True Grit

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A estas alturas es difícil que no sepas la anécdota de True Grit (2010), la última película de los Coen –entre otras razones, porque está basada en la novela homónima de Charles Portis, que Henry Hathaway filmó en 1969 con John Wayne y Kim Darby en un insoportable miscasting–: Una niña de 14 años, Mattie Ross (Hailee Steinfeld), contrata a Rooster Cogburn (Jeff Bridges), un mariscal gordo, tuerto y borrachín pero firme aún, para encontrar al asesino de su padre, un tal Tom Chaney (Josh Brolin), que ha huido a territorio indio. A la cacería se une un policía montado de Texas: el ligeramente ridículo LaBeouf (Matt Damon). En el arduo paisaje del oeste, el trío cumple su cometido… Apenitas.

Los hermanos Coen son fonólogos casi profesionales, dialectólogos extremadamente agudos y excelentes reproductores literarios. Cuesta trabajo olvidar los primeros parlamentos del detective Loren Visser de Simplemente sangre (Blood Simple, 1984), que funcionan como una brillante reelaboración de Jim Thompson –Now, in Russia they got it mapped out so that everyone pulls for everyone else… That’s the theory, anyway. But what I know about is Texas; and down here… you’re on your own–, o los diálogos, mortales como un whiskey envenenado, de De paseo a la muerte (Miller’s Crossing, 1990), que son puro Dashiell Hammet. No es excesivo decir que el oído impecable es el mayor mérito de True Grit.

Éstas son líneas minuciosamente matizadas, pronunciadas casi siempre con un virtuosismo que podría necesitar subtítulos –sobre todo en el caso de Jeff Bridges, sobre todo cuando ha bebido– y muchas veces llenas de información delicadísima. Daré, nada más, un ejemplo. Mattie está buscando un hombre para cazar al asesino; le pregunta al sheriff de Fort Smith quién podrá ser el mejor para la chamba. Entonces sucede este diálogo:

¿De qué nos enteramos aquí? De que la intrusión en territorio indio es peligrosísima –casi se necesita un comanche para intentarla–; de que Rooster Cogburn es implacable, borracho (encantadoramente: “He loves to pull a cork”), que no tiene miedo; que a diferencia de otros él puede plantar evidencias, abusar de sus prisioneros; que es torcido, que no cree que cualquier hombre merece un trato justo, que no cree en Dios –el padre de Mattie, sin duda, creía en Dios–; que no necesariamente presentará al asesino con vida. Que hay otro hombre más capaz de hacer justicia: L.T. Quinn. Mejor aún, comprendemos que la justicia, entendida por las leyes de los hombres, no necesariamente es lo que le interesa a Mattie quien, después de escuchar la apología de L.T. Quinn, acierta nada más a preguntar: “¿Y en dónde encuentro a este señor Rooster?” Es solo un párrafo: es riquísimo.

Hay otros dos o tres momentos memorables, como la primera toma, que se cierne sobre un muerto como se cerniría un canto muy triste:

o ese instante sobrenatural –inspirado acaso en Blood Meridian de Cormac McCarthy– en que vemos a un oso avanzar cabalgando hacia nosotros:

o la penúltima secuencia, con un caballo más fuerte y más digno que todos los hombres que conquistaron el Oeste, pero el resto de la película pocas veces está a la altura de esos momentos. True Grit incurre, de pronto, en el aburrimiento o en la inutilidad –ejemplo: el tiroteo de bísquets por un Rooster superborracho–, en el descuido del paisaje, en la actuación distraída –ejemplo: Josh Brolin–, en la sobreactuación. (Solo la chiquilla Hailee Steinfeld, perseverante como una piedra en la cuenca de un río, parece mantener la calma durante toda la película.) Y peor: “Grit”, según la quinta acepción del Oxford, es la solidez de carácter, el espíritu indomeñable, la víscera. Tres cosas que a True Grit, tristemente, le hacen mucha falta.

– Alonso Ruvalcaba

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Escritor. Autor de los cómics Gabriel en su laberinto y Una gran chica (2012)


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