Escena de Rotting in the sun.

“No tengo ninguna ambición de pertenecer al status quo”: Sebastián Silva y Catalina Saavedra hablan de Rotting in the Sun

El director y la actriz hablan acerca de Rotting in the sun, una película acerca de las relaciones, las redes sociales, la gentrificación y la diferencia de clases.
AÑADIR A FAVORITOS
ClosePlease loginn

La autoficción y el hiperrealismo han sido la materia prima del cine cáustico del director chileno Sebastián Silva. Así, por ejemplo, los recuerdos de adolescencia en la casa familiar y su relación con las empleadas domésticas que vio desfilar fueron el punto de partida para La nana (2009); la anécdota autobiográfica que involucra a una excéntrica hippie gringa en un concierto de The Wailers y un viaje psicodélico, dio vida a Crystal fairy and the magical cactus (2013); la experiencia de vivir en un barrio aburguesado de Brooklyn originó Nasty baby (2015). Ahora, su estancia en la Ciudad de México durante la pandemia, el encuentro fortuito con el comediante e influencer estadounidense Jordan Firstman y el despegue de su carrera como pintor propiciaron Rotting in the sun (2023), su noveno largometraje, en el cual, aborda temas como la obsesión por las redes sociales, la gentrificación de la capital y la diferencia de clases.

A propósito del reciente estreno de la película producida por The Lift y Hidden Content en la plataforma de streaming Mubi, compartimos la entrevista con el director y la actriz chilena Catalina Saavedra, quienes abordaron cómo el ruido y el desorden de la ciudad fueron revistiendo la historia y las formas en que la equidad de género y la visibilidad a las minorías se puede convertir en marcas dentro de la vorágine de contenidos.

Sebastián, es conocido el carácter autobiográfico y metanarrativo de tu filmografía. Platícame cómo tu llegada a la Ciudad de México detonó la idea de esta película.

Sebastián Silva (SS): Yo llevaba unos dieciséis años viviendo en Nueva York, ciudad en donde filmé Nasty baby y Tyrel (2018). En medio de la pandemia, le platiqué a mi amigo, el arquitecto Mateo Riestra, mi intención de mudarme una temporada a la Ciudad de México para dedicarme a mi obra como pintor. Coincidió que Mateo me contó que dentro del edificio en la colonia Roma del cual es dueño, el departamento que usaba como taller estaba desocupado y podía instalarme ahí, así que en marzo de 2021 llegué con la idea de quedarme unos cuantos meses. Pero empecé a conocer gente interesante, mis pinturas fueron agarrando vuelo, tuve una exposición en la galería OMR llamada The elephant in the room y me fui adaptando al país, por lo que pensé que podía filmar una película aquí.

Al inicio, no tenía muy claro cuál iba a ser la trama, pero sabía que debía de hacerse en escenarios como el propio edificio y la Plaza Río de Janeiro, la cual me parece como el set de una sitcom decadente en la cual confluyen turistas gringos que hablan de rituales de ayahuasca, vagabundos que cagan en los árboles, músicos callejeros y dueños de perros. También sabía que iba a ser una película que incluyera un crimen y misterio, y que iba a ser protagonizada por versiones exageradas de personas reales: Mateo, la señora Vero, quien ha sido su empleada doméstica durante mucho tiempo y yo. Así comenzó esta película.

¿Cómo se dio tu encuentro con Jordan Firstman?

SS: La llegada de Jordan Firstman al proyecto fue una gran casualidad. Cuando empecé a escribir formalmente el guion, trabajé con Pedro Peirano, con quien ya había colaborado en películas como La vida me mata (2007) o Gatos viejos (2010). En el proceso, pensé incluir un personaje gringo, quizás un agente de bienes raíces que venía a comprar propiedades durante la pandemia, algo que sí ocurrió mucho dentro de la gentrificación que ha tenido la ciudad. Igualmente, como se trataba de presentar versiones nefastas de nosotros, potenciando sus defectos e inseguridades, decidí que mis pulsiones de muerte, que he tenido siempre, las llevaría un poco al ridículo; de ahí que al inicio mi personaje aparezca leyendo a Emil Cioran y unas citas acerca del suicidio que son muy burdas y cheesy, queriendo dejar en claro el desdén que le tiene a la humanidad y a sí mismo, aunque en el fondo todo es el drama de un burgués falso, no tiene un deseo de muerte auténtico, sino que es un capricho o una fantasía que le hace sentirse más interesante.

