Embarcados en una travesía interminable: Un mar sin límites

Nunca se ha dejado de escribir sobre los océanos, y, sin embargo, 'Un mar sin límites', de David Abulafia, resulta singular y casi insólito por su afán de abarcarlo todo: cada masa de agua y cada civilización, cada travesía desde antes de la Edad del Bronce hasta la actualidad.
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Durante los últimos años han aparecido numerosos ensayos que analizan y recorren la historia de la humanidad –o alguno de sus períodos más complejos– a la luz de un único factor: si Vaclav Smil se ha hecho popular gracias a Energía y civilización, Odorama de Federico Kukso es una “historia cultural del olor”, mientras que los superventas de Alex Ross parten de la música para caracterizar siglos completos. Continúan, por supuesto, publicándose obras dentro de las corrientes historiográficas más habituales y es que qué otra cosa es Piketty (acaba de lanzar Una breve historia de la igualdad) sino un materialista que matiza y actualiza a Marx. Incluso siguen apareciendo –también dentro del ámbito que nos ocupa– esforzados registros de hazañas bélicas, algo que en muchos de sus capítulos tiende a ser el recientemente traducido El mar y la civilización, de Lincoln Payne. Así que Un mar sin límites: una historia humana de los océanos de David Abulafia tiene algo de los primeros –es, sobre todo, una historia oceánica de la humanidad–, mucho de los segundos –no esconde que su modelo es la obra de Fernand Braudel, figura central de la Escuela de los Annales– y apenas nada de los terceros puesto que, en palabras del propio maestro Braudel, extraídas del prólogo a su célebre Mediterráneo en la época de Felipe II, en adelante él y sus discípulos tratarían de evitar “los marcos de aquella historia diplomática bastante indiferente a las conquistas de la geografía, poco atenta (como la diplomacia misma con harta frecuencia) a la economía y a los problemas sociales; bastante desdeñosa para con los grandes hechos de la civilización, las religiones, y las letras y las artes; de aquella historia diplomática que no se dignaba mirar más allá de las oficinas de las cancillerías para contemplar las realidades de la vida, espesa y fecunda”.

Lo que no es un fenómeno reciente es el interés, la fascinación e incluso la inspiración que despierta tierra adentro “la parte acuática del mundo”, según se refirió a ella Ismael, el célebre tripulante del Pequod. La editorial Capitán Swing ha publicado buena parte de los ensayos contemporáneos más interesantes sobre cuestiones marítimas: Barco de esclavos de Markus Rediker u Océanos sin ley de Ian Urbina, por ejemplo, recogen algunas de las peores injusticias y abyecciones que se cometieron y se siguen cometiendo, respectivamente, a bordo. Por su parte, Leviatán o la ballena, una obra inclasificable de Philip Hoare, fue uno de los títulos de no-ficción más celebrados de 2008 y, entre tantos otros, del lado de la ficción experimental, El mar indemostrable de Cé Santiago recuperó a principios de 2020 la potencia poética y evocadora de ese olor a fuel, tripas de pescado y sal tan característico de los puertos. Mucho más similar a la obra que nos ocupa, aunque con hechuras más académicas, Capitalism and the Sea, de Liam Campling y Alejandro Colás, todavía por traducir, fue publicado en 2021 por Verso Books. Como su título indica, se trata de un ensayo centrado en la dimensión económica de los últimos dos siglos de historia marítima y, recíprocamente, en la dimensión marítima del capitalismo contemporáneo, tan dependiente de la logística; en particular, de la flota mundial de buques portacontenedores. 

Nunca se ha dejado de escribir sobre los océanos, y, sin embargo, Un mar sin límites resulta singular y casi insólito por su afán de abarcarlo todo: cada masa de agua y cada civilización, cada travesía desde antes de la Edad del Bronce hasta la actualidad. Veintisiete de sus cincuenta y un capítulos se refieren al periodo de la historia (y de la prehistoria) anterior al mal llamado Descubrimiento de América, arrojando luz sobre hechos y situaciones doblemente desconocidos y lejanos. Como ya señaló el filósofo Henry Thoreau: “No asociamos la idea de la antigüedad con el mar, ni nos preguntamos qué aspecto tenía hace mil años, como hacemos con la tierra, porque siempre ha sido igual de inescrutable”. 

