¿En qué se diferencia Descenso a los infiernos de otras obras sobre la historia de Europa en el siglo XX?
Admiro y cito muchos de esos libros, como Historia del siglo XX de Eric Hobsbawm o La Europa negra de Mark Mazower. Yo arranco con cuatro elementos de interpretación. No conozco otro libro que evalúe Europa de ese modo. Por tanto, el marco analítico es distinto. Además, dividí el libro en secciones cronológicas con subdivisiones temáticas. Quería ver cómo se desarrollaba ese drama. Otros libros, que a menudo cubren periodos más amplios, tienden a hacerlo de manera más temática. Eso debilita la idea del drama, de la importancia del acontecimiento. En ese sentido, el método también es diferente. E intento incorporar algunos aspectos contemporáneos, dar una idea de cómo pensaba la gente que se desarrollaba la historia.
Esos cuatro elementos son el nacionalismo étnico, las reivindicaciones territoriales, el conflicto entre clases y la crisis del capitalismo. ¿Qué relación tienen con el desenlace de la Primera Guerra Mundial?
Los cuatro pueden relacionarse con el fin de la guerra. Los tres primeros existían antes, pero se vieron enormemente acentuados por la contienda. La crisis del capitalismo fue una consecuencia directa de la guerra, en su primera parte, en los años veinte; la segunda parte fue una consecuencia del crash de Wall Street. Los otros tres son elementos inmanentes de la sociedad industrial. Lo nuevo del conflicto de clases era que, tras la Revolución bolchevique, había un foco en un tipo alternativo de sociedad. Producía división en la izquierda, pero también daba sostén a la derecha radical y extrema.
Cuando se produjo la Gran Depresión, la derecha obtuvo más poder.
En momentos de crisis y caos hay un deseo de la restauración del orden, y a veces la idea equivocada de que solo la derecha radical puede producirla. No hizo nada parecido, pero esa es la implicación: así es como la gente lo veía.
¿Había una solución para el Imperio austrohúngaro? Hay quien ha señalado que la autodeterminación era una idea bienintencionada que salió mal en la práctica.
Era una buena idea en teoría e inevitable en la práctica. No se podía sostener el régimen: es algo que llegó desde dentro en la última fase de la guerra. La disolución era inevitable. Los intentos de crear otra cosa también fracasaron, pero, al mirar hacia atrás, es difícil ver cómo esa gente podía haber creado un buen orden en ese mosaico de intereses enfrentados. Pensemos en los tratados de Versalles y Saint-Germain: en el primero se ven los errores con claridad, en el segundo quizá menos. Pero es muy difícil imaginar cómo podía haberse alcanzado una solución perfecta.
En 1918 la democracia parece haber triunfado en muchos lugares de Europa. Pocos años más tarde está mucho más débil, y en 1939, antes de que empiece la guerra, solo quedan once democracias en el continente. ¿Por qué fracasó y por qué se mantuvo donde se mantuvo?
Casi todas las democracias que permanecieron intactas a lo largo de esos años estaban confinadas al noroeste de Europa. En esa región la democracia se había desarrollado con éxito antes: en Gran Bretaña, Francia, Escandinavia, Países Bajos. En todos los demás lugares, la democracia era un sistema discutido y frágil, en condiciones que difícilmente podían producir estabilidad. La inestabilidad creció en los años veinte y treinta y las democracias se desplomaron en todas partes, excepto donde estaban profundamente arraigadas desde el principio. No me había dado cuenta hasta que empecé a escribir el libro de que a finales de los años treinta, antes de la guerra, unos dos tercios de los europeos vivían bajo una forma u otra de dictadura. Incluso la democracia francesa era muy agitada entonces y gran parte de lo que luego se vería en la época de Vichy es impensable sin las tensiones antidemocráticas de la sociedad francesa en los años treinta.
Alemania es el centro del libro.
