Contra la alegría de vivir, de Phillip Lopate; Contra la originalidad, de Jonathan Lethem; Contra la televisión, de Heriberto Yépez y Contra el amor, de Laura Kipnis

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Primer Round. Las funciones de box, como los carteles de lucha libre, ponen el énfasis en una de las peleas que anuncian. El público, los organizadores, los anunciantes y hasta los contendientes aceptan que el resto de los combates se lleva a cabo para encender el ambiente y justificar el precio de los boletos. Sin embargo, los especialistas y los apostadores no perdemos la esperanza de encontrar, entre los jóvenes pugilistas, al boxeador del futuro. La ilusión de que una pelea menor termine convertida en batalla épica sigue llenando las butacas.

Segundo Round. Los boletos de las funciones de box siempre se pierden, terminan hechos bolita o pedazo de papel babeado. Sobreviven las entradas de las funciones memorables. Pleitos en los que nos desgañitamos apoyando a los púgiles a los que les íbamos, que para colmo y por bendición aniquilaron a sus rivales, aunque unos nos hayan hecho sufrir más que otros. En mi cajón guardo el ticket de una función organizada por la empresa Versus, en la que boxearon Lopate contra Alegría, Lethem contra Originalidad, Yépez contra Tele-visión y Kipnis contra Amor.

Tercer Round. Los amantes de este deporte sabemos que cualquier muchacho en bermudas puede sorprendernos. No queremos que invente una nueva forma de boxear, queremos que haga de la forma conocida un arte superior, que resignifique los golpes existentes. Lethem, el artista del ring, dijo tras ganar la corona: “la invención, debemos aceptarlo humildemente, no consiste en crear algo de la nada sino a partir del caos”. El boxeo es el arte de crear combinaciones nuevas con los golpes de siempre.

Cuarto Round. No hay peor humillación que no haber entendido una pelea. Es una humillación que el público convierte en deshonra propia. Con el que pierde, perdemos los que le íbamos. Elegir un boxeador es ser parte de la función. Los testigos mancos del espectáculo sabemos que Lethem, que colecciona varios cinturones, tenía razón cuando aseguraba: “una época está definida no tanto por las ideas que se discuten [golpes que cualquier boxeador sabe dar] como por las ideas que se dan por sentadas [golpes que nadie recuerda, que nadie sabe tirar].

El carácter de una época pende de lo que no precisa defensa.” No ha existido otro boxeador con la capacidad de Lethem para ubicar las debilidades de sus oponentes.

Quinto Round. La derrota de nuestro muchacho es nuestra derrota. En el boxeo el espectador es público, entrenador, réferi y combatiente. Nos duelen los golpes que recibe nuestro ídolo, nos enardecen los que conecta. No conozco a ningún aficionado que no tenga algo que decirle a su muchacho. “¿Por qué alguien necesitaría un régimen de entretenimiento tan estilizado y disciplinado si no está deprimido?”, me preguntó una vez Lopate cuando le dije que no me imaginaba saliendo de una función donde el peleador hubiera hecho lo que yo pensaba que debía hacer. Sí, estoy deprimido, pero no puede negarse que tengo derecho, amo este deporte, pagué mi boleto y ahora disecciono los combates.

Sexto Round. Saco del cajón el boleto de la noche organizada por Versus y recuerdo las peleas. Un par de boxeadores aniquiló a sus rivales; los otros, aunque ganaron, invirtieron demasiados esfuerzos. Lopate y Lethem fueron dos fieras que acorralaron a sus presas. Yépez y Kipnis estuvieron confiados. Lucharon con fiereza pero parecían pensar en sus siguientes rivales. Dejaron a sus enemigos bailotear y relajaron sus guardias. En el boxeo no hay lugar para piadosos. Tienes que reinventarte cada vez que te acercas a tu oponente. Lopate y Lethem nunca repiten una combinación. Me contaron que Lopate daba un solo consejo a los jóvenes: “Mantente ocupado, siempre me digo. Evita a cualquier precio el abrevadero de la pasividad, que lleva a la Ciénega de la Desesperanza.”

Séptimo Round. Aquella noche Lopate y Lethem me rebasaron con cada ataque a sus rivales. Alegría, boxeador francés sin técnica pero con enjundia, y Originalidad, combatiente mofletudo y viejo, no acabaron sus peleas.

