Adiós al Fonca tal y como lo conocemos

Importantes voces de la comunidad literaria dan su opinión sobre el anuncio de modificaciones administrativas al Fondo Nacional para la Cultura y las Artes.
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La amenaza de extinguir al Fonca, con la decisión del Estado de eliminar una serie de fideicomisos, es una triste muestra de indolencia ante los creadores culturales de México. Lo grave es que la decisión está más cerca del desprecio cultural que del análisis para saber si los programas que impulsó el Fonca derivaron en aportaciones artísticas dignas. Fuimos favorecidos muchísimos escritores, en mi caso, desde nuestras primeras propuestas literarias y logramos algunos reconocimientos gracias a los estímulos del Fonca, una institución que apoyó incluso a quienes la criticaron con severidad. Lamentable y salvaje decisión del gobierno que busca eliminar de golpe un centro de creatividad y ve a los creadores artísticos como enemigos, con feroz insolencia.

César Arístides

 

Hoy en día, el cine mexicano es un espejo de doble cara. Por un lado, esa industria fílmica prácticamente inexistente se debate entre la extinción y la sobrevivencia, resistiendo al impacto publicitario de las grandes distribuidoras estadunidenses, el apoyo mínimo de los medios y arrumbado a los peores horarios y con una exigua permanencia en pantalla. Un cine realizado a cuentagotas, a pesar de los fondos estatales (Foprocine, Fidecine y Eficine) y los apoyos obtenidos a partir del artículo 226 del impuesto sobre la renta, que con todo, ha permitido el regreso de cineastas veteranos, ha logrado que jóvenes directores realicen una segunda o tercera obra y a su vez, nunca como antes, ha hecho posible que un alto porcentaje de cineastas consiguieran debutar en el largometraje.

Peor aún; el recuento de esa evolución resulta prácticamente inexistente. Documentar todo aquello que se encuentra entre las sombras difícilmente fructifica debido a que no es comercial o no permite dividendos. El Fonca, desde su creación, apostó por la revalorización de una cultura sujeta por lo general a esos estrechos límites de la comercialidad y la explotación. Es decir, su apoyo dejaba de lado los límites de una censura ética y comercial que asfixiaba las propuestas estéticas y personales de todo artista: músico, coreógrafo, diseñador, fotógrafo, escritor, cineasta, ensayista y más.

Los creadores en su conjunto, parte fundamental para el surgimiento de una nación más libre y pensante, encontrarían un cómplice idóneo en el Fonca, que en breve, se trastocaría en el mayor reducto de reunión, promoción y exhibición de las propuestas artísticas nacionales más propositivas y originales, apoyando voces jóvenes y de trayectoria. Una suerte de sensible laboratorio que daría cabida a todo tipo de expresiones e historias y que transformaría no sólo la manera de crear en México, sino de mirar esas creaciones, atrayendo a un público de todas las edades pero de manera particular a una nueva generación de creadores.

He visto crecer de manera exponencial las carreras de decenas de amigos y colegas escritores, ensayistas, cineastas, guionistas, actores, fotógrafos, debido al generoso y desinteresado apoyo de un organismo como el Fonca, que creyó en su trabajo y su talento para obtener lo mejor de sus respectivas ramas y carreras. De manera personal, para un autor freelance independiente que no trabaja bajo la nómina constante de ninguna institución, gracias al Fonca no sólo he podido sobrevivir a tiempos muy difíciles, sino que me ha permitido realizar y editar obras como: David Silva. Un campeón de los mil rostros, Orson Welles en Acapulco (y el misterio de la Dalia Negra), Mex. Noir. Cine mexicano policiaco, Un cineasta llamado Ismael Rodríguez, Nuevo cine mexicano. Territorios de reinvención: 1979-2009 y la novela inédita Alguna vez fuimos sombras.

Rafael Aviña

 

Hablar del Fonca no es hablar de privilegios, sino de darle sentido a un país, de crear una mejor realidad para todos, de imaginar y pensar eso que se llama futuro. La cultura no es un  lujo, es una necesidad de primer orden. La llamada alta cultura, transforma, articula y funda nuevas sociedades, nuevos individuos. No tendríamos que estar recordando esto si el gobierno que nos rige ahora no desdeñara la importancia de la creación. El Fonca, lo que hizo en todos estos años, fue otorgar tiempo, algo invaluable para crear esas obras que pertenecen, no a quienes las creamos, sino a la sociedad. Lo artístico y lo literario tiene siempre que ganar frente al discurso político. Inventar un mundo mejor nos toca a todos, sí, pero desde la trinchera de lo mejor y lo necesario para que lo más íntimo y humano prevalezca siempre ante la realidad que nos rodea. Y pienso en los niños y en los jóvenes a quienes les hemos quitado, de muchas maneras, la certidumbre de que el mundo es un lugar posible.

María Baranda

 

Que haya reorganizaciones y cambios en el gobierno durante un tiempo de emergencia como el que vivimos da para un efecto extraño, inquietante: todo parece irreal, remoto, y entre ese todo están los decretos, las nuevas reglamentaciones, las cancelaciones y transformaciones. La modificación ya anunciada pero todavía vaga del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes, como institución dedicada a apoyar a la actividad artística nacional, da la impresión de estar sucediendo en otro planeta, muy a tono con la atmósfera de película de ciencia ficción (apocalíptica) que ha adquirido la realidad cotidiana.

Y la verdad es que, sí, hay asuntos más urgentes: el contagio del virus SARS-CoV-2, las medidas de reclusión y distanciamiento, la inconciencia de tales o cuales poderes fácticos, etcétera.

Por otra parte, me asomo a Twitter por la mañana, leo esta declaración de la secretaria de la Función Pública

…y me parece que el subgénero al que pertenece es un tercero: no el de la pandemia, no el de los viajes por el espacio, sino el de los viajes por el tiempo (al siglo XX, al tiempo de una retórica que muchos votamos por dejar atrás definitivamente). O quizás al de los mundos paralelos, los universos donde todos somos casi los mismos, no nos reconocemos al vernos al espejo y lo que miramos nos espanta.

Lo anterior me sirve para describir mis sensaciones porque, aunque en este momento no tengo apoyo del Fonca, sí lo he tenido en varias ocasiones. Y sigo sin ser “compadre” de nadie, o por lo menos no de ningún funcionario público ni oligarca. No niego que existen diferencias sociales en este país, y que la desigualdad y la discriminación son fenómenos reales y profundos: hacerlo sería cruel, o idiota. Pero, disculpen, yo soy de los nacidos en la clase media, criados en familias no nucleares e incapaces de establecer dinastías patrilineales. Para decirlo claro, mi padre biológico me saca la vuelta hasta el día de hoy: me crié en casa de mi mamá y de sus hermanas. No tengo un apellido que heredar, pues, y tampoco tengo un patrimonio: vivo como freelance, es decir, corriendo de trabajo a trabajo en circunstancias normales, y ahora sin correr en absoluto, trabajando en lo que puedo y mirando reducirse mis ahorros. Si me dicen que en el mundo de al lado tendría papá “importante”, y me daría con sus contactos sociales el acceso irrestricto al dinero y al poder, díganme también cómo me paso para allá: tal vez en ese universo ni siquiera tengan coronavirus.

(Reducir al absurdo una declaración insultante es sencillo, pero es necesario porque se trata de un insulto, y no el primero, que se lanza en tiempos recientes contra una comunidad que tiene de todo, sí, incluyendo gente convenenciera y corrupta, pero que no es un grupo compacto ni mucho menos una plaga de langostas. Que funcione mejor el Fonca, por supuesto: que llegue a más, a mejores, a otros. Pero demonizar, inventar un enemigo donde no lo hay, es algo que no debería hacerse. Con perdón.)

Alberto Chimal

 

No sé de dónde sacan la idea de que habría que defender al Fonca  –¿se debe defender el agua, el aire y todo aquello que nos es vital aunque no nos demos cuenta?–, cuando la idea de su incorporación a la Secretaría de Cultura no implica su desaparición. No nos hagamos tontos: sexenio tras sexenio, a cada rato el Fonca estaba en la tablita por no tener estructura orgánica propia y depender de un mandato y un fideicomiso. Ojalá que al incorporarlo a la Secretaría de Cultura, ahora sí se formalice su organización y se siga mejorando su funcionamiento y, lo que es más importante más allá de las agendas a modo: su misión. No es poca cosa en un país con enormes desigualdades y botín de ambiciosos y reaccionarios, que no debiera olvidar el bien común, incluso para seguirse beneficiando. Hasta el más puro cuando mira sus intereses peligrar, deja el pellejo en la especulación y  la lumbre… Pero el arte, ya lo decía Stendhal y lo refrendó nuestro Juan Rulfo con las becas del Centro Mexicano de Escritores que obtuvo para escribir sus obras magnas: “El arte requiere manos limpias”. Lo que sí me resulta muy preocupante es que un gobierno que se dice de izquierda, que afirma ver por el pueblo, quiera dárselas de Platón redivivo y crea que en la república de las mejores causas, los poetas no merecen más que  ser expulsados. ¿Por fantasear e imaginar en exceso, o por criticar y dar otras visiones a la razón de estado, única, omnímoda y patriarcal? Veremos.