Era una elección obligatoria. Estuvo en el centro de los procesos de ese periodo y buena parte del siglo XX. Cada uno de los cuatro componentes de la crisis general se presentó en su forma más extrema en Alemania. Su conjunción produce una megaexplosión: uno de sus resultados es Hitler. Era el país más poderoso de Europa continental y el que tenía el mayor efecto en los países de alrededor. La forma en que Alemania se recuperó de las profundas humillaciones del final de la Primera Guerra Mundial fue prepararse para una nueva guerra que corrigiera el resultado de la anterior.
Dice que las sanciones económicas no fueron tan graves como la sensación psicológica.
En términos económicos, Alemania se había recuperado en 1926. El eco del trauma psicológico, sin embargo, seguía allí. La pérdida territorial no era solo una cuestión de pérdida económica, sino también de orgullo e identidad nacional. No desapareció. Aunque Versalles no era la única o principal consideración en el ascenso al poder de Hitler, era un elemento que atravesaba el espectro político. La derecha y la izquierda querían revisar Versalles. Cuando Hitler empieza a hacerlo, está seguro de que más o menos tendrá un apoyo unificado.
A veces se plantea cómo podían haber salido las cosas de otro modo: por ejemplo, cuando habla de la toma de la zona desmilitarizada de Renania por Hitler en 1936.
Los historiadores debemos aceptar la idea de que solo podemos trabajar si consideramos escenarios alternativos. No es que tengas que producir una visión contrafactual de lo que habría ocurrido, pero es interesante ver cuáles son las alternativas para evaluar la importancia de lo que sucedió. En el caso de Renania, las posibilidades de detener a Hitler eran puramente teóricas, no prácticas. Los alemanes sabían por informaciones de la inteligencia francesa que los franceses no harían nada si los británicos no actuaban, y los franceses sabían que los británicos no iban a actuar. No había posibilidad real de detenerlo. En teoría, habría sido una ocasión relativamente sencilla de hacerlo. Y las consecuencias podrían haber sido profundas. Hitler habría perdido prestigio, el ejército habría cobrado poder sobre él. Habría sido distinto. Pero existían pocas posibilidades reales.
Las consecuencias de la Primera Guerra Mundial, las atrocidades y los combates de la segunda, y sus repercusiones, fueron más graves en el este de Europa.
El foco del libro está en el centro y el este de Europa, porque era allí donde estaban los verdaderos problemas. No es ninguna sorpresa que lo peor de la brutalidad e inhumanidad de la Segunda Guerra Mundial se produjera en esa parte de Europa. En términos relativos, por horrible que fuera, el oeste salió mejor parado que el este, fue relativamente bien tratado incluso por los ocupantes alemanes. El tratamiento de Francia, Noruega o Alemania fue suave en comparación con Polonia, no digamos la Unión Soviética.
Al hablar de los regímenes totalitarios sostiene que, aunque en la Unión Soviética había mucho idealismo, era un régimen que funcionaba por el terror. Y también señala que Mussolini y Hitler gozaron del apoyo popular, algo que a veces se olvida.
Es extraordinariamente difícil evaluar los niveles de apoyo en una dictadura. Pero todos los indicadores apuntan a que, en ciertas áreas, los regímenes de Hitler y de Mussolini fueron populares. Había cierto idealismo y popularidad en el régimen estalinista, pero el terror dirigido a la población soviética sugiere que el nivel de disensión u oposición era bastante alto y solo podía ser controlado por una represión extrema. La popularidad de Mussolini parece haber alcanzado su punto máximo durante la invasión de Abisinia. Luego, los indicadores marcan que iba cayendo con la guerra. En el caso de Hitler, la caída empieza durante la guerra, a la mitad, con el primer invierno ruso, cuando crecieron las pérdidas alemanas.
Ha escrito una biografía de Hitler. ¿Qué importancia tiene para usted la personalidad en la historia?
