Entrevista con Javier Goñi: “Miguel Delibes está grabado con hierro candente en nuestra memoria”

En el año del centenario del autor de 'Los santos inocentes', el escritor y crítico literario reedita y amplía su libro de conversaciones con el escritor en cinco días de enero de 1985.
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Javier Goñi (Zaragoza, 1952) ha tenido tres ciudades que le han marcado la vida: Zaragoza, donde vivió hasta 1965; Valladolid, determinante en su formación, y Madrid, donde ha desarrollado una intensa vida como periodista cultural y crítico literario en diversos medios, desde Informaciones a El País. Acaba de reeditar, en una versión ampliada y actualizada con varios textos nuevos, Cinco horas con Miguel Delibes en Fórcola. De Miguel Delibes (Valladolid, 1920-2010) se cumple el primer centenario de su nacimiento, y la Biblioteca Nacional le rendirá un gran homenaje, coordinado por el periodista y escritor Jesús Marchamalo.

¿Qué importancia ha tenido Miguel Delibes en su vida, como periodista, como narrador, como pensador, aunque no iba de intelectual?

Delibes fue el primer escritor que conocí de carne y hueso… Cuando llegué a Valladolid Delibes era una institución, un gran escritor, todos lo sabemos, pero también un maestro de periodistas: con su afán tozudo –era un hombre de pocas ideas, pero estas claras y firmes, sin medias tintas ni vaivenes– por hacer un periódico liberal, castellano –en el sentido más profundo y literal del término–, reunió a un grupo de futuros grandes periodistas: César Alonso de los Ríos, Francisco Umbral, Manuel Leguineche, José Jiménez Lozano y tantos otros, y con ellos se lanzó en plena Era Fraga con su Ley de Prensa a luchar por Castilla, por sus gentes, por esos pueblos vacíos –Sergio de Molino lo ha sabido ver muy bien en un magnífico libro, La España vacía–, etc. Como cuento en el libro –lo cuenta Miguel Delibes en las conversaciones-, Fraga, famoso por arrancar teléfonos del Ministerio de Información y Turismo, no paró, llegando al chantaje, hasta conseguir que Delibes dejara la dirección del periódico, pero este ya estaba sembrado y listo para recoger la cosecha.

No sé si ha despistado. Aún no ha aparecido Delibes en su vida…

No, no, ja ja ja. El Norte de Castilla es el periódico que yo leía entonces, de adolescente, y daba un paso más –el definitivo, quizás– para mi vocación periodística. Yo entonces era un joven contagiado de periodismo y literatura, y me presenté a un Premio Periodístico, el Francisco de Cossío, que convocaba El Norte de Castilla, y sabiendo cuándo se fallaba un día me acerqué a la sede del diario a ver si me decían algo y me encontré con el mismo Delibes en la puerta. Me dijo quién había ganado –yo no–. Y me animó a perseverar, a seguir escribiendo. Hasta que en el verano de 1975, estudiando ya Periodismo en Madrid, hice mis primeras prácticas en El Norte de Castilla. Empecé, pues, a tratarle más y a ocuparme de reseñar sus libros o de entrevistarle.

¿Podría hacernos un retrato, un acopio de sensaciones de aquellas cinco tardes con Miguel Delibes, con la grabadora de testigo?

En enero de 1985 le propuse a Delibes –para entonces teníamos ya una buena relación, y había hecho, un par de años antes, un amplio reportaje para TVE con Delibes paseando por los campos de Castilla hablando de su obra– hacer un libro de conversaciones con él. A principios de los setenta ya había hecho un libro parecido César Alonso de los Ríos. En mi caso, el título –obvio porque recordaba a uno de sus libros más populares– me obligaba y elegí cinco grandes temas, que me parecía que cercaban bien su vida y su obra. Lo hicimos en cinco días, en cinco horas vespertinas, en su casa, al atardecer de aquel frío mes de enero. Delibes contestó a todas las preguntas y aceptó con generosidad mi plan. Estamos hablando de una época –parece decimonónica pero solo han pasado 35 años– en la que no estaban popularizados los ordenadores personales y el sistema visto desde hoy da un poco de risa, pero así hemos trabajado en un pasado reciente: yo grababa esa hora de conversación, una hora más o menos, estirable, a la manera de las de un reloj daliniano, luego, a mi regreso a Madrid, transcribí las cintas, con copia con papel de carbón y le mandaba cada capítulo para que lo corrigiese, él con su letra difícil, menuda, me lo hacía llegar con sus abundantes correcciones –no es lo mismo hablar, improvisar, que poner esas palabras por escrito–, y así hasta que con el texto, casi manuscrito por las muchas correcciones, quedaba satisfecho. En esta nueva edición, que ha publicado Fórcola, se mantienen las cinco horas, tal como se produjeron; a estas les he agregado un largo prólogo en donde cuento mi relación con Delibes y lo cierro con un extenso texto sobre los libros que escribió después hasta su muerte en 2010. Entonces, en 1985, Delibes ya había publicado el grueso de su obra, sus títulos más conocidos e importantes, pero su pluma no se había secado, y como es sabido a finales de los noventa publicó su gran novela histórica, su homenaje a su ciudad, Valladolid, El hereje.

