Foto: NZatFrankfurt, CC BY 2.0, via Wikimedia Commons

“Conseguir que la gente piense de una forma distinta es mi misión como novelista”. Entrevista a Eleanor Catton

Una conversación con la escritora neozelandesa a propósito de "Birnam Wood", su novela más reciente.
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Se lo agradecieron al temblor que sepultó la carretera bajo las rocas. El grupo activista vio la oportunidad. Con los caminos bloqueados, el pueblo de Thorndike en Nueva Zelanda quedó aislado, y con ello, tierras arables podían ser utilizadas por Mira Bunting y los miembros de Birnam Wood. Lo que se debía hacer, plantar y cosechar. Era justificable porque los ideales estaban por encima de todo: luchar contra el capitalismo y la destrucción del planeta. ¿Pero a qué costo? Este es el escenario inicial de Birnam Wood, la más reciente novela de la escritora neozelandesa Eleanor Catton cuyo título tomó de Macbeth.

Bunting y un grupo de amigos han fundado un grupo activista cuyo fin es cultivar a costados de carreteras, parques abandonados y jardines que nadie atiende. Durante años han batallado por mantenerse a flote. El multimillonario estadounidense Robert Lemoine también se interesa en el terreno, aunque por otros motivos: quiere construir un búnker a prueba de cataclismos. ¿Puede el activismo ambiental triunfar en una lucha desigual contra industrias ligadas al poder? ¿Bajo qué condiciones se pueden hacer pactos para subsistir?

Catton debutó con The rehearsal (2008) y más tarde se dio a conocer internacionalmente con la publicación de Las luminarias, ganadora del Premio Booker en 2013. También es guionista y escribió la adaptación cinematográfica de Emma (2020), de Jane Austen. Nació en Canadá y ha pasado la mayor parte de su vida en Nueva Zelanda; actualmente reside en el Reino Unido. La entrevisté en Bruselas en marzo pasado, en el festival Passa Porta.

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¿Cuál o cuáles eran las preguntas que querías responder cuándo empezaste a escribir esta novela?

Birnam Wood surgió de una sensación de sentirse traicionada al ver que la clase política en varias partes del mundo estaba defraudando a las personas de mi generación. En 2016 había una sensación de desasosiego que descendió sobre la gente. Esas ideas casi sugeridas que habíamos tenido en el pasado de que el futuro iba a ser algo terrible se hicieron aun más ominosas. Inexorables. Quería escribir sobre ese sentimiento, muy contemporáneo, para problematizar la forma en que pensamos sobre el futuro y cómo nos relacionamos con él. En mi mente surgió una asociación con Macbeth, que es una obra que es animada por profecías. La releí con el contexto actual en mi cabeza, y de pronto la vi de una forma distinta. La vi como una obra que nos muestra lo que pasa cuando ves el futuro con demasiada certeza. Macbeth provoca lo que ocurre al final de la obra. Quería escribir una novela en la cual se ve el efecto gradual de ciertas acciones morales y políticas.

Al comienzo, mi idea era que tal vez podría escribir una novela en la que, al llegar al último enunciado, se pudiera argumentar que cualquiera de los muchos personajes que existen en el libro podía ser Macbeth. Ninguno de ellos se consideraría un villano. En cierta forma un caleidoscopio. Entendí que debía utilizar varios puntos de vista, distintas generaciones. También era importante tener diversas posiciones políticas. Quería que fuera una sátira, sin darle preponderancia a ninguna posición política en particular. El objetivo es que todos serían satirizados en la misma medida, y también tendrían su lado humano.

En 2016 tenías una sensación de desasosiego. ¿Cómo te sientes en 2023?

Ahora me inquietan mucho las redes sociales y también el hecho de que nos hemos vuelto tan dependientes de los teléfonos celulares, sus pantallas todo el tiempo. Me preocupa cómo nos está afectando esta casi expectativa postpandemia de que vivir conectado al internet y a través de una pantalla es un sustituto al contacto presencial. Me preocupa mucho también la creciente desigualdad en todo el mundo. Ha empeorado bastante desde 2016, un cambio que fue exacerbado por la pandemia. Un número pequeño de personas que se enriqueció a costa de la mayoría.

Creo que nos hemos convertido en una sociedad que no confía en la juventud, en su creatividad y resiliencia, su curiosidad. Dado que más y más recursos se concentran en manos de un generación que envejece, creo que nos hemos vuelto menos tolerantes al riesgo, sospechamos unos de los otros, nos preocupa mucho nuestra propia seguridad. Nos hemos polarizado también. Una persona joven que no tiene la oportunidad de participar en los procesos sociales a los que sus padres sí pudieron a su misma edad entra al mundo que les es ofrecido en sus teléfonos y laptops porque es el único espacio que queda. Lo que pasa entonces es que esos jóvenes pueden olvidar poco a poco lo que es el contacto y la interacción que solo pueden ocurrir offline. Y entonces comienzan a perder la fe en ese tipo de interacciones o no tienen experiencia alguna en cómo funcionan.