La explicación histórica tiene que establecer la importancia de los determinantes estructurales y de los factores personales. Individuos como Hitler, Churchill, Mussolini, Stalin o Roosevelt desempeñaron un papel personal enormemente importante. Ahora bien, lo hicieron dentro de las limitaciones de unas circunstancias. Las condiciones estructurales produjeron a Hitler, aunque él dio forma a las políticas de un modo particular. Un ejemplo clásico: imaginemos que Churchill no se hubiera convertido en primer ministro (y no era la opción preferida del Partido Conservador ni de la familia real) y que lo hubiera hecho Lord Halifax, uno de los principales apaciguadores, que en la primavera de 1940, el peor momento de la guerra para los británicos, se planteaba hacer concesiones a Mussolini y buscar un acuerdo de paz. La impronta personal de Churchill fue crucial. La personalidad tiene un papel enorme, y podemos pensar en otros casos. En mi país, Thatcher podría ser otro ejemplo. ¿Habría ocurrido lo mismo con otro primer ministro? Casi con toda seguridad no. Pero había condiciones que posibilitaron que ese individuo dejase una marca profunda en la historia.
¿Qué importancia tuvo el pesimismo cultural en el desarrollo de la violencia política?
Fue significativo. La Primera Guerra Mundial tuvo un gran impacto. No solo en Alemania sino también en otros lugares, como en Francia y en Gran Bretaña. Había una sensación de miedo casi mórbido hacia el futuro: muchos jóvenes estaban muriendo, se pensaba que había un declive de población, al que seguiría una decadencia cultural. Había un componente muy fuerte en buena parte de Europa y en algunos países –era más conspicuo en Alemania que en cualquier otro lugar– y eso llevó a la idea de que tenías que producir un cambio radical que ayudara a crear, o a fabricar, una mejor población. Cuando los nazis tomaron el poder hubo una serie de medidas políticas del gobierno, porque querían abordar el asunto de una manera muy brutal. Seis meses después de que Hitler llegara al poder, el gobierno alemán ya estaba introduciendo una ley de esterilización obligatoria porque amplios sectores de la población se consideraban no aptos por una razón u otra. Y eso por supuesto condujo a Aktion t4 o programa de eutanasia, el asesinato de los enfermos mentales a partir de 1939. La propaganda nazi insistía en que la sociedad alemana era débil y decadente, y en que se necesitaba un cambio radical completo en la forma de pensar, para construir la fibra moral de la sociedad. Esa idea era un elemento muy importante en Alemania, pero también estaba presente en otros lugares de Europa. Aunque pensamos normalmente en una conexión con el nazismo o la extrema derecha, en Gran Bretaña encuentras pensadores progresistas interesados en esas teorías. No de un modo brutal, como en Alemania, pero ellos también creían que había que dar pasos para regenerar la sociedad. La idea del pesimismo cultural estaba también en la izquierda.
En los años treinta, muchos intelectuales abandonaron la creencia en la democracia.
El centro liberal se desintegró. Los intelectuales estaban polarizados también. La mayoría apoyaba a la izquierda. Pero había una fuerte minoría que apoyaba el fascismo, algo a priori muy extraño. El comunismo o el socialismo intentaban construir unos fundamentos racionales, pero la derecha era una amalgama de resentimientos emocionales y odios. También está la idea, a menudo ignorada, de que los años treinta no eran lo que vemos luego: el Holocausto, los horrores de la guerra. Esos intelectuales, y Heidegger sería el caso clásico, veían en la derecha radical una renovación de la sociedad, un fin de la decadencia, la creación de una sociedad moderna. Es algo que pasamos por alto cuando pensamos en el fascismo.
Había muchas derechas, que a veces se aliaron entre sí. Había una derecha revolucionaria y otra tradicional.
La derecha revolucionaria resultaba atractiva. Hablaba de una nueva sociedad, de un hombre nuevo. Eran ideas muy masculinas, con una sociedad y un imaginario dominados por el hombre. Muchos movimientos tenían ideas similares. Distinguían a la derecha radical de una derecha más autoritaria o conservadora, aunque en ocasiones se combinaron y amalgamaron.
A veces se presenta la Guerra Civil española como la primera escaramuza de la Segunda Guerra Mundial, o al menos el lugar donde se enfrentan las fuerzas que combatirían luego. Usted subraya el aspecto periférico de España con respecto a Europa.