Ana Clavel

 

Confinada, incierta, temerosa de mi salud, vulnerable en todos los terrenos, todo cambia: y no solo por el dictado del temido virus, también por el destino de las obras de teatro que escribo. Hoy los teatros están cerrados, las convocatorias de apoyos en pausa, los inversionistas en ceros o apanicados, los teatristas encerrados, los colegas confusos, el futuro guardado en un clóset, y en medio de esta atmósfera espectral: llegó el adiós al Fonca. La pregunta indignada y triste de todos los creadores es: ¿y ahora qué vamos a hacer? La incertidumbre no es cuestión del bolsillo, o de las deudas, o de la supuesta/falsa comodidad que castiga a los beneficiados. No, la  desaparición del Fonca es una cuestión de posibilidad. De las pocas posibilidades que tienen los creadores de crear, y vivir como creadores. ¿Cómo escribir obras de teatro, dónde representarlas, con quiénes, cuándo, por cuánto tiempo, cuánto vamos a ganar, quién va a pagar un boleto digno? La pregunta para mí, hoy, no es qué voy a hacer, es: ¿seré tan ingenua que no me doy cuenta de que lo más inútil del arte mexicano es una dramaturga?

Ximena Escalante

 

Comencé a llevar a cabo labores de difusión cultural allá por 1980. Elías Nandino –nuestro generoso maestro– consiguió un apenas suficiente presupuesto del entonces Departamento de Bellas Artes de Jalisco para que sus alumnos lanzáramos una revista (Campo abierto) y coordináramos una serie de lecturas que bautizamos como “Miércoles Literarios”. Nunca imaginé que el aprendizaje obtenido en aquellos años se convertiría después, ya metido en cuerpo y alma en la escritura de poemas, en un modo de ganarme la vida. He servido como funcionario cultural en dos ocasiones. La primera de ellas como Jefe de Literatura de la Secretaría de Cultura de Jalisco y tiempo después –durante diez años– como Coordinador de Actividades Culturales de la Librería José Luis Martínez del Fondo de Cultura Económica en Guadalajara. Consideré entonces, no dejo de hacerlo, que un servidor público debe ser precisamente eso, el facilitador de los contenidos de la cultura para una comunidad.

No me parece descabellado calificar la creación del Fonca como una pequeña hazaña. Fui uno de los primeros beneficiados con el apoyo económico del Sistema Nacional de Creadores de Arte. He sido orgulloso tutor de dos generaciones de jóvenes poetas, jurado de incontables concursos y, de acuerdo con el Programa de Retribución Social, he dado talleres, lecturas y conferencias –sin cobrar un centavo– a lo largo y ancho de nuestro país. Los resultados de mi trabajo personal (libros de poemas, ensayos y traducciones) están a la vista, pues han sido publicados y, mal que bien, circulan.

Hace años, cuando nos esforzábamos por concretar y distribuir nuestros primeros intentos literarios, un buen amigo nos dijo: “uno hace el pan que nadie come”. Sin exagerar diré que ahora, gracias al Fonca y al buen trabajo realizado por los más dignos servidores públicos, ese pan se cocina con menos zozobra y se reparte mejor. Puede, sin lugar a dudas, perfeccionarse, enriquecerse en beneficio de todos, los que lo hacemos y los que se alimentan de él. Añadiré que, en estos días, agobiados por una terrible enfermedad y por muchos otros pesares, no deja de sorprenderme la numerosa apuesta de los jóvenes que ven, en las diversas manifestaciones del arte y la cultura, una vía de salvación.

Escribí que la creación del Fonca fue una pequeña hazaña. Disminuirlo equivaldría a desfigurarlo, a cometer un gravísimo, imperdonable, error.

Jorge Esquinca

 

¿Sorpresa?

No tendría que sorprendernos y, sin embargo, es doloroso comprobar cómo lo que se preveía al inicio del sexenio en torno al porvenir de la cultura se ha hecho realidad. En aquellos momentos, quienes protestábamos por el posible cambio en las Reglas de Operación del Fonca y sus distintos programas, imaginábamos que el propósito era modificar un instrumento –perfectible, como todos– que había sido indispensable para el desarrollo de la cultura en nuestro país durante los últimos treinta años. Esta modificación –se repitió en aquellos días–, traería como consecuencia el muy probable otorgamiento discrecional de los apoyos y becas. No pudieron hacerlo entonces. Ahora, pandemia de por medio, la tarascada sobre los fideicomisos del Fonca no es, en realidad, una búsqueda de dinero. Su propósito es llevar a cabo lo que deseaban hacer desde el principio: al eliminar la autonomía del Fonca se deja campo libre a la opacidad y, muy probablemente, se castigarán la crítica y la libertad de expresión.

Las palabras de la secretaria Irma Eréndida Sandoval, donde llama a los creadores salinistas y compadres es –apenas es necesario señalarlo– la muestra más palpable de la ignorancia de un régimen que parece desconocer 30 años de la historia cultural de un país que si por algo se ha distinguido es justamente por su desarrollo artístico e intelectual.

Malva Flores

 

Es innegable que lo largo de más de más de treinta años el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes ha permitido que un gran número de creadores, estudiantes, ejecutantes, además de proyectos y promotores culturales, reciban un apoyo económico mediante mecanismos cada vez más efectivos, lo que ha permitido el desarrollo de distintas actividades que han contribuido a la vida pública del país y a su democratización, puesto que los apoyos dependen de la deliberación de un jurado reconocido en la disciplina en la que participan los concursantes y no de la voluntad del funcionario público en turno.

También es cierto que el fideicomiso es perfectible y que hay asuntos que deben mejorarse mediante una normativa más rigurosa. Al ser un fideicomiso –se arguye– no es posible fiscalizar los recursos, por lo que es urgente revisar su operatividad y funcionamiento, lo que se ha comenzado a hacerse en fechas recientes.

El hecho de que el Fonca haya sido constituido como fideicomiso es clave, pues le ha permitido gozar de cierta independencia y autonomía a lo largo de distintas administraciones. Considerar que su incorporación a la estructura orgánica de la Secretaría de Cultura evitará la corrupción y mejorará su funcionamiento es un error, pues sólo hará que se burocratice la institución y, posiblemente, condicionar la entrega de los apoyos a los postulantes más afines al el régimen, como ha sucedido en otros casos.

Se argumenta falazmente que el quehacer artístico puede sobrevivir al margen de la tutela del Estado, pero lo cierto es que en México, un país tan inequitativo y carente de oportunidades, el gobierno elegido democráticamente debe velar por la subsistencia de aquellas actividades fundamentales que no podrían económicamente bajo las condiciones actuales del mercado.

Rodrigo Flores Sánchez

 

Los avatares del Fonca en el nuevo gobierno parecen ser un reflejo de la enorme desconfianza que este le tiene a una comunidad que no sólo contribuyó a su llegada al poder, sino que ha hecho de México un país cuya cultura –la cultura popular, ancestral y la alta cultura– es admirada y respetada en el mundo. Esta desconfianza y este resentimiento permiten que funcionarios muy ignorantes ataquen con la mano en la cintura a creadores que llevan años trabajando en su ámbito, como si el Fonca fueran sólo los becarios: alrededor de las propuestas del Fonca se han generado muchas industrias culturales que, por cierto, el gobierno se ha dedicado a destruir en tan sólo un año; hablo, por ejemplo de las editoriales independientes, castigadas a partir de la succión de Educal por lo que queda del Fondo de Cultura Económica.

