Cincuenta mensajes de texto y una catarata de audios. Más los mails, los llamados, los pedidos de entrevistas. Con ese panorama despertó, “abrumada y feliz”, la escritora argentina Liliana Heker, un día después de haber inaugurado, a finales de abril, la 48° Feria Internacional del Libro de Buenos Aires con un discurso contundente. Ella, que hoy tiene 81 y allá por los años 60 se cruzó en debates furibundos con autores de la talla de Julio Cortázar y David Viñas, no podía menos que posicionarse con firmeza, en un contexto de vaciamiento feroz de la cultura.
Ya de adolescente, Liliana sabía, contra todo pronóstico, cuál sería su vocación. Pese a estar estudiando Física, con solo 17 años, decidió buscar trabajo en una revista literaria. Corría 1960 cuando envió por correo un poema y una carta a El Grillo de Papel, la célebre publicación que dirigían Abelardo Castillo y Arnoldo Liberman. La respuesta de Castillo fue tan dura como memorable: “El poema es pésimo, pero por la carta se nota que sos una escritora”. Entonces la citó en una clásica confitería porteña, hojeó el cuaderno que Liliana había llevado y le habló de algunas cosas. Cosas como la cuestión judía. Como el significado ideológico de la discriminación. Como la influencia de William Saroyan en sus textos. Y sobre todo, le habló de la necesidad de debatir las ideas. Ese mismo día, la invitó a formar parte de El Grillo de Papel.
Así fue como Heker se incorporó al equipo de la que fue una de las revistas más importantes del siglo XX a nivel latinoamericano. Fue, también, la primera de las tres que marcarían su carrera y su vida; el germen de esa amistad entrañable que mantendría con Abelardo y su mujer, Silvia Iparaguirre. Juntos, los tres se embarcaron tiempo después en otras dos publicaciones icónicas: El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco.
De a poco, el nombre de Liliana Heker comenzó a asociarse a la imagen de una crítica implacable, entrenada en el deporte del debate. Quienes no la conocían se sorprendían al verla: “Como mi apellido suena alemán y mis críticas eran muy duras, se producía una decepción cuando me veían por primera vez porque me imaginaban como una valquiria”, se ríe.
En 1966 publicó su primer libro de cuentos y se consagró, también, como escritora. El título, Los que vieron la zarza, es el de uno de los relatos que lo integran: ese que le valió la mención única del premio Casa de las Américas al contar la historia de un boxeador en decadencia. Luego vinieron Zona de clivaje, Los bordes de lo real (que reúne sus principales cuentos) y El fin de la historia, entre otros.
No es difícil reconocer el lugar protagónico que, desde entonces, Heker fue ganando en el terreno de la literatura argentina. Por su calidad literaria. Por las discusiones que abrió en el campo cultural, en especial con El fin de la historia, donde cuestionó los lugares estancos de las víctimas de la última dictadura militar cuando solo había una única (y reduccionista) mirada sobre ellas. Por los debates intelectuales que protagonizó, sin que le temblaran la voz ni el pulso. “Nunca me voy a olvidar de la cara de David Viñas cuando me conoció. Yo había hecho una crítica durísima de Dar la cara en El Escarabajo y en esa época David estaba muy hemingweyano, arreglaba todo a las piñas. Cuando me vio no sabía qué hacer. Yo tenía 19 años en ese momento”, comparte divertida.
Heker es, también, una referencia indiscutida en el rol de formadora de escritores, tal vez el más relevante de los últimos años: por sus talleres, famosos por la rigurosidad del método, pasaron figuras luego consagradas como Pablo Ramos, Guillermo Martínez y Samanta Schweblin, que, de hecho, prologó sus Cuentos reunidos en 2016.
Si el campo cultural siempre fue para ella un territorio de batalla, el presente de Argentina la interpela más que nunca. “Es una lucha constante, quienes somos representantes de la cultura tenemos que estar muy presentes, más que nunca, porque es la manera de oponerse a la devastación que se quiere hacer”, dice al repasar la compleja situación que atraviesan los libros en un país donde se han vuelto prácticamente inaccesibles, tanto para leer como para publicar. Heker habla entonces de la creatividad de quienes aún tienen ganas de hacer. De la potencia de las editoriales independientes que, contra viento y marea, luchan para difundir las nuevas voces de la literatura argentina.
Pequeña y menuda, pero con el tono firme y la convicción intacta, dijo varias cosas ante un auditorio repleto de gente el pasado 25 de abril. Que nos quieren analfabetos, declaró. Que al gobierno le conviene que la gente no sepa leer, en toda la amplitud del verbo: literalmente, teniendo en cuenta el desfinanciamiento de escuelas y universidades que generó una marcha masiva en defensa de la educación pública, pero también desde el punto de vista simbólico. Es decir, no quieren que la gente sea capaz de hacer una lectura crítica del contexto, de la realidad.