Dibujaba bien y podría haberse ganado la vida de dibujante.

Como tantas veces se ha dicho, Delibes llegó al periodismo y a la literatura un poco por casualidad. Entró en El Norte de Castilla, en la incierta, fría y gris posguerra, como caricaturista –no se le daba mal el dibujo–. Como tal firmaba MAX, Miguel, Ángeles –su novia entonces, su mujer después, una figura fundamental en su vida, cuya pronta desaparición en los años setenta acentúo aún más su pesimismo, que le venía, decía, de cuna, de su familia Delibes, proveniente de Francia, emparentada con el músico francés Léo Delibes–, y la X era la incertidumbre, el incierto futuro, el porvenir.

La escritura, antes que nada, le llega por las crónicas de fútbol.

Es conocido también que cuando ya era redactor de El Norte de Castilla escribía crónicas de fútbol –una de sus muchas pasiones deportivas– e incluso las mandaba a Barcelona con los resultados del Real Valladolid, en una suerte de pedestre “carrusel deportivo”.

¿Nace el Delibes narrador cuando ve la foto de Carmen Laforet, tan misteriosa en la prensa, y decide optar al Nadal?

Sí, a Delibes, incipiente narrador, le impresionó la foto de la jovencísima y atractiva Carmen Laforet, inesperada ganadora del primer Premio Nadal, y eso, sin duda, contribuyó a que se decidiera a acabar su novela y enviarla –con el resultado que es bien sabido– a Barcelona. Bien distinta la reacción de Delibes de la de González-Ruano, que entonces vivía en Sitges y creía haber entendido que él iba a ser el ganador y debió montar en cólera cuando se enteró de que la usurpadora, además, era una mujer, hasta ahí podíamos llegar, ya si las mujeres escriben…; parafraseo.

¿Cuál es la importancia de la tierra, de lo castellano, del paisaje en la obra de Delibes?

A los diez años su padre le llevaba, con una escopeta que apenas podía arrastrar, a recorrer los montes cercanos a Valladolid, y nunca lo dejó de hacer. Ahí nació su afición por la caza y, sobre todo, su amor por la naturaleza y una preocupación sincera, que llevó a sus libros, al periódico, por Castilla, por sus gentes, y por el habla castellana, giros, expresiones, nombres en desuso de los que están llenos sus libros más populares. Él creía que todo ese lenguaje rural se iba a ir perdiendo y que con el tiempo –posiblemente ya estamos en ese tiempo– habría que poner una suerte de glosario, al final de sus novelas más rurales, pues a los lectores del futuro –¿de ahora?– les iba a costar entender ciertos términos (el chascarrillo académico mantiene que dejó de ir los jueves a la Real Academia de la Lengua, porque venía cada semana con sus papeletas de pájaros, de plantas, y sus colegas inmortales poco caso le hacían…).

¿Fue un precursor de la ecología, a pesar de ser un enamorado de la caza?

Miguel Delibes fue siempre un hombre ferozmente individualista, pesimista por el futuro de la humanidad, por ese mundo que ya entonces agonizaba, pero sobre todo fue un humanista preocupado esencialmente por el hombre y su entorno. Su pesimismo de cuna no le impidió escribir con convicción sobre estos temas. ¿Ecologista?, sí lo fue, a su manera. Yo le considero un ecologista humanista, un hombre que salía a los caminos a su aire, sin pertenecer a ningún grupo u organización. Y fue ecologista, a pesar de ser cazador, cazador de perdices y conejos; él era incapaz de matar a un animal que le pudiera mirar a los ojos. Él era cazador con un código de honor, despreciaba a los cazadores domingueros, a los cazadores depredadores. Lo suyo era otra cosa y escribió muy hermosas páginas sobre la caza, sobre las perdices, las truchas, que a mí me gustan mucho, aunque no sepa nada –como tantos lectores– de caza.

Quiso ser un novelista de su tiempo: europeo, versátil en sus asuntos, experimental en ocasiones, intimista, pulcro con el lenguaje. ¿Cómo resumiría su lectura contemporánea, el texto de 2020 y del conjunto de su obra?

