A principios de esta década, una campaña en redes sociales buscó que el comediante y rapero Donald Glover interpretara a Peter Parker en el anunciado reboot de Amazing Spider-Man. Las industrias del cine y de los cómics debatieron por meses si el Hombre Araña debía o no ser negro en un mundo donde Barack Obama era presidente. Aunque Glover no obtuvo el papel, sería mezquino asegurar que #donald4spiderman fue un fracaso: cuando el actor salió en Community con una pijama de Spider-Man hubo alguien que tomó en cuenta la sugerencia: “Lo vi con el traje y pensé: ‘Me gustaría leer este libro’. Así que me alegré de que estaba escribiendo esta historieta”.
Se trataba de Brian Michael Bendis, quien llevaba diez años escribiendo Ultimate Spider-Man, un cómic que empezó siendo una modernización en seis entregas del origen del superhéroe adolescente y terminó siendo una dilatada reinvención de casi 300 números. Dibujado por Sarah Pichelli, tras la muerte de Peter Parker, Miles Morales se convirtió en el primer chico de color en columpiarse entre los rascacielos de Nueva York.
Su llegada evidenció una incoherencia del mundo de los superhéroes: ¿cómo podía ser que en una industria donde se abusa de la existencia de mundos paralelos e historias alternas, casi todos los papeles protagónicos recayeran sobre hombres blancos? Tras la buena recepción que tuvo Morales, ahora protagonista de Spider-Man: into the Spider Verse, en los años siguientes la doctora Jane Foster se hizo Thor, Ms. Marvel fue el primer cómic de superhéroes con una protagonista musulmana, Gwen Stacy resucitó como Spider-Gwen y Mockingbird fue harto criticada por ser “demasiado feminista”, lo que sea que eso signifique; para ese entonces, el mismo Bendis otorgó a Riri Williams, una joven de color, el traje de Iron-Man para crear a Ironheart.
Las voces agoreras, por supuesto, se lamentaron por la presunta muerte de “las buenas historias” en nombre de “la corrección política”, lo cual era cuando menos contradictorio, pues la falta de diversidad en los personajes redondeaba en una soporífera falta de diversidad en las historias.
Curiosamente, en las entrevistas Bendis se muestra escéptico a los análisis que lo clasifican como un autor que aboga por la diversidad étnica o sexual. Más que en la variedad de tonos de piel, el creador de Jessica Jones asegura estar más preocupado por la variedad de experiencias y perspectivas.
Tras casi 20 años de ser el autor estrella de Marvel, fue fichado por la rival DC por una cifra que no es pública pero todos imaginan abultada, lo que levantó las alarmas de algunos que juraban que ese escurridizo villano catalogado sin más como “la corrección política” habría de aterrizar en cómics como Batman y se preguntaban con genuino interés por qué DC querría contratar al autor más Marvel del mundo. Visto de lejos, era como si el Barcelona quisiera contratar a Cristiano Ronaldo justo por representar los ideales y el carácter del Real Madrid.
Aunque la apuesta por la diversidad pueda parecer la característica más atractiva de su obra, la verdadera aportación de Brian Michael Bendis a DC reside en una argucia narrativa que ha devenido en una ética de trabajo: el abuso de lo que los guionistas gringos llaman small talk y nosotros nombramos como cháchara.
Las presiones editoriales con frecuencia orillan a los autores de cómic a elevar trucos baratos de la escritura en francas señas de identidad. Desde los tiempos en que renovó las piruetas circenses y emocionales de Daredevil, Bendis fue reconocido (y criticado) por ralentizar las historias de forma obscena. La magia residía en dilatar las conversaciones de los personajes por números enteros al mismo tiempo que los golpes y las explosiones se reducían al mínimo indispensable.
Esta técnica permitió que la vida mundana de los héroes en mallas cobrara una relevancia inusitada, semejante a la de las batallas con archienemigos. Esto lo pueden reconocer incluso los espectadores casuales que disfrutan con especial morbo las escenas en que los Avengers cenan comida asiática luego de salvar el mundo.
Bendis no inventó la cotidianidad polizonte en los cómics de Marvel, pero sí logró que cobrara un matiz renovado. El molde lo obtuvo escribiendo Spider-Man, el único superhéroe cuyos problemas disminuyen cuando se pone la máscara. Sin embargo, fue Alias el primer cómic donde Bendis alardeó abiertamente con su capacidad para hacer que sobresalieran los diálogos donde se discutía la nubosidad del día por encima de las emboscadas.
Homenaje de las historias clásicas de detectives, Alias tenía la virtud de presentar a gente común y anodina en un mundo plagado de superhéroes; era como escribir una novela sobre muggles en el universo de Harry Potter. Incluso su protagonista, la alcohólica y problemática Jessica Jones, solía optar por sus habilidades humanas por encima de las sobrehumanas.
El mundo de los superhéroes bien podría dividirse entre los que tiene capacidades extrahumanas contra aquellos con habilidades humanas llevadas al extremo. Mientras Captain Marvel y Hulk tienen características que no vienen por default en el ADN homo sapiens, Batman reparte una idea dislocada de justicia de la mano de una inteligencia tan vasta como su cuenta bancaria.
Bendis ha volteado ese endeble paradigma de tal forma que incluso aquellos héroes escritos por él cuyas habilidades son extraterrestres o sobrenaturales de pronto sobresalen por las características que comparten con todos los seres humanos, aún si se trata de una versión superlativa de las mismas. Ahí están Daredevil y Superman: de la mano de Bendis, ambos personajes aprendieron de su propio oficio por medio del oído, sentido predilecto de varios de los detectives de ficción del siglo XX que Bendis homenajeó con Jessica Jones.
Mientras Matt Murdock patrulla Nueva York porque es incapaz de dormir ante los gritos de auxilio que capta su oído infinito, Clark Kent a veces confiesa estar tranquilo porque, asegura, por cada grito de auxilio hay mil gritos socorridos a tiempo por otros humanos. Al final del día, más allá de los disfraces, ambos se desempeñan en labores (abogado y reportero) que exigen escuchar debidamente a los demás.
En el número más apasionante de la Era Bendis de Action Comics, Superman se reencuentra con Lois Lane tras una breve separación. Se ponen al tanto, se burlan de Batman, hacen el amor y admiten que no son una familia normal y no deben aspirar a serlo. En algún momento, Clark pide suspender cinco minutos la conversación: vuela por la ventana, atiende los deberes de capa en dos páginas y regresa para atender la trama importante: la charla con su esposa. Con Bendis, Superman dejó de ser extraterrestre para ser un humano más, uno accede a usar la vista de rayos X como un tomógrafo portátil cuando sus amigos temerosos del cáncer lo piden.
Detrás del éxito de Spider-Man: into the Spider Verse está el hecho de que la gente ama los superhéroes que se parecen a ellos mismos.Y quienes leen Spider-Man admiran a Miles Morales no tanto porque pelee contra Hammerhead, sino porque va al cine con su amigo Ganke o se pone nervioso ante Gwen Stacy. No es uno de ellos, de los que vuelan por encima de nuestras cabezas y nos ven como hormigas diminutas, sino uno de los nuestros, de los que cuando no sabe de qué hablar, habla del clima. Lo que aportó Bendis a los cómics de estos tiempos fue que la cotidianidad se convirtiera en una faceta más del heroísmo.
(Ciudad de México, 1988) es autor del poemario Código Konami y la novela Los suburbios.