Las dos visiones se pueden reconciliar. Desde el punto de vista de las fuerzas fascistas, de los alemanes y los italianos, y también de Stalin, la guerra fue un experimento, que permitía ensayar lo que iba a ocurrir más tarde. Pero, al mismo tiempo, lo que sucedía en España siguió siendo periférico para los acontecimientos principales que se estaban produciendo en Europa. Frente a lo que esperaba mucha gente, la Guerra Civil no condujo a una confrontación europea importante. España se desgajó de los acontecimientos y retrocedió a un segundo plano durante décadas.
Explica que Hitler desdeñaba la economía: para él estaba subordinada a la voluntad política. Dice que sus dos ideas rectoras eran, por un lado, el odio a los judíos; por otro la idea de conquista territorial, de Lebensraum.
Ninguna de estas ideas se veía impulsada por nociones políticas, digamos, refinadas. Hitler no pensaba así. Pensaba en términos de política de poder. Pero había un elemento de economía política. En el caso del Lebensraum, Hitler veía la dominación alemana de algunas zonas como algo esencial para la creación de la base de la futura prosperidad alemana, su lugar como nación. La economía para él se reducía al papel del poder. En el caso de los judíos, las consideraciones económicas no desempeñaban un papel importante. Pensaba en los judíos, pero lo que hacía era asociarlos con el bolchevismo. La conquista del Lebensraum daba a Alemania la posibilidad de solucionar lo que llamaba “la cuestión judía”, eliminando a los judíos de toda esa área. Esas ideas económicas, políticas y raciales se mezclaban. Cuando la solución final estaba en marcha, los líderes nazis vieron un potencial económico para robar y explotar a los judíos, pero no era la principal consideración. En último término, está el absurdo de que Alemania tenía un problema de escasez de mano de obra y los judíos eran trasladados por toda Europa para morir asesinados en los campos de Polonia: una contradicción total desde la racionalidad económica.
Timothy Snyder sostiene que el Holocausto fue impulsado por un pánico ecológico. ¿Qué piensa de ese análisis?
No estoy de acuerdo con el argumento general. La parte central de Tierra negra, cuando habla de la ejecución de la solución final en Europa oriental, como su libro anterior Tierras de sangre, es muy buena, muy bien trabajada. Pero la interpretación está mal planteada: es al revés de como él dice. No creo que la consideración principal fuera económica. Y la relación que establece con los problemas ecológicos contemporáneos en la parte final es difícil.
Los europeos exportaron la violencia a otras latitudes. ¿Qué importancia tuvo la experiencia colonial en la violencia en Europa?
Es fácil exagerar su importancia. Creo que la violencia fue autoproducida en Europa, no es importada. El caso de Franco y su uso de las tropas coloniales es obvio, pero en términos generales no creo que la experiencia colonial sirviera para extender la violencia dentro de Europa. Las unidades militares alemanas al final de la Primera Guerra Mundial en Europa del Este no habían tenido ninguna experiencia colonial en otro lugar. Se ha intentado establecer un vínculo entre lo que algunos han calificado como el primer genocidio, las masacres de los herero en Sudáfrica, y el Holocausto. Pero la mayoría de los historiadores que han estudiado esos asuntos no aceptarían esa premisa y ven el Holocausto como algo endógeno, algo que se crea en Europa, y no algo influido por valores y violencia importada de la experiencia colonial.
Sorprende la rapidez de la recuperación tras la destrucción que provocó la Segunda Guerra Mundial, y que no hubiera una nueva gran conflagración europea.
