Örebro Läns Museum

Valiosísimos porque los encontrarán

¿Qué, de entre lo que tengo ahora a mano, en mi casa del siglo XXI, serviría como anticipo del catálogo del museo futuro donde tendrán que imaginar cómo vivíamos, quizá equivocándose, quizá acertando por casualidad?
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¿Qué pensarían los antiguos si pudiesen visitar los museos que les hemos dedicado a sus civilizaciones y viesen en las vitrinas, bien ordenados como un alijo en una foto de la guardia civil de costas o bien amontonados como en el escaparate de un tendero desastroso, los objetos que han sobrevivido enterrados y que ahora son las pistas que tenemos para hacernos una idea de las vidas que llevaban? Lo que se conserva a lo largo de los siglos depende del azar; del azar también la interpretación que queda fijada en una idea del pasado. ¿Qué, de entre lo que tengo ahora a mano, en mi casa del siglo XXI, serviría como anticipo del catálogo del museo futuro donde tendrán que imaginar cómo vivíamos, quizá equivocándose, quizá acertando por casualidad?

¿Pinceles de pelo de marta o sintéticos con los que extendí las acuarelas, cuando pintaba, y que luego, a veces, estropeé utilizándolos para extenderme el tinte sobre el pelo, haciendo un falso ahorro pues me había gastado más dinero en los pinceles de acuarelas, su uso genuino, que si hubiese bajado a la peluquería del barrio a que me tiñesen ellos? ¿Un metro de sastre, amarillo por un lado, blanco por otro, fabricado en serie a partir de un estándar y del que se deducirá a su vez el sistema de medidas que nos permitía entendernos entre nosotros? ¿Interesante cucharilla de acero con el logo ya irrastreable de una N en el mango, que rompe el juego de las otras cucharillas, que parece por ello haber tenido un uso diferente, ritual, y cuya diferencia en realidad es que es de propaganda? ¿Un libro de Ibn Arabi, que era ya para nosotros una puerta a otro tiempo, cuyo noveno capítulo, titulado Que la existencia de las cosas es su existencia, podría dar la idea quizá no tan falsa de que teníamos siempre bullendo en la cabeza una metafísica ordenada según la cual, como en toda época ha intuido alguien, todas las cosas son la metáfora de sí mismas? ¿Cuántas de las varias copias de llaves de casa, con qué llavero? ¿Un disco duro, heredero del espejo negro de John Dee por lo brillante de su pulida superficie, no por la información que guarda dentro siguiendo una tecnología que quizá vaya a perderse, que mantuve años metido en un cajón? ¿El peor diseñado y manufacturado de los atriles que he utilizado para traducir, como ejemplo del colmo del diseño de la época? ¿Una colección de regletas de distintas longitudes, sin enchufes, expuestas con los cables estirados, como enrevesadas colas? ¿Una cajita llena de pendientes desparejados? ¿Una pareja de cepillos de dientes todavía en el blíster, el cartón medio deshecho, resistente el plástico? ¿Cepillos de dientes usados, con las cerdas hacia fuera? ¿Puñados de monedas, casi ya también reliquia, para ver cuyo perfil del rey, cuyo pequeño hombre de Vitruvio, tendrán los visitantes al museo que ajustarse bien las gafas, quizá que ajustar el cristal de la vitrina que será entonces la lente? ¿Una daga de plata con una serpiente labrada en la funda, que sin duda podrá haberme servido como arma de defensa y que ahora uso como abrecartas? ¿Un fajo de cartas que no son las más cruciales sino las que no se perdieron en las mudanzas? ¿Qué facturas sí y qué facturas no? ¿Un billete de lotería que nunca supimos si había tocado? ¿Resistirán el papel y los tejidos? El papel no: las entradas de cine o los números del turno en la oficina de la seguridad social, cuando se iba, que encuentro metidos entre las páginas de algún libro, están ya casi borrados del todo. ¿Una bolsita con tornillos nunca atornillados, guardada mientras llega el terremoto en el cajón de una mesa algo coja precisamente por no haberla montado con todos los tornillos debidos? ¿Media docena de cuencos con el color desvaído por el uso continuo del lavaplatos, donde los metíamos porque como se habían fabricado en serie no respetábamos su aspecto original y artificialmente brillante? ¿Mis gafas, que he tenido que buscar a tientas por casa tantas veces, ahora inmóviles y catalogadas, siempre a mano, siempre inútiles? 

Dice Mario Praz en su Viaje a Grecia: “Los antiguos no tenían la mira puesta ciertamente en ofrecernos torsos o miembros aislados; pero Rodin ha hecho del torso, del bíceps y del muñón otros tantos esquemas suficientes, lo mismo que Ezra Pound se ha divertido en escribir un poema en forma de fragmento de un papiro”. 

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Es escritora. Su libro más reciente es 'Lloro porque no tengo sentimientos' (La Navaja Suiza, 2024).


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