Sería muy interesante que los funcionarios que acusan de vendidos a los creadores apoyados por el Fonca en estos treinta años probaran, a través de sus obras, que estos han alabado en ellas a los gobiernos anteriores. No lo pueden hacer porque no conocen ni respetan el trabajo de los artistas mexicanos: si se atrevieran, se darían cuenta de que en todo caso lo cierto es que las obras creadas han sido muy críticas con la violencia y la corrupción de las últimas décadas y que los propios artistas mexicanos han dado a conocer estas realidades en muchos lugares. Y eso se ha debido a la independencia del Fonca, a que sus reglas han sido hechas y transformadas a lo largo de los años por los propios artistas, y las obras han sido siempre seleccionadas por pares, como en todas las academias del planeta. Quienes acusan así a los creadores no hacen sino delatarse a sí mismos: no pueden concebir que el Fonca haya apoyado la creación sin imponer los criterios del gobierno, que ahora da y quita como en las antiguas épocas priístas de los años setenta. El tuit ofensivo de la secretaria de la Función Pública no solo es un insulto sino que afirma, falsamente, que los fondos del Fonca nunca estuvieron en riesgo cuando la propia secretaria de Cultura anunció que negociaría para que no se perdieran. Espero sinceramente que la nueva situación del Fonca como parte de la Secretaría de Cultura no acarree, justamente, aquello de lo que se le acusó.

Ana García Bergua

 

El Fondo Nacional para la Cultura y las Artes fue iniciativa de un grupo de creadores, encabezados por Octavio Paz, que reclamaba una institución mexicana semejante al National Endowment for the Arts de Estados Unidos. Acuerdo entre gobierno y sociedad civil para garantizar la continuidad de la cultura de México, el Fonca estimuló la creación, ofreció medios para la producción y participó en la distribución y promoción, asegurando las etapas necesarias del proceso cultural. Ciertamente perfeccionable –su normativa supo adaptarse y mejorar al paso del tiempo–, es un modelo de política cultural único en el mundo. Aun cuando hay una narrativa –promovida por el gobierno de AMLO– que imbuye de corrupción a este como a otros programas surgidos de la sociedad civil –contextualicemos: los ataques al Fonca se inscriben dentro de una dinámica destinada a minar la sociedad civil para evitar que se organice y sea contrapeso al Gobierno– y que lo pinta como becas coptadas, lo cierto es que el Fonca permea cada uno de los objetos y eventos culturales de México en las últimas décadas; desde creación de obras hasta montajes de ópera; desde publicación de revistas y libros hasta curaduría de exposiciones; desde grabación de discos hasta festivales y becas de perfeccionamiento profesional. En un país donde la iniciativa privada sólo considera los beneficios sin aportar al patrimonio colectivo, el gran mecenas fue el Estado, ese ogro filántropo, pero con la colaboración de los actores culturales.

Contra lo que creadores e intelectuales pensaban, apenas empezado el sexenio AMLO mostró que ciencia, arte y cultura no eran prioritarios. Mientras la pandemia de Covid-19 destacó la importancia de la cultura en tiempos de aislamiento, en México sirvió para derruir uno de los bastiones del país: su cultura, su arte, su pensamiento.

Desde principio de sexenio surgió una narrativa incriminatoria. La extinción presente se avizoraba desde febrero de 2018; no es obra de un día. Recordemos el desdichado papel de Mario Bellatín y los infundios de Edgar Sanjuan. La crisis de la Covid-19 ofreció al presidente el pretexto adecuado para apropiarse del dinero de los fideicomisos –por ley una apropiación ilegal– y de paso supeditar a los creadores a su vigilancia, una tentación que lo acompaña siempre: controlar el disenso.

Ahora que finalmente terminó el asedio, es necesario combatir la desinformación, las mentiras y las calumnias que se promueven desde los cuarteles de propaganda de la 4T.

Hoy el Fonca, un organismo surgido para evitar el manoseo político, se transforma en lo opuesto; supeditar el arte y la cultura a programas clientelares, a una mal entendida idea de la cultura que la reduce a manifestaciones elementales. Ciertamente cultura no es solo las bellas artes pero tampoco mero folclore y el entretenimiento. Debe existir un justo medio, un apoyo tanto para el titiretero ambulante como para el compositor de música dodecafónica o el artista instalador.

Parafraseando al clásico, recordemos que la cultura es demasiado importante para dejarla en manos de los funcionarios de cultura.

José Homero

 

En cuanto se anunció “la desaparición de los fideicomisos”, el pasado 2 de abril, comenzó a circular el rumor de que la agencia gubernamental de noticias (Notimex) emprendería una especie de campaña para que el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) desapareciera definitivamente. No fue así. En la conferencia de prensa del jueves 16 de abril, un reportero de Notimex le preguntó al presidente de la República sobre el Fonca y el panorama, enturbiado hasta el ahogo, empezó a despejarse. Las becas del Sistema Nacional de Creadores (SNCA) no desaparecerán y se emprenderán cambios de función y de organización para “poner orden en el caos”, una de las tareas esenciales de la política, según el presidente. El silencio de Notimex quedaba así explicado.

En junio de 2019, la agencia gubernamental publicó una infografía en la que “denunciaba” a quienes han recibido varias veces (en 4, 5 o 6 ocasiones) la beca de apoyo a la creación; yo fui uno de los denunciados y declaré que no me defendería: ahí estaban mis textos, en verso y en prosa, para hacer esa defensa, si a alguien le interesaba. En Notimex no le interesó a nadie.

La insinuación de corruptelas en el Fonca era tosca y estaba apoyada en el parecer de sedicentes especialistas como el sociólogo Tomás Ejea Mendoza, que explicaba muy ufano, ante las cámaras y micrófonos de la agencia de noticias del gobierno mexicano, las malas mañas del salinismo para comprar conciencias y politizar el arte. Ese parecer iba acompañado de diminutas investigaciones en la red hechas por los reporteros de Notimex. Total: un desastre. El presidente dijo muy serio que las becas no desaparecerían, cómo creen. El Fonca seguirá adelante. El SNCA subsiste prácticamente intacto. Muchos otros proyectos irán a una oficina de la Secretaría de Cultura.

El desmentido del presidente a los rumores sobre el Fonca es un reproche implícito a quienes dentro de su gobierno han declarado que las becas a artistas son “un privilegio inaceptable”. La secretaria de la Función Pública, Irma Eréndira Sandoval, quizá no quedó satisfecha con la salvación del Fonca y lanzó un ataque último: el “Fonca salinista favorecía a sus compadres”. ¿Ahora estamos, entonces, ante el Fonca lopezobradorista, que no sabemos a quién va a favorecer, quizás a los aduladores? La pregunta sobra, de veras. Si el Fonca ha quedado dañado después de este zarandeo, debe fortalecerse, mejorarse, buscar recursos de todo tipo, extender su radio de acción. No debe nada más sobrevivir.

David Huerta

 

Más allá del cambio de vida que ha significado para mí en lo personal llegar a ser miembro del SNCA después de varios intentos fallidos, tengo la impresión de que gran parte de los festivales, programas radiofónicos, revistas, pequeñas editoriales, jurados y recintos culturales con los cuales he colaborado a lo largo de mi vida adulta se han beneficiado en alguna medida del apoyo del Fonca. Además del apoyo financiero diversificado que esta instancia brinda, he atestiguado cómo se crean a través de sus programas lazos duraderos dentro y entre los gremios y las generaciones. Y algo que también es clave: en ningún momento presencié el menor intento de forzar una alineación política o de ejercer la censura –eso, a pesar de que a través del programa de radio Cabezas, que desarrollamos en equipo después de ganar un concurso del Fonca para celebrar el bicentenario, arremetimos contra varios mitos fundacionales del país, tales como la hazaña del Pípila o el origen de los chiles en nogada. (Es más, no solo no fuimos censurados, sino que se transmitió la serie completa en Radio Educación y ganamos ese año el primer lugar en la Bienal Internacional de Radio.)

A lo largo de nuestra historia como especie, la cultura nunca ha sido autosuficiente. Por ende, el apoyo estatal a las artes con el dinero de los contribuyentes no es nada nuevo; entre otras aportaciones al acervo de la humanidad, el cobro de un impuesto especial subvencionó al teatro helénico clásico, ni más ni menos. Ahora bien, el Fonca tampoco me ha “resuelto la vida”. Los que trabajamos en cultura nos hemos reconciliado con nuestra condición precaria, es decir, con la necesidad de ejercer múltiples profesiones a la vez, con tal de mantenernos a flote. Porque a pesar de que la cultura es uno de los recursos más valiosos de México, es nimio el porcentaje del presupuesto que recibe el Fonca en la gran escala de las cosas. Eso, aunque se ha comprobado a través de casos como el de Medellín, Colombia, que el apoyo a la cultura rinde mayores beneficios, peso por peso, en términos de combatir la violencia social que nos aqueja que las soluciones militarizadas. En mi opinión, lejos de extinguirse, debe aumentarse ese presupuesto para que puedan autorizarse más becas y mayores estímulos.

