencia por Garret Hedlund). Ni siquiera pretende introducir uno que otro concepto inédito, o darnos algún discurso medianamente interesante. Sus principales intenciones son, básicamente, aprovechar en taquilla la sólida base de fans dispuestos a ver la secuela y, por supuesto, mostrarnos qué espléndidos efectos especiales puede hacer Disney hoy día. Lo segundo es evidente. Por lo primero, no hay de qué preocuparse: en algún viejo cajón de vegetales, esos geniales tomates seguirán ideando formas más interesantes de continuar expandiendo la historia del mundo de Tron.
La historia completa puede consultarse en este post de Metafilter, del cual me enteré en un blog llamado El Baile Moderno.
-Luis Reséndiz
Luis Reséndiz (Coatzacoalcos, 1988) es crítico de cine y ensayista.