La autora utilizó, además, un concepto efectivo que retoma en esta entrevista: la irresponsabilidad verbal. “Se tiran datos o cifras que no tienen el menor fundamento –se indigna–. El gobierno dice, por ejemplo, que su aspiración es vivir como en el siglo XIX, lo cual significaría un retroceso de más de un siglo en la historia, que no es muy interesante. Pero además, a principios del 1900, se conocía a la Argentina como ‘el país de la vaca atada’ porque había una clase oligarca, poderosa, que continuamente viajaba a Europa en barco. Iban familias enteras con sus hijos y como no querían que les faltara ‘la saludable leche nacional’ se llevaban una vaca atada para que se las diera. Un pequeño grupo hacía eso, mientras el resto del pueblo se moría de hambre: ese es el modelo que nos proponen para soportar las carencias de este momento”, completa Heker. Y agrega: “’Dentro de 35 años, vamos a ser un país poderoso’, nos dicen. Si dan una cifra tan concreta, se supone que debe haber un análisis, un estudio minucioso de por qué lo haremos en esa fecha, pero no hay nada. Ni hablar de los constantes exabruptos, los insultos que reemplazan a los argumentos. Han llegado a decir que ‘la democracia es una institución criminal’. Supera a la ficción más tremenda y perturbadora lo que está pasando”.
Su casa, en el tradicional barrio de San Telmo, destila calidez y tranquilidad. Todo es silencio pese al trajín desencadenado por sus palabras. No, no imaginaba a esta altura de su vida, dice, tanto movimiento. Y menos que sucediera todo junto. Porque la inauguración de la Feria coincidió con la publicación de su novela Noticias sobre el iceberg, luego de un largo período sin publicar ficción: el viaje introspectivo de una escritora sobre su vida y su creación a partir de una entrevista que le realizan dos jóvenes estudiantes.
También se produjo la reedición de Diálogos sobre la vida y la muerte, editado por Alfaguara. “Es el único libro mío del que puedo decir, sin ningún pudor, que es excepcional, porque los que hablan son otros”, bromea Heker al describir esta recopilación de entrevistas realizadas a Jorge Luis Borges, Abelardo Castillo, Marcelino Cereijido, Roberto Fontanarrosa, psicoanalistas y profesores de religiones comparadas, entre otros. “Va recorriendo un tema fuerte como la vida y la muerte a través de intelectuales de altísima calidad”, resume.
Varias reseñas se detuvieron en las similitudes entre usted y Greta, la protagonista de la novela Noticias sobre el iceberg. ¿Cómo ve esa lectura?
Bueno, Greta es una escritora de una edad similar a la mía, tiene 77 años en el presente de la novela. Es una persona que se parece mucho a mí, de hecho yo le cedo varias anécdotas puntuales de mi vida, pero al mismo tiempo tiene una trayectoria de vida muy diferente a la mía. Dos acontecimientos fundamentales para mí fueron, por un lado, haber tenido una hermana; y por el otro, haber sido parte de la revista literaria El Grillo de Papel, donde conocí a Abelardo Castillo, de quien me hice amiga, y luego haber sacado juntos El Escarabajo de Oro y El Ornitorrinco junto a él y su mujer, Sylvia Iparaguirre. Esos 26 años de revistas literarias son una parte ineludible de mi historia, como escritora, y de mi historia de vida. Esas son cosas que me constituyen y no la constituyeron a mi protagonista, que estaba mucho más desamparada. Ella tampoco tuvo una pareja como la que llevamos Ernesto [Imas] y yo desde hace más de 40 años, que para mí es fundamental. En el caso de Greta, aparece “el hombre de ojos azules”, pero ella no se anima a la convivencia.
¿Cree que un escritor debe detallar qué es verdad y qué no en su obra?
Lo que pasa es que todo es ficción. La metamorfosis seguro tiene que ver con cosas muy internas de Kafka: el cuento o la novela más fantásticos siempre tienen que ver con el autor. Y aun la novela que parece más autobiográfica tiene una cantidad de cambios significativos… El solo hecho de recortar una realidad ya es una intervención de la realidad.
En otra época la cuestionaron por esos cruces, en especial con la novela El fin de la historia, donde cuenta cómo una ex integrante de la cúpula de Montoneros colaboró con los militares tras haber sido torturada.
