FotografĆ­a: Pedro Valtierra

PoseĆ­do por la verdad

Su fervor por la verdad lo llevĆ³ a ser el disidente radical del sistema polĆ­tico mexicano. Fue un ejemplo de compromiso periodĆ­stico, pero tambiĆ©n un hombre generoso en el trato personal. Su bĆŗsqueda de la justicia era inseparable de su cordialidad.
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"Es un personaje extraĆ­do de la literatura rusa.” Me llevĆ³ tiempo confirmar la definiciĆ³n de Julio Scherer que me hizo alguna vez, por telĆ©fono y de pasada, Octavio Paz. Yo admirĆ© desde siempre su entrega al periodismo, la intensidad que irradiaba su persona, su valentĆ­a, pero ignoraba hasta quĆ© punto su biografĆ­a se entiende solo en el cruce exacto entre la polĆ­tica y la fe.

Coincidimos muchas veces en la cafeterĆ­a de la “Guay”, antes o despuĆ©s de nadar. Don Julio llegaba temprano como cualquier hijo de vecino y ejecutaba el ritual con parsimonia, escuchando las bromas de la gente en los vestidores. Sospecho que registraba los comentarios polĆ­ticos con espĆ­ritu de encuestador: la “Guay” era un termĆ³metro pĆŗblico que disparaba su imaginaciĆ³n periodĆ­stica. Porque desde entonces tuve claro que habĆ­a algo absorbente, implacable en la voluntad profesional de Scherer: su vida se regĆ­a semanalmente por el ritmo de Proceso. Lo importante era la noticia, la revelaciĆ³n, la historia, la denuncia de esa semana.

Alguna vez le propuse entrevistarlo para Vuelta: el cazador cazado. HabĆ­a leĆ­do varias de sus esplĆ©ndidas entrevistas, pero mis favoritas eran dos: una con Octavio Paz, que habĆ­a provocado la famosa polĆ©mica con MonsivĆ”is; y otra con el terrible general Roberto Cruz, hombre que compensaba las almas que habĆ­a enviado a la otra vida con las criaturas que traĆ­a cotidianamente a esta. “Si Cruz temblaba de miedo frente a Calles, cĆ³mo serĆ­a Calles, y quĆ© pantalones tuvo que tener CĆ”rdenas”, le comentĆ© antes de ponerlo en jaque. SĆ© que lo pensĆ³ a fondo, y finalmente se negĆ³.

En esos desayunos fue revelĆ”ndome algunos datos personales que me permitieron construir una pequeƱa hipĆ³tesis biogrĆ”fica. Su abuelo habĆ­a sido un hombre rico y notable durante el Porfiriato. El padre, en una situaciĆ³n econĆ³mica muy comprometida, habĆ­a sido maltratado por algĆŗn ministro prepotente de la era alemanista. El joven Julio, testigo del hecho, no lo olvidĆ³. Para entonces, la genealogĆ­a materna habĆ­a alimentado en Ć©l un sentido profundo de la justicia: su abuelo, don Julio GarcĆ­a, habĆ­a sido un dignĆ­simo magistrado de la Suprema Corte en los aƱos veinte. El golpe a ExcĆ©lsior representĆ³ seguramente una reincidencia terrible de aquel agravio inicial, un acto en que la prepotencia del poder y del dinero se aunaba a la traiciĆ³n. Scherer me confesĆ³ que su Ć”nimo en los dĆ­as anteriores al golpe llegĆ³ a flaquear. La que no flaqueĆ³ nunca, y menos en ese momento, fue Susana, su mujer: “VĆ”monos, JuliĆ”n”, le dijo despuĆ©s de oĆ­r aquellas palabras. Tengo para mĆ­ que ese “vĆ”monos” sellĆ³ su destino. Scherer se fue, pero no solo de ExcĆ©lsior. Se volviĆ³ un disidente radical, absoluto, del sistema polĆ­tico mexicano.

De su carrera en ExcĆ©lsior como reportero, como director, hablamos muy poco. Viajes, anĆ©cdotas, conversaciones, encomiendas en un diario que entraba a la intensa dĆ©cada de los sesenta con una legitimidad notable. La magnĆ©tica, irresistible, festiva cordialidad de Scherer y su capacidad para reconocer genuinamente las prendas ajenas –sobre todo las intelectuales– explican el milagro de sus pĆ”ginas editoriales durante su gestiĆ³n en el periĆ³dicotodo el MĆ©xico intelectual escribĆ­a en ellas. AdemĆ”s de CosĆ­o Villegas, recuerdo vivamente a cuatro autores: Rosario Castellanos, Jorge IbargĆ¼engoitia, Samuel del Villar y el que serĆ­a mi gran amigo, Hugo Hiriart. Los domingos era una delicia hojear el Diorama de la Cultura que dirigĆ­a Ignacio Solares y en el cual no fallaba nunca el “Inventario” de JosĆ© Emilio Pacheco. Y claro, estaba Plural. Sus ocho columnas eran una provocaciĆ³n cotidiana.

