Michael P. Barbella, CC BY-SA 4.0 , via Wikimedia Commons

Siete metros cuadrados

Esta semana el Chapo Guzmán se quejó de sus condiciones carcelarias. En prisión la nostalgia apachurra y el paladar suele ser muy nostálgico.
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Viendo los anuncios inmobiliarios, hallo que en París se renta una gran cantidad de departamentos de nueve metros cuadrados que llegan a costar hasta novecientos euros al mes. En esos viejos cuartos de triques ahora medio viven las personas. Las fotografías tratan de hacerlos lucir espaciosos, pero bastaría meter en ellos un poco de ropa, abrigo para el invierno, una despensa precaria, dos botellas de vino, toallas y cosas de baño, cuatro libros, vajilla individual y enseres de cocina para convertir el sitio en un hacinamiento. Quizás el barril de Diógenes era más amplio y cómodo.

Las celdas en la desalmada prisión en que se encuentra el Chapo Guzmán tienen siete metros cuadrados, si bien el espacio rinde mejor que en los nueve parisinos, pues los reclusos no cocinan ni lavan la ropa ni tienen más de un juego de prendas. La ventaja de los pisos parisinos es que tienen puertas que se abren.

Esta semana el Chapo Guzmán se quejó de sus condiciones carcelarias. Entre otras cosas, se lamentó de la comida. Si la culinaria gringa ha sido siempre pobre, imagino que la gastronomía carcelaria debe de ser para condolerse.

Y es que en prisión la nostalgia apachurra y el paladar suele ser muy nostálgico. Los que visitamos seguidamente Sinaloa sabemos lo bien que se come. Ahora mismo pienso en El Farallón de Los Mochis, El Maviri en Topolobampo y tantos otros sitios de buen comer, siempre acompañados de unas Pacífico bien frías.

También los oídos son nostálgicos, y aunque soy de parecer que la música ayuda a sobrellevar las tristezas, Chéjov dice en La Isla de Sajalín: “El presidio, a pesar de las bengalas, seguía siendo un presidio; y la música, cuando la oye desde lejos una persona que jamás regresará a su tierra natal, solo suscita una mortal tristeza”.

Nunca ha sido lo mismo meter a la plebe en prisión que ingresar a uno de los hombres más ricos del mundo. Para quienes no conocieron tiempos mejores, no es tan grave la divergencia entre su anémica libertad y su también triste castigo. Al segundo le oprime el contraste. Desde la antigüedad los sabios hablan de que recordar tiempos mejores agudiza el dolor.

Esa es la lamentación de Segismundo:

Yo sueño, que estoy aquí
Destas prisiones cargado,
Y soñé, que en otro estado
Más lisonjero me vi.

Es también la de Boecio:

Mientras me halagó la fortuna, a pesar de saberla inconstante y mudable, una hora de tristeza hubiera bastado para llevarme a la tumba; ahora que ha ensombrecido su faz engañadora, ¡oh, cuán larga se me hace una vida tan tediosa!

Por eso algunos legisladores han considerado que la ley no debe ser pareja para todos. Si la prisión es un castigo más severo para unos que para otros, entonces, aplicando una fórmula justiciera, concluyen que los sufrimientos impuestos a un miserable con diez años de prisión equivalen a los que sufriría un noble o bon vivant o millonario con apenas dos. Esto no lo aceptan las democracias, aunque sí lo aplican, pues todo juez usa criterio y corazón a la hora de imponer castigos.

En cambio, don Quijote se inclina por los pobres cuando le dice a Sancho:

Hallen en ti más compasión las lágrimas del pobre, pero no más justicia, que las informaciones del rico. Procura descubrir la verdad por entre las promesas y dádivas del rico como por entre los sollozos e importunidades del pobre. Cuando pudiere y debiere tener lugar la equidad, no cargues todo el rigor de la ley al delincuente; que no es mejor la fama del juez riguroso que la del compasivo. Si acaso doblares la vara de la justicia, no sea con el peso de la dádiva, sino con el de la misericordia.

Otra vez me estoy mudando y por suerte hallé algo de noventa metros cuadrados. Me espantan los nueve parisinos o los siete del Chapo. En tan pequeño espacio quedaría sepultado por libros. Además me hace falta mucho espacio físico y mental. Abrir la puerta, salir, meterme en el bar que me dé la gana. Verme con quien quiera. Hablar de lo que quiera. Leer lo que me gusta. Le tengo tanta afición a la libertad que nunca haría nada para merecer la prisión. Pero uno nunca sabe. Mucha evidencia tenemos de que a veces se vuelve delito el mero amor a la libertad.

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(Monterrey, 1961) es escritor. Fue ganador del Premio Xavier Villaurrutia de Escritores para Escritores 2017 por su novela Olegaroy.

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