El problema del dopaje no empezó con Alberto Contador ni acabará con él. Ya el mítico Jacques Anquetil, ganador de 5 Tours de Francia, 2 Giros de Italia y 1 Vuelta a España reconocía abiertamente que se dopaba y que era imposible ganar sin hacerlo. No deja de sorprender que tan pocos más se hayan atrevido a ser claros al respecto, dejando las confesiones para cuando su inocencia ya era indefendible. Algún día el ciclismo conseguirá asentar una narrativa que incluya el dopaje y lo explique. Mientras tanto será ese elefante en la habitación al que nadie reconoce ver por mucho ruido que haga.
Por todo esto, es imposible hacer una semblanza de la carrera de Contador sin mencionar que dio positivo por clembuterol en 2010 y que ese positivo le valió dos años de sanción y provocó que le descontaran el Tour de aquel año y el Giro del año siguiente. Del mismo modo es imposible pasar por alto que empezó su carrera deportiva en la ONCE, el equipo que protagonizó la Operación Puerto y la siguió en el Discovery Channel, el equipo sucesor del US Postal, a las órdenes de Johan Bruyneel, señalado por la agencia antidopaje estadounidense como uno de los artífices del mayor entramado de dopaje de la historia. A continuación se fue al Astana, equipo cuyos casos de dopaje hicieron que el Tour negara su participación en 2008, y que estaba dirigido en la práctica por Vinokourov, uno de los grandes dopados de este deporte.
A ese mismo Astana acudiría en 2009 ni más ni menos que Lance Armstrong, justo en medio de la investigación que acabaría con la retirada de sus siete Tours de Francia. Sus últimas grandes victorias las consiguió en el Saxo Bank, la estructura creada por Bjarne Riis, uno de los más tristes protagonistas de la época de esplendor de la EPO en los años noventa. La sombra del dopaje siempre ha perseguido a Contador y él siempre se ha empeñado en negarla, utilizando argumentos a menudo inverosímiles, como aquella supuesta intoxicación por ingerir un solomillo que él mismo tuvo que retirar ante el TAS aunque haya quedado en el imaginario popular.
La pena es que Contador no haya sabido crear una narrativa que una todos estos hechos con una carrera descomunal. Que gastemos tres párrafos detallando sus malas compañías y no nos centremos en el hecho insólito de que consiguió subir a lo más alto del podio en nueve grandes vueltas -3 Tours, 3 Giros, 3 Vueltas- aunque ya sabemos que la cifra final en el palmarés vaya a quedar en siete. Para que se hagan una idea: solo Bernard Hinault y Eddy Merckx lograron más victorias que el madrileño. Eso debería bastar para definir su importancia en la historia del ciclismo.
Todo esto lo consiguió Contador sin ser en ningún momento un dominador. Aunque es cierto que tuvo un par de años en los que nadie podía seguirle en montaña, los éxitos del español se fraguaron en la regularidad, en el dominio de la contrarreloj y la oportunidad táctica. De los citados nueve triunfos, tres llegaron por segundos y otros tres por poco más de un minuto. Contador nunca ganaba por aplastamiento, sino por resistencia: era imposible sacarle tiempo en ningún terreno y al final él te sacaba medio minuto donde menos te lo esperabas.
Aparte de su prodigiosa regularidad y de su capacidad para atacar donde nadie lo esperaba -lo que hacía de él un campeón a menudo imprevisible- hay que reconocerle a Contador un cierto carisma. No dejaba indiferente a nadie. Sus partidarios lo eran hasta la última gota de sangre y sus detractores no perdonaban ni el más mínimo error. Hablamos de un tipo que consiguió poner de los nervios a Lance Armstrong, que no es cualquier cosa. Su característico movimiento de bicicleta recordaba en ocasiones al de Marco Pantani, aunque los efectos fueran menos devastadores. Siempre tenía una sonrisa en la boca para explicar los éxitos y una buena excusa para justificar cualquier derrota.
Aunque hablemos de su carrera en pasado, lo cierto es que a Contador aún le queda una última bala en la recámara: la Vuelta a España que comienza este sábado en la localidad francesa de Nimes. Si las piernas responden, su última carrera como profesional puede ser también su último gran duelo con Chris Froome, el hombre que le ha amargado el Tour en los últimos años. Ahí estarán también Fabio Aru, Esteban Chaves y buena parte de la prometedora generación del 92, encabezada por los hermanos Adam y Simon Yates. No estará Samuel Sánchez, otro de los miembros de la edad de oro del ciclismo español. A los 39 años, acaba de dar positivo por un derivado de la hormona del crecimiento.
(Madrid, 1977) es escritor y licenciado en filosofía. Autor de varios libros sobre deporte, lleva años colaborando en diversos medios culturales intentando darle al juego una dimensión narrativa que vaya más allá del exabrupto apasionado.