Arte de probar. Ironía y lógica en India antigua, de Juan Arnau

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Juan Arnau es autor de una importante traducción del sánscrito de Fundamentos de la vía media (Siruela, 2004), la obra que, de manera indudable, se atribuye a Nagarjuna, además de los ensayos La palabra frente al vacío (FCE, 2005), Rendir el sentido (Pre-textos, 2008) y otros. Arte de probar señala desde su título los límites del análisis: mostrar, en ciertos filósofos de la India, los vitandines fundamentalmente, el proceso de meditación, de diálogo competitivo (en sentido de poner a prueba la competencia de un método) llevado a cabo desde un escepticismo o ironía radicales. La lógica parte de la noción de identidad y es una disciplina formal que se ocupa de la coherencia de sus razonamientos. Como tal, carece de contenidos. Centro de sus investigaciones, Nagarjuna es también aquí el eje de su reflexión, pero Juan Arnau realiza unas claras e instructivas distinciones entre las distintas escuelas del pensamiento indio vinculadas con el pensamiento lógico que se inicia con lo aforismos de los Nyaya-sutra (comienzos de nuestra era). Además, estas búsquedas estaban regidas por verdaderos debates que enfrentaban a grupos y a individuos que debían ganar gracias a la destreza personal, expositiva y lógica.

Lo que parece interesarle a Arnau es lo que en el siglo XX se ha llamado el giro lingüístico (Rorty), que en los vitandines tendría estas características: son filósofos que desconfían del lenguaje, pero saben que tienen que utilizarlo y observan constantemente su fragilidad y sus límites. Pero el lenguaje no es para ellos algo exterior sino que es inalienable de la propia naturaleza humana. La tarea del vitandín es mostrar la inconsistencia lógica del discurso del contrincante, pero no propone nada: se apropia de los presupuestos, del juego, por decirlo así, pero sólo para suspenderlo en el vacío. Para ellos –según la interpretación de Arnau– toda lógica (todo lenguaje) está condicionado por las convenciones sociales, por los acuerdos, y por lo tanto no tiene un acceso privilegiado y universal a la realidad. El pensamiento madhyamaka budista y el vedanta advaita hinduista comparten esta conciencia de la imposibilidad de decir lo real. El mundo, la realidad, es inefable, por lo tanto también la afirmación de que el mundo es inefable está vacía. Si las palabras se deshacen, al menos –sigo glosando a Arnau– nos muestran una imagen. Esta actitud –utilizar el lenguaje para mostrar su imposibilidad de acceso a lo real– es lo que nuestro autor denomina ironía: “La ironía ha sido y es la economía, miserable o generosa, del entusiasmo, pero también ha funcionado como condición de la producción textual”. Los pensadores con contenido, por decirlo así, infieren o deducen de la lógica, pero eso supone que participan del error fundamental del lenguaje, empeñado en decir algo que se les escapa. El artista (el poeta, por ejemplo) usa el lenguaje no tanto para decir como para sugerir, mostrar. De ahí, como sabemos, la agarrada que tuvo Platón con los poeta, alejándolos del discurso y de la ciudad. Los vitandines, de alguna manera, se inclinarían por las ilusiones metafóricas, por las imágenes, contra la falsabilidad de la lógica y la inconsistencia de las abstracciones. Arnau se separa un poco, por un momento, de esas discusiones y dice algo muy certero: “Quizá el escéptico espera demasiado de las palabras, mientras que el realista espera demasiado poco”.

Si el lenguaje es indisociable de nosotros mismos, es decir, es mundo, entonces el lenguaje quizás no sea metáfora del mundo, por lo tanto de otro mundo, sino de sí mismo (según los vitandines). Un mundo que podría verse a sí mismo –a través de nosotros– siempre que nuestra mirada fuera la adecuada: ¿vacía de sí misma? Más acá de este aspecto metafísico nos hallamos siempre ante una negatividad del lenguaje que Arnau identifica con cierto pensamiento moderno: Saussure, Derrida, Adorno, Agamben… una identificación, creo, no exenta de peligros. Por lo demás, no es nuevo. Ya a mediados del siglo pasado Lévi-Strauss sintió la afinidad del estructuralismo (siempre peleado con el significado del significado) con el budismo, como muy bien explicó Paz (que también escribió sobre Nagarjuna) en su libro sobre el etnólogo francés.

El arte de probar supone medios adecuados de razonamiento, algo que probar, alguien que prueba, pero la tradición de los nyaya niega todos esos supuestos. En cambio, la tradición que encarna Nagarjuna acepta el juego: debatir sobre los fundamentos del debate: una crítica de los métodos aceptando la posibilidad de las metodologías, como he mencionado al comienzo. Esta historicidad de la verdad, que la hace siempre provisional, defendida por Sriharsa, halla otro eco en la modernidad que sin duda debe atraer a Arnau, Foucault y su historia de las ideas. Arnau está cerca de Derrida, en quien ve –muy lejos de como lo ha visto, por ejemplo, George Steiner– un defensor de los filósofos artistas, o del pensamiento del arte. Sin entrar en un tema tan arduo, lo que Arnau quiere destacar en este valioso librito es que “la línea de pensamiento propuesta por la filosofía irónica ha socavado el estereotipo según el cual el poeta es un ser dominado por las palabras, arrebatado por ellas, mientras que el filósofo es un domador de palabras. La filosofía de nuestros días no es indiferente a la querella que hemos descrito entre la lógica ortodoxa de la India antigua y la lógica descreída de los filósofos irónicos”. ~

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(Marbella, 1956) es poeta, crítico literario y director de Cuadernos hispanoamericanos. Su libro más reciente es Octavio Paz. Un camino de convergencias (Fórcola, 2020)


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