“¿Tiene que ser negra, difĆ­cil, escandalosa la realidad cada semana?”, le preguntĆ©, bordeando mi Ćŗnica diferencia con Ć©l: la frontera entre la objetividad y el amarillismo. Fue imposible convencerlo. Si la noticia que publicaba me parecĆ­a cargada de amarillo, el color estaba en mi mirada o mis prejuicios, no en la realidad que probablemente era mucho peor.

Los diarios comerciales eran ilegibles por su banalidad. Los diarios oficiosos eran y siguen siendo un irritante cotidiano, meras cajas de resonancia de los polĆ­ticos, como si cualquier frase que pronuncien sus labios mereciese el mĆ”rmol de la inmortalidad. Los periĆ³dicos doctrinarios, los mĆ”s leĆ­dos por los jĆ³venes universitarios, incurrĆ­an en aquellos aƱos de populismo nacionalista en un adocenamiento empobrecedor.

Durante todos estos aƱos Proceso se ha mantenido intacto en la fe del pĆŗblico. La razĆ³n es simple: en Proceso el lector ha encontrado la verdad impublicable, la que se susurra en los casilleros de la “Guay”, la que los ministros sueƱan con acallar o suprimir. En sus pĆ”ginas se encuentran los escĆ”ndalos de corrupciĆ³n, crĆ­menes polĆ­ticos, expedientes comprometedores, trayectorias personales, negocios ilĆ­citos, transacciones dudosas, medidas errĆ”ticas, declaraciones contradictorias, puƱaladas traperas, enjuagues secretos que integran esa tupida red de complicidades que sostienen al sistema polĆ­tico mexicano. “La prensa como negocio que depende del patrocinio –escribe Gabriel Zaid– tiende a decir lo que quieren sus patrocinadores, aunque los lectores sepan que estĆ”n leyendo un comercial y tengan que recurrir al telĆ©fono, la conversaciĆ³n, el chisme, los rumores, para conjeturar lo que pasa en silencio.” Proceso no ha estado al arbitrio de ningĆŗn patrocinio (con y sin mayĆŗscula). Proceso solo ha dependido de sus lectores. Ha sido un instrumento, un vehĆ­culo, una plaza, un cafĆ©, un voceador de la sociedad civil, no un departamento del poder.

¿DĆ³nde estĆ”, entonces, el elemento religioso? En la fervorosa actitud de Scherer. En la bĆŗsqueda de esa noticia, de esa revelaciĆ³n, de ese reportaje Scherer, literalmente, empeĆ±Ć³ la vida. Le fue la vida en atizar, semana a semana, la hoguera de la verdad, en expulsar a los mercaderes del templo, en exhibir al rey desnudo, en manchar el boato neoporfiriano con el lodo de las lacras mexicanas. No sĆ© si la influencia de hombres como fray Alberto de Ezcurdia, Sergio MĆ©ndez Arceo, Vicente LeƱero y su primo y colaborador Enrique Maza fueron determinantes en la forja de una personalidad como la suya, dominada por la convicciĆ³n, tocada por el absoluto. SĆ© que jugaron un papel junto con su propia formaciĆ³n en escuelas confesionales. Fue la vida dura, el trĆ”nsito de la maravillosa casa familiar en San Ɓngel (la misma que ahora ocupa el Bazar del sĆ”bado) a las cloacas de la polĆ­tica mexicana, lo que moldeĆ³ un rechazo del sistema polĆ­tico mexicano tan categĆ³rico.

Frente a la monarquĆ­a de “pan o palo” de Porfirio DĆ­az, la cuƱa que podĆ­a apretar, la Ćŗnica del mismo palo, fue Ricardo Flores MagĆ³n. Frente a la situaciĆ³n actual, ¿quĆ© hacer? Scherer en su momento no tuvo dudas; yo sĆ­. Cabe el antĆ­doto de Proceso –fuego periodĆ­stico– y cabe tambiĆ©n el antĆ­doto liberal, agua fluida de tolerancia, ponderaciĆ³n y diĆ”logo. El primero vive poseĆ­do por la verdad; el segundo fundamenta una a una sus verdades fragmentarias. El primero estĆ” hecho de indignaciĆ³n, tiene una pasta religiosa; el segundo estĆ” hecho de crĆ­tica, su pasta es meramente humana.

Humana como la amistad. Scherer la practicĆ³ tambiĆ©n con pautas absolutas, pero no de exigencia sino de lealtad, de atenciĆ³n, de sensibilidad, de compasiĆ³n. Ya no lo verĆ© en la “Guay” ni en el restaurante donde desayunĆ”bamos con frecuencia, aƱo tras aƱo. Casi nunca hablamos de polĆ­tica: hablamos de cada uno, no como papeles, como personas. Ya no verĆ© esos brazos abiertos como aspas; su mano de pensador rodiniano sobre la frente mientras lo absorbĆ­a la lectura de un libro; su cabellera gris, desordenada, crespa, y, sobre todo, su sonrisa noble, pĆ­cara, triste en el fondo. Ya no podrĆ© gritarle “Don Julio”, acercarme a Ć©l y expropiar el Ćŗnico gesto salvable de la polĆ­tica mexicana: el abrazo. ~

 

Una versiĆ³n de este texto apareciĆ³

publicada en la revista Viceversa en abril de 1994.

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial ClĆ­o.


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