Realmente me preocupa porque es algo que se ve en todo el espectro político. Hay una intolerancia que ha ido creciendo, especialmente entre los jóvenes, hacia personas que tienen puntos de vista distintos. Una intransigencia que se ha multiplicado, una especie de desconfianza en la posibilidad de que el ser humano puede cambiar, tener un cambio moral. La idea de que en una relación los individuos pueden cambiar mutuamente y adaptarse uno a otro. Hay muy poca fe en ello, como consecuencia de pasar tanto tiempo conectados al internet. Creo que la novela tiene ahora un gran propósito y que no ha tenido antes, porque nunca había sido posicionada como una alternativa al entorno deshumanizante que se puede encontrar en internet. Estoy entusiasmada por la novela porque tiene muchas posibilidades, sobre todo morales, que se necesitan desesperadamente en nuestra sociedad. Pero la pregunta de si hay apetito para ello, eso es otra cosa.

En tu libro, Shelley decide traicionar a su mejor amiga, Mira. ¿Cómo consigues que lectores y lectoras simpaticen tanto con Shelley?

Hay algo que aprendí como guionista: es muy difícil que nos cautive un personaje que es pasivo. Creo que eso explica por qué la ficción es tan necesaria en nuestras vidas. Usamos a los personajes para resolver problemas morales, pero también los usamos como ejercicios para la realización de nuestros deseos. Es muy importante ensayar sobre el tipo de relaciones que quisiéramos tener, los amoríos. Nos encanta ver a los villanos perder o ser capturados, nos da placer. Es un ensayo de lo que pudiera ir mal. La ficción nos permite explorar las consecuencias de una acción y las intenciones que llevaron a esa acción. Aunque el elemento crucial en una novela son justamente eso, las consecuencias, cuando te sales del libro te das cuenta que no hay consecuencias en realidad, porque los personajes no existen, no hicieron todo lo que aparece en el libro. En una forma un poco extraña y torcida, puedes disfrutar de lo que hace Shelley porque te sorprende. Es deliciosa esa traición. Te jala, te hace querer saber qué va a pasar después. Te hacer quererla y odiarla al mismo tiempo, es una paradoja.

Se cree que mucha gente lee ficción porque quiere resolver problemas morales, averiguar qué pasaría si hicieran algo a lo que nunca se han atrevido. Porque muchos no tenemos ese tipo de oportunidades. La gran mayoría de nosotros no tenemos vidas en las cuales nuestras acciones tienen grandes consecuencias, la gran parte del tiempo. Y eso quizás es algo afortunado. A veces se utiliza el termino escapismo, el cual es peyorativo. Más bien es una inmersión porque estás aceptando creer en algo que en el fondo sabes que no es real, y lo estás disfrutando.

Un multimillonario como Robert Lemoine, ¿cambiaría después de leer Birnam Wood?

No. Individuos como Lemoine están obsesionados con su propio bienestar y avance socioeconómico. La única razón por la cual leería este libro es si alguien le dijera que aparece en él. Sería un gran logro si mi libro pudiera cambiar la mente de un billonario, la de cualquier persona. Pero eso es un bono, algo extra. Conseguir que la gente reflexione, que piense de una forma distinta a como lo hacen usualmente, ahí es donde tu misión como novelista acaba. Cambiar es algo que se debe dejar a su elección. Desearía que la novela los haga pensar, que la disfruten. Que no se distraigan y que tengan una experiencia completa en sí. Eso es suficiente. El proyecto de un novelista no debe ser tratar de convencer a alguien sobre un punto de vista. Eso devalúa el proyecto.

Has dicho que el fingir ser alguien te puede llevar a lugares interesantes, pero también peligrosos. ¿Por qué peligrosos?

En mi vida, cuando me encuentro en una situación donde me siento insegura o nerviosa, finjo que soy alguien más. Y me sorprende lo que efectivo que puede ser. Escojo a alguien que admiro y finjo que soy esa persona por un rato. Lo he hecho como guionista en entrevistas donde tengo que decir en dos o tres frase el corazón de mi proyecto. Es peligroso pensar que puedes controlar la forma en que la gente te percibe cuando te conoce. Es una forma de manipular y hay gente que lo hace casi como un deporte. En el fondo creo que está conectado con la ironía. En todas las grandes verdades, lo opuesto también puede guardar una verdad. La libertad es algo deseable y maravilloso; la restricción también puede traer otro tipo de libertad. Dejar el lugar donde creciste y emprender un viaje de aventura simboliza un tránsito o un portal de desarrollo personal; al mismo tiempo el viajero, al emprender ese viaje, se da cuenta del valor del lugar que ha dejado. Cuando la gente se obsesiona con la superficie, cuando se vuelven manipuladores en la forma en que se presentan al mundo, pueden olvidar que presentarse ante el mundo sin esa capa de engaño, es también importante. Cuando me digo a mí misma que soy Aaron Sorkin antes de una entrevista, es un ejercicio en olvidar mi propia autocensura, el estar demasiado pendiente de mí, y el efecto es liberador. Al salir de la entrevista puedo volver a ser yo misma. Es un ciclo. El engaño me ayuda a tener momentos sin engaño. ~

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es periodista y narrador. Ha vivido en Bélgica, Estados Unidos y Noruega. Es autor de las colecciones de cuento Y sin querer te olvido (Felou, 2014) y Silencios al sur (Felou, 2017). Parte de su obra ha sido traducida al francés y al neerlandés.


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