Como en cualquier programa público, se pueden introducir los ajustes que sean necesarios para asegurar una mayor representatividad geográfica o de género, lo cual sería loable. Pero es fundamental que el Fonca siga siendo un bastión de la libertad de expresión creativa en este país y que reciba el respaldo político y público que ha permitido que la cultura no se sostenga exclusivamente de los mecenazgos. Más que una iluminación, el Fonca ha sido una vela en la oscuridad. Si esta vela se apaga, veremos pronto la drástica diferencia entre la luz parpadeante y el apagón.

Tanya Huntington

 

La Secretaría de Cultura federal renunció a su deber fundamental: apoyar al sector que les toca representar; promover y fortalecer las instituciones que los propios creadores, en un esfuerzo histórico y colectivo, diseñaron, impulsaron y sostuvieron con su labor cotidiana. Esto hicieron los encargados de encabezar ese ministerio al ignorar las necesidades de sus representados y atender los designios de su líder supremo, cuyo interés por la cultura es muy pobre. Y lo hicieron de una forma oportunista y artera: aprovechando un momento de crisis nacional. La historia pondrá a estos funcionarios (no con sus nombres sino con la mera mención de sus omisiones) en el lugar que les corresponde: el de la ignominia.

Lo menos que nos toca hacer a los distintos actores del medio cultural es denunciar abiertamente los alcances de esta obra de destrucción, expresar sin cortapisas nuestro rechazo. Callarnos en espera de algún beneficio personal, o por temor a perder la oportunidad de recibir alguno de los escasos apoyos que ahora se otorgarán de manera discrecional, nos convertiría en cómplices silenciosos de una política regresiva y clientelar.

Eduardo Hurtado

 

Es reprobable que el Estado aproveche una situación tan grave como la pandemia del coronavirus para dar rienda suelta a sus deseos de singularidad y grandeza por conseguir un nuevo país. La 4T entonces parece un gusano de desinformación: un hueco en eco tras otro hueco. Por eso no me parece casualidad –aunque sí indignante, vergonzoso y despiadado– que el presidente López Obrador anuncie la extinción de fideicomisos de cultura y ciencia en plena alerta sanitaria, a poco más del año del intento de la 4T por desarticular el Fonca y que se vio frenado por la movilización de la comunidad artística.

En este momento el confinamiento en el que está la sociedad mexicana es el mismo en el que estamos los artistas, los músicos y los escritores porque, pese a quien le pese, somos México. Nosotros –las y los artistas de la diversidad cultural de México– estamos en permanente diálogo con nuestros vecinos y familiares, muchos de los cuales no creen consumir ni arte ni cultura debido a la errónea idea que propagan –al menos– políticos y empresarios, como esa idea que justamente es lanzada por el presidente López Obrador, apoyada por Irma Eréndida Sandoval, secretaria de la Función Pública, e incluso por Alejandra Frausto, secretaria de cultura, por desacreditar a todos aquellos que han tenido o piensan buscar una beca para la creación artística tildándonos de salinistas o de querer vivir mantenidos por el gobierno.

Esa idea es también un afán de desinformar a quienes ven el arte y la cultura como algo ajeno e inalcanzable. Por fortuna, cuando he tenido que explicar lo que hago gracias a una beca a mis vecinos o familiares, son ellos los primeros en aprobar que sus impuestos ayuden a fomentar la creatividad y la vida digna de todos los que conformamos la comunidad artística en México. Por medio del Fonca, muchos de las y los creadores de los estados del norte y del sur, del oeste y este, hemos conseguido relacionarnos y extender las raíces multiculturales del país de una zona a otra. También es gracias a una idea como el Fonca que a través del arte mexicano habitamos más allá de las fronteras del país.

Óscar David López

 

En 1843, Antonio López de Santa Anna, uno de los villanos favoritos de la historia nacional en blanco y negro, tomó una decisión de altos vuelos que hasta el día de hoy se agradece: rescatar a la paupérrima Academia de San Carlos, reducida a casa de fantasmas por los gobiernos del México independiente. Al inicio del decreto anotaba: “…siendo tanta importancia dar impulso y fomento a la academia de las tres nobles artes, que será honra de la nación luego que produzcan los frutos que deben esperarse de sus adelantos, y usando las facultades con que me hallo investido…:” En resumen, el acuerdo del entonces presidente consistió en dotar a la Academia de autonomía administrativa y financiera para que la misma comunidad artística que la integraba decidiera su destino con base en la excelencia estética. Asimismo, fijó y aseguró los sueldos de sus maestros, dio libertad para que la misma Academia trajera de Europa a los mejores docentes en las disciplinas a enseñar, se comprometió a pensionar a seis alumnos en las mejores escuelas del viejo continente y a adquirir obra de artistas europeos para conformar una galería y ordenó, por si fuera poco, la creación de un fondo para la compra de un terreno donde se construirá la nueva sede de la Academia. Para dar certeza monetaria al decreto, López de Santa Anna dispuso que los beneficios de la Lotería Nacional se destinaran a las necesidades y gastos de la institución que apoyaría y estimularía a las mentes y talentos más brillantes de aquellos años en el campo de la pintura, la gráfica, la escultura y la arquitectura.

El México de 1843 venía de epidemias, de perder Texas, de guerras y guerrillas internas, de invasiones y amenazas extranjeras, de pobreza y saqueos del erario público, pero unos cuantos mexicanos, patriotas y visionarios, aconsejaron al general que el decreto en cuestión era en el presente caótico más poderoso que cualquier ejército, pero también, en las inversiones del futuro, le aseguraron que dar vida y certeza a la Academia de San Carlos perpetuaría la memoria de la nación. De Juan Cordero a José Clemente Orozco, de Santiago Rebull a Saturnino Herrán, además de cientos de artistas del siglo XIX y XX, la gestión santannista fue ratificada con honores por los jueces de la historia. Hoy, en otras encrucijadas, con otro López en el gobierno, una institución como el Fonca, con un historial de 30 años y una suma extraordinaria de apoyos y estímulos –que ha derivado en un rico inventario de obras notables–, desaparece por acción de una varita mágica como “medida de austeridad”. Ahora sus funciones y programas se llevarán a cabo en la Secretaría de Cultura vía una nueva dirección. La comunidad artística estará alerta y activa para que esta mudanza de régimen no altere o cuarte la autonomía de la toma de decisiones donde ha participado con transparencia y profesionalismo. Asimismo, la probada eficacia de los mecanismos del Fonca no debe desembocar en trabas y laberintos administrativos. El fideicomiso pudo y debió mantenerse. La decisión ya es una marca en la historia. La voluntad y la opinión de los artistas mexicanos –muchos de ellos votantes de Andrés Manuel López Obrador en el 2018– no fueron tomadas en cuenta. ¿Es el fin o el principio de qué, María Estuardo?      

Ernesto Lumbreras

 

¿Tener o no tener becas del Fonca? Tener, siempre, bajo cualquier circunstancia, becas artísticas. Sobre todo, y esto es importante, en un país en donde la carrera de escritor (o de músico, bailarín, pintor, etcétera) es una doble carrera: una, que paga la renta y la comida, y otra, que consume el tiempo libre que la primera deja para trabajar en la obra artística. Así que estos apoyos, aunque contados, estimulan la concentración y palian el miedo provocado por el “día a día” de la mayoría de los artistas mexicanos.

Por supuesto que ese libro que te ronda se escribirá con beca o sin beca. Según recuerdo, Daniel Sada escribió su obra maestra Porque parece mentira la verdad nunca se sabe en dos periodos del Sistema Nacional de Creadores (seis años). Probablemente sin ese apoyo se habría tardado doce. ¿Hubiera sido mejor novela? No lo sé. ¿La hubiera escrito y terminado de todas formas? Por supuesto. ¿Entonces? Y es un matiz subjetivo el que debería inclinar la balanza: el cansancio diluye la densidad de una obra, la preocupación por pagar la luz hace poroso (aunque sea un asunto nanométrico) el muro sólido de una obra. Sobre todo para un novelista que debe estar frente a la computadora seis o siete ocho diarias durante años. Y de esto estoy seguro: no tener que ir a una oficina diez horas al día o a una redacción de un periódico concede una paz que fortalece el espíritu del que tenga que enfrentar el verdadero infierno que hallará en la escritura.

Aunque el asunto es que, si cualquiera de estos argumentos no es suficiente para los críticos de estos sistemas de estímulos y ayuda, nada lo será. Ni gráficas ni números ni balances. Porque lo cierto es que una buena parte de todos los libros que se escriben con un apoyo no serán obras cumbre ni mucho menos. Serán, acaso, libros decentes o, también, fracasos o, si tiene suerte el autor, fracasos importantes. He sido becario del Fonca y, además, he sido jurado también. Como becario escribí una novela de 600 páginas que tiré a la basura pero también terminé otra y, sobre todo, concebí la semilla de dos más que fueron publicadas. ¿Qué balance hay, pues, en un caso como el mío? No sé si debería contarse mi promedio de bateo (bajo) o que recibí las becas en un tiempo temprano que cimentó mi formación. Tener la oportunidad de escribir esas 600 páginas me hizo mejor escritor.

Hay muchos libros (y sinfonías y murales) que están por escribirse y es nuestro deber (sí, el de todos, porque las becas se pagan con nuestros impuestos) contribuir con nuestros artistas para quitarles un peso de encima. No podremos ganar la batalla, insisto, con listas y balances económicos, pero sí con la muestra de las muchas obras que se han logrado, y sus creadores lo han expresado así, debido a ese apoyo. Además de muchos nombres que van de aquí para allá, bastan dos, por el momento para dar un visto bueno a los libros que se han escrito con el Fonca: el ya nombrado Porque parece mentira la verdad nunca se sabe de Daniel Sada y la reciente Temporada de huracanes de Fernanda Melchor. Dos novelas que son parte de la tradición literaria mexicana y que nos alumbrarán durante mucho tiempo.

Jaime Mesa

 

Rutger Hauer, hacia el final de Blade Runner soltó, quién no lo recuerda, una paloma blanca y todo el set se puso a llorar. Era una escena improvisada. El director dijo “Está genial. Déjenla. Se queda”.

Y no es que en esta otra película, la que se anunció el sábado 18 de abril del año 2020, haya escenas improvisadas. No, no. Es que la película en su totalidad es una improvisación con diálogos de ocurrencia, mujeres vestidas de huipil, hombres de guayabera, todo el vestuario adaptado a la circunstancia y una voz en off acusando a las mejores mentes de mi generación de vileza. Esa voz pregona un mejor escenario, está en campaña, nos ofrece un mundo feliz donde las cortes y los recortes confeccionarán un tablero perfeccionado para que todos nosotros, ya renovados, nos sentemos a jugar una buena partida de serpientes y escaleras.

Y que esta noche triste no se pierda. Algún funcionario se asomará sobre los hombros de Orión y nos espetará que se han visto cosas que ustedes no creerían. Esto no se perderá como se pierden las lágrimas en la lluvia. Será recordado cuando los pregoneros que desataron esta guerra contra “los privilegiados”, “los ricos”, para “controlar a los rebeldes” y “premiar a los compadres” ya no estén aquí, bendita la hora. Ahora es momento, dicen, de la transparencia, cómo no, claro que sí. ¿Y los pares ya no juzgarán a los pares? Porque para el caso, nosotros, los de entonces, seremos los mismos o ¿se nos va a aniquilar?

Este es un país donde los médicos a menudo compran el equipo para poder trabajar, se exhorta a ello; es un país donde los deportistas financian su entrenamiento y el pueblo aplaude emocionado y entona el himno nacional si se llega a alguna emotiva ceremonia que aumente el medallero. Los artistas, por su parte, improvisan la mejor escena (como el personaje que interpreta Rutger Hauer), sueltan palomas, se pierden en la oscuridad. Hay lágrimas en la lluvia. Es tiempo de morir, dice Hauer. La película consigna la palabra FIN, pero ojo, no ha terminado. Y lo peor es que donde concluye Blade Runner comienza el apocalipsis.

Myriam Moscona

 

Una ojeada rápida a las discusiones en redes sociales sobre el Fonca revelará, hasta al más distraído lector, que hay una idea falsa y extendida acerca de su funcionamiento. Muchos de sus detractores afirman que las becas se otorgan por, digamos, “adjudicación directa”, es decir, sin que medie concurso ni licitación de por medio. No es así.

Desde que se originó el sistema los apoyos son concedidos por medio de concurso, como cualquier otro trabajo. El artista solicitante presenta un proyecto: una obra de teatro, libros, pinturas, composiciones musicales, exposiciones fotográficas, etcétera. Su propuesta debe ir acompañada de un plan detallado, una calendarización y en el caso del SNCA, de documentación que avale su trayectoria. Su curriculum.

Un grupo de artistas de su misma disciplina analiza la solicitud y luego ésta es discutida en grupo. En el caso de que la beca sea otorgada, el avance del proyecto será escrupulosamente revisado por las mismas personas que lo aprobaron. Si el becario no cumple, el apoyo se retira y, con él, las oportunidades de merecer nuevamente la beca.

Hay una comisión que vigila que estos procedimientos se lleven a cabo honorablemente: sin cochupos, ni compadrazgos. Por supuesto, en medios tan pequeños, todos nos conocemos y por eso el procedimiento exige que antes de las deliberaciones los jurados revelen si existen vínculos laborales o de amistad para evitar conflictos de interés.

La producción que resulta de este proceso tiene un carácter público: ocupa estantes de librerías y bibliotecas, escenarios de teatro, está grabado en discos, ha ocupado paredes de galerías y museos, salas de cine. Ha enriquecido la vida del país y con obras de calidad cuya creación no ha dependido sólo de sus posibilidades comerciales. Gracias al Fonca, muchos artistas mexicanos han dado fe de la violencia que nos atormenta, han escrito, pintado, filmado y reflexionado sobre lo que nos pasa, sobre nuestra condición, en lugar de convertirla en telenovelas banales que ensalzan la vida del narco o dejar a las víctimas abandonadas en los encabezados obscenos del Metro o El Gráfico.

Que el Fonca exista también garantiza la pluralidad de las voces artísticas, una cualidad esencial de la democracia. Tan es así que muchos de los beneficiarios hemos sido críticos con el gobierno en nuestro trabajo porque consideramos que lo creado bajo los auspicios del Fonca no le pertenece al gobierno, sino a la sociedad. Es a la sociedad, a la propia consciencia y a las exigencias que cada rama del arte impone, a las que el becario se debe.

Una de las experiencias más gozosas de mi vida profesional ha sido trabajar como tutora de varios novelistas que han tenido la beca. Al asombro y la alegría de leer lo que los jóvenes escriben en México, se ha añadido la de, años más tarde, ver las novelas publicadas y premiadas. Creo que esas becas sirvieron un propósito: los resultados están ahí.

México sería más pobre y estaría más inerme aún sin la producción artística que el Fonca ha facilitado.

Verónica Murguía

 

Cualquier institución es perfectible. Los 31 años del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes no estuvieron exentos de proyectos intrascendentes, pago de justos por unos cuantos pecadores que incumplieron o abusaron del beneficio económico, ni de uno que otro escandalito por decisiones a modo en la selección de becarios. Pero esa realidad ni remotamente fue la norma de lo que conocimos como Fonca. Ante la burocratización e ineficacia institucional de Bellas Artes –siempre intocable debido a su estructura sindical que ningún gobierno ha cuestionado en los hechos– y a la discrecionalidad del Conaculta-Secretaría de Cultura –siempre chapada a los dictados de la princesa o del príncipe en turno–, el FONCA ha sido la principal herramienta de financiamiento público a la creación artística, con reglas transparentes, códigos de ética, rendición de cuentas y, al estar sometido constantemente al escrutinio de la propia comunidad artística, muy rápidamente fue perfeccionado candados para evitar abusos y malos manejos.

Estos días de polémica intensa y de reflexión sobre política cultural –en un momento más que difícil de la historia del país y que aparentemente nos vuelve “no esenciales”– culminan, por ahora, en el comunicado del 17 de abril que expresa la voluntad política de “garantizar el apoyo a los creadores”. Pero la verticalidad y el espíritu antidemocrático convierten en dádiva el derecho fundamental de nuestra ciudadanía al arte y la cultura, y en un acto de rescate, incluso heroico frente a la aplanadora de la extinción, el hecho de haber defendido los estímulos a la creación y haber logrado incorporar lo que quede del Fonca a la estructura orgánica de la Secretaría de Cultura.

De fondo estamos ante un problema de libertades donde resulta grave el regreso a la centralización y más en manos de una Secretaría tan obsecuente y ortodoxa, pues un derecho ciudadano no es una dádiva ni un privilegio. Es obvio que en este periodo de crisis, el país demanda solidaridad, recortes y restricciones presupuestales –y muchas otras medidas– para atender el bienestar público. Pero demoler estructuras sólidas, de probada eficacia, es un franco acto de desprecio.