Una de las cosas que intenté hacer, y por eso mi libro concluye en el 49 y no en el 45, era explicar cómo Europa casi se destruyó dos veces y luego cómo milagrosamente, en cuatro años, se inició un periodo asombroso de recuperación. Lo explicaré en el segundo volumen en más detalle, pero el núcleo ya está presente en 1949. El último capítulo muestra cómo a partir de esas cenizas surgen los comienzos de una recuperación espectacular. Confluyen varios aspectos estructurales: la destrucción del poder alemán, la limpieza étnica en Europa oriental, el control completo de la Unión Soviética en esa zona –que significó que los conflictos étnicos y fronterizos quedaban controlados, reemplazados por la dominación soviética–, que el nacionalismo extremo del periodo de entreguerras se viera sustituido, ya que las preocupaciones nacionales se subordinaron en Occidente a la superpotencia estadounidense y en el este a la Unión Soviética. El Telón de Acero aporta un elemento de estabilidad, y la recuperación económica es fundamental. Y, finalmente, están las armas nucleares, que desde 1949 tienen las dos grandes potencias. Un amigo me dijo que estaba bien acabar el libro con la división de Alemania, pero yo quería terminar con la bomba atómica de los soviéticos. Las armas nucleares, que ya estaban en posesión de las dos superpotencias, produjeron una nueva estabilidad: el miedo a una guerra era el miedo a una guerra nuclear.
¿La Unión Europea fue un factor que contribuyó a la estabilidad o fue el resultado de la estabilidad?
Contribuyó a la estabilidad. Sin duda, emergió de las nuevas condiciones, pero si miramos la situación justo antes de la Comunidad del Carbón y del Acero en 1951, todavía en 1948, el objetivo era prevenir una nueva amenaza alemana. Los comienzos de lo que luego se convirtió en la Unión Europea tenían que ver con detener la fuerza siempre en desarrollo de Alemania y sus aspiraciones de dominar Europa. Desde 1951 en adelante, surge ese nuevo elemento: primero incluye seis países, luego asume la forma de la Comunidad Económica y más adelante abarca muchos más. La Unión Europea se convirtió en un elemento de estabilización y contribuyó al debilitamiento de las tendencias nacionalistas. Lo que vemos ahora, desde el fin de la Guerra Fría, es el regreso de estas tendencias.
Es sorprendente que la población siguiera creciendo en ese medio siglo.
Es asombroso: a pesar de la inmensidad de la violencia y la destrucción, la población aumentó sustancialmente. Todo tipo de cosas cambiaron. Las necesidades bélicas impulsaron toda clase de avances tecnológicos que luego dieron forma al mundo de posguerra. Incluso la energía nuclear mostró tener usos pacíficos. Los cambios tecnológicos que produjeron las necesidades durante la guerra se aplicaron para usos civiles que impulsaron el desarrollo económico y la estabilización después.
Fue una época, en buena parte de Europa, de incorporación de la mujer al trabajo y de lucha por el voto.
La Primera Guerra Mundial movilizó a las mujeres para que trabajaran en la industria. Había grupos que pedían el voto para las mujeres. En muchos países fue un éxito y las mujeres pudieron votar en 1918. En otros países no fue así. En Francia no fue sino hasta 1944, por ejemplo. Pero, pese a haber obtenido el voto, no se produjo una liberación de la mujer. Faltarían varias décadas para que los cambios reales ocurrieran. En la segunda parte trataré más de eso. Conseguir el voto fue un paso, y sin la Primera Guerra Mundial eso podría haber tardado mucho más. Después de la guerra muchas mujeres tuvieron que dejar sus trabajos, al regresar los hombres del frente.
Otro elemento es la creación del Estado de bienestar.
El creciente empuje de los años de la depresión para crear un tipo de estructura de bienestar solo tuvo una respuesta de verdad después de la guerra. Desde finales del siglo XIX empezamos a ver los comienzos de políticas sociales, totalmente inadecuadas en el periodo de entreguerras. Pero el nivel de desarrollo económico de los años cincuenta permitía que los países dedicaran cantidades considerables de los ingresos nacionales a apoyar sistemas de bienestar. Una clave de la estabilidad de posguerra, para el apoyo a los sistemas democráticos, era la extensión del Estado de bienestar. Y eso era en sí la base de un consenso entre izquierda y derecha, mientras que en el periodo de entreguerras había una divergencia absolutamente antagónica sobre este aspecto. Después, la derecha conservadora (la derecha fascista había desaparecido) aceptó la idea de que se debía construir el Estado de bienestar. Ese consenso perduró hasta finales de los años setenta, cuando se produjo una nueva desaceleración económica en Europa y el tamaño del Estado de bienestar comenzó a cuestionarse.
