Foto: Biblioteca José Vasconcelos / Vasconcelos Library. https://www.flickr.com/photos/photos_clinker/295038831

De Marx a Marx, pasando por Vasconcelos

Marx Arriaga, habiendo sido nombrado gran bibliotecario de la nación, ha confundido su encomienda con la de censor. Al juzgar los libros que se cuelan entre los anaqueles comete, al menos, dos traiciones.
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La censura nunca deberá ser reestablecida.

Karl Marx, “El proyecto de ley prusiana sobre la prensa” (1848)

 

 

Alguien que lleva por nombre propio el apellido de Karl Marx, habiendo sido nombrado gran bibliotecario de la nación, ha confundido su encomienda con la de censor, lamentando que libros a los cuales juzga “neoliberales”, como los de Héctor Aguilar Camín y Enrique Krauze, se cuelen en los anaqueles a su cargo. El funcionario Arriaga –así se apellida– comete, al menos, dos traiciones.

Una, contra José Vasconcelos, cuyo nombre llevan dos de las bibliotecas que deberá administrar, pues el ministro quien quiso lavar a la Revolución mexicana de su sangrienta reputación, en sus primeros años, permitió que Diego Rivera y sus amigos comunistas pintasen en los muros públicos la hoz y el martillo y otras alegorías marxistas–leninistas, ajenas a la ética y a la estética del exrector. Aquel Vasconcelos, en sus años de misión educativa, no solo respetó la libertad de expresión de los muralistas, sino estimuló la libertad de conciencia de los mexicanos. Sus célebres libros verdes, impresos para que llegasen a las manos del público lector –esa élite, como dice Alberto Manguel, a la cual puede ingresar quien así lo quiera– incluían lo que venía de Atenas como lo nacido en Jerusalén: los trágicos griegos junto a los Evangelios, al herético pacifista Tolstói junto al severo Dante, poeta y teólogo de la Cristiandad medieval.

La segunda traición de Arriaga es contra el otro Marx. El movimiento comunista iniciado por Marx y Engels defendió todas las libertades democráticas, sobre todo la de prensa (véase su conocido artículo contra la censura prusiana de 1848) porque consideraba que éstas habían sido arrancadas a la burguesía por el proletariado. Y la “dictadura del proletariado” difusamente proyectada por Marx, cuando la revolución triunfase, era un interregno a la romana, a cuya brevedad advendría el reino de la libertad. El marxismo, por desgracia, cayó en manos de los liberticidas rusos. Sus imitadores en América Latina –intoxicados por el jesuitismo– se convirtieron en censores, a cuya descendencia directa pertenece el comisario Arriaga.

¿Qué sigue? ¿Quiénes pomposamente llaman “transformación” a su ya trágico tiradero, nos ofrecerán primero un índice de lecturas prohibidas para encender después, con esos libros, las piras hitlerianas? Al paso que vamos lo que hoy parece fantasía, delirio o charlatanería, será, acaso en poco tiempo, nuestra realidad.

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es editor de Letras Libres. En 2020, El Colegio Nacional publicó sus Ensayos reunidos 1984-1998 y las Ediciones de la Universidad Diego Portales, Ateos, esnobs y otras ruinas, en Santiago de Chile


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