El comunicado del 17 de abril expresa, de manera oficial, que el Fonca carece de “reglas de operación claras, transparentes, y sin espacio a la corrupción”, un punto de vista que ya en boca de la Secretaria de la Función Pública llega al punto de señalar que “los rebeldes del pasado fueron cooptados y los del presente son meros oportunistas”, estigmas que revelan no solo un absoluto desconocimiento de la institución que decretaron extinguir, sino graves indicios de ignorancia sobre la muy diversa, heterodoxa y crítica labor de las comunidades artísticas del país.

El conjunto de programas que logren emigrar a una estructura de reciente conformación está más allá del concepto “beca” como dádiva. El fantasma de la supuesta corrupción no se traducirá en mayor control fiscal –pues éste vaya si existía en el actual Fonca–, sino en la nueva fe de cuatroteísmos: discrecionalidad, verticalidad, burocratización y oficialismo. Quedan las catacumbas y resistir.

David Olguín

 

Desde hace veinte años estoy relacionado con el Fondo Nacional para la Cultura y las Artes. Como joven creador, obtuve mi primer estímulo en 2000 y el segundo en 2002. Aunque no rebasaba la edad de 30, ya había publicado algunos libros de poesía y ensayo que el comité de selección consideró valiosos junto con mi proyecto anual. Yo era un desconocido. No sabían de mí los integrantes de ese comité ni mis compañeros de generación con los que me reuní después para trabajar durante los encuentros para la revisión de avances. Radicaba en la frontera norte de México y lo único que deseaba era contar con medios económicos suficientes para dedicarme a escribir profesionalmente en un país donde la poesía se lee poco y donde es imposible lucrar con ella para sobrevivir. Mi caso, como el de tantos otros autores de la periferia o del interior de la República sin mayor haber que determinación y talento, sería un rotundo ejemplo del carácter democrático y la imparcialidad de los criterios de asignación de los incentivos del Fonca. Solo nuestros textos abogaban por nosotros.

Así, los encuentros de becarios me llevaron a entrar en contacto con distintos poetas jóvenes de México y a enriquecer mi noción de lo poético mediante el trato y el intercambio de lecturas, puntos de vista e ideas, un proceso al que contribuyó con creces el diálogo magistral con mis tutores de proyecto. Durante aquella época, el Fonca fue para mí una escuela, una inagotable y siempre alentadora experiencia de aprendizaje y maduración artística y humana. Luego, al correr del tiempo, y con los méritos propios que un jurado de pares al que no conocía juzgó significativos, ingresé en 2007 al Sistema Nacional de Creadores de Arte con un plan de trabajo detallado que conduje a buen puerto con libros que circulan; y, más adelante, en 2018, tuve el privilegio de servir como uno de los tutores de poesía del Programa de Jóvenes Creadores del que fui beneficiario casi cuatro lustros atrás y compartir con las promociones emergentes el fruto de la formación que había yo recibido en el umbral del milenio de parte de mis tutores y compañeros de generación de 2000 y 2002, varios de ellos poetas consumados en el mapa de la poesía mexicana actual. El círculo se cerraba.

En conclusión, para mí, y para no pocos, artistas o públicos, el Fonca constituyó un universo de gozosa e inspiradora interacción social en la que gravitaban todas las expresiones del arte y la semilla de las industrias culturales. El Fonca tenía que ver con el mundo editorial, el ámbito académico, el intercambio cultural, la fragua de obras interdisciplinarias, la educación artística, la retribución comunitaria (talleres, conferencias, actividades heterogéneas alrededor del territorio nacional); en suma, con un sinfín de dinámicas de proyección y convenios de colaboración de la creatividad mexicana hacia adentro y hacia afuera del país. Por donde anduviera, el joven creador o el creador artístico del Fonca se convertía a través de la excelencia o calidad de su oficio en un digno emisario del arte y de México ante los conciudadanos y ante el planeta entero.        

Jorge Ortega       

 

Una vez más el gobierno de Andrés Manuel López Obrador ha dado muestra, en el terreno cultural, de que motiva sus acciones en el resentimiento. El viejo grito fascista de “¡Muera la inteligencia!” parece ser su marca distintiva.

Al eliminar el Fonca (tal y como había funcionado hasta ahora) se acaba con un enorme esfuerzo por mantener una política cultural que, sobre todo, reconocía la existencia de los creadores y las condiciones particulares que implica su labor; una política que entendía que la cultura no puede medirse con la misma vara que la producción de barriles de petróleo.

El principal acierto del Fonca consistió en hacer que los creadores fueran evaluados por sus pares, no por funcionarios culturales. Los resultados –gustaran o no– fueron siempre transparentes. ¿Perfectible? Todo siempre lo es.

Durante muchos años se luchó por elevar la cultura a rango ministerial. Duele que, una vez alcanzada la meta, la Secretaría de Cultura se dedique, paradójicamente, a degradar la cultura. Su actual titular pasará a la historia como la funcionaria que acabó con el Fonca. Su absoluta falta de compromiso para defender al gremio ha sido vergonzosa.

Las explicaciones ofrecidas para justificar la extinción del Fonca (un fallo que se dio a puerta cerrada y sin contar con el parecer de los creadores) están enraizadas en la ignorancia y el resentimiento.

¿De dónde viene la animosidad que caracteriza al actual gobierno? ¿De una sensación de no pertenencia? ¿De la oculta certeza de que nunca se alcanzó, ni se alcanzará, aquello que se admira en secreto pero que, en público, se afirma detestar? La política cultural de la presente administración pone en evidencia su absoluto desprecio por los creadores, los científicos, la inteligencia, el debate, el diálogo, la negociación. Casos alarmantes y patéticos como el del FCE, la CNDH y el Conacyt; la cruzada permanente de este gobierno contra todas las instituciones que defienden la cultura, el pensamiento, la libertad de expresión, apunta hacia un futuro sombrío.

¿Desalentador? Absolutamente. Es por ello que, más que nunca, resulta imprescindible luchar contra la ignorancia y la improvisación; contra la venganza y el fanatismo. Debemos desterrar la política del “si no va a ser mío prefiero que nadie lo tenga”. Con su actuación el gobierno en el ámbito de la cultura ha dado una muestra de lo que verdaderamente le interesa: termina con el Fonca pero destina cientos de millones de pesos para promover el beisbol. El mensaje es, me parece, muy claro. 

Laura Emilia Pacheco

 

2020, año pleno de incertidumbre y contingencia, cuando el cielo se nubla en una tregua con el sol candente, llega la noticia de que el Fonca se subsume a la Secretaría de Cultura: no desaparecerá, pero tendrá un nuevo sistema. La defensa del Fonca ha durado varios días y parece que los artistas podemos respirar de nuevo, pero no puedo dejar de creer que se agazapan sorpresas. Sospechas. Estamos en 2020: se han resquebrajado modelos y estructuras, hay nuevas formas de comunicación; se ponen en duda quehaceres y saberes, en busca de sentido en nuestras sociedades complejas; se da voz a lo que antes permanecía en silencio, y se echa luz sobre lo que se ocultaba en las sombras. Mirar hacia el pasado es un ejercicio que me obliga a mirar hacia el futuro: el Fonca fue creado hace 30 años, en 1989, con tareas concretas como apoyar la creación y producción artística y cultural.

Escucho comentarios sobre opacidades, privilegios, corrupción. El Fonca es y ha sido un pilar para la integración, diálogo y crecimiento en un área de relevancia artística y económica. Cada uno de los artistas creadores que ha sido apoyado, no solo recibe un beneficio personal, sino que devuelve a la sociedad un reflejo, un cuestionamiento, una visión, y productos artísticos diversos, polifónicos, nutrientes, poderosos.

La idea de que el Fonca sirve para “controlar a los rebeldes y premiar a los compadres” carece de fundamento, pues jamás se ha sabido que el Fonca ponga mordazas a los artistas y grupos. El artista tiene una necesidad creadora, y su visión siempre es rebelde y, acaso, peligrosa. Los artistas creamos y producimos nuestro arte en las circunstancias más diversas. Parece que se olvida lo esencial: el arte plasma una época y también la cuestiona, la cultura es inherente a la evolución del ser humano.