Fueron noqueados, el primero en cinco rounds, el segundo en dos. Originalidad no tuvo tiempo ni de saber dónde estaba; bastó una combinación de dos rectos que finalizó con un gancho al hígado. Con la izquierda: “la invención, debemos aceptarlo humildemente, no consiste en crear algo de la nada sino a partir del caos”. Con la derecha: “La literatura se encuentra en un estado de saqueo y fragmentación desde hace ya mucho tiempo.” El gancho: “Cualquier texto está hilvanado por entero con citas, referencias, ecos y lenguajes culturales que lo atraviesan de ida y vuelta en una inmensa estereofonía.”

Octavo Round. Como Lopate y Lethem, Kipnis y Yépez debían evidenciar a sus oponentes, poner en entredicho lo que se acepta sin reparo para después despedazarlo. Estoy de su lado, me dio gusto verlos ganar, pero anhelaba el nocaut. No puedo dejar de sentir que faltó tirar otros golpes. Kipnis, debías ubicar con claridad al enemigo, no pensar en tu siguiente pelea. Amor y sólo Amor, la pareja institucionalizada. Para qué meter al ring al psicoanálisis y a la historia; terminaste luchando contra tres enemigos y a dos no los conocías. Vinieron como fantasmas y golpear lo incorpóreo resulta complicado. Pecaste de compasión y de soberbia. Amor desfallecía con el gancho que le diste a su carácter de extensión de las horas laborales. Estaba contra las cuerdas, le pegabas con el discurso de la ética laboral insertada en la pareja. Te envalentonaste y dejaste que al ring subieran otros oponentes. Freud es un boxeador experimentado, no le diste un solo golpe y desde su silencio intemporal te hirió el pómulo derecho. Y eso que Marx, releído como instructivo matrimonial, era tu aliado. Pudiste con Amor pero ahí debiste haber parado. El combate cuerpo a cuerpo se volvió lucha campal y terminaste desorientada.

Noveno Round. Originalidad, Amor y Alegría fueron oponentes respetables, no así Tele-visión. Yépez se enfrentó a un flan y estaba obligado a destrozarlo, pero se mostró condescendiente y piadoso.

Destruyó a su enemigo con lentitud, utilizando más golpes de los necesarios. Sólo los ganchos inesperados deciden los combates y nuestro boxeador no sorprendió a Tele-visión ni una vez. Tiró rectos excelentes pero fueron nulificados por su propio eco: “La metafísica ha muerto. Lo real sucede en otra parte. El presente ha sido convertido en nostalgia. En el lugar de la metafísica, la telefísica. Tú, yo, nosotros, ustedes queremos ser Thalía y Luis Miguel, queremos ser los que somos queriendo ser ellos.” Su oponente aprovechó la condescendencia para conectar algunos puñetazos. La televisión, transición entre la metafísica y la telefísica, eliminó el fuera de este mundo inventando un más allá terrenal. ¿No es esto lo que hace la ficción?, pregunta un boxeador vapuleado.

Décimo Round. El rival de Yépez era tan malo que nuestro púgil debió buscar enemigos más dignos. A diferencia de Kipnis, sabe pelar contra quienes suben al ring sin invitación; a diferencia de Lopate y Lethem, siente pena por sus rivales. Teme masacrarlos. Lo suyo son las campales, pegar por todos lados sin aniquilar individualmente. El muchacho en bermudas nos sorprende y disecciona el ser de nuestra especie. A la imagen anhelada le da vuelta y asegura que “las imágenes a las que aspiramos no se tratan ya de las Estrellas Inalcanzables de mitad de siglo XX […] el mexicano paradójicamente aspira a ser lo peor de sí mismo, como si necesitara vivir en la imagen descalificada de su ser para poder vengarse de su opresor fantasmático”. El deseo se ha vuelto autodiscriminación, remata.

Onceavo Round. El boleto vuelve al cajón del escritorio.

Doceavo Round. Contra todos los pronósticos, Versus ha organizado un cartel donde las cuatro peleas son combates estelares. Esperemos que su único error sea subsanado en las siguientes funciones. Además de nuestros peleadores, hay que saber elegir a los rivales. ~

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(ciudad de México, 1978) es escritor y politólogo. Ha publicado la colección de relatos Arrastrar esa sombra (Sexto Piso, 2008) y la novela Morirse de memoria (Sexto Piso, 2010).


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