Ante todo, esa novela no tiene una única protagonista: tiene dos, cuyos conflictos se van alternando. Una es militante, la otra quiere escribir su historia. Ninguna de las dos, sola, constituiría la novela que yo quería escribir. En cuanto a la militante, a quien narro desde sus primeros años, lo que me fascinó del personaje fue su capacidad para tener un rol protagónico siempre, en cada una de las instancias que vivió, todas bien distintas entre sí. Por la actuación jerárquica que tiene en Montoneros y por haber sido secuestrada, cuando se publicó la novela cierta crítica centró la atención en ella, la erigió como modelo de, y, en consecuencia, me cuestionó por no haber mostrado a una militante irreprochable. Lo que pasa es que a mí me interesaba justamente esa protagonista a causa de su singularidad: para expresar una verdad consensuada no me hacía falta escribir una ficción. Además, es de esa singularidad que surge el conflicto de la otra protagonista: ella quiere contar a una heroína sin mácula y se resiste a aceptar una realidad que sin duda le mueve el piso. Estos cruces de conflictos, y cierta pintura de época, constituyen El fin de la historia. Eso, al menos, es lo que quise narrar.
Y siguen firmes la paciencia y la vocación docente, luego de tantos años como tallerista…
A mí me gusta mucho analizar, no solo mis procesos creadores sino los de los otros, me gusta meterme ahí. Aunque hace dos años dejé de dar los talleres, esa tarea me sigue fascinando; a eso no renuncié. Pero entendí que la energía creadora que tenía, la necesitaba para mí. Y así trabajé la novela durante la pandemia.
El cuento que da título a tu primer libro, “Los que vieron la zarza”, tematiza la vida de un boxeador y se publicó en una época de mucho machismo en la literatura local; era una temática inesperada para una escritora. ¿Cree que eso la ubicó en un lugar diferente?
Mi generación, Ricardo Piglia, Miguel Briante, Vicente Battista, era una generación potente, y de varones. Yo, a los veinte años, sentía que desdeñaban un poco mis temas, conflictivos pero dentro de ámbitos familiares; ellos, los varones, se sentían los portadores de la violencia. Un día se lo comenté a Abelardo Castillo y le dije que estaba harta de ese desdén, que quería escribir un cuento con tema bien fuerte. Me dijo: “¿Por qué no escribís sobre un boxeador que siempre pierde?” Ahí me puse a investigar, a escuchar peleas por la radio, a meterme de cabeza en el mundo del boxeo. De ahí salió “Los que vieron la zarza”. No sé si mis compañeros de generación me miraron distinto desde entonces; lo que sé es que ya no me importó. Ese cuento, para mí, fue un salto; el descubrimiento de una nueva posibilidad.
¿Fue casualidad que ahora coincidieran la publicación de la novela con el discurso de inauguración de la Feria?
Fueron dos hechos que coincidieron azarosamente. Porque a mí me convocaron en agosto o septiembre del año pasado para la apertura de la Feria.
Es decir, antes de que se supiera que Javier Milei sería el próximo presidente de la Argentina [Milei asumió el 10 de diciembre de 2023]
Sí. Por supuesto, nadie dudaba de que yo iba a hacer un discurso político. En ese momento no sabía que Milei sería electo presidente, pero sí sabía que lo que yo dijera en el acto de apertura de la Feria iba a tener alguna connotación ideológica; no iba a hablar del libro y de la cultura sin vincularlo a la situación social… Lo que nunca pensé es que sería en un momento tan crucial, tan crítico, como el que estamos viviendo ahora. Tampoco imaginaba, para mi historia personal, porque tengo 81 años, que a esta altura tendría una enorme capacidad de crear y poder terminar una novela.
¿De dónde viene esa capacidad? ¿Qué la activó?
Mirá, en enero, cuando empezaron estas declaraciones pavorosas contra la cultura, me invitaron a dar una clase abierta en la plaza Congreso. Y entonces yo me di cuenta de que era un momento en el que teníamos que empezar a actuar. Ahí mismo dije que estaba un poco sorprendida de encontrarme defendiendo a la cultura y a la educación pública en la plaza Congreso porque recordaba que había estado a los 15 años, en esa misma plaza, explicándole a un grupo de gente por qué los estudiantes secundarios estábamos haciendo huelga, y la razón era que defendíamos la ley de enseñanza laica, gratuita y obligatoria. A los 80, estaba en esa misma plaza defendiendo lo mismo. Eso, por un lado, te alarma, y por el otro, me reconforta pensar “bueno, sigo acá. Si me necesitan, sigo acá”. ~
nació en Buenos Aires, Argentina. Es licenciada en Letras, escribe ficción (Los años que vive un gato, Sueños a 90 centavos, Desmadres) y trabaja como periodista. Ha colaborado en diversos medios (Radar, Rolling Stone, Anfibia) y actualmente se desempeña como editora en el diario La Nación.