Algunas imprecisiones de Ignatieff

En un artículo reciente, Michael Ignatieff recuerda aquel momento en que Vargas Llosa calificó al PRI como la “dictadura perfecta”. Este texto ofrece algunas precisiones.
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La memoria, en ocasiones, nos juega malas pasadas. A veces recordamos no lo que ocurrió sino lo que nos gustaría que hubiera ocurrido.

Michael Ignatieff fue uno de los cuarenta intelectuales convocados por Octavio Paz para reflexionar en el Encuentro Vuelta sobre el futuro del mundo pocos meses después de la caída del Muro de Berlín. Participó en una sola mesa de discusión, “¿Hacia una nueva Europa?”, con una presentación brillante que, entre otras cosas, advertía: “Si queremos dar la bienvenida en la casa europea a la nueva Rusia tiene que volverse una sociedad europea. La Unión Soviética está gobernada por un autoritarismo carismático, no por la ley, ni por la soberanía popular”. Ignatieff tuvo tres participaciones más, desde las gradas donde fueron situados los invitados del Encuentro que no participaban directamente en las mesas de discusión. Estuvo presente en el momento en el que Mario Vargas Llosa, en medio de una polémica con Octavio Paz, calificó al sistema político mexicano como “la dictadura perfecta”.

En un texto reciente titulado “Memories of Mario”, Ignatieff recrea ese momento en el que Mario Vargas Llosa tuvo el valor de decirle en su cara a la dictadura mexicana que era una “dictadura perfecta”, principalmente por su habilidad para cooptar a los intelectuales. Dice Ignatieff: “La intervención de Mario provocó un gran revuelo en los medios de comunicación. La conferencia, después de todo, contaba con el apoyo del PRI”. Esta frase revela un profundo desconocimiento de cómo funcionaba el sistema político mexicano. Por supuesto que no se pidió “el apoyo del PRI” para organizar el Encuentro. Ignatieff tiene en mente al escribir esto a la Unión Soviética y la preeminencia ahí del Partido. En México no era necesario acordar nada con el PRI, bastaba con hacer del conocimiento al gobierno de la organización del Encuentro. Partido y gobierno eran lo mismo.

Salinas de Gortari y Octavio Paz tenían una relación añeja. Como estudiante de economía en Harvard, Salinas se había acercado a Paz y trabaron una relación de amistad. Por esos años, Paz invitó a colaborar a Salinas de Gortari, en una ocasión, en la revista Plural. A pesar de la discutida elección que lo llevó a la presidencia, Paz confiaba en Salinas de Gortari, en su decisión de modernizar a México en lo económico y en lo político. Salinas, además, había apoyado la creación del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes, cuya idea central había sido expuesta años atrás en la revista Plural.

Continúa Ignatieff con su recuerdo: “Solo Mario se atrevió a decir que celebrábamos la caída de la dictadura en Europa del Este mientras callábamos nuestra propia cooptación a manos de una dictadura latinoamericana.” Ignatieff parece decir que Vargas Llosa participó en el Encuentro para desenmascarar a la dictadura mexicana, mientras los demás “callábamos”. Mario como héroe de la libertad.

Me parece un recuerdo edulcorado. La expresión de Vargas Llosa fue pronunciada al calor de un encendido debate con Octavio Paz. Vargas Llosa había señalado primero, sin mucho énfasis, el carácter antidemocrático del PRI. Al termino de la participación de Vargas Llosa, Octavio Paz pidió la palabra para precisar: el PRI es un partido hegemónico, no dictatorial. Mientras Paz hablaba, según recuerda Enrique Krauze, “Vargas Llosa me deslizó una pequeña nota preguntándome si podía intervenir enseguida, con una crítica más dura. Asentí, por supuesto”. Fue entonces cuando Vargas Llosa, en el contexto de un PRI en transformación, soltó su alocución, vibrante, memorable, sobre “la dictadura perfecta”. Inmediatamente después de su intervención, Paz corrigió a Vargas Llosa: “No se puede hablar de dictadura, en México hemos tenido un sistema de dominación hegemónico de un partido, un sistema peculiar y no único de México”.

Paz no fue el único en corregir a Vargas Llosa. Cornelius Castoriadis, alguien impensable como defensor de una dictadura, afirmó enseguida: “Quisiera decirle amistosamente a mi muy estimado amigo Mario Vargas Llosa que ha olvidado un poco a sus clásicos, ya que, como decía Lenin: La dictadura es un poder que no está limitado por la ley”. Luego del debate, los participantes del Encuentro pasaron a un salón a tomar un cóctel y proseguir la discusión. Vargas Llosa y Paz hablaron, no mucho ya que Vargas Llosa advirtió la enorme molestia de Octavio Paz.

Ignatieff recuerda este momento de otra manera: “el régimen mexicano estaba furioso. Lo declaró persona non grata, y recuerdo que salió de la gran sala de conferencias seguido por las cámaras de televisión”. Luego de su participación Vargas Llosa, pasó al cóctel y estuvo allí varios minutos. Cuando salió, no lo siguieron “las cámaras de televisión”. Era imposible. El Encuentro se celebraba en un estudio remoto, aislado de los medios de comunicación. Algunos priistas sí estaban furiosos, sobre todo porque al día siguiente de la participación de Vargas Llosa en el Encuentro había comenzado la Asamblea Nacional del PRI y la pregunta recurrente de los reporteros no fue sobre su asamblea sino por las declaraciones tonantes de Vargas Llosa. No se le declaró “persona non grata”. Salinas de Gortari solo comentó que Vargas Llosa “es un buen novelista”. Los programas del Encuentro, luego de su transmisión en vivo, fueron retrasmitidos sin problema alguno por la televisión. En 1993, todavía con Salinas como presidente, regresó Vargas Llosa a México para presentar El pez en el agua, en el ITAM, en compañía de Octavio Paz y Enrique Krauze.

La memoria es traicionera. Ignatieff, como Vargas Llosa, fue candidato a presidir su país, y como él fue derrotado. Uno de los libros en los que encontró consuelo y ánimos para seguir adelante luego de ese tropiezo fue precisamente El pez en el agua. En este extraordinario libro, efectivamente Mario Vargas Llosa aparece como un héroe de la libertad. Quizá por ello, al recordar lo que pasó en México, Ignatieff lo recuerde como un momento glorioso. “Estaba exultante. Fue uno de esos momentos que me enseñaron lo que es ser un hombre honesto: decir lo que hay que decir cuando otros callan.”

Decir que México era una dictadura “perfecta” y por ello “superior” a las brutales dictaduras de Cuba, Argentina y Chile fue un exceso verbal producto de un apasionado debate intelectual. Pensar que intelectuales de la talla de Cornelius Castoriadis, Jean Francois Revel, Daniel Bell, Irving Howe, Agnes Heller, Jorge Semprún, Leszek Kołakowski, entre muchos otros, aceptaran venir a un país que vivía en dictadura para hablar de la caída de las dictaduras de Europa del Este, es aventurar demasiado.

Hacia el final de su luminoso libro En busca de consuelo (Taurus, 2025), Michael Ignatieff recuerda “al poeta Czesław Miłosz, a quien mi mujer y yo conocimos en su casa de Berkeley un día radiante de enero de 1998.” La memoria nos juega a veces malas pasadas. Michael Ignatieff en realidad conoció a Miłosz en la Ciudad de México en 1990, en el marco del memorable Encuentro Vuelta. ~


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