Como a él le gustaba confesar –con cierta sorna, esa que te permite a la vez liar un cigarrillo de picadura y rascarte el cogote sin mover la boina, y con la picardía en sus ojos– lo suyo fue un adanismo total, casi empezó a escribir antes que a leer literatura, y por eso a veces enarcaba una ceja, sacaba la lengua para humedecer el pitillo o te miraba de refilón –a los críticos– cuando alguien señalaba en esta novela o en otra influencias literarias de autores que no había leído todavía. Me consta que leía mucho a sus contemporáneos, que se interesó por el boom latinoamericano, por los jóvenes escritores españoles… Escribió mucho y con formas muy variadas, buscando distintos caminos literarios. Delibes, es cierto, ha sido uno de los escritores que más favor ha conseguido en los planes educativos de lecturas obligadas; de ahí que se le haya leído tanto y, por tanto, que se le siga leyendo. Esto es un hecho, pero a la vez es un escritor tan completo, tan variado, que siempre hay un libro –y uno, y dos, y tres– que leer de Delibes.

¿Cuál fue su actitud ante el franquismo? Le recuerda en sus diálogos que se hartó de firmar manifiestos hasta que de repente dijo hasta aquí he llegado…

Delibes fue una persona liberal –en el sentido más noble y puro de la palabra–, un hombre creyente –con sus convicciones religiosas, pero también creyente en el hombre– y fue un hombre demócrata moderado –la exaltación no estaba en su ADN–. Tuvo que desarrollar buena parte de su carrera literaria y su actividad literaria como tanta gente de su generación en el franquismo. Ya me he referido a sus luchas con Fraga y la censura. Recuerdo cómo me contaba una de esas batallas: José María Gironella había hecho una serie de entrevistas al pretendiente don Juan, el abuelo del rey Felipe, y como había problemas, tal vez con el gobernador civil de la provincia, para publicar decidió irse a Barcelona a entrevistar a Gironella para que este le contara –puro estilo indirecto– lo que le había contado don Juan. Así se sorteaba la censura… Recuerdo también otra anécdota. En Valladolid, en el tardofranquismo, un estudiante universitario quedó malherido al “caerse” de una ventana de la Jefatura de Policía. A Delibes no le gustaban las camarillas políticas, las consignas, así que con la única autoridad de ser un ciudadano, llamado Miguel Delibes, eso sí, fue a ver al gobernador civil y el escritor intentó convencer a la autoridad de que un joven de veinte años no se tira por una ventana porque sí, o le tiran o se tira por los malos tratos sufridos. Esto que es de sentido común fue un largo tira y afloja entre el ciudadano y el mando (civil) en plaza, y parece que, al menos, consiguió que el jefe superior de policía fuera relevado de su cargo.

Habla de la importancia de su novela histórica El hereje. ¿Cuál sería su lección para tantos novelistas que frecuentan el género?

Para mí El hereje fue un descubrimiento reciente. Yo creo que conozco bastante bien buena parte de su obra narrativa, pero por alguna razón no leí, a finales de los años noventa, El hereje. Estaría a otras cosas, con otras lecturas; tal vez influyó quizás que el género histórico nunca me ha interesado mucho; pero el verano pasado, preparando esta nueva salida de mis Cinco horas con Miguel Delibes, me puse a leer esta voluminosa novela histórica y su lectura me resultó apasionante, no pude dejar de leerla y tuve que interrumpir la puesta al día del libro. No suele ser normal que un escritor, con una obra ya tan hecha, escriba tan extraordinario libro al final. Se documentó a fondo, sin duda, para entrar en aquellas comunidades protestantes que surgieron cuando Lutero y la Contrarreforma; pero lo más admirable es que en esa novela, última, no crepuscular, están todos los temas de su obra, sus preocupaciones, sus obsesiones, sus temas.

Estamos en el Año Delibes y se prepara una gran exposición del escritor en la Biblioteca Nacional. ¿Qué debemos reivindicar en este siglo de vida y memoria de Miguel Delibes?

A pesar de que esta pandemia ha trastocado tantas cosas, el Año Delibes debe continuar –ojalá, significaría que está controlada la situación– este otoño. Miguel Delibes tiene una obra tan completa y variada, y ha sido un escritor tan popular, que no creo que, diez años después de su muerte, esté en el habitual e injusto en muchos casos purgatorio del olvido de los escritores fallecidos. Delibes está grabado con hierro candente en nuestra memoria de escritor. Y la marca es para siempre.

 

 

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es escritor y responsable del suplemento Artes & Letras de Heraldo de Aragón. Entre sus libros recientes están Golpes de mar (Ediciones del Viento, 2017) y Cariñena (Pregunta, 2018)


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