Abulafia, que es profesor emérito de Historia del Mediterráneo en la Universidad de Cambridge, ya se propuso algo parecido con El gran mar, también editado en España por Crítica. Si en aquel volumen desarrollaba una detallada “crónica humana” del Mediterráneo (tan solo de lo ocurrido en su superficie, apuntaría el investigador español Lino Camprubí), esta vez se ocupa de todos los océanos (o, como justificará el propio autor, de ese Océano Mundial en que se han convertido: forman una única realidad económica y social debido a que hasta sus orillas más distantes mantienen infinidad de vínculos entre sí). Un mar sin límites no es, de nuevo, una historia naval (que se ocuparía tan solo de combates en alta mar) sino que entiende que tanto la guerra como el comercio y la emigración son fenómenos que se confunden y relacionan. Tampoco los renombrados navegantes y conquistadores europeos serán los protagonistas, porque, como Abulafia explica, “son los comerciantes quienes convierten los tenues lazos establecidos por los descubridores en enlaces sólidos”. 

Especialmente los primeros capítulos se apoyan en abundantísimas pruebas arqueológicas que, en muchos casos sirven, además, como inventario de las primeras mercancías que fueron intercambiadas. Pero enseguida se recurre a textos tan antiguos como la Historia del marinero náufrago, un papiro datado en torno al 2200 a. C. que podría dar pistas sobre los viajes de los egipcios por el Mar Rojo hasta la isla de Socotra, ya en el Océano Índico; o a las Sagas Islandesas, que algunos consideran que prueban la llegada de los vikingos a Norteamérica. No faltan las referencias a testimonios curiosos como el de Ibn Yubair, un funcionario del gobierno almohade de Granada que en el s. XII recorrió prácticamente todo el Mediterráneo anotando sus impresiones sobre las ciudades en las que desembarcaba. O el de Martin Frosbiher, marino inglés que durante el s. XVI exploró el Ártico. Los ejemplos son inacabables en una obra que cuenta con un índice analítico formado por varios miles de referencias. 

La erudición de Abulafia es apabullante. Su capacidad para narrar episodios complejos y procesos dilatados saltando de personaje en personaje –a veces gobernantes y pioneros, otras mercaderes, piratas, esclavos o aventureros casi anónimos, en cualquier caso, a esta escala incluso el protagonismo de los emperadores resulta fugaz–, y un tono ágil que en ocasiones roza el humor, aseguran en el lector, más allá del extraordinario despliegue de datos, esa impresión de que el historiador es capaz de reproducir la complejidad de “la vida espesa y fecunda”. Casi podemos tocar y comprender tanto a James Cook como a los comerciantes armenios del s. XVI o a los polinesios capaces de orientarse entre las islas del Pacífico hace miles de años. Sobre la conquista de América, Abulafia aclara: “no fue un proceso marcado por la ordenada imposición de autoridad, sino un azaroso trasiego”. 

Un mar sin límites podría leerse como un entretenidísimo anecdotario o bien buscando relaciones entre los capítulos que lo estructuran (el propio autor los ordena casi cronológicamente y se encarga de establecerlas: uno de los hilos es la reflexión sobre la globalización: ¿ocurrió con la Ruta de la Seda, con Magallanes, con el telégrafo y el Canal de Panamá o recientemente, con la informática?). Se podría leer prestando atención al origen de tantas instituciones, costumbres y tecnologías (la bolsa de valores: la propiedad de los barcos medievales ya estaba dividida en la Génova medieval; las compañías de seguros, las sociedades de clasificación…) aparecidas en la cubierta de un galeón o en una taberna portuaria. Y, por más que cualquier autor serio deba hoy desincentivar esa lectura, ante tantos hechos asombrosos siempre cabría, aunque sea muy brevemente, considerar algún espíritu o providencia. La lectura más terrenal convertiría esta historia oceánica de la humanidad en una historia del comercio, a ratos de la burocracia –largos pasajes se ocupan de aduanas y de funcionarios, como aquellos mandarines que, en nombre del Emperador de China medían entre complejos rituales cada buque que ascendía por el Río de las Perlas hacia Cantón–. Y una lectura más convencional reduciría estas 1200 páginas a la conocida pugna entre Estados, antes pueblos, que utilizarían cualquier medio a su alcance, incluso la filosofía, para prevalecer: cuando Hugo Grocio sienta en su Mare Liberum (1609) una de las bases del liberalismo al defender la libertad de tránsito oceánico, quizá, más bien, estaba buscando la clemencia de las naves españolas y portuguesas hacia las holandesas. 

Un mar sin límites se podría leer, incluso, en busca de las razones para el retraso con el que últimamente nos llegan algunas compras, ya que termina con Malcom McLean y su invento, el contenedor estándar (o TEU), que tanto ha reducido el coste de los fletes y que tan fundamental resulta para la actual economía global. Pero, sobre todo, Un mar sin límites es casi una historia completa de la humanidad. Si, como afirma Abulafia “los viajes por mar llevan siglos ensamblando de golpe mundos muy distintos”, estos viajes demuestran que entre los habitantes de tantos mundos tan diferentes existió y existe un impulso común: asumir riesgos y embarcarse.

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