El exconvento de San Juan Bautista, en Tlayacapan, antes y después del sismo del 19 de septiembre de 2017.

Apadrine a Tlayacapan

En los pueblos se apadrinan fiestas, equipos deportivos, actividades cívicas. Ahora, esta antigua tradición puede ser de enorme ayuda para la reconstrucción de Tlayacapan, en Morelos, gravemente afectado por el sismo del 19 de septiembre.
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Fuimos a Tlayacapan, no porque nos hayan dicho que era un pueblo mágico sino por el mero azar. Solo sabíamos que era uno de los muchos pueblos de Morelos golpeados por el terremoto. Era sábado a medio día.

Frente a nosotros, maltrecho, apareció el antiguo Palacio Municipal, todavía adornado con motivos tricolores. A nuestra izquierda, bajo los arcos de “La Cerería”, vieja fábrica de velas que abastecía a los caminantes de Oaxaca a la capital, improvisada ahora como oficina del gobierno, un centenar de mujeres hace cola para revisar la ropa apilada. El ejército organiza la operación. Junto al “Pochote” -árbol emblemático del pueblo, testigo indemne del drama- unos lugareños discuten las labores de reconstrucción. En la plaza, se han levantado albergues temporales y las tiendas con ayuda: agua, latas, colchones. Un niño colorea un cuadernillo en el que un perrito “Listo Calixto” se prepara para los terremotos.

Nos perdemos en las calles adyacentes al ex convento de San Juan Bautista. El organillero que sigue nuestro trayecto tiene grabada en su instrumento la palabra “Armonipan”. Y armoniosa es, extrañamente, nuestra jornada. Es día de tianguis. Los puestos venden aguacate, nopal, ciruelas, plantas de ornato y medicinales. Los restaurantes ofrecen tamales, mixiotes, nieves y brebajes. Abundan las tiendas de alfarería (soles y lunas). “Hubo tres muertos -explica una amable vendedora de jugos-, una alfarera a la que le cayó la losa, un joven al que aplastó una barda, y un muchacho de la comunidad indígena de ‘Los Laureles'”. “Nos salvamos -aclara otra- porque era la hora de salida de las escuelas, las mujeres íbamos por los niños y los hombres estaban en el campo”.

Caemos en un solar rectangular de unos doscientos metros cuadrados. Alojaba cuatro habitaciones. Tres personas de edad avanzada -una pareja y una pariente o amiga- conversan tranquilamente alrededor de una pequeña mesa de metal, sobre la cual hay unas cuantas artesanías: flautas, vasijas, cochinitos de alcancía, tortuguitas. El señor reúne un manojo de flores disecadas y las envuelve, con paciencia y esmero, en papel de china. “Sí, era nuestra casa. Ahora vivimos con unos parientes. Se derrumbó. Solo quedó la pared del baño, que estaba en la recámara de arriba. Mírela, la vecina no quiere que se rompa. Sí, ya nos dieron los cupones. Dios mediante, la vamos a reconstruir”. Ni una queja o lamento, ningún énfasis. Cortesía, afabilidad, dulzura, serenidad, estoicismo natural. La vida sigue.

“No sabemos dónde será ahora el catecismo”, escucho decir a una viejita compungida. “Todas las parroquias están dañadas”, nos dice otra, en la acera de su casa destruida. No recuerda un temblor semejante en su larga vida pero su preocupación es la vida religiosa del pueblo. Por fin, a través de una puerta lateral, entramos al inmenso atrio de San Juan Bautista, joya reconocida por la UNESCO, fundada por los agustinos en 1554. Qué increíble es ver parcialmente arrodillados los contrafuertes, hechos para resistir a los elementos. Qué tristeza ver cuarteada la fachada, dañados o derrumbados los pequeños arcos de la espadaña, con sus cinco campanas, de las cuales solo alcancé a ver una. Y tras el portón entreabierto, alumbrado por la luz que penetra por la hendidura que hirió la nave, el interior destrozado.

Días más tarde me comunico con el presidente municipal, Dionisio de la Rosa. Su voz es firme y escueta: “Mi pueblo está echado pa’delante”. 13 monumentos históricos tuvieron derrumbe total y 21 tienen daño severo. Hay 72 casas derrumbadas y 65 con daño severo. 187 presentan daños medios. La reconstrucción de las casas la harán los propios vecinos. De las parroquias se harán cargo los mayordomos, que las han custodiado por generaciones. Se esperan apoyos del Fonden y del INAH (incluidos expertos restauradores). Pero no serán suficientes. Se requieren donaciones en efectivo y en especie: 3,000 polines de madera de 2.50 metros para apuntalamiento, block ligero, algunas toneladas de cemento y mortero. Le prometí buscar este tipo de apoyos.

En los pueblos, la tradición de apadrinar es muy antigua. Apadrinan fiestas, equipos deportivos, actividades cívicas. ¿Quiere usted apadrinar una parroquia, un monumento, una casa en Tlayacapan? Done usted a la cuenta 0329065423 de Banorte a nombre del municipio de Tlayacapan. Y para una transferencia, utilice la clave interbancaria 072542003290654238. ¿Quiénes aseguran el buen uso de los fondos? Los garantes mejores: el Comité de mayordomos.

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clío.


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