Estoy leyendo un libro titulado Hazañas de heroísmo y valentía. Publicado en 1920, es una compilación de anécdotas sobre actos de arrojo durante la Primera Guerra Mundial. En cierta crónica, un capellán habla de combatientes en las trincheras que están leyendo la Ilíada. Más adelante, algún soldado cuenta el exitoso asalto a la trinchera alemana. “Estaba repleta de muertos. Llena de escombro. De bombas, palas, libros deshojados, revistas y periódicos. Me encontré con un ejemplar de Wallenstein, de Schiller.”
Ya casi para terminar esta trilogía schilleriana, en La muerte de Wallenstein, la condesa Terzky dice: “Pensamos que una muerte libre y valerosa es más digna que una vida sin honor.” Una frase que resume bien la actitud de los guerreros aqueos y troyanos.
Héctor prefiere también una muerte honrosa que una vida sin honor. “¡Que al menos no perezca sin esfuerzo y sin gloria, sino tras una proeza cuya fama llegue a los hombres futuros!”
Andrómaca, su mujer, como cándida pacifista, no entiende la predestinación, la fatalidad, el deber del hombre.
¡Oh Héctor! Tú eres para mí mi padre y mi augusta madre,
y también mi hermano, y tú eres mi lozano esposo.
Ea, compadécete ahora y quédate aquí, sobre la torre.
No dejes a tu niño huérfano, ni viuda a tu mujer.
Héctor le responde que sentiría mucha vergüenza “si como un cobarde trato de escabullirme lejos del combate”.
También me lo impide el ánimo, pues he aprendido a ser valiente
en todo momento y a luchar entre los primeros troyanos,
tratando de ganar gran gloria para mi padre y para mí mismo.
La condesa Terzky lo entiende bien. Y Wallenstein está repleta de frases sobre este asunto. “El honor es algo por lo que el hombre debe morir.” Ciertamente el texto de Schiller tiene que ver con la traición de un general, pero incluso desde el lado de la traición, el honor está en no claudicar. Aquí otra frase que parece sacada de la Ilíada: “Preferirían morir con valor en la batalla que abandonar a su líder y su honra”. O esta otra, entre muchas más: “Sabrá lo que puede hacer un puñado de héroes inspirados por un heroico líder.” Parece natural que estuvieran leyendo este libro en las trincheras alemanas.
También natural que Schiller, si viera esos muertos, preguntara: “Schöne Welt, wo bist du?”, sintiendo nostalgia por ese bello mundo en el que, siendo los dioses más humanos, los hombres eran más divinos, y ese mundo de la belleza en que se precipitaban al Hades muchas valientes vidas.
En su ensayo sobre el heroísmo, Ralph Waldo Emerson escribe que el hombre “debe aprender desde temprano que nace en estado de guerra, y que su propio bien y el bienestar común exigen que no salga a bailar con ropajes de paz”.
El soldado que asaltó la trinchera relata que uno de los alemanes muertos “debió de ser un alma jubilosa cuando vivía, pues llevaba en el bolsillo una fotografía de sí mismo con su mujer y dos hijos, y la imagen lo hacía lucir como un alegre old sport”, mote que cinco años después Fitzgerald volvería popular. Y aquí lo bello es que el soldado inglés no fuera un iletrado, pues conocía el libro de Schiller. Desconozco la suerte de aquellos ingleses que leían la Ilíada, pero se sabe que todos los lectores de la Ilíada en 1916 estarán ya muertos.
La Anábasis de Jenofonte no es mala lectura para el campo de batalla. “Estoy convencido de que, los que en la guerra buscan por todos los medios conservar la vida, ésos por lo general mueren cobarde y vergonzosamente, mientras que, quienes han comprendido que la muerte es común e ineludible para todos los hombres y luchan para morir con honor, veo que ésos llegan frecuentemente a la vejez y, mientras viven, son más felices”.
Llegar a la vejez luego de haber participado en la batalla es lo que proclama el shakespeariano Enrique V en San Crispín. “Aquél que sobreviva este día y llegue a ser un viejo, cada año, en la vigila, invitará a cenar a sus vecinos, se enrollará la manga y mostrará sus cicatrices y dirá: ‘Estas heridas las gané el Día de San Crispín’, y aunque todo se olvide él recordará con detalle las hazañas que realizó ese día”.
La valentía es cosa del ánimo, no de la razón. Por eso Héctor se hace mil argumentos para no enfrentar a Aquiles, hasta que él mismo se dice: “Pero ¿por qué mi ánimo me ha suscitado este debate?”. Tal como Hamlet dice que la conciencia nos vuelve a todos cobardes. Héctor deja la cabeza y va al corazón: “Más vale entablar la disputa cuanto antes. ¡Averigüemos a quién de los dos tiende el Olímpico su honor!”.
Sabemos que Héctor es derrotado por Aquiles. Al final, no suplica por su vida, sino por su cadáver: “No dejes a los perros devorarme junto a las naves de los aqueos”.
En la República, pese a las diferencias con los poetas, Sócrates acuerda respetar a Homero en cuanto a los héroes. “Aquél que al morir sobresale por su valentía, ¿no diremos en primer lugar que es de la raza de oro?” Werner Jaeger explica lo del linaje de oro: “Es decir, son elevados a héroes y se les da por tumba una gruta a la que hay que acercarse con religiosa veneración.
Hoy y siempre, aquí, allá y acullá, hacen falta héroes. Tal como canta Bonnie Tyler:
I need a hero
I’m holding out for a hero ’til the end of the night
He’s gotta be strong
And he’s gotta be fast
And he’s gotta be fresh from the fight. ~
(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.