Un día salí a pasear precisamente a la Plaza Río de Janeiro y me encontré con un amigo que se llama Dimitri, estábamos conversando y de repente apareció Jordan. Ambos habían tenido sexo la noche anterior y después Jordan le había mostrado a Dimitri mi película Crystal fairy and the magical cactus; no estoy revelando ningún secreto, de hecho, es parte importante de la narración. Cuando Jordan me vio hablando con Dimitri le dio vergüenza, no quería parecer un fan molesto o impertinente; finalmente me lo presentó y ese día Jordan me invitó a comer. Ahí descubrí la naturaleza de este personaje, muy cómico, promiscuo y obsesionado con su fama; para ese momento ya era bastante conocido en la escena cultural queer de Los Ángeles y Nueva York. Entonces, inmediatamente el personaje del gringo se transformó en un influencer y le ofrecí que actuara en la película; por su naturaleza, obviamente aceptó.

Si bien gran parte de la acción ocurre en un perímetro muy reducido, logras capturar lo ruidosa, caótica y efervescente que es la colonia Roma. ¿Cómo fue el proceso de integrar esa esencia del lugar a la película?

SS: Es cierto, esa colonia es muy ruidosa. Recuerdo que en la Plaza Río de Janeiro me peleé con mucha gente que hacía ruido, pero a la gente le valía. Sin embargo, aproveché ese ruido para convertirlo en la banda sonora de la película. Al principio sí se intentó tener un score original y, por ejemplo, cuando al minuto 40 la película cambia de género y se transforma en una película de misterio, había una música que funcionaba. Pero un jazz horrible que está sonando en el edificio de al lado, mi perro ladrando y el bullicio de la calle creaban un clima y una tensión mucho más profunda y, en cambio, la música hacía que todo se sintiera más artificial y se acentuara el cambio de género. Entonces, fue un recurso que usamos mucho, como en la secuencia donde se escucha el carro de los camotes, en la cual se sube el volumen a un nivel absurdo, distorsionado, y se vuelve un background sonoro que genera incomodidad.

Catalina, esta es tu quinta colaboración con Sebastián. Irremediablemente, lo primero que salta a la vista es tu interpretación de una mujer chilanga perteneciente a algún barrio popular. Resulta común en el cine y la televisión que cuando se quiere recrear la forma de hablar propia de esos estratos, se recurra a la caricatura y el esperpento; aquí encontramos una fidelidad, no solo en el acento, sino en lo atropellado y enrevesado de las palabras. ¿Cómo te incorporaste a la película y de qué manera fuiste construyendo al personaje?

Catalina Saavedra (CS): Yo estaba en Chile y Sebastián me invitó como me invita siempre, contándome la idea que tenía. Él es muy bueno contando y describiendo sus proyectos y de repente la plática se convierte en un relato donde yo me sumerjo y me pierdo y ya posteriormente me muestra el guion. La relación que mantengo con Sebastián es de mucha confianza, es como ese amigo que te pide dinero y tú sabes que se lo puedes prestar sin pensarlo mucho. Esa misma confianza hace que yo pueda acercarme a Sebastián y decirle “Esto no lo voy a hacer”, todavía tengo mis límites.

Dentro de su descripción, Sebastián me contó que yo interpretaría a la señora Vero, lo cual, como actriz, representaba un desafío, porque se trataba de interpretar a una persona real y por el tema de imitar un acento. En Chile estamos acostumbrados al acento mexicano, lo tenemos en el imaginario colectivo, porque los mexicanos tienen el monopolio del doblaje para el mercado latino y el de los culebrones. También es cierto que no es la primera vez que imito un acento; filmé Marilyn (Martín Rodríguez Redondo, 2018) en Argentina con acento de ese país. Sin embargo, sé que aquí en México son muy críticos respecto a cómo son representados desde el extranjero. Trabajé con un coach de actuación llamado Ortos Soyuz durante un mes por medio de Zoom y posteriormente de forma presencial una semana antes de iniciar la filmación. Él ha trabajado con muchos actores que no son mexicanos para enseñarles el acento por medio de un método que él desarrolló y me dio varios tips, los cuales primero integré a la construcción del personaje y después los deseché, porque sentía que si me concentraba demasiado en aplicar al pie de la letra todo lo que me había dicho, iba a salir forzada la interpretación.

Una semana antes del rodaje conocí a la señora Vero, estuve conviviendo con ella y fue una hermosa inspiración. Ya en el set confié mucho en la opinión del equipo. Por ejemplo, le decía al sonidista “Tú me escuchas todo el tiempo, corrígeme, dime si sientes que sueno falsa”, no solo por el acento, sino porque de repente me daba por improvisar y usaba términos que no siempre servían, que aquí no se dicen o que no aplicaban dentro de la situación. Y claro, también estuvo la dirección, donde Sebastián, precisamente por la confianza que nos tenemos, no tenía el reparo de decirme “No te creo nada”.