Como artista, dramaturga, profesional, docente, y ciudadana nunca he sido testigo de comportamientos o procederes opacos en el Fonca. Hay mecanismos de insaculación, candados para no calificar trabajos de alguien cercano, profesionalismo para dictaminar los proyectos de manera objetiva, todos perfectibles. No sé de mafias que se otorguen los recursos entre sí. En muchas ocasiones, no he recibido el apoyo solicitado, pero llevo a cabo mi proyecto de todos modos. Reviso la propuesta e insisto de nuevo. Quienes revisan los proyectos son colegas en el mismo campo, que no amigos, y cuentan con las capacidades artísticas y profesionales a diferencia de un funcionario administrativo, cuyos referentes están alejados del arte y la cultura, y que quizá seguirá lineamientos institucionales, económicos o políticos. La cultura y el arte son el caldero en que se cocina el brebaje que nos hace crecer como sociedad, y que nos da fuerza para continuar. Estoy en el centro de este torbellino cultural plural, divergente, incluyente y diverso. En el apoyo a las artes y la cultura, su promoción y difusión hay un antes y un después del Fonca.

Silvia Peláez

 

Cuando vivía en Guadalajara y era un joven escritor que empezaba a publicar –en 1993 apareció mi libro Estación llena de pájaros en Tierra Adentro– intentaba, iluso, tratar de vivir de la literatura, o al menos lo imaginaba, y ensayaba un montón de profesiones mientras estudiaba teatro y cine. Al año siguiente, en 1994, apareció otro libro mío, ahora editado por el gobierno de Jalisco y entonces me pareció que quizá ya podía solicitar una de las becas de Jóvenes Creadores que otorgaba el Fonca a nivel nacional. Colaboré en revistas de distintas partes del país y de otros países; obtuve una beca en mi estado; publiqué otros libros, uno de ellos en el FCE; participé activamente en la vida literaria de mi ciudad. Mientras tanto escribía y escribía con tesón.

Pedí la beca ese año y al siguiente y al siguiente, así al menos durante siete años hasta que un día vi mi nombre en la lista que aparecía desplegada con los nombres de los ganadores en un periódico de circulación nacional. No podía creerlo. Me había convertido en un becario del Fonca. Durante ese año de la beca nos reunieron a los becarios en cuatro ocasiones (una para conocernos y las otras tres para trabajar nuestros proyectos) en distintas partes del país. Puedo atestiguar, lo digo sin ambages, que quizá esas sesiones fueron uno de mis mejores aprendizajes. Tuve la suerte de tener de tutores a Elsa Cross y a David Huerta, y de compañeros a Cristina Rivera Garza, Luigi Amara, María Rivera, Julián Herbert, José Eugenio Sánchez, Alfredo Quintero, Víctor Ortiz Partida, Alejandro Ortiz, José Puente Hurle –quien desapareció de la faz literaria–, Mario Bojórquez y otro escritor más de quien no recuerdo ahora mismo su nombre. Fue un buen grupo, en donde discutimos, peleamos y aprendimos mucho. Sin esa beca no hubiera existido ese aprendizaje y lo que se desencadenó a partir de ahí a lo largo de los años. Hubo, como pasa siempre en cualquier grupo, peleas, distanciamientos, amistades profundas, y, de mi parte, una profunda admiración a mis tutores y a algunos de mis compañeros.

Luego volví a tener la beca de Jóvenes Creadores y, con el paso de los años, y de nuevo con paciencia y tesón, la beca de Creador con Trayectoria en dos ocasiones. A lo largo de los años he obtenido una serie de premios internacionales y nacionales (siete después de obtener esa primera beca) que han sido fruto o resultado de ese trabajo que realizo desde hace un poco más de treinta años, desde que apareció mi primer libro, publicado en 1989 por la Universidad Autónoma de Zacatecas, en donde publicarían también, sin que lo supiéramos ninguno, algunos de los poetas que años después serían mis compañeros en esa primer beca. Gracias al Fonca pude dedicarme en distintos momentos de mi vida, a escribir con tranquilidad, a pintar –que es también parte de mi trabajo creador– y a aprender sobre mi oficio. Pude también dedicar parte de mi tiempo, a dar talleres, charlas, conferencias –como parte de una retribución a la sociedad–, a lo largo del país. Sin ese apoyo probablemente hubiera sido más difícil, que no imposible, dedicar las horas que le he dedicado a mi trabajo artístico.

León Plascencia Ñol

 

Los acontecimientos más recientes nos llevan a reconocer que los sistemas económicos imperantes no solo tienen control sobre nuestros cuerpos, también sobre nuestras ideas. Vivimos en una sociedad que  determina a las personas incluso antes de nacer. Crisis económicas, pandemias, cambio climático, autoexplotación, vulneración de los derechos humanos y consumismo exacerbado. Nada más apocalíptico que nuestro día a día, porque se trata de una degradación lenta y que vemos pasar frente a nuestros ojos, sin mucho poder de acción.

Ante un panorama tan desolador no es nuevo que las relaciones entre el arte (cultura letrada) y el poder se fracturen. Porque el arte parece no formar parte de la República ideal, como quería Platón. Y porque el poder (casi siempre sinónimo de ignorancia) considera a los artistas una plaga: una horda de ociosos y privilegiados. Por eso alguien podría considerar que un sistema de becas para los artistas tiene un costo que poco retribuye a la sociedad.

Lo cierto es que un Estado en teoría debe velar por preservar la vida y la libertad de sus ciudadanos, y procurar idealmente un espacio autónomo donde sus ciudadanos puedan ejercer el derecho de generar un pensamiento original. Porque sí, el acceso al arte es cuestión de educación y de un entrenamiento muchas veces costoso y de ocio asegurado. Pero esto no está mal en absoluto. El imaginario de la productividad y el progreso nos ha hecho considerar al ocio como una plaga que hay que erradicar, sin embargo el ocio, como sabía Stevenson, es el espacio propicio para las grandes ideas. El ocio te permite mirar para otro lado y emprender acciones concretas para reconocer otras realidades mediante la acción del pensamiento, acaso la acción como movimiento. Algo que también sabía Hanna Arendt.

Si todos los artistas se ponen a enumerar los logros obras y fracasos que han conseguido a partir de las becas, parecería que le estamos dando la razón al sistema, lo que puede ser un poco reduccionista, pues en su conjunto la literatura, la plástica, el cine, el teatro, la danza, etc., forman un cuerpo que puede moverse hacia nuevas propuestas civilizatorias. Nada más peligroso para los gobiernos de hoy.

Ahora sabemos que las becas no desaparecen, aunque da la impresión de que solo se apoyará a las propuestas que favorezcan las ideas de los sistemas dominantes. Sin embargo, la historia a demostrado en más de una ocasión que esta alineación (o alienación) son dogmáticas y permiten extender las ideologías de sometimiento del Estado.

Lo que trato de decir, es que al final poco importa si Juan José Arreola le compraba camarones a José Emilio Pacheco con su beca: escribió Bestiario. O si Juan Rulfo utilizó el dinero de la suya en comprarse trajes: nos heredó Pedro Páramo y eso nos ha dado más lo que cualquier sistema de poder podría darnos.

José Pulido

 

El comunicado emitido por la Secretaria de Cultura, el 17 de abril del presente año, sobre “el resultado de las gestiones acerca del decreto que extingue los fideicomisos” de nuestro país, ha informado con respecto al Fonca que este organismo “será incorporado a la estructura orgánica de la Secretaría de Cultura, lo que le permitirá contar con reglas de operación claras, transparentes y sin espacio a la corrupción. Además de dotarlo de certeza jurídica, reconociendo (sic) como un Sistema Nacional de Creadores que abarca desde los jóvenes creadores de los estados hasta los eméritos en todos los campos de la creación.//Durante este periodo de transición se mantienen los apoyos y becas, además las convocatorias siguen su curso.” Se infiere de este informe que el Fonca, a lo largo de sus seis lustros de existencia, realizó el conjunto de sus actividades y operaciones sin contar con reglas de operación claras, transparentes, y entre un espacio de corrupción. Así pues, en un futuro no muy lejano, dueño ya de estatuto jurídico y reconocido como un Sistema Nacional de Creadores “que abarca desde los jóvenes creadores de los estados hasta los eméritos en todos los campos de la creación”, el Fonca conocerá una nueva vida en medio de un sano ambiente. Sin embargo, supongo que la comunidad artística y cultural de nuestro país quedará, entretanto, sobresaltada, inquieta e impaciente por saber cuánto habrá de durar el referido periodo. ¿Un corto plazo? ¿Se extenderá hasta que la pandemia decline, o haya concluido ya? Y una vez cumplido ese lapso, por ahora indeterminado, ¿se mantendrán los apoyos, las becas y convocatorias? ¿Cuáles serán las nítidas reglas de operación que sustituirán a aquellas otras anteriores, plenas de opacidad? ¿Para su elaboración se tomará en cuenta el conocimiento, la experiencia, las opiniones y propuestas del grueso de esa comunidad creadora de grandes obras, cuya calidad goza de un reconocimiento amplio dentro y fuera de las lindes de nuestro país, en las más diversas esferas de las artes y la literatura? Este aspecto, el de la rendición de cuentas artísticas y culturales del Fonca, suele dejarse de lado, pero un ligero repaso al mismo muestra que las artes y la literatura en los últimos treinta años, lejos de conocer una mengua en su calidad y cantidad, han experimentado por el contrario un indudable enriquecimiento. Así, solo cabe dar las gracias al Fonca por albergar a la Loca de la Casa, la Imaginación, madre de todas las artes.

Ahora el Fonca se verá confinado en nuevo espacio, según necesidades del momento y de la abarcadora Secretaria de Cultura.  El Fonca –cuyo papel axial en el desarrollo de la alta cultura se ha visto desdeñado pero no borrado– muy probablemente se vea orientado en un futuro cercano hacia la cultura popular, legitimada esta con criterios similares a los que alientan tantos espectáculos deportivos.

Este asalto a la alta cultura (¿por desdén o menosprecio de su innegable estatura?) pasa ya a engrosar la enorme lista de desapariciones que padece nuestro país en tantos renglones.

                                                                                                                     José Luis Rivas

 

Termina el Fonca, un proyecto único a nivel internacional, que deja como saldo generaciones espléndidas de escritores, cineastas, arquitectos, artistas plásticos, músicos, dramaturgos… Imperfecto, sin duda, pero más por las omisiones que por los estímulos que otorgó.

Consuelo Sáizar

 

¿Qué es lo que hay en juego? Proyectos contra planes. Voces. Articulaciones. Comunidades. Puntos de vista. Conocimientos. Resistencias. Arte. Riqueza. Goce. Ciencia. Investigación. Preservación. Translación. Ocio. Portales. Apertura. Tiempo. Otrxs. La posibilidad de la crítica, la duda, la horizontalidad, lo múltiple. Lo inesperado. Lo original. Lo único. Lo no-binario. Lo nuevo. Lo heterodoxo. Lo herético. Estas muchas cosas no pueden complacer a alguien empeñado en su propia particularidad, una particularidad tan enclaustrada que lo hace creerse el único ser que siente y sabe en la realidad y que, como todo ente, complejo o no, que sólo mira a su propia conservación, prefiere su propia disolución a modificar en lo más mínimo sus ideas, prejuicios y comportamientos, puesto que se ha vedado a sí mismo el aprender. ¿A qué aprender si ya es la víctima perfecta?  O lo sería si no fuera porque esta víctima es vengativa.

Pablo Soler Frost

 

Una vez tuve el privilegio de acceder a una beca del Fonca, en el período 2011-2012. No digo “privilegio” de manera casual. Me sentí (me siento) privilegiado por haber accedido a la beca con una convocatoria abierta, imparcial, debidamente reglamentada. No tuve que estudiar en X facultad, ni ser amigo de fulano, asistir al taller de mengano, elogiar los libros de zutano o llamar repetidas veces a la puerta de perengano. Simplemente llené la solicitud, preparé un proyecto y accedí al programa Jóvenes Creadores. Así de simple. Así de transparente. ¿Y cómo no sentirme privilegiado por recibir cada mes puntualmente el depósito de mi beca? Pude dejar un empleo administrativo que me mataba el espíritu y, durante el tiempo que duró la beca y algunos años más, dedicarme a escribir y al mismo tiempo a la crianza de mis dos pequeños hijos, privilegio al que no podrá acceder jamás la mayoría de los varones de este país.

Mi beca fue el inicio de una cadena afortunada de “privilegios”: el privilegio de mi profesionalización como escritor, de la mano diestra de mis tutores en el programa de Jóvenes Creadores; el privilegio de dedicarme a la escritura, sueño perseguido desde la infancia; el privilegio de escribir con ayuda de la beca el libro que ganó el Premio Aguascalientes en 2017, y con ello el privilegio de algunas oportunidades de trabajo a las que no habría podido acceder de otra manera, pues, como he dicho más arriba, no soy amigo de X, ni he alabado el trabajo de Y, ni he tocado a la puerta de Z. Aparte de mi carrera universitaria (otro tipo de privilegio del que no hablaremos), el grueso de mi capital cultural lo debo de alguna manera al Fonca.

Hablaría también de mis privilegios económicos, de cómo mi capital cultural me permitió un buen día acumular recursos y liquidar mi hipoteca, comprarle a mi suegra una silla de ruedas y practicarme una endodoncia. Pero es de poco gusto hablar de dinero. Además, no quiero despertar la sospecha de que en los últimos años he acumulado lujos materiales, como el escándalo de una casa propia y una dentadura sana.

No sé si he retribuido a la sociedad mis privilegios. Pero he hecho algunas cuentas, una suerte de balance de costo-beneficio para calmar el escozor de mi conciencia. Se ha beneficiado mi familia, obvio. Acaso también mis lectores (si mis libros les gustaron). Súmense aquí los asistentes de los talleres literarios que he coordinado; varias decenas de personas. En términos cuantitativos, quizá la mayor retribución radica en mis estudiantes. Gracias al Fonca pude dejar un mal empleo y conseguir otro mucho más acorde con mis capacidades: he dado clases de comunicación a unos 600 alumnos, a quienes tengo la fortuna de compartir mi experiencia de escritor. Por cierto que la institución donde doy cátedra es la universidad que en Monterrey preside el ingeniero Alfonso Romo, hombre a quien admiro, actual Jefe de la Oficina de la Presidencia de la República.

Renato Tinajero

 

Cuando comenzaba a escribir para medios impresos se me ocurrió quejarme con Huberto Batis, el entonces director del suplemento Sábado y subdirector del periódico unomásuno, de lo poco que nos pagaban las colaboraciones. Huberto, a quien le debo mi formación profesional, me respondió: “Solo a un loco se le ocurre pensar que se puede vivir de esto”. Y tenía toda la razón. Dedicarse a la literatura de tiempo completo y tener la ilusión de comer tres veces al día o pagar renta y vestirse era una locura. Para algunos de nosotros todo cambió con la creación de un fondo que respondía a esa locura y que ofrecía becas a jóvenes escritores y artistas para estimular la creación, así como un sistema que recompensaba a creadores formados. Para los escritores era casi impensable vivir de colaboración en colaboración: aún teniendo éxito, publicando regularmente en periódicos y revistas e incluso libros, era y es muy difícil mantenerse únicamente de ese trabajo.

La de por sí precaria condición de los escritores que buscábamos publicar por pasión pero también por necesidad se complicó aún más con la popularización de internet y la paulatina desaparición de medios impresos, los cuales iban siendo sustituidos por espacios en línea que rara vez ofrecían un honorario. Obtener una beca para jóvenes creadores del Fonca se convirtió en un estímulo que además del incentivo económico, representaba la formación de comunidades y creación de vínculos entre creadores de toda la república, lo que a la larga resultaba más importante que el dinero.

Para alguien como yo, que no tenía vínculos con el mundo de las letras, la beca fue la oportunidad para conocer colegas y tutores. He obtenido el apoyo en el Sistema Nacional de Creadores en tres ocasiones. En los gobiernos del PRI, del PAN y de Morena, estos estímulos nunca fueron usados para condicionar mi obra, cuestionar mis declaraciones públicas, ni interferir en mis decisiones creativas o políticas.

Cuando comencé a escribir, la literatura mexicana parecía un tanto árida. En el cine vivíamos una era de devastación y de una alarmante pobreza de propuestas. Lo mismo sucedía en mayor o menor grado en las demás artes. El Fonca fue transformado eso, creando redes multidisciplinarias y dando lugar a nuevas búsquedas. No es una casualidad que poco después de que se creara esta institución numerosos escritores mexicanos comenzaron a recibir reconocimientos, ganar premios internacionales y a ser traducidos en otros idiomas. No todos los que tuvieron este éxito han recibido los estímulos, pero una buena parte sí. Asimismo, creadores que no habían recibido las becas también se beneficiaron de una atmósfera más propensa para la creación.

Valeria Luiselli, Jorge Volpi, Guillermo Fadanelli, Antonio Ortuño, Álvaro Enrigue y Fernanda Melchor son tan sólo los primeros nombres que me vienen a la cabeza de colegas escritores que obtuvieron el apoyo del Fonca y que se han ganado un lugar en la literatura mundial representando a las letras mexicanas.

Naief Yehya

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