El mural de mi padre

Un recuerdo de Moisรฉs Krauze en el centenario de su nacimiento.
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Las vacaciones con รฉl no eran vacaciones. Habรญa que aprender a trabajar. Me despertaba muy temprano para llegar a la imprenta antes de las ocho. Nos despedรญamos, รฉl a su oficina, yo a checar tarjeta. Pero antes me quedaba viendo el mural. Representaba una variaciรณn de La maestra rural, el fresco de Diego Rivera en la SEP. En un รกrido paraje del campo mexicano, un pรบblico respetuoso y atento escucha a la maestra: un viejo campesino con sombrero en mano, una mujer con su bebรฉ bajo el rebozo, hombres circunspectos, mujeres descalzas, un niรฑo con su penca de maรญz. Pero en vez del guardia rural de la escena original, mi padre y su socio, Alfonso Mann, aparecรญan junto a los obreros operando unas mรกquinas offset. Abajo, un humilde muchacho vestido de overol vocea un periรณdico donde se lee: โ€œLa imprenta al servicio de la cultura.โ€ Mi padre soรฑaba que su fรกbrica, Etiquetas e impresos, sirviera a la cultura.

“ยฟCรณmo se te ocurriรณ el mural?”, le preguntรฉ alguna vez. Como toda su generaciรณn preparatoriana, creciรณ contemplando los murales de San Ildefonso. Gracias a su amiga Lupe Rivera conociรณ a Diego y a Orozco. Ese era el antecedente. En 1952 encomendรณ el mural a Fanny Rabel. Proveniente como รฉl de Polonia, Fanny era amiga de Frida Kahlo y discรญpula directa de Diego.

Se llamaba Moisรฉs. Debiรณ ser artista o arquitecto, pero la vida lo llevรณ por otros rumbos. Trabajรณ en el barco que lo trajo a Mรฉxico llevando agua y alimentos para su madre, su hermano mayor y su hermana menor. Trabajรณ al lado de su padre, cortando trajes y uniformes en la Sastrerรญa Colombia. Ahรญ seguรญa mientras estudiรณ en la Escuela Nacional de Ciencias Quรญmicas, y terminรณ la carrera, pero querรญa trabajar por cuenta propia. Alfonso supervisaba el tercer turno en una fรกbrica de etiquetas y le propuso poner un changarro. Pedirรญan un prรฉstamo a mi abuelo, comprarรญan una prensa Chandler, rentarรญan un garaje, contratarรญan tres o cuatro obreros. Asรญ comenzรณ. Habรญa que esforzarse, porque a la avanzada edad de 22 aรฑos y ya con novia (Helen, mi madre), apremiaba el tiempo. Y entonces descubriรณ su vocaciรณn en la vida: vender.

โ€œยกQuรฉ dificil es vender!โ€, me decรญa. Vender โ€“esa labor milenariaโ€“ es un desafรญo al carรกcter: la incertidumbre, la necesidad de convencer, la tristeza de fracasar. Recuerdo su dicha cuando llegaba de cerrar una venta, con los prototipos y diseรฑos en la mano.

Primero vendiรณ etiquetas y cajas plegadizas para medicinas, luego para perfumes, industria dominada por empresarios asturianos. Dos de ellos (don Vicente Llaneza y don Enrique Rodrรญguez) lo adoptaron como proveedor y lo apoyaron. Eran dueรฑos de Dana, una gran fรกbrica de perfumes. El edificio de ladrillo todavรญa estรก en pie, en la calle de Taxqueรฑa, entre Mina y Prolongaciรณn Ayuntamiento. Al paso de los aรฑos, Etiquetas e impresos encontrรณ su ubicaciรณn final contigua a Dana.

Mi padre nunca olvidรณ la fecha de su arribo a Veracruz: 8 de febrero de 1931. Tras un aรฑo de ausencia, la familia se reunรญa con don Saรบl, el sastre, que se habรญa adelantado. Muy pronto los hijos aprendieron espaรฑol y lo enseรฑaron a los padres. Descubrieron Chapultepec y la Alameda, llevaron flores a doรฑa Clara en el Dรญa de las madres, honraron el calendario cรญvico (mi padre vestido de Moctezuma, tocando muy serio el teponaztle). Habรญa quedado atrรกs Wyszkow, el pueblo de su infancia. Habรญan quedado atrรกs el abuelo Miguel, tรญos, tรญas, primos. Poco sabrรญan ya de ellos. Casi todos morirรญan en el Holocausto.

Llegaron tiempos difรญciles. En 1969 se separรณ de su socio. Para entonces habรญan fundado otras tres fรกbricas pequeรฑas que servรญan al mismo ramo. Alfonso y su hijo llevaron a buen puerto Etiquetas e impresos. Mi padre y yo tratamos de hacer lo mismo con las empresas restantes, pero nos llevรณ mucho tiempo lograrlo. Trabajamos juntos hasta mediados de los noventa.

Tenรญa una bonhomรญa natural y una cierta elegancia de conde polaco. Detestaba el racismo. Al final de su vida averiguรณ la direcciรณn de quienes lo lastimaron y los visitรณ para perdonarlos sin decir palabra.

La escena final deย La muerte de un vendedor,ย de Arthur Miller, muestra el entierro de Willy Loman, que se ha pasado la vida vendiendo seguros para sostener a su familia. Durante un discurso inolvidable, su vecino Charley explica la incertidumbre, la dificultad, la angustia de salir a vender, y resume la vida de su amigo en una frase: โ€œยกWilly era un vendedor!โ€ Asรญ pensรฉ de mi padre, cuando muriรณ hace quince aรฑos. Asรญ volvรญ a pensar el 2 de marzo, en el centenario de su nacimiento. โ€œNoble, luminoso, trabajadorโ€, grabamos en su lรกpida. Ahora veo el mural en mi oficina.

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Historiador, ensayista y editor mexicano, director de Letras Libres y de Editorial Clรญo.


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