Primera entrega de la serie Buscando América.
Hace treinta y nueve años salió al mercado el disco Buscando América, del músico panameño Rubén Blades, conocido, con cierta cursilería incompatible con su talento, como el poeta de la salsa. Perdí la cuenta de las veces que canté, en plena danza, estas líneas:
Estoy buscando América y temo no encontrarla
Sus huellas se han perdido entre la oscuridad
Estoy llamando a América pero no me responde
La han desaparecido los que temen la verdad
En ese año de 1983 iniciaba mi fe latinoamericanista con la lectura de El siglo de las luces, de Alejo Carpentier. Deslumbrada de un modo que ya muy rara vez me ocurre, decidí, con el dramatismo y la emoción propias de mi juventud, unirme a la búsqueda mentada por la canción de Rubén, como llamábamos al cantante mis amistades universitarias y yo, sintiéndolo muy cercano a nosotros.
Buscaría América, en especial la descalza que habla en español, recordando a Rubén Darío, pero también la hablante de portugués, francés, papiamento, creole, holandés, inglés, sin olvidar las lenguas indígenas. Nuestra América, la del ensayo de José Martí, la pobre, la plebeya, la orillera; la América opuesta a Estados Unidos de Ariel, de José Enrique Rodó; la intuida tras la lectura de Siete ensayos de interpretación de la realidad peruana, de José Carlos Mariategui, de radical vocación indígena y revolucionaria; la identificada con Calibán, personaje de La tempestad, de Shakespeare, víctima de la petulancia imperial y del racismo, según el ensayo del comisario Roberto Fernández Retamar llamado como el personaje; la América roja de la primera y segunda declaraciones de La Habana, vociferadas por el comandante Fidel; la de los diarios de Ernesto “Che” Guevara, el médico matón y el invasor extranjero más querido del planeta; también la transcultural de Ángel Rama, capaz de encarnar en la novela la profesión de fe en una modernidad propiamente latinoamericana que ofrecía al mundo la mayor revolución estética. Diría Rubén:
Si es sueño de uno es sueño de todos
Romper la cadena y echarnos a andar
Tengamos confianza para adelante mi raza
A salvar el tiempo por lo que vendrá
Por supuesto, como para toda joven humanista de la segunda mitad del siglo XX, los ideales de izquierda definían el espacio dibujado por el nombre de América Latina, invención francesa que ocultaba los intereses de la potencia europea en el siglo XIX detrás del disfraz de una amplio abrazo fraterno. La importancia de una región se mide por su peso real en las decisiones del mundo, no por las protestas de hermandad que periódicamente se renuevan. Desde luego, América Latina definía un espacio del deseo, como lo hizo en su momento la idea de la Unión Europea, pero la voluntad política revolucionaria le imprimiría al viejo proyecto continental bolivariano las bases reales para su constitución, imposible desde el andamiaje militar, populista o “demócrata burgués”.
Que las facultades de humanidades y ciencias sociales hayan tolerado, en ocasiones, semejantes fantasías en términos de “conocimiento” habla de las curiosas aspiraciones del marxismo como abordaje cierto y científico de la realidad. Hago la salvedad de que los hombres y mujeres de academia más serios y consistentes eran incapaces de vender Las venas abiertas de América Latina, de Eduardo Galeano, como algo más que un panfleto interesado y tergiversador.
En Venezuela primero, y en el resto del continente después, otro libro sería considerado “excremento del diablo”, curiosa expresión proveniente de los denuestos de la intelectualidad de mi país respecto a nuestra riqueza petrolera: Del buen salvaje al buen revolucionario, de Carlos Rangel, lanzado al mercado en los años ochenta por la editorial estatal Monte Ávila Editores, la misma que publicaba a autores de izquierda de aquel entonces, verbigracia al historiador Manuel Caballero. Tal era la resistencia a este texto en las universidades públicas que hasta circulaba la especie, que nunca pude constatar, de que había sido quemado públicamente en una de ellas.
El libro en cuestión, que leí muchos años después, ya en este siglo, me resultó interesante, polémico y con datos más sensatos que los de Galeano. Al menos, merece mucho más que Las venas abiertas…. el ser parte de bibliografías universitarias, aunque todavía causa un inexplicable sarpullido entre izquierdistas venezolanos que se salvaron de la revolución trabajando en Estados Unidos; en mi opinión, no lo han leído. Se trataba de un desmontaje de innumerables mitos revolucionarios que habían permeado a las juventudes del continente, lanzadas a una búsqueda que resultó a la postre suicida para países como Cuba, Venezuela o Nicaragua y que afectó las capacidades políticas y económicas de América Latina.
La caída de la Unión Soviética dejó al comunismo latinoamericano sin fuelle y la frase “sistema capitalista” fue sustituida por el término neoliberalismo. En mi caso, la vocación por América Latina siguió en pie como ejercicio profesional, sin el aliento utópico que funcionó en mi juventud en términos religiosos y pasionales.
Siempre me ha parecido racional aprovechar las ventajas de un proyecto común para la región, pero, por ejemplo, mi antiyanquismo ha pasado al baúl de los recuerdos. La Revolución bolivariana disfrutó de la mayor riqueza petrolera de la historia y llevó a Venezuela a la ruina, así que Estados Unidos no ha sido ni fue el problema, sin desestimar la significación de su poder. En definitiva, Rusia y China han tenido mucho más peso en mi país en el último cuarto de siglo que el vecino del norte de México.
Envueltos entre sombras, negamos es cierto
Mientras no haya justicia, jamás tendremos paz
Viviendo dictaduras, te busco y no te encuentro
Tu torturado cuerpo, no saben dónde está
¿Qué América encontré? Pues aquella en la que vivo: culta, popular y masiva, en palabras de García Canclini; también encontré Ñamérica, libro reciente de Martin Caparrós; la América de las feministas, de las universidades contra viento y marea, del movimiento LGBTQ, de la literatura, del arte, de la música, del pensamiento, del antirracismo; la América que se sigue llamado América, no Abya Yala. Me duele la América signada por su poco peso relativo internacional, me molestan tantos intelectuales de izquierda antiliberal, me preocupan las bases sociales movidas por el conservadurismo moral y la revancha populista. Me asusta la emergencia de una derecha desabrida e ignorante que empezó ya a llegar al poder, como en el caso de Brasil, y la falta de ideas para salir de la pobreza.
América no hay que buscarla, estamos en ella. Sobre este y otros asuntos escribiré en los próximos artículos. ~
Escritora y profesora universitaria venezolana. Su último libro es Casa Ciudad (cuentos). Reside en la Ciudad de México.