La Champions: el Real Madrid es la obra maestra de Zinedine Zidane

En el éxito rotundo del Real Madrid, que podría levantar dos Champions consecutivas, hay que darle el mérito que merece Zidane, un entrenador que a pesar de las críticas ha ensamblado un equipo letal, lleno de variantes.
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En el magnífico libro de Martí Perarnau, “La metamorfosis”, Pep Guardiola recordaba el último partido de su Bayern de Munich contra el Atlético de Madrid como uno de los mejores de sus tres años en Alemania. “Pocas veces se ha visto al Atlético tan desarbolado, tan indefenso”, insistía con razón el entrenador catalán, unas declaraciones refrendadas recientemente por Xabi Alonso en entrevista al diario El País.

Esta muestra de orgullo en la derrota –el Bayern arrolló al Atlético, sí, pero el Atlético pasó a la final- dice mucho del equipo de Diego Pablo Simeone, pese a sus evidentes carencias. Es un equipo rocoso, firme, convencido de sus posibilidades y al que resulta casi imposible poner nervioso. Lo hizo el Bayern en aquella ocasión y aun así concedió un gol y un penalti que le valieron la eliminatoria. Lo hizo también el Real Madrid en la ida de las semifinales de esta misma semana, con la diferencia de que los de Zidane no solo marcaron tres goles sino que ni siquiera dejaron que su rival creara una sola oportunidad de peligro.

Si la excelencia se mide en la capacidad para aturdir al Atlético de Madrid, el partido del Bernabéu fue una auténtica exhibición de un equipo llamado a hacer historia y convertirse en el primero en ganar dos Champions League consecutivas. El Madrid empezó el partido fuerte, presionando arriba y teniendo paciencia para buscar huecos en las bandas del rival, donde Lucas y Savic fracasaron una y otra vez en su intento de suplir a Juanfran en el lateral derecho. Isco, Modric y Kroos se hicieron con el control absoluto del balón y un poco de acierto de cara a puerta habría bastado para irse con un par de goles al descanso. Solo fue uno, obra de Cristiano Ronaldo, por supuesto.

La mala noticia para el Atlético era que perdía 1-0. La buena era que ese resultado le mantenía vivo en la eliminatoria. El Madrid tenía que bajar el nivel. No lo hizo. El dominio fue más allá de los goles, dos más, también de Cristiano, que suma ocho consecutivos en los últimos tres partidos de Champions, los que verdaderamente cuentan. Solo hubo un equipo sobre el campo, combinando la contundencia y colocación de Casemiro, la anticipación constante de Ramos y Varane, la velocidad de Marcelo y la capacidad de lectura de juego de sus centrocampistas.

Es cierto que el Real Madrid ha reunido la mejor plantilla de jugadores que el dinero puede comprar y que presenta una profundidad inédita en la historia del fútbol… pero no es menos cierto que esa plantilla ya estaba ahí en enero de 2016 y los resultados eran un desastre. ¿Qué pasó en ese momento? Que llegó Zinedine Zidane. Quizá va siendo hora de tomarse en serio al entrenador francés. Es complicado exigirle más: llegó a un equipo en ruinas y se quedó a un partido de ganar la liga al todopoderoso Barcelona, además de sumar la undécima Champions en Milán.

Este año, sus méritos han ido más allá: no solo está a un par de partidos de alcanzar la gesta histórica de repetir título en Europa sino que le falta muy poco para ganar la primera liga para el Real Madrid en cinco años. Regularidad y explosividad. Todo esto sin dejar de recibir críticas por todas partes: por poner a Cristiano y por quitar a Cristiano, por poner a James y por dejarlo en el banquillo, por mantener la fe en Benzema y por relegarlo al banquillo. Cada semana aparece un artículo en el que se le echa en cara al francés que no juegue Morata o que no juegue Isco o que no juegue Asensio… todos ellos convertidos repentinamente en los mejores jugadores de Europa según el nivel mostrado en el partido anterior.

Contar con una plantilla así, con el dinero que ha costado en traspasos, con las fichas que cobran los jugadores y con la inmensa calidad que atesoran, es complicadísimo. Hasta ahora, de Zidane se había valorado precisamente eso: su capacidad como gestor de egos, su pausa, su media sonrisa inalterable ante cualquier contratiempo. Teniendo en cuenta su historial ya desde los tiempos de segundo entrenador con Ancelotti –juntos ganaron la Champions League de 2014 en Lisboa- los elogios deberían empezar a ir más allá del elogio al “perfil bajo” reconciliador.

Zidane no solo ha ganado casi todo desde que ha llegado y no solo lo ha hecho con momentos de verdadero buen fútbol, sino que ha conseguido la soñada transición de la BBC –acrónimo que designa la dependencia absoluta del equipo respecto a Bale, Benzema y Cristiano- a un sistema más coral sin tener que cortar por las bravas. Ahora mismo, nadie echa de menos a Bale y sus múltiples lesiones y no hay asomo del Cristiano egoísta y empeñado en jugar todos los minutos de todos los partidos. El portugués queda reservado y fresco para los momentos importantes de los encuentros importantes. Solo un entrenador ha sabido convencerle de que este cambio era imprescindible para aumentar su leyenda y ese entrenador ha sido Zidane.

La continua polémica en los medios de comunicación españoles sobre si es mejor el “Plan A” –el de las estrellas fichadas a golpe de talonario- o el “Plan B”, es decir, el de los chavales con menos nombre pero tanto o más fútbol, no deja de ocultar una realidad: el Madrid, ahora mismo, tiene dos planes y eso es lo que le hace temible. Algún mérito tiene que tener el entrenador en todo ello.

En Mónaco:

Si la semifinal española parece decidida, no lo está menos la que enfrenta a Juventus y Mónaco. Lo de la Juve viene de lejos y no sorprende a nadie. En breve, conseguirá alzarse con su sexta liga consecutiva y, salvo hecatombe, disputará su segunda final de Champions League en tres años. Es un equipo con pocas estrellas pero muchos jugadores solventes, empezando por su pareja de centrales Bonucci-Chiellini, siguiendo por los irregulares Higuaín y Dybala, y acabando por el imprevisible Dani Alves, que a sus 34 años ha conseguido reinventarse y colocarse en disposición de conseguir su quinto título como campeón de Europa, a los que hay que añadir las dos Copas de la UEFA que consiguió con el Sevilla y la Copa América de 2007 defendiendo la camiseta de Brasil.

Su actuación en el Estadio Louis II de Mónaco solo merece el calificativo de excelsa. Dominó todo el partido desde un rincón de la banda derecha, liberado gracias al sacrificio conjunto de sus compañeros, algo que en su última etapa del Barcelona echó demasiado en falta. Alves, que tanto desesperó en ocasiones a los aficionados azulgranas e Higuaín, que tantas críticas levantó entre los seguidores madridistas, repitieron varias veces la misma jugada y en dos ocasiones la insistencia les valió el gol. Pensar que el Mónaco vaya a remontar dos goles a la Juve en Turín es tan fantasioso como pensar que el Atlético le vaya a remontar tres al Madrid en el Calderón.

Cosas más raras se han visto, por supuesto, pero de confirmarse la final, podemos estar ante uno de los mayores espectáculos tácticos de los últimos años.

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(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.


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