Los Cabos revive

A pesar de que las imágenes de la destrucción que sufrió Cabo San Lucas y, en mayor medida, San José del Cabo, dieron la vuelta al mundo, no es sino hasta que uno recorre la zona que queda claro el reto que enfrentan los cabeños.
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Por increíble que parezca, hay partes de México en los que la prioridad no es el debate de nuestra tragedia. Hay sitios en los que la cotidianidad se enfoca en la construcción de una vida de trabajo, al margen de otras batallas. Hay otros lugares en los que la vida lleva la prisa de la supervivencia. Desde hace tres meses, así es el ir y venir de los días en Los Cabos.

Es difícil comprender, sin visitar esa región de México, lo que el huracán Odile hizo en Los Cabos. A pesar de que las imágenes de la impresionante destrucción que sufrió Cabo San Lucas y, en mayor medida, San José del Cabo dieron la vuelta al mundo (lo mismo que los deplorables saqueos subsecuentes) no es sino hasta que uno recorre la zona entera que queda clara la dimensión del reto que enfrentan los cabeños, 70% de los cuales se dedica a la industria turística o de servicio. El aeropuerto local, diseñado para recibir un millón de turistas al año (Los Cabos es el segundo destino nacional, solo después de Cancún), está en reconstrucción. Faltan mamparas, vidrios y acabados. Todavía es posible ver los restos de algunos aviones privados a los que el viento arrancó medio fuselaje. Aún así, el aeropuerto funciona y funciona admirablemente. El calibre de la furia de Odile es todavía mas evidente cuando uno recorre la hermosa carretera Transpeninsular. Casi todos los hoteles de San José del Cabo permanecen cerrados (12 mil millones de pesos les ha costado Odile a las aseguradoras). Algo hay de tétrico en esas inmensas construcciones —erigidas para albergar la fiesta, el amor y el descanso— con las fachadas escarapeladas, los rótulos incompletos y los muros de tablaroca expuestos, enmarcando ventanas desprovistas de vidrio. El huracán arrasó con propiedades de lujo, refugio de celebridades. Las Ventanas al Paraíso, el Esperanza y otros hoteles que encabezan con regularidad las listas de excelencia mundial probablemente no abrirán sino hasta bien entrado 2015. Varios lugareños con los que conversé temen que los enormes costos de la reapertura orillen a algunos dueños a deshacerse de las propiedades, sin importar prestigio o valor. Las palmeras han perdido su fronda y otros árboles muestran, en su dolorosa inclinación, el poder de los vientos de Odile, que alcanzaron, por horas y horas, velocidades de más de 150 kph. Aun así, la sensación que la escena deja en el visitante (o al menos en este visitante) no es de claudicación alguna ante la adversidad. Todo lo contrario: la reparación avanza, las recontrataciones han comenzado, los campos de golf vuelven a poblarse, las estufas se encienden una vez más: “estamos abiertos”. No hay tiempo para lamentos.

Por supuesto, en la prisa, algunas cosas fallan. El hotel donde me hospedé (con esposa y tres hijos cada día más activos) abrió sus puertas con arreglos considerables todavía en marcha. Las tradicionales palapas están en construcción, faltan paneles en algunos baños, hay habitaciones en plena rehabilitación. Les falta personal y se nota. El área de la piscina está poblada de enormes palmeras que han perdido casi todo su follaje: no hay sombra posible y los parasoles no son suficientes. Está claro que los administradores del hotel decidieron apurar la reapertura sin estar completamente listos. Decisión arriesgada pero, a mi parecer, valiente. Y, al menos para los enjundiosos empleados del lugar, profundamente importante. “Ya queríamos trabajar”, me dijo un mesero que no paró de correr de un lado a otro prácticamente cada minuto que estuvimos ahí.

La lección está clara: ponerse en pie cuanto antes. No importa que no sea perfecto: hay que comenzar a decirle al mundo que hay Los Cabos para rato. Lo mismo le escuché a restauranteros, taxistas, lancheros y empresarios. Todos saben que a San Lucas y San José les hace falta tiempo. La ocupación hotelera está lejos de lo que se acostumbra para esta temporada alta. Pero muchos ya planean lo que será la Semana Santa y, mejor todavía, el invierno siguiente. Una tarde, caminando por el puerto de San Lucas, me topé con un capitán de un bote de pesca. Me habló de sus años en Cabo y del carácter del lugar. Lamento que, con el tiempo, se haya “agringado” tanto, pero dijo agradecer la llegada de turistas que “nos dan de comer”. Me habló con particular aprecio de los que año con año vuelven a Los Cabos. “Son como las ballenas”, me dijo riendo, “pase lo que pase aquí están en el invierno”. Entonces me enseñó una foto en el celular. Tomada “ayer”, me aseguró. Y ahí estaba la cola de una ballena jorobada, despuntando en el Mar de Cortés. “Con huracán o sin huracán, vinieron como todos los años”, me dijo el hombre: “y aquí estábamos, como siempre, esperándolas”.

(El Universal, 15 de diciembre, 2014)

 

 

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(Ciudad de México, 1975) es escritor y periodista.


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