Continuando con el tema de la ciudad, también retratas cómo se concibe el sexo en el ambiente gay de esas esferas Roma-Condesa.

SS: En Estados Unidos han preguntado mucho sobre el tratamiento del sexo gay, y es que incluso en una película gringa súper independiente, si va a haber una escena en la cual una pareja va a follar en la cocina, deben de hacer la escena con todo el crew afuera y donde solo queda el camarógrafo, cerrar la cocina, firmar doscientos contratos, y el proceso de tan meticuloso se vuelve demasiado largo, fastidioso y todo el mundo termina muy tenso. De hecho, a pesar de su personalidad, Jordan tenía una representación legal en torno a las escenas de sexo de la película y su agente estuvo encima de él todo el tiempo, preguntándole si había leído bien el guion y si estaba consciente de lo que iba a hacer. Incluso, el contrato fue publicado en alguna revista estadounidense, porque era muy largo, absurdo y raro.

En ese sentido, en la filmación sí había ciertos nervios con la escena de la orgía en la Ciudad de México, algo normal, pero recuerdo que estábamos en el edificio e íbamos a hacer esa escena y les dije a los no actores: “Tengo que ver algunas cosas con Catalina en el segundo piso, vayan y conózcanse”, y cuando bajé todos estaban follando, y yo solo alcancé a decir “Bueno, sigan follando, pues”, pero la verdad fue cool tener gente tan abierta con el sexo en el set, sin necesidad de contratos y formalidades.

Dentro de la película, existe una secuencia en la cual el personaje de Sebastián tiene una videollamada con ejecutivos de HBO para barajar nuevos proyectos. En algún momento él se queja de que el canal busca contratar directoras más por una cuestión de cuota de género que por una aportación creativa o artística. Catalina, ¿qué opinas al respecto?

CS: Considerando lo absurdo y lo grosero del machismo, el cual ha estado en todas las áreas, no solo en la cultural o cinematográfica, en donde hemos sido relegadas a segundo plano, creo que es positivo que se esté hablando del tema de la equidad. Lo que no me interesa es la inclusión como marca, como hashtag, como moda. Un muy buen ejemplo es Barbie, una película que está tratando de venderse como súper inclusiva, pero que en el fondo está perpetuando millones de estereotipos. Sí, tenemos a la Barbie latina, la Barbie lesbiana, la Barbie rara, etcétera, pero se reducen a sus etiquetas. Creo que los norteamericanos son muy responsables de cómo se ha liderado esta nueva era de inclusión, la cual es muy infantil. Ojalá llegue una nueva normalidad en la cual los estudios no se vean forzados a subrayar que contrataron a una mujer.

SS: Esto también aplica con las minorías como la comunidad gay. Creo que es súper ofensivo que te quieran incluir en algo solo porque perteneces a una minoría, vamos, a mí no me interesaría que me ofrecieran hacer “La película gay latinoamericana”, porque para empezar es una etiqueta de marketing, yo no me sentiría honrado de ser incluido de esa forma; no tengo ninguna ambición de pertenecer al status quo, no me interesan los proyectos masivos de ese tipo.

Hace un par de meses, Xavier Dolan anunció su aparente retiro, alegando que su cine no tenía visibilidad fuera de los festivales. Hubo quienes lo consideraron un desplante de un director mimado, y hubo quienes creyeron pertinente que se pusiera sobre la mesa el tema de la distribución y el ciclo de vida que tienen las películas de autor. En Rotting in the sun, Jordan menciona lo difícil que le resultó poder ver tus películas. ¿Qué piensas de lo que suscitó los comentarios de Dolan?

SS: Recientemente, me decía Catalina “Ojalá llegaran a verse las películas que hacemos”, pero la verdad ya no me importa. Siento que el número de personas que ven las cosas es tan aleatorio, que el hecho de que una película la vean dos millones de personas, o solo una familia, en el fondo, es lo mismo. Me gusta hacer las películas, expresar lo que estoy sintiendo, colaborar con amigos como Catalina, divertirme mientras lo estoy haciendo y al terminar, moverme a lo que sigue. No quiero que mis películas sean vistas como las de Martin Scorsese o las de alguien más, reconozco que mi impacto va a ser en un espacio más reducido y de verdad me enorgullece. ~

+ posts

(Ciudad de México, 1984). Crítico de cine del sitio Cinema Móvil y colaborador de la barra Resistencia Modulada de Radio UNAM.


    ×  

    Selecciona el país o región donde quieres recibir tu revista: