Bill Bryson
En casa. Una breve historia de la vida privada
Traducción de Isabel Murillo Fort, Barcelona, RBA, 2011, 672 pp.
“Poco después de que nos trasladáramos a vivir a una antigua rectoría anglicana situada en un pueblecito de tranquilo anonimato en Norfolk, encontré motivos suficientes para subir al desván a investigar el origen de un lento pero misterioso goteo.” Con este incidente doméstico empieza el libro más reciente de Bill Bryson, En casa. Una breve historia de la vida privada, obra maestra de la divulgación y prodigio de elocuencia y amenidad con el que recorre, pieza tras pieza, la antigua rectoría inglesa de su propiedad. El hall, la cocina, el lavandero, la despensa, la caja de los fusibles, el salón, el comedor, el sótano, el pasillo, el estudio, el jardín, la escalera, el dormitorio, el baño, el vestidor, la habitación de los niños y el desván son el pretexto del que se sirve Bryson para desgranar, a lo largo de seiscientas memorables páginas, una historia de la vida privada o, lo que es lo mismo, de las costumbres y enseres que han acompañado al Homo sapiens en su diario devenir desde las cavernas hasta la actualidad.
El estudio, ni que decir tiene, no pretende ser exhaustivo y Bryson se permite incontables digresiones, pero debe anotarse que este –el del circunloquio erudito– es un arte que practica con maestría. Tanto da que un instante resuma la historia del ladrillo y a continuación describa la besemerización del acero, uno pasa página con la avidez de quien espera, a la vuelta de la esquina, un suculento giro de guion o desenlace. En este punto, En casa es comparable a otros grandes títulos de Bryson, como Una breve historia de casi todo (RBA, 2010) o En las antípodas (RBA, 2010), e incluso a esa otra joya de la literatura científica, El siglo de los cirujanos deJürgen Thorwald (Destino, 2005).
No obstante su carácter divulgativo (repítase esto sin ánimo peyorativo), el libro de Bryson abarca todas las ramasde la vida privada, desde la higiene a la alimentación, pasando por el abrigo o el arte de edificar. Y, de hecho, si al final del libro consultan ustedes la bibliografía serán víctimas probables de un ataque de vértigo, mucho más si consideran que se trata de una síntesis y que Bryson no es historiador profesional (lo cual, dicho sea de paso, tampoco constituye ninguna sorpresa: sin haber emprendido una carrera académica, Bryson es autor de algunos de los más conocidos textos contemporáneos sobre lengua inglesa, éxito que ha escocido a más de un especialista). Esa imponente bibliografía ocupa las veintinueve páginas finales de En casa e incluye más de quinientos títulos, que Bryson parece haber digerido con enorme provecho.
El volumen de enseñanzas y curiosidades es, como se ha dicho, enciclopédico. Sabían ustedes, por ejemplo, que: a) la cubierta de los arcones, principal mobiliario de la antigüedad, tiene forma convexa para que la lluvia resbale en los desplazamientos; b) la planta del maíz es fruto de siglos de selección genética precolombina, lo cual plantea dos sabrosos interrogantes: ¿cómo lo hicieron? y, sobre todo, ¿cómo sabían que lo hacían?; c) en la Edad Media, antes de acostarse, la gente se “hacía” literalmente la cama, es decir, amontonaba donde podía una determinada cantidad de heno u otra mullida materia y allá se echaba a dormir; d) la mesa de las posadas se componía de un rústico tablón que, llegado el momento, los comensales descolgaban de la pared y apoyaban sobre sus rodillas; e) las grandes circunnavegaciones terráqueas de fines del siglo XV y principios del XVI respondían a un fin comercial y más en particular al empeño de Europa de aprovisionarse de las especias de Oriente; f) a lo ancho de nuestra vida consumimos una insignificante cantidad de vitamina B1, veintiocho gramos aproximadamente, sin los cuales no tendríamos, con todo, la más remota posibilidad de sobrevivir; g) gracias a nuestro general afán por pasarle el trapo y desinfectante, la tapa del váter es uno de los paisajes domésticos con menor densidad de microbios; h) por lo común, las ventanas de los hogares no dispusieron de cristales –representaban un lujo inasumible– hasta entrado el siglo xvii; e i) la población comenzó a leer masivamente a mediados del siglo XIX por la sencilla razón de que pudo disponer, al fin, de luz eléctrica por la noche.
Como se ha dicho, el libro no pretende ser un tratado, pero eso no obsta para que resulte una formidable fuente de información. Además, dado el estupendo índice analítico que incluye al final –y que la edición española ha tenido la amabilidad de recoger–, En casa puede servir perfectamente como texto de consulta (mención aparte merece el esfuerzo titánico que supone la traducción de seiscientas páginas de tan desbordante caudal léxico: el resultado, pese a algunos tropiezos excusables en una obra de tamaña envergadura, es un soberbio, modélico y pulido castellano). Y de hecho, si alguna vez alguien les habla mal de Bill Bryson o se atreve a sugerir que sus libros son meras golosinas superficiales, no lo duden ni un instante: retírenle la amistad. Bryson es un espíritu sutil y delicado capaz de elevar –página tras página, con la grácil elegancia de un trapecista– la anécdota a categoría universal. A todo lo cual cabe añadir una última consideración sobre el arte divulgativo de Bryson, a saber, que este venerable americano posee de forma superlativa esa virtud de la retórica llamada encanto, don que vendría a ser, por definición, lo contrario de la afectación y engolamiento y que, en su caso, se traduce en una contagiosa alegría de vivir. Digámoslo más sucintamente: si a uno le ofrecieran, en una transmigrada vida futura, la gracia de reencarnarse en un ser vivo o mineral, escogería sin duda a este orondo escritor. Por muchos años, tío Bill.~
Barcelona, 1970) es profesor de la Universidad Politécnica de Cataluña. Ha colaborado con la revista Lateral y con Cultura/s, suplemento de La Vanguardia.