¿Cuáles son las diferencias del impacto cultural de la primera y la segunda guerras mundiales?
En la Segunda Guerra Mundial no hubo nada comparable a la poesía bélica que emergió en la primera en muchos países. La Segunda Guerra se luchó de otra manera. Fue una guerra de movilidad, con tremendos extremos de brutalidad. Quizá eso no permitió los mismos niveles de energías creativas en literatura. La segunda ha dejado un legado al que todavía nos enfrentamos. La sombra del pasado es muy alargada. El Holocausto no fue algo con lo que se tratara de manera central en esfuerzos intelectuales durante los años cincuenta: prácticamente habría que esperar hasta los años ochenta. Luego empezamos a preocuparnos por el Holocausto y la guerra y a estudiarla mucho más, también en la ficción. Empieza a verse con más claridad como el episodio determinante del siglo XX, pero solo gradualmente. Durante el milagro económico, la gente quería cerrar el pasado. Solo en los ochenta esto regresa a lo grande. Los fantasmas del pasado, en cierto modo, siguen con nosotros.
Shoah, por ejemplo, es de 1985.
Fue muy importante. Pero creo que el elemento crucial llegó antes de Lanzmann: la serie televisiva Holocausto, de cuatro partes, rodada en 1978. En Alemania esa dramatización del Holocausto fue vista por millones de personas. Después encuentras muchas obras históricas, como Shoah de Lanzmann, luego La lista de Schindler… La televisión y los medios de masas fueron muy importantes. En los noventa trabajaba con la televisión británica, hicimos una serie sobre los años nazis en Alemania, entrevistamos a gente que nunca había hablado del asunto, no había querido hacerlo hasta su vejez. La televisión contribuyó a crear conciencia de la guerra. La Primera Guerra Mundial siempre ha sido importante en Gran Bretaña, pero en Alemania, por ejemplo, fue totalmente superada por la segunda. Solo el centenario la puso de moda.
Es peligroso y tentador hacer comparaciones con el presente. Pero al leer su libro es difícil ignorar el renacimiento nacionalista y populista que estamos viendo en distintos países europeos.
Se produce en las nuevas condiciones de una doble crisis: los efectos de la crisis financiera de 2008 y la de los refugiados en estos momentos. Eso ocasiona una recurrencia del nacionalismo y de actitudes xenófobas y racistas que considerábamos erradicadas. Muchas de las cosas que damos por sentadas con éxito y buenos tiempos cambian cuando se acaban el éxito y los buenos tiempos. Por otro lado, las condiciones actuales son drásticamente distintas a las de los años treinta. No estamos volviendo a esa época oscura. Señalaría tres aspectos: ahora vivimos en un continente de democracias, mientras que en esa época la democracia era por todas partes un sistema discutido y estaba fracasando en la mayoría de los sitios. Estamos en una época de sociedades civiles, donde el papel de los militares se ha reducido mucho. En esa época había sociedades militaristas y el ejército estaba casi siempre a favor de la derecha autoritaria, salvo en la Unión Soviética. En tercer lugar, las estructuras internacionales que tenemos ahora, con todos los problemas que presentan, han ayudado a disipar el nacionalismo y a instalar valores liberales en las sociedades. Vemos que esos nuevos nacionalismos y populismos encuentran oposición: la sociedad reacciona contra ellos. Nuestras sociedades se han mezclado y ya no pensamos solo que seamos una serie de Estados nación que compiten entre sí. Hay razones para cierto optimismo en medio del profundo pesimismo que resulta natural en este momento. ~
Daniel Gascón (Zaragoza, 1981) es escritor y editor de Letras Libres. Su libro más reciente es 'El padre de tus hijos' (Literatura Random House, 2023).